De los negacionistas a los retardistas

Ya prácticamente nadie cuestiona el cambio climático. El peligro ahora –y desde hace tiempo– son quienes retrasan u obstaculizan medidas efectivas contra el calentamiento global: desde empresas a gobiernos. Son retardistas, y los une, según explican varios analistas, el negocio. 


Por: Eduardo Robaina


“Disculpe, como experto en este tema, ¿podría contestarme un par de preguntas que tengo preparadas?”, le escribo por mail. Es lunes. Dos días después, la respuesta: “Me has pillado en un mal momento ya que estoy lidiando con algunos problemas en casa causados por las inundaciones”, responde Riley E. Dunlap, profesor emérito de la Universidad de Oklahoma y referente en la sociología medioambiental. 

En la ciudad estadounidense de Stillwater –de donde es el investigador–, en Toledo, en el pueblo alemán de Schuld, en Bombay, en la ciudad belga de Lieja… La lista de inundaciones severas ocurridas en los últimos meses es larga. A ella se suma un verano repleto de incendios forestales que van desde Siberia hasta la Amazonia, pasando por Málaga, Grecia y Argelia, por enumerar solo algunos casos recientes. Y sin olvidar olas de calor y temperaturas nunca vistas. Y las sequías. Y los huracanes… en el Mediterráneo.

No es un hecho puntual, ni aislado, ni casual, ni ningún otro adjetivo que sirva para restarle importancia a lo que sucede en el planeta. El cambio climático causado por las actividades humanas hace que fenómenos extremos como los aquí expuestos –y que ya existían– sean cada vez más habituales y potentes. Y ya nadie, al menos públicamente y salvo excepciones, lo pone en cuestión. Ahora el peligro –y ese es el tema por el que pedíamos entrevistar a Riley E. Dunlap– reside en quienes intentan retrasar u obstaculizar medidas efectivas contra el cambio climático. Apunten el nombre: retardistas. Alexandria Ocasio-Cortez habló de climate delayers en 2019: son personas que parecen aceptar que es necesario hacer algo sobre el cambio climático, pero que no parecen comprender su urgencia. Estas personas no son mucho mejores que las personas que niegan que exista el cambio climático. “Si cualquiera de los dos se sale con la suya, estamos jodidos”, escribió en sus redes

Y no es gente aislada, anónima, que esté en su casa reciclando un día sí y otro no. No. El músculo retardista lo componen las mismas empresas que lanzan mensajes contra el cambio climático, los mismos gobiernos que hablan a todas horas de acción climática, entidades que volvieron a predicar en la COP26 de Glasgow, y que seguirán sin hacer lo suficiente. Un ejemplo: los países presentaron en la cumbre –e incluso alardearon– de planes de reducción de emisiones, pero, a su vez, según denuncia el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), planean producir para 2030 un 110% más del petróleo, gas y carbón del que permitiría contener 1,5 ºC el recalentamiento global de la Tierra. 

Otro ejemplo: Repsol –“en línea con su compromiso con la sostenibilidad”, como explicó en un comunicado– se fijó en 2019 el objetivo de alcanzar cero emisiones netas en el año 2050. Sin embargo, según varios informes, este objetivo resulta insuficiente de cara al Acuerdo de París. Un análisis de Transition Pathway Initiative publicado en mayo de 2020 establecía que las principales compañías de gas y petróleo –entre las que también se encuentra Repsol– deberían reducir su intensidad de emisiones en más de un 70% entre 2018 y 2050 para así alinearse con un escenario climático de 2 ºC para 2050. Y, para una verdadera estrategia de cero neto –es decir, compensar lo que se emite– requeriría de una reducción del 100% de las emisiones absolutas.Mientras tanto, la petrolera ofrece una imagen de “compromiso” con campañas como la que, a mediados de octubre, promocionaba su plan de “reforestaciones a gran escala para impulsar la compensación de emisiones en España”. La iniciativa va en la línea del Foro de Davos, que en enero de 2020 propuso plantar un billón de árboles, una medida tan mediática como criticada por buena parte de la comunidad científica, que incluso la considera contraproducente.

Acción contra la sede de Repsol en Móstoles. 


“Hasta la primera década del siglo XXI hemos visto un negacionismo que decía que no hay cambio climático ni subida de temperaturas. Se han dedicado a buscar estudios para deslegitimar y desacreditar la ciencia del cambio climático”, explica el ambientólogo Andreu Escrivà. Ahora ya no encuentran coartadas ni resquicios. Cada día se publican decenas de estudios científicos, tanto que es imposible seguirlos y, si se intenta, pueden llegar a abrumar. Pero basta con recurrir a uno solo para tomar conciencia de la situación actual. En agosto de este año, se hizo pública la primera parte del sexto informe elaborado voluntariamente por el panel de especialistas del IPCC (el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, ligado a la ONU). Este informe, basado en el análisis de 14.000 artículos científicos publicados previamente, deja un mensaje que no puede ser más claro y directo: nada ni nadie se libra de la crisis climática. Los cambios que ya se experimentan en el planeta no tienen precedentes en siglos, y algunos, como la continua subida del nivel del mar, la salud de los océanos o el deshielo de Groenlandia y la Antártida, ya han arrancado y son irreversibles en cientos o miles de años. Sin embargo, ante la aparición de la segunda parte del sexto informe del IPCC prevista para marzo de 2022, los gobiernos siguen presionando para rebajar las exigencias de las medidas que propondrá la comunidad científica. La BBC publicó el pasado 21 de octubre parte de una filtración de 32.000 documentos con algunas de las peticiones formuladas por países tan distintos como Australia, India, Argentina, Japón o Noruega. Lejos de los focos, la mayoría sigue apostando por el consumo de combustibles fósiles. Un asesor del gobierno saudí exige eliminar del informe la frase que habla de “la necesidad de llevar a cabo acciones urgentes y aceleradas de mitigación a todos los niveles”. 

Retardismo en estado puro. 

En este contexto, los clásicos negacionistas han buscado una nueva vía por la que canalizar su ideología y, sobre todo, continuar con su modelo de negocio. Su objetivo vital ya no es negar el cambio climático –tarea difícil, cuando más del 99,9% de los artículos científicos publicados en la última década coinciden en que el cambio climático está causado por las actividades humanas–, sino hacer todo lo posible por evitar, retrasar y obstaculizar toda acción para combatir la crisis climática. Por dos motivos, principalmente: “Por una parte, por intereses económicos y políticos. Y, por otra parte, por contener la crítica al capitalismo”, argumenta Escrivà. “De la acción climática necesaria, por light que sea, se derivan críticas muy fuertes al sistema de producción y consumo actual”, añade el experto, que lleva varios años alertando de que el mayor peligro no son los negacionistas del cambio climático, sino los negacionistas de las soluciones e impactos. 

Greta Thunberg, en primera línea del activismo climático, lo viene diciendo una y otra vez: «No hay planeta B, no hay planeta bla, bla, bla, bla, bla, bla. Reconstruir mejor bla, bla, bla. Economía verde, bla, bla, bla. Cero emisiones netas para 2050 bla, bla, bla. Clima neutral, bla, bla, bla. Esto es todo lo que escuchamos de nuestros supuestos líderes. Las palabras suenan muy bien, pero hasta ahora no han llevado a cabo ninguna acción”, afirmó durante su enésimo discurso, esta vez en la Cumbre de la Juventud sobre el Clima de la ONU, celebrada en Italia a principios de octubre. Las emisiones responsables del calentamiento de la atmósfera ya han alcanzado niveles prepandemia. La temperatura de la Tierra es 1,2 ºC superior a la época preindustrial (sobre 1850). Y lo que está por venir no es mejor: con los objetivos del Acuerdo de París se calcula que las emisiones crecerán un 16% para 2030 y la temperatura subirá entre 2,4 y 2,7 ºC a finales de siglo. 

Las estrategias retardistas

El término negacionista, para diferentes especialistas que estudian este fenómeno cada vez más anacrónico, se queda corto y es incluso impreciso. Usarlo implica dejar fuera a un contramovimiento mucho más amplio y que, hasta ahora, ha pasado desapercibido. Ya no son frikis ni chalados que niegan lo evidente, sino personas, empresas e instituciones organizadas que quieren impedir una transición que, por otra parte, no puede demorarse más en el tiempo.

Núria Almiron, profesora titular del Departamento de Comunicación en la Universidad Pompeu Fabra, ha llegado a una conclusión tras bastantes años investigando en el campo del negacionismo, con especial atención a los think tanks: “Es paradójico, porque el resultado y el conocimiento más importante que yo he extraído de mi investigación es que el concepto de negacionismo climático es un poco una falacia”. 

Lo que más abunda dentro del movimiento de oposición a la acción climática, explica, son los retardistas. O como ella los define, obstruccionistas, “muy presentes en las grandes multinacionales de la energía, del transporte, de la carne…”. Según Almirón, “van con un discurso muy verde, pero luego hacen un lobby terrorífico para frenar cualquier medida. La mayoría, lo único que quiere es que no le pongan trabas a sus negocios”. 

Iberdrola, una de las empresas más contaminantes, escribió el pasado 18 de octubre, Día Mundial de la Protección de la Naturaleza, el siguiente tuit: “Stop. Si destruimos la naturaleza, nos quedamos sin nada. Necesitamos más renovables, transporte limpio y el compromiso de todos. Ahora. Pasemos ya a la acción por nuestro planeta”. Sin embargo, la eléctrica responde a la regulación aprobada por el Gobierno para frenar la escalada en el precio mayorista de la luz con la amenaza de parar la producción de la energía eólica y frenar nuevas inversiones en renovables. Y, paradójicamente, el mismo día del tuit, ni esta compañía, ni Endesa, ni Acciona se presentaron a la segunda subasta de renovables –energía clave para mitigar el calentamiento global–. Un conjunto de acciones que demuestran que para estas empresas hay algo más importante que luchar contra el cambio climático: mantener su modelo de negocio y sus beneficios. En definitiva, un ejemplo más de retardismo.

Acción en Alemania contra una mina de carbón a cielo abierto. BUNDNIS.


Uno de los principales peligros de quienes están subidos a esta corriente retardista es que, a diferencia de los clásicos negacionistas, no se les ve venir tan fácilmente. Lo explica Trevor Culhane, autor principal del estudio ¿Quién retrasa la acción climática? Grupos de interés y coaliciones en las luchas legislativas estatales en los Estados Unidos. Mientras que a lo largo de las últimas décadas –señala el investigador de políticas climáticas–, “se ha generado una enorme cantidad de comunicación científica y organización para construir la comprensión pública de la ciencia del clima” hasta el punto de que las narrativas básicas sobre la incertidumbre de la ciencia del clima son ampliamente reconocibles, “puede ser difícil discernir si los compromisos climáticos de una empresa son auténticos o si están anunciando una pequeña parte verde de su negocio mientras hacen presión contra las políticas proclimáticas”. Aun así, Culhane recuerda que tanto la negación del clima como el retraso climático “son enormes barreras para una acción climática significativa”. Y pone como ejemplo el partido republicano en Estados Unidos: “las décadas de tiempo perdido que la negación del clima ha costado al mundo son increíblemente significativas”. 

En España, la atención mediática sigue puesta en el negacionismo clásico, lo que da vía libre a los retardistas para expandir unos mensajes que están pasando desapercibidos y pueden parecer, incluso, amables. Mientras se cree que el peligro son los primeros, los segundos van poco a poco ganando el relato en determinados espacios.  Un primer paso para luchar contra ello es saber detectar sus estrategias. Es lo que han hecho William F. Lamb y un grupo de especialistas. A partir de sus observaciones como científicos y científicas sociales que estudian el cambio climático, identificaron 12 discursos sobre lo que denominan “retraso climático”. Descubrieron que muchos de esos alegatos compartían características comunes y podrían agruparse en cuatro estrategias generales. 

La primera consiste en redirigir la responsabilidad. Aquí emerge el clásico –pero no exclusivo de la crisis climática– y tú más. Para lograr dilatar en el tiempo la acción, los retardistas se enzarzan en discutir quién debe actuar primero o quién es más culpable de que el planeta esté al rojo vivo. Un falso planteamiento, pues la única forma de reducir el impacto del cambio climático es yendo con todo. 

Una muestra clara de esto es un vídeo publicado por el conocido youtuber Dalas Review titulado La verdad sobre el cambio climático: te mintieron en la escuela. La tesis de su monólogo –lleno de errores y de lo que se conoce como cherry picking (es decir, escoger solo los datos que mejor te vienen, obviando el resto, que muestran contradicciones)– consiste en hacer creer que tú como individuo no puedes hacer nada para evitar la crisis climática y que cualquier cambio individual es insignificante, explica el ambientólogo y oceanógrafo Diego Ferraz. “Aunque sí que es cierto que por sí solas las acciones individuales no provocarían la transformación necesaria y que necesitamos de acciones colectivas, las primeras son igual de necesarias para lograr la transición ecosocial”, resalta. Para combatir estos discursos, Ferraz, que hace divulgación climática y medioambiental en la plataforma Twitch, le dedicó un vídeo-respuesta de acuerdo a estudios y la evidencia científica más reciente. El problema: el vídeo de Dalas tenía en los primeros días más de 700.000 visualizaciones, y el suyo menos de 1.000.

Otro caso lo encontramos en la política. El partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), en una intervención en el parlamento en 2019, alegó que, como el país representa solo una pequeña parte de las emisiones mundiales, no importa si se toman medidas o no: «Incluso si fuera posible lograr plenamente la reducción de emisiones de CO2 deseada [en Alemania], solo daría lugar a una reducción máxima de 0,000653 ºC de un hipotético aumento de la temperatura, en algún momento del lejano futuro desconocido». Pero como recuerda el investigador del Instituto de Investigación Mercator sobre Bienes Comunes Globales y Cambio Climático (MCC) de Berlín William F. Lamb, “la ciencia es bastante clara”: “Todos debemos alcanzar colectivamente las emisiones netas de CO2 para 2050 si queremos tener una oportunidad de evitar más de 1,5 ºC de cambio climático”.

Otra estrategia retardista consiste en impulsar soluciones no transformadoras. Por ejemplo, que un gobierno o una compañía que se basa en los combustibles fósiles grite a los cuatro vientos que son líderes en acción climática porque han anunciado medidas y objetivos. Incluso han declarado la emergencia climática –como hicieron muchos gobiernos e instituciones–, a pesar de que no les obliga a nada. Dentro de esta primera estrategia, uno de los discursos más peligrosos y que arrastra una legión de adeptos que no para de aumentar es el del tecnoptimismo. Son quienes confían en que una tecnología, que aún no existe o no está suficientemente madura, ayudará, o bien a eliminar las emisiones de gases de efecto invernadero que se expulsan a la atmósfera, o bien a inventar una nueva forma de seguir con las mismas actividades.

Ambos escenarios, actualmente, no pueden formar parte (aunque lo hacen) del plan climático de ningún gobierno ni empresa. Primero, porque no hay tiempo para esperar a que se invente o perfeccione una herramienta que permita seguir haciendo lo de siempre sin sentirse uno culpable. Los cambios deben hacerse ya. Y, segundo, porque los pocos casos que existen de estas tecnologías se han mostrado inútiles. Un ejemplo lo encontramos en la fría Islandia. Allí empezó a funcionar a finales de verano una infraestructura capaz de capturar CO2 para evitar que vaya a la atmósfera. Sin embargo, harían falta 8,5 millones de máquinas similares para retirar todas las emisiones que se expulsan cada año.

A pesar de estos datos, una semana antes del inicio de la COP 26, Arabia Saudí se permitió asegurar que conseguirá el milagro tecnológico en 2040. Así lo declaró su ministro de Energía, el príncipe Abdelaziz bin Salman, en una intervención en la que argumentó que para contar con tecnologías que permitan capturar y almacenar el CO2 deben “disponer de ese tiempo y espacio para investigar y desarrollarlas”. A continuación, redondeó el mensaje: “Para todo ello lo tenemos que hacer bien. Nos tenemos que asegurar de que no perdemos nuestro bienestar económico”. 

Algo similar ocurre con quienes ven un atentado a las libertades individuales pedir que la aviación, sector al alza en emisiones y volumen de negocio, reduzca su actividad, sobre todo en ciertos trayectos donde existen alternativas menos dañinas. En este punto, defensores retardistas se han encomendado a futuros aviones eléctricos o propulsados por hidrógeno, cuya aplicación a gran escala no es posible a corto ni medio plazo. Y como eso no llega, la industria insiste en que sus combustibles y aviones son cada vez más eficientes. 

El único objetivo de estos discursos es desviar la atención de medidas más eficaces. Si exponemos un caso reciente que afecta a España, el retraso de la acción climática “lo estamos viendo con la factura de la luz”, señala Eva Saldaña, ecóloga y nueva directora de Greenpeace España. “Aquí el foco yo lo pongo siempre –porque es el foco más gordo– en las empresas de combustibles fósiles, pero las eléctricas siguen con su juego, aunque saben que el mercado ya les ha dicho desde hace unos años que tienen pérdidas y deben invertir en renovables. Lo saben pero quieren seguir en un modelo que tenga sus reglas de juego”. Y da nombres que ya han ido saliendo: las eléctricas Endesa, Iberdrola, Naturgy; petroleras como Repsol; e incluso la semipública Enagás, encargada de transportar el gas. “Todos se agarran a ese modelo obsoleto para ver cuánto tiempo pueden conseguir que permanezca para sus beneficios propios”, añade Saldaña.

Un discurso que también forma parte de esta estrategia es hacer creer, contra toda lógica, que los combustibles fósiles son parte de la solución. Está sucediendo ahora con el mal llamado gas natural: “No deja de ser fósil y se está vendiendo de todos los colores. El lenguaje a veces dice mucho; es importante hablar de gas fósil y de gas renovable, y dejarnos listas de colores que impiden que la ciudadanía entienda de qué estamos hablando”, se queja la directora de Greenpeace España.

La tercera estrategia que han detectado William F. Lamb y sus colegas tiene que ver con enfatizar los aspectos negativos. En otras palabras: según la corriente retardista, hacer frente a la crisis climática traerá más mal que bien. Argumentan, falazmente, que actuar generará desigualdades, que se perderán empleos y que son demasiados los costes asociados a la transición ecológica y energética. No obstante, es justo lo contrario, avisan los informes científicos: el cambio climático agravará los problemas de las personas y regiones que ya de por sí menos tienen y peor lo pasan. La transición –que debe ser justa– es fundamental para evitar sufrimiento innecesario. 

La acción climática no es solo una cuestión puramente medioambiental, sino que es transversal a todas las esferas de la sociedad, como la salud y la economía. Por desgracia, proponer medidas urgentes y drásticas puede resultar impopular y tener un coste electoral que pocos líderes políticos están dispuestos a asumir: “Todos los partidos promueven la inacción climática. No hay nadie que se atreva de verdad a hablar claramente de que tenemos que desescalar, que tenemos que decrecer, que tenemos que entender que el entretenimiento y nuestro ocio deben dejar de ir vinculados a movernos miles de kilómetros con avión, que debemos cambiar la dieta”, dice Núria Almiron. 

La última de las estrategias es, simplemente, rendirse. Asumen que el cambio climático está ocurriendo y son conscientes de su gravedad, pero quieren hacer creer que no se puede hacer nada, y crean potencialmente una sensación de miedo y resignación. No hay acción posible, es demasiado tarde, defienden estos retardistas. Pero no es así: “Desde un punto de vista físico o medioambiental del planeta no hay ningún impedimento para limitar el calentamiento en 1,5 ºC o 2 ºC», tal y como se pactó en el Acuerdo de París, insiste Josep Canadell, uno de los autores líderes del último informe del IPCC. El investigador tiene claro dónde está el fallo: “Los impedimentos están en otro lado, como en las políticas o las ganas de actuar”. 

Fotograma de No mires arriba, la nueva película de Netflix que ejemplifica el negacionismo, la desinformación y el retardismo


Cómo contrarrestar a los retardistas

Una vez detectados los principales discursos, estrategias y perfiles de quienes buscan retrasar las políticas climáticas, el siguiente paso es desactivarlos. “Tenemos que saber dar esta batalla”, cuenta Escrivà. A diferencia de los negacionistas que refutan cualquier dato científico, con estos sí hay que sentarse a rebatir sus postulados, defiende el divulgador climático: “Hay que debatir y argumentar por qué es necesario actuar ahora. Debemos explicar de forma muy clara por qué la acción climática es absolutamente inaplazable. Y hay que destapar a quien está detrás de esto. Toda esta gente es el sistema inmunitario del capitalismo salvaje”.

Ese sistema inmunitario al que se refiere Escrivà se extiende –en palabras de William F. Lamb– desde los artículos de opinión en la prensa hasta la clase política, así como en los grupos industriales (como las grandes petroleras, los lobbys y los think tanks). “Sin embargo –añade–, no siempre está claro si estas voces están promoviendo intencionadamente el retraso climático”. Según el investigador, “el problema es que muchos de los argumentos contienen una pizca de verdad que puede y debe ser legítimamente discutida”, como por ejemplo quién es responsable de tomar medidas climáticas, cuáles son las políticas adecuadas o cómo se evita perjudicar a las comunidades pobres y marginadas. Aun así, hay que saber diferenciar, porque “cuando estos discursos se plantean repetidamente, se utilizan de forma combinada o provienen de voces que anteriormente expresaron su negación del clima, podemos suponer que forman parte de una estrategia concertada para retrasar la política climática”, sentencia F. Lamb.

Siguiendo con esta línea, Andreu Escrivà no olvida quién ha contribuido a alimentar esta nueva bestia, y señala a la banalización que han hecho muchos ecologistas y gobiernos de izquierda de la emergencia climática. “Si se declara la emergencia climática y luego no se actúa en consecuencia, el mensaje que se está dando es que realmente no le importa o que no es tan grave. Con esto les estás dando argumentos y munición”, se queja el ambientólogo, que añade el vaciado del término sostenibilidad como “otro elemento fundamental para esta estrategia de retardismo, la cual cada día se va extendiendo y exponiendo más”. 

El director de investigación de la Red de Ciencias Sociales del Clima de la Universidad de Brown Robert J. Brulle y Riley E. Dunlap –el sociólogo medioambiental con la casa afectada por inundaciones– conocen muy bien esta nueva corriente. En un artículo firmado por ambos aseguran que “la investigación y la divulgación sociológica sobre la obstrucción de la política del cambio climático se ha convertido en sociología pública”. Consideran que exponer a los que ellos llaman “responsables de la obstrucción de las políticas sobre el cambio climático” puede ayudar a inocular al público y a los responsables políticos contra sus tácticas, “un paso crucial si vamos a ser capaces de enfrentarnos de forma efectiva a la amenaza existencial que supone el cambio climático”.

Timmons Roberts, coautor del mismo estudio que Trevor Culhane, es partidario de usar estas técnicas contra los retardistas: “Debemos identificar sus tácticas y lo insidiosas que son, nombrándolas y avergonzándolas en público. Están cometiendo crímenes contra las generaciones futuras y las personas más vulnerables. Realmente están contra todos nosotros”. En cambio, William F. Lamb va más allá y cree que, “por encima de todo, necesitamos democratizar todo el proceso de debate, diseño y aplicación de las políticas climáticas, a través de la deliberación pública y las asambleas ciudadanas”.

El cambio climático no es algo que vaya a ocurrir; está ocurriendo. Lo que está en juego es determinar cuánto cambio climático queremos. Como dijo el físico Joachim Schnellhuber: “La diferencia entre un calentamiento global de 2°C y 4°C es la civilización humana”. Quedarse en una u otra cifra depende de hacer cambios nunca vistos, a la altura del gran reto de este siglo.


Fuente: La Marea Climática Diario.es - Imagen de portada: https://elasombrario.publico.es 

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