Declaración de guerra a la estupidez
La victoria de Trump representó una rebelión contra la razón y la decencia. Fue el triunfo del racismo, o de la misoginia, o de la estupidez—o de las tres cosas a la vez.
John Carlin
Entre la variedad de teorías que se han avanzado para explicar la elección deDonald Trump a la presidencia de los Estados Unidos hay una con la que todos están de acuerdo. Fue una patada en el trasero a la corrección política. Bien. Juguemos según las reglas de Trump y sus votantes.
No fue la economía, estúpido, lo que ganó las elecciones para el estúpido.
John Carlin
Entre la variedad de teorías que se han avanzado para explicar la elección deDonald Trump a la presidencia de los Estados Unidos hay una con la que todos están de acuerdo. Fue una patada en el trasero a la corrección política. Bien. Juguemos según las reglas de Trump y sus votantes.
No fue la economía, estúpido, lo que ganó las elecciones para el estúpido.
No fue la voz dolorida de los sin voz.
No fue un grito de rabia contra la desigualdad o la globalización.
No fue el clamor de los desposeídos. No fue una rebelión contra la élite.
¿Hay alguien más élite, más abusivamente élite, en Estados Unidos que Trump, un magnate malvado de caricatura que posee su propio Boeing 757, sus mansiones doradas y sus esposas Barbies que ha sido demandado ante los tribunales en más de mil ocasiones y no ha pagado impuestos en 20 años?
No. Dejemos el tópico del anti-elitismo. No seamos tan vagos y tan banales.
La victoria de Trump representó una rebelión contra la razón y la decencia. Fue el triunfo del racismo, o de la misoginia, o de la estupidez—o de las tres cosas a la vez. Fue la expresión del poco juicio y del pésimo gusto de 60 millones de estadounidenses, la enorme mayoría de ellos hombres y mujeres de piel blanca que poseen casas, coches, armas de fuego y comen más que los ciudadanos de cualquier otro país de la tierra.
Ahora que las estadísticas han permitido descifrar quién voto por quién según no solo su raza sino su situación económica o lugar de residencia, sabemos que el ingreso medio de los votantes de Trump fue superior al de los de Hillary Clinton; que la mitad de los que votaron por Trump ganan más de 100.000 dólares al año; que suelen vivir lejos de las grandes ciudades en barrios exclusivamente blancos; y que solo una minoría de ellos ha sufrido las consecuencias económicas de la globalización.
Sabemos que el 80% de los hombres negros y el 93% de las mujeres negras no votaron por él, que los hispanos votaron abrumadoramente por Clinton. ¿Acaso los negros y los hispanos viven en condiciones de menos desigualdad respecto a los Trump de este mundo que los blancos? Obviamente no. Votar por Trump no fue cosa de pobres marginados.
Se elimina la economía de la ecuación como motor principal de la victoria de Trump; se colocan lo que los diarios estadounidenses más delicados llaman “cuestiones culturales” en primer lugar. La paranoia racial que Trump agitó fue el factor diferencial.
Ahora, hay racismo y hay racismo. Viene en diferentes tamaños y densidades. En un extremo está el Ku Klux Klan, que apoyó a Trump y celebró su victoria con regocijo. En el otro están los que sencillamente no les gustan los que son de otras razas, etnias o religiones o les temen porque en sus zonas rurales, donde apenas los ven, representan el “otro” desconocido. Los blancos urbanos que votaron por Clinton se cruzan con negros o hispanos en las calles o en el trabajo todos los días.
La otra “cuestión cultural” que unió a los que votaron por Trump fue el repudio a la señora Clinton. Esto se debió en gran parte al horror a la idea de una mujer al mando del país. En parte también a que Clinton produce un rechazo visceral similar al que producen en sus países hombres como Pablo Iglesias, Mariano Rajoy, Juan Manuel Santos o Enrique Peña Nieto. Contra eso, por más injustas o groseras que hayan sido las acusaciones de la campaña de Trump contra la persona de Clinton, no hay mucho que decir.
Sin embargo, aquí es donde se ve con perfecta nitidez la estupidez, frivolidad e irresponsabilidad de los votantes trumpistas. Por más defectos que se perciban en Clinton, son triviales comparados con los de su vencedor electoral, a cuya ignorancia, cero principios y cero experiencia en la gestión de gobierno se unen casi todos los vicios personales que toda persona en su sano juicio en cualquier latitud del mundo encuentra deplorables.
Conozco a la especie que votó por Trump. Me he encontrado con ellos cuando he hecho reportajes en Texas, Montana, Arizona, Oklahoma, Alabama y otros estados típicamente republicanos. Suelen ser amables en el trato, gente religiosa y honesta, decente dentro de su reducida órbita social. Pero tras sentarme a hablar con ellos un rato siempre he reaccionado con la misma perplejidad: ¿cómo es posible que hablen el mismo idioma que yo en casa? Sus palabras me son familiares pero sus circuitos cerebrales operan de otra manera. Son gente de simple fe, ajena a la ironía; gente que elige sus verdades no en función de los hechos sino de sus creencias o prejuicios; gente que vive lejos de los océanos y del resto de planeta Tierra, al que le tiene miedo. Nunca he tenido una sensación similar de desconexión en Europa, África o América Latina. Solo en el interior de Estados Unidos.
Mi perplejidad es la de mis amigos en Nueva York, Washington o Los Ángeles. Con la llegada de Trump a la presidencia no solo han caído en el desconsuelo sino que sienten que han sido invadidos por una especie de cuerpo alienígena, o por un cáncer, o un Kim Yong Il americano. Los devotos de Trump viven, como dice un viejo amigo que los tiene de vecinos en Florida, en un mundo de ciencia ficción.
A él y al resto de los estadounidenses horrorizados por lo que ha pasado les toca ahora estar en primera línea contra el reinado de Donald Trump, un nombre hoy sinónimo de bufón en todo el mundo. Seamos solidarios con ellos, y especialmente con los marginados de verdad desde el voto del martes pasado: los negros, hispanos y musulmanes que son objeto de desdén del presidente electo. Hay que resistir, dicen en Estados Unidos. Sí, y sin tregua, y sin piedad y, si fuera necesario, sin las vacuas delicadezas de la corrección política. Hay demasiado en juego para no criticar a Trump o mofarse de él y de sus partidarios. No hay que dejar de recordarles la ridiculez en la que han caído, la broma enfermiza que le han gastado al resto de la humanidad.
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… Y Argentina: Como en los '90, otra vez a merced del mercado
El dólar trepó 32 centavos y el riesgo país subió 5,9 por ciento por el efecto Trump
¿Hay alguien más élite, más abusivamente élite, en Estados Unidos que Trump, un magnate malvado de caricatura que posee su propio Boeing 757, sus mansiones doradas y sus esposas Barbies que ha sido demandado ante los tribunales en más de mil ocasiones y no ha pagado impuestos en 20 años?
No. Dejemos el tópico del anti-elitismo. No seamos tan vagos y tan banales.
La victoria de Trump representó una rebelión contra la razón y la decencia. Fue el triunfo del racismo, o de la misoginia, o de la estupidez—o de las tres cosas a la vez. Fue la expresión del poco juicio y del pésimo gusto de 60 millones de estadounidenses, la enorme mayoría de ellos hombres y mujeres de piel blanca que poseen casas, coches, armas de fuego y comen más que los ciudadanos de cualquier otro país de la tierra.
Ahora que las estadísticas han permitido descifrar quién voto por quién según no solo su raza sino su situación económica o lugar de residencia, sabemos que el ingreso medio de los votantes de Trump fue superior al de los de Hillary Clinton; que la mitad de los que votaron por Trump ganan más de 100.000 dólares al año; que suelen vivir lejos de las grandes ciudades en barrios exclusivamente blancos; y que solo una minoría de ellos ha sufrido las consecuencias económicas de la globalización.
Sabemos que el 80% de los hombres negros y el 93% de las mujeres negras no votaron por él, que los hispanos votaron abrumadoramente por Clinton. ¿Acaso los negros y los hispanos viven en condiciones de menos desigualdad respecto a los Trump de este mundo que los blancos? Obviamente no. Votar por Trump no fue cosa de pobres marginados.
Se elimina la economía de la ecuación como motor principal de la victoria de Trump; se colocan lo que los diarios estadounidenses más delicados llaman “cuestiones culturales” en primer lugar. La paranoia racial que Trump agitó fue el factor diferencial.
Ahora, hay racismo y hay racismo. Viene en diferentes tamaños y densidades. En un extremo está el Ku Klux Klan, que apoyó a Trump y celebró su victoria con regocijo. En el otro están los que sencillamente no les gustan los que son de otras razas, etnias o religiones o les temen porque en sus zonas rurales, donde apenas los ven, representan el “otro” desconocido. Los blancos urbanos que votaron por Clinton se cruzan con negros o hispanos en las calles o en el trabajo todos los días.
La otra “cuestión cultural” que unió a los que votaron por Trump fue el repudio a la señora Clinton. Esto se debió en gran parte al horror a la idea de una mujer al mando del país. En parte también a que Clinton produce un rechazo visceral similar al que producen en sus países hombres como Pablo Iglesias, Mariano Rajoy, Juan Manuel Santos o Enrique Peña Nieto. Contra eso, por más injustas o groseras que hayan sido las acusaciones de la campaña de Trump contra la persona de Clinton, no hay mucho que decir.
Sin embargo, aquí es donde se ve con perfecta nitidez la estupidez, frivolidad e irresponsabilidad de los votantes trumpistas. Por más defectos que se perciban en Clinton, son triviales comparados con los de su vencedor electoral, a cuya ignorancia, cero principios y cero experiencia en la gestión de gobierno se unen casi todos los vicios personales que toda persona en su sano juicio en cualquier latitud del mundo encuentra deplorables.
Conozco a la especie que votó por Trump. Me he encontrado con ellos cuando he hecho reportajes en Texas, Montana, Arizona, Oklahoma, Alabama y otros estados típicamente republicanos. Suelen ser amables en el trato, gente religiosa y honesta, decente dentro de su reducida órbita social. Pero tras sentarme a hablar con ellos un rato siempre he reaccionado con la misma perplejidad: ¿cómo es posible que hablen el mismo idioma que yo en casa? Sus palabras me son familiares pero sus circuitos cerebrales operan de otra manera. Son gente de simple fe, ajena a la ironía; gente que elige sus verdades no en función de los hechos sino de sus creencias o prejuicios; gente que vive lejos de los océanos y del resto de planeta Tierra, al que le tiene miedo. Nunca he tenido una sensación similar de desconexión en Europa, África o América Latina. Solo en el interior de Estados Unidos.
Mi perplejidad es la de mis amigos en Nueva York, Washington o Los Ángeles. Con la llegada de Trump a la presidencia no solo han caído en el desconsuelo sino que sienten que han sido invadidos por una especie de cuerpo alienígena, o por un cáncer, o un Kim Yong Il americano. Los devotos de Trump viven, como dice un viejo amigo que los tiene de vecinos en Florida, en un mundo de ciencia ficción.
A él y al resto de los estadounidenses horrorizados por lo que ha pasado les toca ahora estar en primera línea contra el reinado de Donald Trump, un nombre hoy sinónimo de bufón en todo el mundo. Seamos solidarios con ellos, y especialmente con los marginados de verdad desde el voto del martes pasado: los negros, hispanos y musulmanes que son objeto de desdén del presidente electo. Hay que resistir, dicen en Estados Unidos. Sí, y sin tregua, y sin piedad y, si fuera necesario, sin las vacuas delicadezas de la corrección política. Hay demasiado en juego para no criticar a Trump o mofarse de él y de sus partidarios. No hay que dejar de recordarles la ridiculez en la que han caído, la broma enfermiza que le han gastado al resto de la humanidad.
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… Y Argentina: Como en los '90, otra vez a merced del mercado
El dólar trepó 32 centavos y el riesgo país subió 5,9 por ciento por el efecto Trump
Tras aplicar un programa de desregulación de los movimientos de capitales, eliminar controles a la compra de divisas y estimular la entrada de inversiones especulativas, el país quedó muy expuesto a la volatilidad del contexto económico internacional.
Por: Federico Kucher
La victoria de Donald Trump en Estados Unidos puso en aprietos a los países de la región y la Argentina es una de de las economías que más tensiones enfrenta. El país, tras aplicar un programa de desregulación de los movimientos de capitales, eliminar controles a la compra de divisas y estimular la entrada de inversiones especulativas, quedó muy expuesto a la volatilidad económica provocada por el shock internacional. Economistas consultados por PáginaI12 indicaron que Trump afectó la estrategia de Macri de financiar con endeudamiento externo los desequilibrios fiscales, puso en duda el éxito del blanqueo y frenó las expectativas de crecimiento para el próximo año. Se prevé ajuste sobre cuentas públicas, incertidumbre con la cotización del dólar y mayor presión en materia de inflación. “El Gobierno tiene una política económica esquizofrénica. Desde mitad de año aplicó una política monetaria dura y una estrategia fiscal expansiva financiada con deuda. Esta lógica se planteó en la coyuntura como puente para esperar la llegada de inversiones extranjeras que se conviertan en motor de crecimiento en el mediano y largo plazo. Pero con Trump ahora aumenta fuertemente la incertidumbre y van a tener varios meses con el mercado viendo hacia dónde va la economía norteamericana, qué hace con la relación con China, cómo se definen los vínculos comerciales. Esto implica que la probabilidad de mayor ingreso de inversión del campo, empresas tecnológicas, energías renovables, entre otras, se reduce sensiblemente, más aún con una economía funcionando al 60 por ciento de la capacidad instalada.
Van a tener que inventar un nuevo discurso para explicar por qué va a crecer la economía argentina”, dijo a este diario Jorge Carrera, ex gerente principal de investigaciones del Banco Central.
El equipo económico de Mauricio Macri se cansó de festejar la baja de las tasas de interés en la colocación de nueva deuda externa en los últimos meses. La emisión de bonos en euros con tasa del 5 por ciento hace pocas semanas fue una de las colocaciones más celebradas por los funcionarios. Pero con el nuevo escenario global el riesgo de la deuda Argentina registró en pocos días un fuerte aumento y los rendimientos para los títulos de largo plazo ya subieron por encima de 8 por ciento, tasa que no es diferente a la que pagaba el país en los últimos años. El Gobierno desde principio de año aumentó el endeudamiento en moneda extranjera en más de 40.000 millones de dólares, una cifra equivalente al 10 por ciento del producto interno, pero no generó nuevas actividades de exportación o incrementos en la competitividad de las empresas para generar en el futuro divisas genuinas para devolver los pasivos. El riesgo país subió ayer 5,9 por ciento. En Estados Unidos, en tanto, la tasa que pagan los bonos del Tesoro a 10 años ascendió desde el triunfo de Trump de 1,85 a 2,23 por ciento.
Por: Federico Kucher
La victoria de Donald Trump en Estados Unidos puso en aprietos a los países de la región y la Argentina es una de de las economías que más tensiones enfrenta. El país, tras aplicar un programa de desregulación de los movimientos de capitales, eliminar controles a la compra de divisas y estimular la entrada de inversiones especulativas, quedó muy expuesto a la volatilidad económica provocada por el shock internacional. Economistas consultados por PáginaI12 indicaron que Trump afectó la estrategia de Macri de financiar con endeudamiento externo los desequilibrios fiscales, puso en duda el éxito del blanqueo y frenó las expectativas de crecimiento para el próximo año. Se prevé ajuste sobre cuentas públicas, incertidumbre con la cotización del dólar y mayor presión en materia de inflación. “El Gobierno tiene una política económica esquizofrénica. Desde mitad de año aplicó una política monetaria dura y una estrategia fiscal expansiva financiada con deuda. Esta lógica se planteó en la coyuntura como puente para esperar la llegada de inversiones extranjeras que se conviertan en motor de crecimiento en el mediano y largo plazo. Pero con Trump ahora aumenta fuertemente la incertidumbre y van a tener varios meses con el mercado viendo hacia dónde va la economía norteamericana, qué hace con la relación con China, cómo se definen los vínculos comerciales. Esto implica que la probabilidad de mayor ingreso de inversión del campo, empresas tecnológicas, energías renovables, entre otras, se reduce sensiblemente, más aún con una economía funcionando al 60 por ciento de la capacidad instalada.
Van a tener que inventar un nuevo discurso para explicar por qué va a crecer la economía argentina”, dijo a este diario Jorge Carrera, ex gerente principal de investigaciones del Banco Central.
El equipo económico de Mauricio Macri se cansó de festejar la baja de las tasas de interés en la colocación de nueva deuda externa en los últimos meses. La emisión de bonos en euros con tasa del 5 por ciento hace pocas semanas fue una de las colocaciones más celebradas por los funcionarios. Pero con el nuevo escenario global el riesgo de la deuda Argentina registró en pocos días un fuerte aumento y los rendimientos para los títulos de largo plazo ya subieron por encima de 8 por ciento, tasa que no es diferente a la que pagaba el país en los últimos años. El Gobierno desde principio de año aumentó el endeudamiento en moneda extranjera en más de 40.000 millones de dólares, una cifra equivalente al 10 por ciento del producto interno, pero no generó nuevas actividades de exportación o incrementos en la competitividad de las empresas para generar en el futuro divisas genuinas para devolver los pasivos. El riesgo país subió ayer 5,9 por ciento. En Estados Unidos, en tanto, la tasa que pagan los bonos del Tesoro a 10 años ascendió desde el triunfo de Trump de 1,85 a 2,23 por ciento.
Fuente: pagina12