DEVOLVER LA DEUDA AL REMITENTE. LA GENTE PROPONE OTRAS SOLUCIONES A LA CRISIS MUNDIAL.
ESCRIBE NAOMI KLEIN
EL G-20 ES UNA INSTITUCIÓN AD HOC QUE CARECE DE LA LEGITIMIDAD DE LAS NACIONES UNIDAS.
Durante la cumbre del G-20 que se realizó en el pasado mes de junio, mi ciudad pareció una escena del crimen. Y todos los criminales desaparecían en la noche, huyendo de la escena. No, no estoy hablando de los chicos vestidos de negro que rompieron ventanas y escaparates y quemaron autos policiales. Estoy hablando de los jefes de Estado que rompieron las redes de seguridad social y quemaron buenos empleos en el medio de una recesión. Frente a los efectos de una crisis creada por los estratos privilegiados del mundo, decidieron pasarle la cuenta a la gente más pobre y vulnerable de sus países. Si no, de qué otra manera podemos interpretar el comunicado final del G-20, que ni siquiera incluye un miserable impuesto a los bancos y a las transacciones financieras, y que, sin embargo, aconseja a los gobiernos bajar drásticamente sus déficit a la mitad para el año 2013. Es un enorme y escandaloso recorte, y debemos tener muy claro quién pagará el precio: los estudiantes que verán cómo su educación se deteriora aún más con el aumento de los aranceles; los jubilados que perderán beneficios duramente ganados; los empleados del sector público que perderán sus trabajos. Y la lista sigue. Esa clase de recortes ya empezaron a producirse en muchos países del grupo, y están a punto de hacerse más graves. Por ejemplo, reducir el déficit calculado para 2010 en Estados Unidos, en ausencia de un considerable aumento impositivo, implicaría un recorte de la friolera de 780.000 millones de dólares. Estos recortes se producen por una sencilla razón. Cuando el G-20 se reunió en Londres, en 2009, en el momento más álgido de la crisis financiera, los líderes no se unieron para regular el sector financiero para que esa clase de crisis no volviera a suceder. Sólo nos dieron una retórica vacía y el acuerdo de poner billones de dólares del dinero público sobre la mesa para apuntalar a los bancos de todo el mundo. Mientras tanto, el gobierno de Estados Unidos hizo muy poco para que la gente conservara su vivienda y su empleo, así es que, además de la hemorragia sufrida por los fondos públicos con el propósito de salvar a los bancos, la base impositiva colapsó, y creó una deuda completamente previsible y una crisis deficitaria. En la pasada cumbre, el primer ministro de Canadá, Stephen Harper, convenció a los otros líderes de que sencillamente no sería justo castigar a los bancos que se habían comportado bien y no habían creado la crisis (pese al hecho de que los muy protegidos bancos de Canadá son instituciones constantemente redituables y podían absorber los impuestos con facilidad). Sin embargo, por algún motivo, estos líderes no manifestaron ninguna preocupación por la justicia cuando decidieron castigar a individuos inocentes por una crisis creada por comerciantes de derivados y reguladores ausentes. En esos días, el Globe and Mail, de Toronto, publicó un fascinante artículo sobre los orígenes del G-20. La idea de su creación fue concebida en una reunión celebrada en 1999 entre el ministro de Finanzas de Canadá, Paul Martin, y su contraparte estadounidense, Lawrence Summers (algo muy interesante en sí mismo, ya que Summers en ese momento desempeñaba un rol central en la creación de las condiciones que provocaron esta crisis financiera, al permitir la existencia de una oleada de consolidación bancaria y negarse a regular los instrumentos financieros derivados). Los dos hombres querían ampliar el Grupo de los 7, pero solamente a países que consideraban estratégicos y seguros. Debían hacer una lista, pero aparentemente no tenían papel a mano. Entonces, según los periodistas John Ibbitson y Tara Perkins, "los dos hombres tomaron un sobre de papel manila, lo pusieron sobre la mesa y entre ambos empezaron a bosquejar el esquema de un nuevo orden mundial". Así nació el G-20. La anécdota es un buen recordatorio de que la historia está determinada por las decisiones humanas, y no por las leyes naturales. Summers y Martin cambiaron el mundo con las decisiones que garrapatearon en el dorso de ese sobre. Pero eso no implica que los ciudadanos de los países del G-20 deban aceptar las órdenes de este club de miembros escogidos. Los trabajadores, jubilados y estudiantes ya han salido a la calle para protestar contra las medidas de austeridad en Italia, Alemania, Francia, España y en Grecia, marchando frecuentemente bajo el eslogan: "No pagaremos por su crisis". Y han elaborado muchas sugerencias sobre la manera de aumentar los ingresos para compensar así sus respectivos déficit presupuestarios. Muchos de ellos piden un impuesto a las transacciones financieras que disminuiría la circulación y la licuación del dinero y recaudaría nuevos fondos destinados a los programas sociales y a paliar el cambio climático. Otros requieren crecidos impuestos a los responsables de la polución, que servirían para financiar el costo de enfrentar los efectos del cambio climático y la necesidad de prescindir de los combustibles fósiles. Y concluir las guerras en las que se vienen sufriendo derrotas es siempre un medio efectivo de ahorrar. El G-20 es una institución ad hoc que carece de la legitimidad de las Naciones Unidas. Como tan sólo ha tratado de endosarnos la crecida factura de una crisis de cuya creación casi ninguno de nosotros ha sido responsable, propongo que imitemos a Martin y Summers. Demos vuelta el sobre, y escribamos en el dorso: devolver al remitente. Por Naomi Klein Fuente: diario “La Nación” Más información: www.lanacion.com.ar