¿Cuidado del ambiente a la uruguaya? “Dime de lo que te jactas y te diré de lo  que careces.”

En el Departamento de Maldonado en Uruguay se inauguró el 13 de diciembre pasado un contenedor de aceite, el usado en las cocinas domésticas. Para su recuperación (como biodiesel) y evitando la contaminación de agua a razón −explican sus patrocinadores− de mil litros por cada litro de aceite ya inservible para las frituras, que se echa por los desagües de las cocinas. En el maremágnum de descuidos y destrozos ecológicos en que estamos sumidos, en Maldonado y en Uruguay, alardear con la recuperación de miles de litros de agua, cuando estamos en pleno proceso de perder la calidad de millones, resulta al menos sorprendente y paradójico.


Por Luis E. Sabini Fernández


Por ejemplo, la planta celulosera que se está montando en el corazón del país programa verter diariamente unos 29 millones de litros de efluentes industriales al (¡pobre!) río Negro. Casi 30 millones de litros diarios que irán contaminando y deteriorando todas las cadenas bióticas que rocen…

Es apenas un ejemplo. Pero si volvemos al aceite “quemado” en los hogares, existe ciertamente otro camino mucho más natural (aunque no dé el monto ínfimo de biodiesel que proclama el inaugurado), y es la biodegradación de dichos aceites en composteras, también domésticas. Claro que esta solución implica trabajo y una toma de responsabilidad propia desde los habitantes; hacerse cargo, siquiera parcialmente, del destrozo planetario que ocasionamos. Y tamaño enfoque tampoco le permitiría a empresas altamente contaminantes, como el grupo Disco, posar en la foto de la “responsabilidad ambiental” que en este momento aprovechan los patrocinadores del aceite reciclable en biodiesel. 

En términos mediáticos, lo de las composteras hogareñas “rinde” menos…

Si a las autoridades ambientales o medioambientales fernandinas tanto le preocupa el cuidado ambiental, ¿qué ha pasado con la recolección de vidrio, plásticos, metales, papeles y cartones, iniciados con tanto bombo hace apenas dos o tres años y hoy totalmente “desaparecidos”?

Y con estos proyectos ahora inexistentes sí que podríamos a hablar de volúmenes considerables, no como con el aceite usado en las cocinas.

Al día de hoy, los habitantes de Maldonado tenemos que tirar literalmente “a la basura” (aunque se lo haga en primorosos contenedores que han ido perdiendo con el tiempo todo su primor…) todos los envases de vidrio que con cuidado y responsabilidad solíamos preservar, todo el papel reciclable y toda la montaña plástica que nuestro “estilo de vida” nos obliga a recibir y consumir diariamente.

Un claro retroceso, que  caracteriza no ya sólo a Maldonado sino a todo el Uruguay.

Nos hemos referido a las aguas afectadas por la producción celulósica, y a la afectada por los desperdicios del aceite quemado. Pero, ¿qué decir del estropicio de prácticamente la inmensa mayoría de nuestras corrientes de agua por la presencia de contaminantes químicos, provenientes de la agroindustria?

Contra semejante deterioro ambiental el recurso no ha sido diagnosticar sino escamotear los datos. ¿Qué sabemos de las enfermedades producidas por los agrotóxicos? De eso no se habla. Parecería que las direcciones y ministerios relacionados con temas tan urticantes estuvieran a cargo de los tres monos sabios; que no escuchan, no ven ni dicen nada.

Ni la prensa que funciona como eco de las empresas ni las propias empresas con supuesto compromiso ambiental parecen tener una palabra al respecto. Como si viviéramos en el mejor de los mundos.

Sin embargo, proliferan (proliferaban y todavía se ven) en estaciones de servicios, en reparticiones públicas, receptáculos diferenciados para recibir papel y cartón, vidrio, plásticos (lavados y secados), metales; una infraestructura que revela una problemática, sin duda vigente en nuestro país. 

Dos problemáticas: la primera, que tales repositorios se van usando sin atender los carteles respectivos, y uno ve restos alimentarios en donde se pide recoger vidrios, o papel en los destinados a plásticos. 

La segunda es que en las instancias de recolección un transporte descarga todo lo que se ha acumulado en los respectivos depósitos en un único sitio indiferenciado. Con lo cual, uno advierte que se trata más de una mise-en-scène que de una práctica real, ecológica.

Así, el panorama ambiental de nuestro país es desolador. Recordemos que hace ya muchos años, algún pícaro político acuñó aquello de ”Uruguay natural”, una consigna para atraer turismo, no para cuidar la salud ambiental, y que parece haber impregnado un modo de relacionarnos con el ambiente, que por lo visto ha “hecho escuela”.

Caminando por las calles de la pequeña ciudad que habito, puedo contar los camiones que veo parados en rutas, avenidas o calles, atendiendo una tarea, una reparación, un trámite, un descanso, con el motor encendido. Cinco, diez minutos, media hora. La contaminación resultante y gratuita pasa totalmente inadvertida. Hay países donde si un vehículo detenido mantiene encendido el motor más de 3 minutos (y en otros países, más de uno) recibe una multa y de las pesadas. Porque se pena andar contaminando gratuitamente. Países que toleran y hasta fomentan el uso de vehículos automotores, pero que se ponen muy severos contra una contaminación sin sentido, por pura comodidad, inercia o ignorancia.  

Enclavado en un paisaje con un enorme despliegue de verde, que ha llevado a la administración municipal a implantar enormes contenedores para la recolección de ramaje, no se ha intentado siquiera montar una usina con biomasa. Que sería una magnifica forma de recuperación energética (siempre que empresarios entusiastas no desmonten hasta pelar el suelo para incrementar el rendimiento…); baste pensar que algunos poblados pequeños, por ejemplo en Suecia, con pocos miles de habitantes, logran calefaccionarse solo con biomasa. Y recordemos que Suecia cuenta con inviernos de varios meses con temperatura bajo cero…  

Estos pantallazos que he procurado brindar al lector, nos muestran cuán lejos estamos de un enfoque mínimamente ecológico en nuestro querido Uruguay. Evitemos seguir cayendo en el penoso refrán que señalé en el título.


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