China Drones contra la contaminación


China asiste a una de las peores escenas de la destrucción medioambiental que ha provocado el enorme éxito económico del país. Lo mismo sucede en todos los  países. Sin embargo el problema de la contaminación atmosférica es tan grave en que el Gobierno chino ha decidido probar un nuevo diseño de drones -vehículos aéreos no tripulados- a modo de controlar la niebla tóxica que asfixia a muchas ciudades del país. Los artefactos, equipados con una suerte de paracaídas para mejorar su autonomía, diseminarán agentes químicos a fin de congelar las sustancias contaminantes suspendidas en el aire y hacer que caigan al suelo.
Los primeros ensayos con estos vehículos ya han comenzado durante las últimas semanas en puertos y aeropuertos. Pero no será el único uso que China dé a los drones en la lucha contra la contaminación. El Gobierno ya está empleando estos vehículos no tripulados para vigilar las industrias más contaminantes y reunir pruebas fotográficas desde el aire que puedan ser utilizadas para sancionar a las empresas infractoras.
Los ciudadanos chinos son cada vez más conscientes de la amenaza que supone el problema de la contaminación. La gente consulta todos los días la calidad del aire y sale a la calle con máscaras protectoras, instala purificadores de aire en sus casas y algunos, los más pudientes, sencillamente emigran.
El Gobierno lleva más de una década prometiendo en vano que va a solucionar el problema. Este año el primer ministro, Li Keqiang, declaró “La extensión de las áreas afectadas por nieblas tóxicas y la agudización de la contaminación medioambiental representan la luz roja de la naturaleza al modelo de desarrollo. Del mismo modo que luchamos contra la pobreza, hemos de combatir resueltamente la contaminación”, aseguró Li, en el discurso más agresivo de un alto funcionario que se recuerda en el país sobre el tema.
Los dirigentes chinos han puesto en marcha en los últimos años una extensa batería de medidas dirigidas a aliviar el fenómeno. El país invierte más que ningún otro en energías renovables y está construyendo tantas centrales nucleares como el resto del mundo unido. Ciudades como Pekín y Shanghai han puesto límites estrictos a las nuevas matriculaciones de coches. El Gobierno está desmantelando plantas siderúrgicas obsoletas y sustituyendo sistemas de calefacción a lo largo y ancho del país. Los programas para reducir las emisiones de dióxido de azufre se encuentran entre los más efectivos de la historia, como han reconocido recientemente científicos de la Universidad de Harvard.
El salto en transparencia pública ha sido también espectacular. Hace cuatro años, el Ejecutivo no publicaba los datos de calidad del aire de ninguna ciudad del país. Los medios estatales apenas informaban sobre el problema. Hoy la situación es la contraria: hay sistemas de medición en la mayoría de las urbes, los municipios emiten alertas en situaciones especialmente graves y las administraciones están desarrollando campañas de concienciación.
La situación, sin embargo, no ha mejorado. China sigue quemando más carbón cada año para satisfacer la ingente demanda de energía de la industria y las emisiones de CO2, el motor del calentamiento global, siguen creciendo.
Los datos sobre la calidad el aire en China son estremecedores. El país asiático es desde 2010 el primer emisor de CO2 a la atmósfera y sus ciudades se cuentan entre las más contaminadas del mundo. Sólo en Pekín, la densidad media anual en 2013 de las partículas en suspensión especialmente nocivas -PM 2.5- superó nueve veces el límite recomendado por la Organización Mundial de la Salud. La propia Academia de las Ciencias Sociales emitió un informe el mes pasado en el que admitía que la capital, que no padece la contaminación más grave del país, es prácticamente inhabitable para los seres humanos. En toda China, el cáncer se cobra cada año la vida de dos millones de personas, según la agencia Xinhua, y los tumores de pulmón son los más abundantes.
Imagenes: lacajadepandora.eu

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