La revolución de las hojas
Por Carlos Poblete Ávila*
La vorágine diaria que, por decirlo de algún modo, nos lleva y nos trae, en el agitado mundo social que todos de alguna forma hemos construido, nos afecta o condiciona en nuestro quehacer de cada día. La sensibilidad humana es una bella facultad que nos permite apreciar, constatar, lo que en nuestros entornos sucede, ella impide la indiferencia, la indolencia.
Lo que sucede en el país y en el mundo tiene causas y efectos o consecuencias, y todo es por obra o cometido humano, ninguno escapa a esa situación o responsabilidad, ni el que recién nace - de él se dice que cuando llega este mundo ya tiene deudas -, y menos quienes ya cursamos mayores plazos de existencia.
Es común escuchar, también leer, que la vida se ha tornado difícil para millones de seres humanos en el planeta, pero no escapan a esas complejidades todos los demás seres que ocupan un lugar en la tierra. ¿Qué mundo hemos creado? Seremos, y serán en breve tiempo 8 mil millones de habitantes sobre la faz de la tierra. Se pronostica que miles de millones de personas carecerán de los sustentos básicos para vivir con alguna dignidad, sin alimentos, sin agua, sin viviendas, y sin los servicios elementales como educación y salud y otros. Tres países de Asia ya casi tienen la mitad de la actual población mundial.
El mágico supuesto desarrollo del sistema capitalista ya deja afuera, excluye, a ingentes masas de personas de los bienes y derechos señalados.
Las grandes urbes del mundo cada día ven saturadas, y sobrepasadas sus capacidades para contener el tráfico de vehículos y de personas, con el funesto agregado de la contaminación aérea y acústica.
En medio de todo...no se trata de salvarse cada uno individualmente. Lo humano, lo positivo, lo sensible, lo moral y solidario es pensar que hay que salvar para salvarnos. Esa actitud requiere de una condición: un estado de toma de conciencia de todos.
Señalar que no vamos bien como sociedad humana no es ser pesimista, es partir de una realidad que hay que transformar. Una exigencia es vencer los obstáculos subjetivos, por ejemplo mutar en nosotros el tener por el ser. Es muy cierto que una transformación social revolucionaria se inicia en cada sujeto, si queremos que ese cambio sea verdadero. Hablo de una revolución ética.
La naturaleza es revolucionaria. La simiente al nacer rompe la tierra, y la planta luego se nutre de la ubérrima faena de las hojas, el humus es transformación absoluta, es energía vital. Nuestro buen Heráclito, el gran observador del mundo y de la vida, el pensador del fluir de las aguas del río, dijo hace 2500 años qué ley era ésa.
A los humanos que somos nos hace falta escrutar con mayor rigor el vuelo de los pájaros, la organización y la faena de las abejas, el rodar milenario de las piedras, y, en nuestro otoño chileno, descubrir la revolución de las hojas.
*Director del Centro de Estudios Conciencia Crítica. - Fotos: Lucas Chiappe
La vorágine diaria que, por decirlo de algún modo, nos lleva y nos trae, en el agitado mundo social que todos de alguna forma hemos construido, nos afecta o condiciona en nuestro quehacer de cada día. La sensibilidad humana es una bella facultad que nos permite apreciar, constatar, lo que en nuestros entornos sucede, ella impide la indiferencia, la indolencia.
Lo que sucede en el país y en el mundo tiene causas y efectos o consecuencias, y todo es por obra o cometido humano, ninguno escapa a esa situación o responsabilidad, ni el que recién nace - de él se dice que cuando llega este mundo ya tiene deudas -, y menos quienes ya cursamos mayores plazos de existencia.
Es común escuchar, también leer, que la vida se ha tornado difícil para millones de seres humanos en el planeta, pero no escapan a esas complejidades todos los demás seres que ocupan un lugar en la tierra. ¿Qué mundo hemos creado? Seremos, y serán en breve tiempo 8 mil millones de habitantes sobre la faz de la tierra. Se pronostica que miles de millones de personas carecerán de los sustentos básicos para vivir con alguna dignidad, sin alimentos, sin agua, sin viviendas, y sin los servicios elementales como educación y salud y otros. Tres países de Asia ya casi tienen la mitad de la actual población mundial.
El mágico supuesto desarrollo del sistema capitalista ya deja afuera, excluye, a ingentes masas de personas de los bienes y derechos señalados.
Las grandes urbes del mundo cada día ven saturadas, y sobrepasadas sus capacidades para contener el tráfico de vehículos y de personas, con el funesto agregado de la contaminación aérea y acústica.
En medio de todo...no se trata de salvarse cada uno individualmente. Lo humano, lo positivo, lo sensible, lo moral y solidario es pensar que hay que salvar para salvarnos. Esa actitud requiere de una condición: un estado de toma de conciencia de todos.
Señalar que no vamos bien como sociedad humana no es ser pesimista, es partir de una realidad que hay que transformar. Una exigencia es vencer los obstáculos subjetivos, por ejemplo mutar en nosotros el tener por el ser. Es muy cierto que una transformación social revolucionaria se inicia en cada sujeto, si queremos que ese cambio sea verdadero. Hablo de una revolución ética.
La naturaleza es revolucionaria. La simiente al nacer rompe la tierra, y la planta luego se nutre de la ubérrima faena de las hojas, el humus es transformación absoluta, es energía vital. Nuestro buen Heráclito, el gran observador del mundo y de la vida, el pensador del fluir de las aguas del río, dijo hace 2500 años qué ley era ésa.
A los humanos que somos nos hace falta escrutar con mayor rigor el vuelo de los pájaros, la organización y la faena de las abejas, el rodar milenario de las piedras, y, en nuestro otoño chileno, descubrir la revolución de las hojas.
*Director del Centro de Estudios Conciencia Crítica. - Fotos: Lucas Chiappe