"El capitalismo no puede ser verde"


Entrevista a Jean-Luc Mélenchon

Rue89

   «No se trata de tontear, se trata de coherencia intelectual». El líder del Front de Gauche se apoya en la ecología para «proponer una mayoría alternativa de izquierda». Jean-Luc Mélenchon tenía ideas rojas. Helo aquí que vuelve con un discurso muy verde. Tras las «muertes» sucesivas del comunismo de Estado y de la socialdemocracia, propone refundar la doctrina socialista en la ecología política. El resultado se bautiza como «ecosocialismo». Este «ecosocialismo» es una tentativa de modernización ideológica. Es también una apuesta estratégica que debería permitirle, espera Mélenchon, congregar tras de sí a una gran parte del movimiento ecologista y constituir «una mayoría alternativa de izquierda». Convencido de que la crisis juega a su favor, el copresidente del Parti de Gauche [Partido de Izquierda] advierte del «bloqueo» del país. Y ofrece sus servicios a François Hollande: «Estoy listo para ser primer ministro». 

Rue89: Vuelve usted como cantor del «ecosocialismo». ¿En qué se diferencia de la «social-ecología» defendida por el PS? 
Jean-Luc Mélenchon: ¡Encantado de enterarme de que el PS defiende una idea! Pero cuando habla usted de social-ecología, contempla una ecología con la preocupación por lo social. O bien lo social con sensibilidad ecologista. Eso se queda en la superficie, sin tocar el fondo del sistema. Ecosocialismo es socialismo. Es la nueva definición de la gestión socialista. Los dos grandes modelos de organización del pensamiento y la acción socialistas se han hundido. El primero, el comunismo de Estado, con un fracaso cuyo eco aún se escucha. El segundo, la socialdemocracia, mucho más suavemente, por más que haya mucha gente que crea todavía que no está acabada. Para hacer socialdemocracia, se precisa un vínculo entre partido y sindicato y construir el Estado social. Ahora bien, ninguno de los llamados partidos socialdemócratas de la Europa del Norte mantiene un vínculo privilegiado con los sindicatos. Y no sólo no construyen el estado social sino que lo destruyen. La capitulación ante las finanzas de Papandreu en Grecia ha terminado el ciclo socialdemócrata. Esta máquina está muerta, es un astro muerto, una configuración electoral que se aguanta por la pintura y los oropeles que lleva, pero que ya no tiene contenido ni subversivo ni emancipador. 
La «gestión socialista», como usted dice, nunca ha brillado por su preocupación ecologista...
 Al empezar a aplicarse el comunismo por vez primera en la historia en un país subdesarrollado, la dimensión del desarrollo de las fuerzas productivas terminó por ocupar todo el espacio, hasta el punto de que se confundió el socialismo con el desarrollo de las fuerzas productivas sin ninguna visión crítica del contenido ni de lo que se producía, ni de cómo se producía ni a qué precio para el metabolismo hombre-naturaleza. En cuanto a la socialdemocracia, tiene una incapacidad radical de ser ecologista, puesto que se impone como objetivo repartir los frutos del crecimiento. No solamente cuenta con no tocar el núcleo del pastel principal sino que como se propone repartir lo que haya, no puede hacer nada sin crecimiento permanente e infinito. Ahora bien, el ecosistema es limitado...De hecho, la relación del hombre con la naturaleza era algo impensado en el socialismo. Sin embargo, disponíamos de toda clase de materiales para reflexionar. 
¿En qué está usted pensando? 
  ¡En el marxismo! Ese ha sido, por otra parte, un momento de mi recorrido intelectual bastante estimulante cuando he vuelto a sumergirme en Marx. Otros lo habían hecho antes que yo, pero yo no había seguido sus trabajos. Intenté acordarme de cómo planteaba Marx las relaciones del hombre y la naturaleza. No me acordaba más que de una expresión: definía la naturaleza como «cuerpo inorgánico del hombre». Gracias a las maravillas de los motores de búsqueda, he vuelto a caer justo en el texto en el que Marx ha descrito con detalle el hecho de que el hombre y la naturaleza constituyen una sola e idéntica entidad frente a la cual el capitalismo ejerce un efecto de agotamiento. El ecosocialismo no es otra cosa que la doctrina del movimiento socialista refundada en el paradigma de la ecología política. La gran diferencia con el pasado es que vamos a interesarnos por el contenido: lo que se produce, por qué se produce, cómo se produce. 
¿Cómo se toman esas decisiones? 
  Con la «regla verde». Una regla de lo más simple: no avanzar nunca por una vía en la que se gaste más de lo que puede reconstituirse. Una deuda soberana o privada son simples juegos sobre el papel. La deuda ecológica es una realidad objetiva. 
¿Cuándo comenzó usted esta evolución intelectual? Viene usted de un universo productivista, nucleófilo… 
Sí, lo que antes se llamaba la primera izquierda. Mi evolución comenzó con la cuestión nuclear. Con Chernobil. Desde luego, antes estuvo [el accidente de] Three Mile Island [Pensilvania, en julio de 1979], pero para mí eso resultaba un poco teórico. Chernobil fue una sacudida de primer orden. Como en aquella época era representante electo de la región parisina, planteé una pregunta sobre la central de Nogent. Después, solicité visitarla, y me recibieron muy bien. Y tomé conciencia de la fragilidad de todo eso. Se tambaleó el muro de mis certezas. Para mí, hasta entonces, eso funcionaba, estaba controlado. No había entendido siquiera cómo funcionaba una central. Como mucha gente, yo creía que lo esencial de la central era ese trasto grande que echa humo. No le había puesto interés. Me acerqué a los ecologistas, leí documentos que no quería leer y, una cosa con otra, tomé consciencia de la crisis ecológica. Pero siempre bajo un ángulo de conquista y progresista. 
¿Es decir que...? 
El voluntarismo del socialismo se mantiene en mí intacto. Me tomo todo esto como un desafío intelectual: si no hay nucleares, ¿qué hacemos, y cómo? Tengo predilección por las técnicas más rústicas, las que se pueden compartir más fácilmente entre la humanidad universal: una central de geotermia profunda es un agujero en la tierra. Mientras que la nuclear supone un nivel de sofisticación monstruoso... 
¿Cree usted que sus amigos comunistas se van a dejar pintar de verde? 
  La oportunidad que teníamos al crear el Partido de Izquierda era empezar de nuevo un partido. Y se acercaban quienes se reconocían en él. Así pues, hemos podido tomar partido por el ecologismo desde el principio. El desafío más grande consistía, para nosotros, en no poner, a la antigua, una capa de socialismo, una capa de ecología, una capa de República y vuelta a empezar. No se trataba solamente de una labor para pintarse de verde, como dice usted. Aquellos de nosotros que procedemos de la rama socialista y republicana tuvimos que ecologizarnos; los que eran ecologistas debían republicanizarse. Ha sido necesario distanciarse de las caricaturas. La República no es más que la colonización y el ejército; los ecologistas no son gente que se ilumina obligatoriamente con velas y rechaza el progreso. 
Mi pregunta se refería sus aliados comunistas...
 La posición comunista se encuentra completamente extendida entre los dos límites de lo posible en materia de ecología política: un fundamentalismo bastante radical por un lado finalidad y una crasa indiferencia por el otro. Sin embargo, colectivamente, hay una toma de conciencia que consiste en volver a las fuentes del ideal comunista, de bien común de la humanidad. Mire cómo se ha arreglado la cuestión nuclear... 
Ha remitido usted todo esto a un gran debate nacional, como habría hecho François Hollande 
  ¡No! ¡No! ¡No! Nos hemos puesto de acuerdo en primer lugar sobre la necesidad de salir de las energías que desprenden carbono. ¿Se ha dado usted cuenta? Todo lo que nos rodea funciona con energías de carbono. Eso también quiere decir: nada de gas de esquisto. En el caso de las nucleares, todo el mundo está dividido. El futuro deseable estriba en convencer de que tenemos razón al querer salir de la energía nuclear. ¿Cómo saber si lo hemos logrado? Mediante el voto, de ahí la idea de un referéndum. Eso no tiene nada que ver con el hecho de echar balones fuera con un gran debate nacional. 
En términos estratégicos ¿pone usted este tema sobre la mesa también para seducir a los verdes? 
  No importa qué postura sea la destinada a convencer y captar. Pero no de manera falaz. Lo fundamental de nuestra adhesión al paradigma de la ecología política es que no se trata de tontear, se trata de coherencia ideológica. Cómo se quiere estar por la emancipación de la humanidad y considerar entre otras sandeces de los social-liberales: * que el cambio climático no es el asunto primordial; * que las nucleares, ya veremos en otro momento; * que los modos de producción y de consumo, todo eso está bien, pero, caray, es cosa de la libertad individual; * sin olvidar la política de oferta ahora defendida por el jefe del Estado. 
¿Qué tiene usted en contra de la política de oferta?   
No se puede ser de izquierdas y defender una política de oferta. Es decir, sin que importe qué producir ni cómo desde el momento en que se vende a todo el mundo porque han adoptado la idea de que el verdadero motor de la economía estriba en exportar. He tenido largas discusiones sobre este tema con camaradas en Venezuela o en Uruguay que se asombraban de mis posiciones. ¿De qué les sirve redistribuir la riqueza si es para copiar el modo de vida de los norteamericanos. ¿Se trata de hacer avanzar el ideal de emancipación humana o de ampliar el campo de la frustración? Hay allá cada vez menos pobres, pero dese una vuelta por las calles: todo el mundo lleva aparato dental a los 40, se pone pechos y se compra cacharros enormes como tanques para desplazarse por calles que no están hechas para eso. Todo esto para decirle que nosotros, los partidarios de la política de la demanda, no podemos pasar de lado en el debate sobre el contenido de lo que producimos. En la visión materialista del análisis de lo real, cada cosa tiene un valor de cambio y un valor de uso. Los socialistas se concentran en el valor de cambio, nosotros nos concentramos en el valor de uso. Esos son conceptos de base del marxismo. Los que los utilizan tal ve no están al corriente... Me dirá usted que eso se encuentra también en San Agustín; pues bien, cada cual puede sacarle su provecho. 
Ha evocado usted a sus amigos latinoamericanos. ¿Qué ha aprendido de ellos en sus encuentros de estos últimos meses? 
Para mí la principal fuente de enseñanzas de América Latina es la gestión de la conflictividad y su utilización como método de gobierno en un marco democrático. Pero en el plano ecológico, no ha sido un lugar de grandes revelaciones. O más bien, he visto que puede costarles muy caro no haberse tomado un tiempo para llevar a cabo una reflexión ecologista bastante profundizada. Tenemos un ejemplo de inmadurez ecológica en Venezuela: me fastidia decirlo, pero es la verdad. En Bolivia, estamos más en las relaciones de fuerza, es toda la historia de la Pachamama, a la que no me adhiero del todo. En cuanto a los argentinos, me hacen el efecto, como los uruguayos, en el mejor de los casos, de ser indiferentes. Desde luego, son los ecuatorianos los que han ido más lejos en una visión militante de la ecología política. Han inventado incluso el informe Yasuni ITT, esta voluntad de no explotar el petróleo y pedir una parte del valor de ese petróleo a la comunidad internacional como aportación a la emisión de gases de efecto invernadero. Es una idea que encuentro más competente que el derecho a contaminar, una estafa que no ha producido más que una sola cosa: un mercado de especulación y varios desastres industriales. Es el humo del pretendido capitalismo verde. Ahora bien, el capitalismo no puede ser verde. Jamás. 

(Entrevista realizada por Mathieu Deslandes, periodista de Rue89, publicación digital promovida por Le Nouvel Observateur.)
Imagenes: Rebelion- Jotesetxo Ezcurra


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