El PBI: un indicador económico al servicio del capitalismo
Dekrétika
El PIB es un buen indicador para el sistema capitalista, un indicador que sólo considera intercambios monetarios y que está ciego a la destrucción asociada a estos procesos.
Crecimiento económico e incremento del PIB avanzan a la par del aumento de la extracción de los recursos naturales y la generación de residuos, y que tratar de desacoplarlos mediante la ecoeficiencia no solamente no funciona, sino que causa el efecto rebote*; se ha visto también que las tecnologías salvadoras no sólo no han disminuido la presión sobre la naturaleza sino que ésta ha aumentado.
La trampa de los indicadores económicos
Los indicadores económicos codifican la realidad, para construir un conocimiento experto, un conocimiento teórico al que sólo tienen acceso los especialistas; las normas que rigen la vida diaria que determinan como significamos, cómo interpretamos, cómo vivimos nuestra vida, no están producidas a un nivel de igual a igual, de cara a cara, sino que parten del conocimiento experto en relación con el Estado.
Esta realidad esta descontextualizada del lugar donde vivimos, está arrancada del contexto, asociada al capital y a los aparatos administrativos del Estado. Sirven de herramienta a las clases dominantes, para imponer políticas, obligar a consensos y aplicar procedimientos en nombre de los números. El PIB es sólo uno de estos mecanismos. Un tótem para evaluar que país es desarrollado y cual está en vías de desarrollo; quienes son los ricos y quienes los pobres.
La desmaterialización de la economía
En pleno debate sobre las bases materiales de la economía mundial, irrumpió una idea: el progreso tecnológico aumentaría la eficiencia en el uso de los recursos, reduciendo la generación de residuos y la sustitución de las materias primas por otras más eficaces esta idea presagiaba una progresiva independencia del crecimiento económico respecto al consumo de energía y recursos naturales. Este proceso, que desliga crecimiento y límites, fue denominado desmaterialización de la economía.
Este mito se construye sobre una idea de la economía neoclásica: los recursos naturales y el capital, además del trabajo, son perfectamente sustituibles. Según esto una cantidad creciente de equipamientos, conocimientos y competencias podría conseguir mantener en el tiempo las capacidades de producción con cantidades significativamente menores de bienes naturales.
Lamentablemente, tal y como plantea Oscar Carpintero, la realidad no ha acompañado estos augurios optimistas y los costes ambientales de los nuevos procesos de fabricación, así como el aumento de consumo global muestran que la necesidad de considerar los límites es cada vez más perentoria.
*El efecto rebote
Aunque en algunos países industrializados se han conseguido mejorar algunos indicadores ambientales locales, sus economías, las más eficientes y avanzadas tecnológicamente, son las que gastan más materia y energía per cápita y esta evolución sigue una línea ascendente. La mejora de las condiciones ambientales en casa se ha conseguido a costa de deslocalizar las actividades más energívoras y contaminantes a terceros países que son los que se encargan de hacer el trabajo sucio.
Así, a pesar de que los países industrializados han ido disminuyendo el consumo de muchos recursos utilizados en cada unidad de producto fabricado, en términos absolutos éste se sigue incrementando, demostrando que las nuevas tecnologías no son sustitutivas sino complementarias a las tecnologías anteriores, aparte de que también dependan de flujos continuados de recursos naturales.
El efecto rebote desautoriza el supuesto papel prioritario de la ecoeficiencia (tomada en cuenta de forma aislada) en la resolución de problemas ambientales, y pone de manifiesto que, en contra de lo que se podría pensar, la eficiencia y el progreso tecnológico están estrechamente vinculados al incremento del consumo de materia y energía. Esto ocurre porque el progreso tecnológico obedece al objetivo del crecimiento de la economía, en lugar de responder a la búsqueda de la sostenibilidad y la equidad.
El fracaso de las promesas de la desmaterialización no deja otro camino que plantearse la vida de otro modo si no se quiere desembocar en un más que probable colapso. Se hace por lo tanto imprescindible una sociedad que abandone la lógica del crecimiento de modo que se consiga una reducción neta de la presión sobre los recursos naturales y los servicios ambientales, a la vez que se avance hacia condiciones de justicia social y equidad.
Oponerse al crecimiento y aprender a vivir con menos es la única opción razonable desde el punto de vista de la sostenibilidad.
Ideas extraídas de: Cambiar las gafas para mirar el mundo. Una nueva cultura de la sostenibilidad.
Yayo Herrero, Fernando Cembranos y Marta Pascual (Coords.) Coautores: Fernando Cembranos, Yayo Herrero, Marta Pascual, Antonio Hernández, Charo Morán, Nerea Ramírez, Álvaro Martínez de la Vega, Beatriz Errea, José Carlos Puentes, María González, Águeda Férriz, María Gª Teruel. Imagen: cultura10.com
El PIB es un buen indicador para el sistema capitalista, un indicador que sólo considera intercambios monetarios y que está ciego a la destrucción asociada a estos procesos.
Crecimiento económico e incremento del PIB avanzan a la par del aumento de la extracción de los recursos naturales y la generación de residuos, y que tratar de desacoplarlos mediante la ecoeficiencia no solamente no funciona, sino que causa el efecto rebote*; se ha visto también que las tecnologías salvadoras no sólo no han disminuido la presión sobre la naturaleza sino que ésta ha aumentado.
La trampa de los indicadores económicos
Los indicadores económicos codifican la realidad, para construir un conocimiento experto, un conocimiento teórico al que sólo tienen acceso los especialistas; las normas que rigen la vida diaria que determinan como significamos, cómo interpretamos, cómo vivimos nuestra vida, no están producidas a un nivel de igual a igual, de cara a cara, sino que parten del conocimiento experto en relación con el Estado.
Esta realidad esta descontextualizada del lugar donde vivimos, está arrancada del contexto, asociada al capital y a los aparatos administrativos del Estado. Sirven de herramienta a las clases dominantes, para imponer políticas, obligar a consensos y aplicar procedimientos en nombre de los números. El PIB es sólo uno de estos mecanismos. Un tótem para evaluar que país es desarrollado y cual está en vías de desarrollo; quienes son los ricos y quienes los pobres.
La desmaterialización de la economía
En pleno debate sobre las bases materiales de la economía mundial, irrumpió una idea: el progreso tecnológico aumentaría la eficiencia en el uso de los recursos, reduciendo la generación de residuos y la sustitución de las materias primas por otras más eficaces esta idea presagiaba una progresiva independencia del crecimiento económico respecto al consumo de energía y recursos naturales. Este proceso, que desliga crecimiento y límites, fue denominado desmaterialización de la economía.
Este mito se construye sobre una idea de la economía neoclásica: los recursos naturales y el capital, además del trabajo, son perfectamente sustituibles. Según esto una cantidad creciente de equipamientos, conocimientos y competencias podría conseguir mantener en el tiempo las capacidades de producción con cantidades significativamente menores de bienes naturales.
Lamentablemente, tal y como plantea Oscar Carpintero, la realidad no ha acompañado estos augurios optimistas y los costes ambientales de los nuevos procesos de fabricación, así como el aumento de consumo global muestran que la necesidad de considerar los límites es cada vez más perentoria.
*El efecto rebote
Aunque en algunos países industrializados se han conseguido mejorar algunos indicadores ambientales locales, sus economías, las más eficientes y avanzadas tecnológicamente, son las que gastan más materia y energía per cápita y esta evolución sigue una línea ascendente. La mejora de las condiciones ambientales en casa se ha conseguido a costa de deslocalizar las actividades más energívoras y contaminantes a terceros países que son los que se encargan de hacer el trabajo sucio.
Así, a pesar de que los países industrializados han ido disminuyendo el consumo de muchos recursos utilizados en cada unidad de producto fabricado, en términos absolutos éste se sigue incrementando, demostrando que las nuevas tecnologías no son sustitutivas sino complementarias a las tecnologías anteriores, aparte de que también dependan de flujos continuados de recursos naturales.
El efecto rebote desautoriza el supuesto papel prioritario de la ecoeficiencia (tomada en cuenta de forma aislada) en la resolución de problemas ambientales, y pone de manifiesto que, en contra de lo que se podría pensar, la eficiencia y el progreso tecnológico están estrechamente vinculados al incremento del consumo de materia y energía. Esto ocurre porque el progreso tecnológico obedece al objetivo del crecimiento de la economía, en lugar de responder a la búsqueda de la sostenibilidad y la equidad.
El fracaso de las promesas de la desmaterialización no deja otro camino que plantearse la vida de otro modo si no se quiere desembocar en un más que probable colapso. Se hace por lo tanto imprescindible una sociedad que abandone la lógica del crecimiento de modo que se consiga una reducción neta de la presión sobre los recursos naturales y los servicios ambientales, a la vez que se avance hacia condiciones de justicia social y equidad.
Oponerse al crecimiento y aprender a vivir con menos es la única opción razonable desde el punto de vista de la sostenibilidad.
Ideas extraídas de: Cambiar las gafas para mirar el mundo. Una nueva cultura de la sostenibilidad.
Yayo Herrero, Fernando Cembranos y Marta Pascual (Coords.) Coautores: Fernando Cembranos, Yayo Herrero, Marta Pascual, Antonio Hernández, Charo Morán, Nerea Ramírez, Álvaro Martínez de la Vega, Beatriz Errea, José Carlos Puentes, María González, Águeda Férriz, María Gª Teruel. Imagen: cultura10.com