Tailandia: Preservar las semillas frente a las multinacionales
Por Chus Álvarez Jiménez
Un grupo de personas, en su mayoría tailandesas, llevan a cabo un proyecto colectivo de cultivo de la tierra respetuoso con el medio ambiente. Han creado también un banco se semillas y mantienen las variedades autóctonas frente al monocultivo imperante.
El restaurante de Pun Pun en Chiang Mai es un hervidero de gente. Parece que los domingos son un buen día para reunirse con amigas y amigos y dejar la responsabilidad de alimentarnos en manos de otras personas. Mientras que la conversación sigue su ritmo entre las mesas, las mujeres que trabajan en el restaurante entran y salen de la cocina para coger del huerto aquello que necesitan. Y es bastante sorprendente, porque flores azules como las que hay junto a la mata de tomates están ahora en mi plato.
Ver de dónde provienen los alimentos que se comen es completamente anecdótico. Saber quién los produce y cómo lo hace, una misión imposible. Esta ignorancia no supondría mayor problema si pudiéramos asegurar que lo que comemos no daña a la salud y tampoco al entorno. Sin embargo, esto no es así cuando los productos que consumimos provienen de la agricultura industrial cuyo modus operandi es el monocultivo.
Diversidad en los cultivos
Este modelo rompe la diversidad, que es el principio básico de cualquier ecosistema sano, y provoca el empobrecimiento de los suelos y su consecuente deforestación. Para paliar los efectos de éste empobrecimiento, que debilita a las plantas y las hace más vulnerables a las plagas, se hace necesario el uso masivo de fertilizantes con sus consecuencias para la salud humana, el cambio climático, la contaminación de los acuíferos y la desaparición de las abejas.
El monocultivo además favorece la concentración del control de tierras y pone en riesgo la seguridad alimentaria de miles de personas en todo el mundo, que se ven empujadas a plantar un solo producto para dedicarlo a la venta en vez de cultivar una mayor variedad que puedan consumir. El beneficio de estos cultivos, dependiente del clima, de la utilización intensiva de pesticidas y del sistema financiero, queda fuera del control de quienes los producen.
Asumimos que la agricultura industrial es responsable de la alimentación mundial, sin embargo, tanto el Programa para el Medio Ambiente de las Naciones Unidas, como el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola, la FAO [1] y el Relator Especial sobre el Derecho a la Alimentación de las Naciones Unidas, estiman que la agricultura campesina produce hasta el 80% del alimento en los países no industrializados. Y un dato aún más revelador, las fincas campesinas son más productivas que las fincas grandes, una rareza demostrada hace décadas y que se denominada “la paradoja de la productividad” [2].
La variedad nos hace más fuertes
Frente a la agricultura industrial existen iniciativas que pretenden demostrar que hay otra forma de hacer las cosas. Esta otra forma busca producir alimentos más saludables y reducir el impacto negativo para el medio ambiente. “Plantar varias cosas ayuda a las plantas a crecer, las hace más fuertes y es mejor para las personas porque pueden alimentarse con su propia huerta”, comenta Jon Jandai, uno de los fundadores de Pun Pun.
Cuando hace 13 años Peggy Reents y Jon adquirieron las 25 hectáreas de tierra en la provincia de Mae Taeng, al norte de Tailandia, en las que construyeron la granja de Pun Pun, sabían que el trabajo no iba a ser fácil. El terreno había sido talado para dedicarlo al monocultivo del maíz, modelo que empobreció y erosionó tanto el suelo que en pocos años se convirtió en terreno infértil. Después de esto, el dueño mantuvo el terreno despejado talando y quemando la vegetación regularmente. Peggy y Jon se encontraron con un suelo duro y arcilloso que no se lo puso nada fácil, pero contaban con la experiencia y el conocimiento que años de trabajo con el campesinado y otras redes de agricultura orgánica les habían proporcionado.
Peggy ha estado involucrada en el desarrollo de varios proyectos comunitarios, principalmente relacionados con la agricultura alternativa y la construcción con materiales naturales. Por su parte, Jon se crió en una granja y ha estado envuelto toda su vida en el mundo agrícola. Además, es reconocido en Tailandia como impulsor del movimiento de construcción natural. Cuando juntos fundaron Pun Pun sus objetivos estaban muy claros y son los mismos que hoy guían su trabajo; crear y mantener un banco de semillas, cultivar productos de la forma más sencilla, natural y sostenible posible y trabajar con la comunidad para multiplicar esta práctica.
Semillas de diversidad y sencillez
El banco de semillas es una pieza clave que pretende devolver el control de los cultivos a las personas que los trabajan y promover la seguridad alimentaria. Jon considera que, “si tenemos control sobre las semillas, tenemos control sobre le comida y eso nos hace más libres”.
El banco no solo pretende mantener y aumentar la cantidad de semillas, sino que además propaga entre quienes cultivan la tierra, la idea de la acumulación de las mismas como forma de diversificar la producción y, por tanto, la alimentación.
Para hacer crecer esas semillas mezclan la práctica orgánica tradicional con métodos más modernos de agricultura sostenible. Utilizan al máximo los productos de los que disponen, convirtiendo los desechos naturales en compostaje y consiguiendo un suelo fértil de forma natural. Encuentran un uso para todo aquello que pasa por sus manos, tratando de producir menos desperdicios o darles un nuevo uso.
Construyen edificios con materiales como tierra, bambú y plantas de maíz con la convicción de que todo el mundo tiene la capacidad de construir su propia casa. “En cierto modo aprender a cultivar nuestra propia comida y construir nuestra propia casa es una suerte de reaprendizaje, puesto que éstas eran capacidades humanas que hemos perdido en el camino hacia el desarrollo”, indica Jon.
En Pun Pun todo es experimental, todo enseña y de todo se aprende. Desde que comenzaron el proyecto, han ido desarrollando un proceso de aprendizaje conjunto en el que cada quien comparte lo que sabe y van probando qué funciona y qué no.
Un modelo que inspira
En su granja cultivan arroz, tienen árboles frutales, hierbas y verduras, estanques piscícolas y gallinas ponedoras que les permiten alimentarse prácticamente de forma autosuficiente. Pun Pun ofrece un modelo de sostenibilidad que en palabras de Peggy “no pretendemos decirle a nadie cómo hacer las cosas ni cómo vivir su vida, éste es un proyecto personal que compartimos con todas las personas que están interesadas”, explica a esta revista. Y añade: “El único modo de crear un movimiento es crear un modelo en el cual se pueda ver el resultado de nuestro trabajo. Hablar y hablar sin poner en práctica lo que decimos, nos da muy poca credibilidad”
Su leit motiv es la sencillez; buscan la forma más fácil de hacer las cosas, con los mínimos recursos posible y eligiendo siempre aquellos que son más accesibles de manera que cualquier persona pueda aprender, acceder a los medios necesarios y replicar sus prácticas.
Baan Mae Jok, el pueblo donde se instalaron, ha sido testigo del trabajo realizado hasta convertirse en lo que hoy significa Pun Pun. De hecho, este trabajo ha inspirado proyectos similares en la zona como Maejo Baandin, una iniciativa puesta en marcha por Thongbai Leknamnarong a partir del conocimiento y las habilidades adquiridas con Peggy y Jon.
Comer arroz, kin kon
Tailandia es probablemente el país más conocido del sudeste asiático, ocupando un décimo primer lugar entre los países más visitados del mundo. El arroz es el principal protagonista de la alimentación de sus más de 68 millones de habitantes. Tanto es así, que el término tailandés para decir comer es kin kao, que literalmente significa comer arroz. Esto y que Tailandia es actualmente el segundo exportador de arroz a nivel mundial según el informe publicado en julio por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) [3], hacen de este cultivo el más importante del país.
Al mismo tiempo se puede decir que la agricultura ecológica no es un fenómeno reciente en Tailandia, las comunidades han practicado la agricultura tradicional durante cientos de años y han ido enriqueciendo estas prácticas a través del conocimiento local en agricultura sostenible. Durante el gobierno de Thaksin Shinawatra, de 2001 a 2006, la agricultura orgánica se convirtió en un tema político importante para el desarrollo agrícola y fue incluida en la agenda nacional con el objetivo de promover la inocuidad de los alimentos y la exportación nacional.
Un grupo de personas, en su mayoría tailandesas, llevan a cabo un proyecto colectivo de cultivo de la tierra respetuoso con el medio ambiente. Han creado también un banco se semillas y mantienen las variedades autóctonas frente al monocultivo imperante.
El restaurante de Pun Pun en Chiang Mai es un hervidero de gente. Parece que los domingos son un buen día para reunirse con amigas y amigos y dejar la responsabilidad de alimentarnos en manos de otras personas. Mientras que la conversación sigue su ritmo entre las mesas, las mujeres que trabajan en el restaurante entran y salen de la cocina para coger del huerto aquello que necesitan. Y es bastante sorprendente, porque flores azules como las que hay junto a la mata de tomates están ahora en mi plato.
Ver de dónde provienen los alimentos que se comen es completamente anecdótico. Saber quién los produce y cómo lo hace, una misión imposible. Esta ignorancia no supondría mayor problema si pudiéramos asegurar que lo que comemos no daña a la salud y tampoco al entorno. Sin embargo, esto no es así cuando los productos que consumimos provienen de la agricultura industrial cuyo modus operandi es el monocultivo.
Diversidad en los cultivos
Este modelo rompe la diversidad, que es el principio básico de cualquier ecosistema sano, y provoca el empobrecimiento de los suelos y su consecuente deforestación. Para paliar los efectos de éste empobrecimiento, que debilita a las plantas y las hace más vulnerables a las plagas, se hace necesario el uso masivo de fertilizantes con sus consecuencias para la salud humana, el cambio climático, la contaminación de los acuíferos y la desaparición de las abejas.
El monocultivo además favorece la concentración del control de tierras y pone en riesgo la seguridad alimentaria de miles de personas en todo el mundo, que se ven empujadas a plantar un solo producto para dedicarlo a la venta en vez de cultivar una mayor variedad que puedan consumir. El beneficio de estos cultivos, dependiente del clima, de la utilización intensiva de pesticidas y del sistema financiero, queda fuera del control de quienes los producen.
Asumimos que la agricultura industrial es responsable de la alimentación mundial, sin embargo, tanto el Programa para el Medio Ambiente de las Naciones Unidas, como el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola, la FAO [1] y el Relator Especial sobre el Derecho a la Alimentación de las Naciones Unidas, estiman que la agricultura campesina produce hasta el 80% del alimento en los países no industrializados. Y un dato aún más revelador, las fincas campesinas son más productivas que las fincas grandes, una rareza demostrada hace décadas y que se denominada “la paradoja de la productividad” [2].
La variedad nos hace más fuertes
Frente a la agricultura industrial existen iniciativas que pretenden demostrar que hay otra forma de hacer las cosas. Esta otra forma busca producir alimentos más saludables y reducir el impacto negativo para el medio ambiente. “Plantar varias cosas ayuda a las plantas a crecer, las hace más fuertes y es mejor para las personas porque pueden alimentarse con su propia huerta”, comenta Jon Jandai, uno de los fundadores de Pun Pun.
Cuando hace 13 años Peggy Reents y Jon adquirieron las 25 hectáreas de tierra en la provincia de Mae Taeng, al norte de Tailandia, en las que construyeron la granja de Pun Pun, sabían que el trabajo no iba a ser fácil. El terreno había sido talado para dedicarlo al monocultivo del maíz, modelo que empobreció y erosionó tanto el suelo que en pocos años se convirtió en terreno infértil. Después de esto, el dueño mantuvo el terreno despejado talando y quemando la vegetación regularmente. Peggy y Jon se encontraron con un suelo duro y arcilloso que no se lo puso nada fácil, pero contaban con la experiencia y el conocimiento que años de trabajo con el campesinado y otras redes de agricultura orgánica les habían proporcionado.
Peggy ha estado involucrada en el desarrollo de varios proyectos comunitarios, principalmente relacionados con la agricultura alternativa y la construcción con materiales naturales. Por su parte, Jon se crió en una granja y ha estado envuelto toda su vida en el mundo agrícola. Además, es reconocido en Tailandia como impulsor del movimiento de construcción natural. Cuando juntos fundaron Pun Pun sus objetivos estaban muy claros y son los mismos que hoy guían su trabajo; crear y mantener un banco de semillas, cultivar productos de la forma más sencilla, natural y sostenible posible y trabajar con la comunidad para multiplicar esta práctica.
Semillas de diversidad y sencillez
El banco de semillas es una pieza clave que pretende devolver el control de los cultivos a las personas que los trabajan y promover la seguridad alimentaria. Jon considera que, “si tenemos control sobre las semillas, tenemos control sobre le comida y eso nos hace más libres”.
El banco no solo pretende mantener y aumentar la cantidad de semillas, sino que además propaga entre quienes cultivan la tierra, la idea de la acumulación de las mismas como forma de diversificar la producción y, por tanto, la alimentación.
Para hacer crecer esas semillas mezclan la práctica orgánica tradicional con métodos más modernos de agricultura sostenible. Utilizan al máximo los productos de los que disponen, convirtiendo los desechos naturales en compostaje y consiguiendo un suelo fértil de forma natural. Encuentran un uso para todo aquello que pasa por sus manos, tratando de producir menos desperdicios o darles un nuevo uso.
Construyen edificios con materiales como tierra, bambú y plantas de maíz con la convicción de que todo el mundo tiene la capacidad de construir su propia casa. “En cierto modo aprender a cultivar nuestra propia comida y construir nuestra propia casa es una suerte de reaprendizaje, puesto que éstas eran capacidades humanas que hemos perdido en el camino hacia el desarrollo”, indica Jon.
En Pun Pun todo es experimental, todo enseña y de todo se aprende. Desde que comenzaron el proyecto, han ido desarrollando un proceso de aprendizaje conjunto en el que cada quien comparte lo que sabe y van probando qué funciona y qué no.
Un modelo que inspira
En su granja cultivan arroz, tienen árboles frutales, hierbas y verduras, estanques piscícolas y gallinas ponedoras que les permiten alimentarse prácticamente de forma autosuficiente. Pun Pun ofrece un modelo de sostenibilidad que en palabras de Peggy “no pretendemos decirle a nadie cómo hacer las cosas ni cómo vivir su vida, éste es un proyecto personal que compartimos con todas las personas que están interesadas”, explica a esta revista. Y añade: “El único modo de crear un movimiento es crear un modelo en el cual se pueda ver el resultado de nuestro trabajo. Hablar y hablar sin poner en práctica lo que decimos, nos da muy poca credibilidad”
Su leit motiv es la sencillez; buscan la forma más fácil de hacer las cosas, con los mínimos recursos posible y eligiendo siempre aquellos que son más accesibles de manera que cualquier persona pueda aprender, acceder a los medios necesarios y replicar sus prácticas.
Baan Mae Jok, el pueblo donde se instalaron, ha sido testigo del trabajo realizado hasta convertirse en lo que hoy significa Pun Pun. De hecho, este trabajo ha inspirado proyectos similares en la zona como Maejo Baandin, una iniciativa puesta en marcha por Thongbai Leknamnarong a partir del conocimiento y las habilidades adquiridas con Peggy y Jon.
Comer arroz, kin kon
Tailandia es probablemente el país más conocido del sudeste asiático, ocupando un décimo primer lugar entre los países más visitados del mundo. El arroz es el principal protagonista de la alimentación de sus más de 68 millones de habitantes. Tanto es así, que el término tailandés para decir comer es kin kao, que literalmente significa comer arroz. Esto y que Tailandia es actualmente el segundo exportador de arroz a nivel mundial según el informe publicado en julio por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) [3], hacen de este cultivo el más importante del país.
Al mismo tiempo se puede decir que la agricultura ecológica no es un fenómeno reciente en Tailandia, las comunidades han practicado la agricultura tradicional durante cientos de años y han ido enriqueciendo estas prácticas a través del conocimiento local en agricultura sostenible. Durante el gobierno de Thaksin Shinawatra, de 2001 a 2006, la agricultura orgánica se convirtió en un tema político importante para el desarrollo agrícola y fue incluida en la agenda nacional con el objetivo de promover la inocuidad de los alimentos y la exportación nacional.
Revista Ecologista nº 90
Notas [1] Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. [2] Hambrientos de Tierra: Los pueblos indígenas y campesinos alimentan al mundo con menos de un cuarto de la tierra agrícola mundial. GRAIN, 2014. [3] Seguimiento del mercado del arroz
Fuente: Ecologistas en Acción http://www.ecologistasenaccion.org
Notas [1] Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. [2] Hambrientos de Tierra: Los pueblos indígenas y campesinos alimentan al mundo con menos de un cuarto de la tierra agrícola mundial. GRAIN, 2014. [3] Seguimiento del mercado del arroz
Fuente: Ecologistas en Acción http://www.ecologistasenaccion.org