Observando el declive energético de los combustibles fósiles.

El 13 de diciembre de 2018, coincidiendo con la celebración de la cumbre sobre el clima COP24 en Katowice (Polonia), una de las comarcas carboneras más productivas y contaminantes del mundo, se cumplen 185 años de una fecha histórica en la explotación de carbón y desarrollo el capitalismo fosilista. Hablamos del inicio de lo que podríamos llamar nuestra última organización social: el capitalismo basado en la quema de hidrocarburos.

Antonio Aretxabala

Si analizamos tanto el auge como la caída de los diferentes sistemas de sociedades que nos precedieron, vemos que éstas estuvieron en estrecho contacto e intercambio con lo que el planeta ofrecía (economía), de tal manera que la profunda transformación del medio que nos sustenta fue acorde con la capacidad de trabajo (energía) de la que dispuso en cada momento histórico el ser humano. El resultado final, el que hoy conocemos como capitalismo global con su recién hipertrofiada urbanosfera, nuestra última organización social, fue posible gracias a un planeta que propició esta escalada cada vez más refinada en el manejo de una energía como ninguna otra conocida en el universo. Es el resultado simbiótico entre la descomunal fuerza gravitatoria actuando a través de la dinámica interna generada en un planeta en continuo movimiento (tectónica) y una de sus enigmáticas esferas: la biosfera, es decir, la vida. Pero ¿cómo fuimos capaces de incrustar este regalo de la Tierra en nuestras vidas y en nuestros cuerpos?
 
Somos cuerpos-vórtices
Somos muy conscientes de vivir dentro de un planeta que nos sustenta desde abajo con grandes masas de tierra moviéndose tanto en vertical como en horizontal a ritmos muy lentos (especialmente para la escala de una vida humana). Vivimos literalmente abrazados por líquido y gas que entra y sale de nuestros cuerpos desde que nacemos hasta que nos vamos. Cada cuerpo vegetal, animal, humano, cada organismo u organización social, es un vórtice de intercambio material vital con parte del planeta que garantiza nuestra peculiar arquitectura individual y social con el pasar del tiempo, y como el remolino de un riachuelo en su movimiento, la corriente a cada instante garantiza nuestro existir sin la necesidad de repetir materia; el milagro de la vida lo es por ser un constante devenir. Pocas son las ocasiones en que nos concienciamos de este proceso continuo de movimientos bajo nuestros pies, alrededor y hacia (o desde) nuestro interior, y suele suceder cuando dicho proceso sobrepasa un cierto umbral de comodidad, de tranquilidad vital. Solemos despertar a su realidad cuando la acumulación de energía es tal que se disipa en forma de sacudida sísmica, tormenta, fuego o inundación. Somos vulnerables y dependientes de la sustancia material y afectiva que nos rodea.
Durante millones de años los procesos de la vida y del mundo mineral sufrieron profundos cambios en sus condiciones físicas y químicas (especialmente presión y temperatura) para transformar la energía solar que nos da la vida en materia orgánica y en nuevos sedimentos, minerales y rocas. En especial destacaremos los que hicieron posible el despliegue y marchitado de la flor de un día denominada capitalismo global: los combustibles fósiles.
Desde el conglomerado inicial de partículas dispersas por el universo hasta el aprovechamiento humano de estos combustibles, han sucedido muchas cosas. Cuando nuestro planeta comenzó a formarse, los materiales más pesados —provenientes del polvo cósmico de grandes explosiones y supernovas— se atrajeron y condensaron formando el núcleo metálico; los menos pesados, el manto y los más ligeros interactuaron con la corteza, siendo así como se segregan —o nacen— la hidrosfera y la atmósfera. Puede que sea más tarde o de manera simultánea, pero la biosfera se desarrolla también como una interacción, aunque más compleja; hay épocas como el Carbonífero hace 360-300 millones de años, en las que la exuberancia de lo vivo es de tal magnitud que una parte muy importante del planeta físico estaba invadido por kilómetros de biota. Si pensamos en la actual capa de humus que recorre el planeta, tendríamos que elevarla varios kilómetros.
En este contexto, las fuerzas internas del planeta en continuo movimiento, interactuando con la energía solar que facilitó tamaño desarrollo de materia viva, comenzaron a enterrar entre sedimentos, agua y aire una parte de la materia orgánica, que, una vez cocida con su propio calor y preservada, hace su aparición útil en fechas históricas muy recientes en términos geológicos. Para entonces, desde esa biosfera surgida de la interacción de las capas antes mencionadas, se había ido generando la noosfera: el conocimiento, la ciencia y finalmente la tecnología, de la mano de un ser que evolucionó hasta recibir el pensar en un soporte material —el cerebro humano—, haciendo fluir el conocimiento por el planeta desde las diferentes manifestaciones de la expresión y los lenguajes, mediante los cuales millones de seres vivos son capaces de comprender, comunicar y expandir los beneficios de tantas interacciones planetarias, y sobre todo… de utilizarlas.

La Revolución Industrial es el sustrato del capitalismo globalizado. Nuestra última organización social se inició en el siglo XVIII y fue expandiéndose por Europa continental y Norteamérica, basándose en la habilidad de manipular la energía de uno de esos casi mágicos productos generados por el planeta: el carbón. El intercambio internacional se expandió exponencialmente gracias a los motores basados en esa piedra negra ultra-energética que fueron construidos para unos mecanismos de transporte: los trenes y los barcos de vapor. Más tarde el petróleo, el gas (metano) y el uranio se unieron a la gran fiesta, dando lugar a la Gran Aceleración. Y aquí, en Iberia, este proceso empezó en Asturias.
Todo empezó en Arnao
Aunque hace miles de años ya hubo cierta explotación de depósitos superficiales de carbón en la Península Ibérica —los romanos ya comerciaban con carbón allá por el año 200 de nuestra era— todo empezó realmente en Arnao, en la costa de Asturias. Una observación que se convertiría rápidamente en revolucionaria, y que es hoy una meta cultural (convertida en museo) recién descubierta: la primera explotación donde nace el capitalismo fosilista en España. Cuando apenas se conocía en España más que el carbón vegetal —el que hacían los carboneros cociendo la madera talada— un religioso vecino de Naveces, Fray Agustín Montero, descubría en el año 1591 una “piedra negra”, que se comportaba como el carbón vegetal y con la que se podían confeccionar herramientas. Comunicó el hallazgo al emperador Felipe II mediante un escrito que ha sido recientemente rescatado de los archivos del Ministerio de Cultura. El emperador, convencido de la valía de tal descubrimiento, otorgó sobre Arnao la primera concesión de explotación de carbón mineral en la península. Pero su desarrollo a escala industrial hubo de esperar más de dos siglos.
El 13 de diciembre de 1833 en la publicación madrileña La Revista Española se anunciaba la llegada a Avilés del joven ingeniero belga Armand Nagel, primer director de la explotación de Arnao. La noticia de La Revista Española decía así: “Ha llegado a la villa de Avilés D. Armando Nagel, de nación belga, a explotar las minas de carbón de piedra que hay en aquellas cercanías”. Nagel llegó a Avilés el 25 de noviembre de 1833 y el 20 de diciembre, una semana después de la noticia, se iniciaba la explotación.
Que se diese importancia a este evento es algo muy significativo de lo que vino después, más aun teniendo en cuenta el contexto histórico. España se desangraba en el caos de la primera Guerra Carlista, tal como podemos comprobar en el resto de noticias de la publicación referida, dedicadas al reclutamiento y los preparativos bélicos. Pero, por alguna causa, la presencia en España y las motivaciones de aquel joven ingeniero llegado desde Lieja se consideraron relevantes para el destino de una España a la que un grupo de intelectuales e inversionistas querían desarrollar a la manera británica, tal y como explicara Jovellanos unos años antes. La noticia resulta premonitoria: lo que podría no haber sido más que una anécdota intrascedente entre páginas bélicas acabó convirtiéndose en el motor del desarrollo industrial del siglo XX en España, de la consolidación del capitalismo fosilista y también en el símbolo de su declive y resiliencia hoy a través de la cultura tras décadas de abandono y ruina.
Gracias a la rehabilitación, hoy es quien visita el museo quien recupera una parte importante del origen e historia de nuestra última organización social. Hombres, mujeres y niños dejaron sus vidas en Arnao en aras de un desarrollo económico exponencial, y muchos de esos cuerpos enterrados son conmemorados en la actualidad en la única mina submarina de Europa. Cerrada en 1915, ha merecido la calificación de Bien de Interés Cultural, y sus galerías subterráneas, con cerca de doscientos años, permiten revivir el ambiente de una mina primitiva que se introducía hasta 400 m bajo el Mar Cantábrico.
Cuando ya no queda prácticamente minería del carbón en España —en 2019 se habrán cerrado todas las explotaciones subterráneas de este combustible fósil, y sólo quedará una a cielo abierto según la Decisión 787 de la UE para el cierre de todas las explotaciones “no competitivas”— la transición energética no es más que un enigma. Esto es así porque no se hicieron los deberes a tiempo y los flujos energéticos con altas tasas de retorno que nos propiciaron aquellos productos —fruto de la fotosíntesis y de la tectónica de placas— serán progresivamente sustituidos por otros flujos captados mediante tecnologías más modernas, pero mucho menos densos energéticamente, más caros e intermitentes. Y es que no nos queda más remedio: los combustibles fósiles son un recurso finito que hemos quemado como si no hubiese un mañana, y su uso tiene efectos secundarios sobre las corrientes que alimentan nuestros cuerpos-vórtices. Hoy ya estamos pagando las consecuencias de construir hasta la mitad de las moléculas de nitrógeno de nuestros cuerpos-vórtices a partir de las muy aceleradas y sofisticadas transformaciones de los hidrocarburos.
Quemar
No sólo estamos extrayendo cada vez más, sino que, al hacerlo con cada vez más dificultades de acceso, necesitamos quemar cada vez más. Por eso las tasas de retorno energético (TREs) han caído a la par que el consumo y los desechos aumentaban. Si hace un siglo con la energía de un barril equivalente de petróleo obteníamos cien de muy buena calidad, hoy apenas llegamos a quince. Precisamente fue esa diferencia (energía neta) la que nos permitió un crecimiento nunca antes visto en la historia. Los nuevos petróleos ligeros hacen que el diésel sea cada vez más costoso de conseguir y que un porcentaje altísimo de lo extraído se utilice para poder perforar, extraer, refinar y transportar; apenas queda una fracción que garantice ya el crecimiento de una civilización tecnológica e industrial como la que hemos conocido.
El transporte internacional a escala masiva que nació con el carbón, también cada vez más costoso y de peor calidad, hoy es la sangre que alimenta nuestro capitalismo globalizado. Está en declive sí, pero no sólo por el problema del diésel. No podemos crecer, no hay negociación posible con el planeta, puesto que no hay sustituto similar a la vista para el petróleo. Electrificar una economía boyante y siempre creciente como exige nuestra organización social, no va a ser posible con un modelo globalizado, centralista, jerárquico, machista… Podría hacerse si el modelo fuese el opuesto: desglobalizado, descentralizado, desjerarquizado, ecológico (que es lo que se persigue), feminista. Pero entonces ya no es capitalismo: es otra cosa.
La geología del planeta no entiende de equidad, es el ser humano el que inventó ese concepto; la Tierra simplemente nos da todo lo que tiene y a la Tierra no se le puede pedir más. ¿Podríamos por tanto, hablar de un umbral de TREs a partir del cual nuestra organización social tecnológica-industrial comenzará a mostrar signos de dispersión y descomplejización? Sí, y no sólo podemos, sino que debemos hacerlo. Y aunque sea muy difícil fijarlo, e incluso medirlo, son varios los estudios y las investigaciones que nos orientan. Casi todas ellas concluyen que tenemos que repensar nuestra sociedad con las energías denominadas renovables y tasas de retorno energético entre cinco y diez (es decir, por cada unidad energética invertida en procurarnos energía obtendríamos menos de una decena).
Cultura y valentía, o pobreza
Sin embargo, este mensaje no cala entre nuestros dirigentes. Vemos que a nivel mundial, el largo plazo que estamos experimentando es el del agotamiento de los recursos, mientras que las medidas tomadas siguen siendo medidas a corto plazo, y que además presuponen que dichos recursos no sólo van a seguir estando presentes, sino que van a crecer al ritmo deseado y en algún momento la volatilidad y la incertidumbre van a desaparecer. Con este panorama no es de extrañar que las contradicciones imperen en las previsiones de la creación (o más bien pérdida) de riqueza, apelando a una supuesta “limpieza ambiental” que ahora es el santo y seña de cada Gobierno, de cada partido político, de cada campaña electoral. En otras palabras, la disminución global de la TRE es irreversible y supone la imposibilidad de crear riqueza social en un marco mercantilista, o lo que es lo mismo: supone la expansión, dentro y fuera de los países desarrollados, de más pobreza. Algo que se está escapando a los marcadores e indicadores oficiales y no está siendo percibido por quienes toman las decisiones a pesar del aumento de personas desahuciadas, gentes sin techo, personas que sufren pobreza (energética, como es toda pobreza), trabajadoras precarias, paradas de larga duración, excluidas, ancianas desatendidas…
No podemos estar seguros al 100% de cuál será el desenlace final ni de si es irreversible el auge paralelo de los fascismos, porque esta vez carecemos de precedentes: la dinámica conocida de oferta y demanda convencional a la que estábamos acostumbrados ya no va regular ni precios ni disponibilidad de energía o minerales. Pero lo que sí podemos saber con certeza es que la era del crecimiento económico ilimitado —característica que define al capitalismo financiero neoliberal, globalizado, fosilista, tal cual lo conocemos— ha terminado de verdad.
Si no tomamos medidas técnicas adecuadas —y sobre todo sociales— la expansión acelerada de la pobreza será el mayor quebradero de cabeza de nuestros dirigentes y de la propia sociedad en general. Por lo tanto, la tarea urgente es reescribir la economía para adaptarla al mundo real que sigue evolucionando. Con ello estaremos, en paralelo, rediseñando nuestros conceptos de valor, prosperidad y ética; y lo haremos precisamente porque es necesario para reconstruir nuestras sociedades y adaptarlas a esta extraordinaria era de transición en la que la pobreza a nuestro alrededor se va a convertir en una compañera habitual a menos que tomemos medidas urgentes.

Fuente: https://www.15-15-15.org/webzine/2018/12/11/arnao-observando-el-declive/ - Imagenes: ‪citywallpaperhd.com‬

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