“No hay instancias para controlar a las multinacionales”
Entrevista a Erika González y Pedro Ramiro, investigadores del
Observatorio de Multinacionales América Latina
Berta del RíoLa Marea
Desde 2003, Telefónica, Santander, Endesa y muchas otras empresas saben que tienen tras ellas la lupa de los investigadores del Observatorio de Multinacionales América Latina (OMAL). Ante un mapa colombiano de puntos de extracción de recursos y zonas de comunidades indígenas, nos reciben los investigadores Erika González y Pedro Ramiro en su despacho de la Gran Vía de Madrid, igual que lo han hecho con algunos representantes de las más influyentes empresas españolas. A ellas, en cambio, les han dejado su clara su postura; no se dialoga si no es en un debate público, algo que las empresas raramente han aceptado.
¿Se está preparando Europa para la vuelta de la pobreza?
P: El último año se está acelerando el cambio de discurso de la lucha contra la pobreza. Es una evidencia que el discurso de la lucha contra la pobreza está dejando de ser exclusivo de los países del sur. La pobreza en Europa vuelve a ser una realidad. De hecho, está empezando a tener más peso la pobreza “de aquí”, que la “de allí”. Está calando como justificación para acabar con la cooperación, pues se repite el argumento de que “ya tenemos bastante con los pobres de aquí”. Todavía no estamos en las mismas condiciones que tras las medidas de ajuste estructural que se dieron allí, pero vamos de camino a ello. Por eso algunas empresas ya están trasladando aquí modelos de negocio de América Latina.
Como por ejemplo…
P: Las monodosis de Unilever. No puedes pagar 1 litro, pero sí 5 envases pequeños. El objetivo es conseguir que la gente más pobre pueda seguir consumiendo estos productos.
¿Evidencia este ejemplo un cambio de estrategia de las transnacionales para adaptarse a la crisis?
P: La rueda del capitalismo exige un crecimiento continuado para que no caiga la máquina y, en el caso de Latinoamérica, por ejemplo, ya no es suficiente con las élites que se incorporaron al mercado al principio. Les es necesario extender los nichos de mercado y abrirse a los que antes no les resultaban rentables porque han agotado las clases altas y medias altas. Se ve muy bien en el caso de los bancos: en América Latina el 60% de la población no domicilia su nómina, a partir de una serie de programas de responsabilidad social como los del BBVA, de negocios inclusivos y de microcréditos la idea es que toda esta gente pase a ser clientes a medio plazo. Y luego hay toda una argumentación de que eso es positivo para el desarrollo. Pues bien, todo eso se repite en el sector de las comunicaciones, de la electricidad, en el agua…
¿Pero las empresas transnacionales no producen beneficios sociales, por ejemplo, al crear empleo?
E: Eso es algo que nosotros también contra-argumentamos, si es cierto o no que la internacionalización de las empresas produce beneficios, tanto en el lugar donde van, como del que proceden. Muchas de las multinacionales españolas que están en los países del sur pertenecen al sector servicios y no van a crear una nueva empresa, sino a comprar una existente a buen precio. Para recuperar rápidamente la inversión recurren a la reducción de costes, generalmente laborales a través de la subcontratación en estos países. Así, Telefónica en 2010 recortó un 20% su plantilla española a la vez que marcaba un récord de beneficio de cerca de 10.000 millones de euros. Conclusión: la obtención de enormes beneficios no repercute en el empleo en el estado español, sino todo lo contrario.
P: El empleo se debe medir en calidad y cantidad del mismo. Cada vez que Telefónica alardea de la gran cantidad de trabajadores que tiene deberíamos comparar con el número que tenía hace 10 años. Y hay que tener en cuenta también la calidad, es decir, ahora los trabajadores son subcontratados, externalizados, con cada vez menos sueldo, más horario y sin derechos sindicales. No se puede concluir que el balance es positivo para los trabajadores.
Si no repercute en el país en el que opera, ni del que procede, ¿adónde va el dinero?
P: Al bolsillo del accionista y los grandes ejecutivos. En 2010, con ese récord histórico, el 70% de los beneficios fue en dividendos a los accionistas. Eso sin contar los sueldos millonarios de sus directivos, como el de su presidente, que se calcula ronda los 10 millones de euros anuales. Todo el rato tratamos de desmantelar el mito de “nuestras empresas” por el mundo, esas empresas son propiedad de sus accionistas y les rinden beneficio a ellos, a sus grandes ejecutivos y a los políticos que las favorecen y que luego forman parte del entramado de puertas giratorias del que beneficiarse.
En un fragmento del documental The Corporation, aparece Michael Moore, que tras hablar con el dueño de Nike explica que era obvio que éste no había estado nunca en sus fábricas. ¿Son conscientes los directivos de lo que hacen sus empresas?
P: En The Corporation se ve muy bien con el propietario de Shell, cuando los activistas acaban tomando té en el jardín con él y su mujer. Como dice Noam Chomsky, “analizar una corporación es como analizar al propietario de un esclavo, tienes que distinguir entre la institución (la esclavitud) y el individuo.” Aún así, empresa como tal no es sino las personas que la dirigen, más que los que trabajan en ella. No tengo ninguna duda de que grandes accionistas saben los efectos que tienen en el planeta sus empresas.
¿Pero estas personas y sus corporaciones tienen margen de maniobra dentro del capitalismo?
E: El margen es muy limitado, más allá de algún tipo de medida muy concreta que pueda dar un beneficio local temporal. El propio sistema no permite hacer cambio estructural alguno.
¿Por qué?
E: La máxima del capitalismo es el máximo beneficio en el menor plazo posible. Además, los accionistas exigen una retribución de mínimo dos dígitos año tras año. La manera de conseguir ese beneficio no puede ser a través del respeto de los derechos ambientales, de los derechos humanos, laborales… porque esto conlleva un coste y un límite del beneficio privado. En una lógica “para que no me coman, yo tengo que comerme al de al lado”, es imposible que una multinacional intente ser “de las buenas.”
Son las propias empresas las que se obligan a tener esa actitud…
P: Claro. Repsol está haciendo todo tipo de artificios contables para mantener sus indicadores de crecimiento y sus beneficios ahora que no tiene YPF porque si no pasado mañana, que presumiblemente es lo que pasará, será absorbida por una empresa china o rusa.
Entonces, ¿cómo y quién puede frenar esto?
P: Sin un cambio en la filosofía del modelo económico es imposible salir de ahí.
¿Y quién las vigila?
P: Nadie. No hay instancias nacionales e internacionales creadas para controlar empresas.
¿No hay interés?
P: Hay interés en que no las haya. No hay interés en controlar a las empresas a nivel internacional. En los años 70 en Naciones Unidas se quiso crear un centro internacional de seguimiento para las empresas transnacionales y hacer una normativa internacional o al menos un código, igual que hay sobre los derechos humanos. No fue posible porque los grandes lobbies empresariales y los grandes gobiernos de los países del centro se opusieron a ello. Al final lo que ha primado es la responsabilidad social corporativa y los códigos de buena conducta: papel mojado a nivel legal.
¿Y cómo reaccionan los pueblos a esta falta de vigilancia?
P: Hay países como Bolivia que históricamente tienen una tradición de lucha social, conquistas, nacionalizaciones y expulsión de las oligarquías capitalistas. Aquí, en cambio seguimos teniendo la cultura de la transición, del pacto y del consenso, sobre todo de no disputarle a las clases altas sus privilegios. No tenemos ejemplos de lucha social que nos digan cómo tenemos que reivindicar las cosas. Estamos buscando en ese tipo de conquistas y referentes que puedan ser un ejemplo de adonde queremos ir.
¿Qué países están cambiando las reglas del juego para las trasnacionales?
P: Aunque no son el ejemplo a seguir en muchos aspectos, países como Bolivia, Venezuela y Ecuador están cambiando las condiciones de fiscalidad a las multinacionales, que es un muy buen primer paso. Pero a medio plazo hay una discusión a abordar sobre el modelo de desarrollo. Si no se disputa la pelea de la propiedad de los medios de producción y éstos siguen estando en manos de las oligarquías nacionales o élites transnacionales no va a haber un cambio en las relaciones de poder.
¿Se acelerará todo cuando el planeta diga ‘basta’?
E: Está mal vista la palabra decrecimiento, y más ahora que estamos haciéndolo a la fuerza, pero muchos ecologistas nos están avisando de que vamos a tener que decrecer, bien sea por las malas (con desastres para todos y riqueza para algunos), o planteándonos otro modelo de redistribución que impida eso y en el que el decrecimiento sea justo socialmente. Porque lo que ya es obvio es que esta situación de colapso ambiental va a llegar sí o sí.
Nuevas ideas están surgiendo en el plano teórico. La Economía del Bien Común de Christian Felber propone, por ejemplo, que se “premie” con mejores condiciones fiscales a las empresas que sean respetuosas con sus trabajadores y el entorno. ¿Sería un buen comienzo para construir un nuevo modelo?
P: La realidad es que no se puede, hay todo un entramado legal de tratados de libre comercio y bilaterales y acuerdos de la Organización Mundial del Comercio y el Fondo Monetario Internacional que impiden que un país pueda poner incentivos fiscales a las empresas que traten bien a sus trabajadores y respeten los derechos fundamentales.
¿Qué podemos hacer ante esto?
P: Como pasos prioritarios, abrir un debate público y reapropiarse de los sectores privatizados mediante la nacionalización y, una vez sea público, decidir cuál es el sujeto de decisión. ¿Público o común?
E: Hay un montón de líneas que se pueden abordar, por ejemplo, la línea de la auditoría de la deuda ilegítima. El movimiento de protesta contra la privatización de la sanidad y la educación en el Estado español es también una lucha por otro modelo y porque no incremente el poder de las transnacionales aumentando su negocio sobre bienes y servicios básicos para la población. Las cooperativas de consumo, fuera de la lógica de la mercantilización, son otra vía. Todas esas propuestas, ensayos y experimentos son muy válidas para ir caminando hacia otros modelos, sobre todo si se dan en un contexto de gran movilización social. No hay una receta única.
Fuente: http://www.lamarea.com/2013/01/27/no-hay-instancias-para-controlar-a-las-multinacionales/ - Imagenes: http://www.periodistas-es.org¿Se está preparando Europa para la vuelta de la pobreza?
P: El último año se está acelerando el cambio de discurso de la lucha contra la pobreza. Es una evidencia que el discurso de la lucha contra la pobreza está dejando de ser exclusivo de los países del sur. La pobreza en Europa vuelve a ser una realidad. De hecho, está empezando a tener más peso la pobreza “de aquí”, que la “de allí”. Está calando como justificación para acabar con la cooperación, pues se repite el argumento de que “ya tenemos bastante con los pobres de aquí”. Todavía no estamos en las mismas condiciones que tras las medidas de ajuste estructural que se dieron allí, pero vamos de camino a ello. Por eso algunas empresas ya están trasladando aquí modelos de negocio de América Latina.
Como por ejemplo…
P: Las monodosis de Unilever. No puedes pagar 1 litro, pero sí 5 envases pequeños. El objetivo es conseguir que la gente más pobre pueda seguir consumiendo estos productos.
¿Evidencia este ejemplo un cambio de estrategia de las transnacionales para adaptarse a la crisis?
P: La rueda del capitalismo exige un crecimiento continuado para que no caiga la máquina y, en el caso de Latinoamérica, por ejemplo, ya no es suficiente con las élites que se incorporaron al mercado al principio. Les es necesario extender los nichos de mercado y abrirse a los que antes no les resultaban rentables porque han agotado las clases altas y medias altas. Se ve muy bien en el caso de los bancos: en América Latina el 60% de la población no domicilia su nómina, a partir de una serie de programas de responsabilidad social como los del BBVA, de negocios inclusivos y de microcréditos la idea es que toda esta gente pase a ser clientes a medio plazo. Y luego hay toda una argumentación de que eso es positivo para el desarrollo. Pues bien, todo eso se repite en el sector de las comunicaciones, de la electricidad, en el agua…
¿Pero las empresas transnacionales no producen beneficios sociales, por ejemplo, al crear empleo?
E: Eso es algo que nosotros también contra-argumentamos, si es cierto o no que la internacionalización de las empresas produce beneficios, tanto en el lugar donde van, como del que proceden. Muchas de las multinacionales españolas que están en los países del sur pertenecen al sector servicios y no van a crear una nueva empresa, sino a comprar una existente a buen precio. Para recuperar rápidamente la inversión recurren a la reducción de costes, generalmente laborales a través de la subcontratación en estos países. Así, Telefónica en 2010 recortó un 20% su plantilla española a la vez que marcaba un récord de beneficio de cerca de 10.000 millones de euros. Conclusión: la obtención de enormes beneficios no repercute en el empleo en el estado español, sino todo lo contrario.
P: El empleo se debe medir en calidad y cantidad del mismo. Cada vez que Telefónica alardea de la gran cantidad de trabajadores que tiene deberíamos comparar con el número que tenía hace 10 años. Y hay que tener en cuenta también la calidad, es decir, ahora los trabajadores son subcontratados, externalizados, con cada vez menos sueldo, más horario y sin derechos sindicales. No se puede concluir que el balance es positivo para los trabajadores.
Si no repercute en el país en el que opera, ni del que procede, ¿adónde va el dinero?
P: Al bolsillo del accionista y los grandes ejecutivos. En 2010, con ese récord histórico, el 70% de los beneficios fue en dividendos a los accionistas. Eso sin contar los sueldos millonarios de sus directivos, como el de su presidente, que se calcula ronda los 10 millones de euros anuales. Todo el rato tratamos de desmantelar el mito de “nuestras empresas” por el mundo, esas empresas son propiedad de sus accionistas y les rinden beneficio a ellos, a sus grandes ejecutivos y a los políticos que las favorecen y que luego forman parte del entramado de puertas giratorias del que beneficiarse.
En un fragmento del documental The Corporation, aparece Michael Moore, que tras hablar con el dueño de Nike explica que era obvio que éste no había estado nunca en sus fábricas. ¿Son conscientes los directivos de lo que hacen sus empresas?
P: En The Corporation se ve muy bien con el propietario de Shell, cuando los activistas acaban tomando té en el jardín con él y su mujer. Como dice Noam Chomsky, “analizar una corporación es como analizar al propietario de un esclavo, tienes que distinguir entre la institución (la esclavitud) y el individuo.” Aún así, empresa como tal no es sino las personas que la dirigen, más que los que trabajan en ella. No tengo ninguna duda de que grandes accionistas saben los efectos que tienen en el planeta sus empresas.
¿Pero estas personas y sus corporaciones tienen margen de maniobra dentro del capitalismo?
E: El margen es muy limitado, más allá de algún tipo de medida muy concreta que pueda dar un beneficio local temporal. El propio sistema no permite hacer cambio estructural alguno.
¿Por qué?
E: La máxima del capitalismo es el máximo beneficio en el menor plazo posible. Además, los accionistas exigen una retribución de mínimo dos dígitos año tras año. La manera de conseguir ese beneficio no puede ser a través del respeto de los derechos ambientales, de los derechos humanos, laborales… porque esto conlleva un coste y un límite del beneficio privado. En una lógica “para que no me coman, yo tengo que comerme al de al lado”, es imposible que una multinacional intente ser “de las buenas.”
Son las propias empresas las que se obligan a tener esa actitud…
P: Claro. Repsol está haciendo todo tipo de artificios contables para mantener sus indicadores de crecimiento y sus beneficios ahora que no tiene YPF porque si no pasado mañana, que presumiblemente es lo que pasará, será absorbida por una empresa china o rusa.
Entonces, ¿cómo y quién puede frenar esto?
P: Sin un cambio en la filosofía del modelo económico es imposible salir de ahí.
¿Y quién las vigila?
P: Nadie. No hay instancias nacionales e internacionales creadas para controlar empresas.
¿No hay interés?
P: Hay interés en que no las haya. No hay interés en controlar a las empresas a nivel internacional. En los años 70 en Naciones Unidas se quiso crear un centro internacional de seguimiento para las empresas transnacionales y hacer una normativa internacional o al menos un código, igual que hay sobre los derechos humanos. No fue posible porque los grandes lobbies empresariales y los grandes gobiernos de los países del centro se opusieron a ello. Al final lo que ha primado es la responsabilidad social corporativa y los códigos de buena conducta: papel mojado a nivel legal.
¿Y cómo reaccionan los pueblos a esta falta de vigilancia?
P: Hay países como Bolivia que históricamente tienen una tradición de lucha social, conquistas, nacionalizaciones y expulsión de las oligarquías capitalistas. Aquí, en cambio seguimos teniendo la cultura de la transición, del pacto y del consenso, sobre todo de no disputarle a las clases altas sus privilegios. No tenemos ejemplos de lucha social que nos digan cómo tenemos que reivindicar las cosas. Estamos buscando en ese tipo de conquistas y referentes que puedan ser un ejemplo de adonde queremos ir.
¿Qué países están cambiando las reglas del juego para las trasnacionales?
P: Aunque no son el ejemplo a seguir en muchos aspectos, países como Bolivia, Venezuela y Ecuador están cambiando las condiciones de fiscalidad a las multinacionales, que es un muy buen primer paso. Pero a medio plazo hay una discusión a abordar sobre el modelo de desarrollo. Si no se disputa la pelea de la propiedad de los medios de producción y éstos siguen estando en manos de las oligarquías nacionales o élites transnacionales no va a haber un cambio en las relaciones de poder.
¿Se acelerará todo cuando el planeta diga ‘basta’?
E: Está mal vista la palabra decrecimiento, y más ahora que estamos haciéndolo a la fuerza, pero muchos ecologistas nos están avisando de que vamos a tener que decrecer, bien sea por las malas (con desastres para todos y riqueza para algunos), o planteándonos otro modelo de redistribución que impida eso y en el que el decrecimiento sea justo socialmente. Porque lo que ya es obvio es que esta situación de colapso ambiental va a llegar sí o sí.
Nuevas ideas están surgiendo en el plano teórico. La Economía del Bien Común de Christian Felber propone, por ejemplo, que se “premie” con mejores condiciones fiscales a las empresas que sean respetuosas con sus trabajadores y el entorno. ¿Sería un buen comienzo para construir un nuevo modelo?
P: La realidad es que no se puede, hay todo un entramado legal de tratados de libre comercio y bilaterales y acuerdos de la Organización Mundial del Comercio y el Fondo Monetario Internacional que impiden que un país pueda poner incentivos fiscales a las empresas que traten bien a sus trabajadores y respeten los derechos fundamentales.
¿Qué podemos hacer ante esto?
P: Como pasos prioritarios, abrir un debate público y reapropiarse de los sectores privatizados mediante la nacionalización y, una vez sea público, decidir cuál es el sujeto de decisión. ¿Público o común?
E: Hay un montón de líneas que se pueden abordar, por ejemplo, la línea de la auditoría de la deuda ilegítima. El movimiento de protesta contra la privatización de la sanidad y la educación en el Estado español es también una lucha por otro modelo y porque no incremente el poder de las transnacionales aumentando su negocio sobre bienes y servicios básicos para la población. Las cooperativas de consumo, fuera de la lógica de la mercantilización, son otra vía. Todas esas propuestas, ensayos y experimentos son muy válidas para ir caminando hacia otros modelos, sobre todo si se dan en un contexto de gran movilización social. No hay una receta única.