Cómo interactúa el clima con los conflictos humanos

La crisis climática aumenta los peligros de que se rompa la paz porque actúa como multiplicador de amenazas. Aunque no provoca automáticamente y por sí misma unos niveles de violencia más elevados, las presiones climáticas tienen efectos negativos en la disponibilidad de recursos, influyen en la dinámica demográfica y crean tensión en las instituciones sociales, por lo que repercuten en la estabilidad socioeconómica y política.
 
La relación entre el cambio climático y el conflicto armado es compleja. No siempre adopta la misma forma, pero las investigaciones han dejado claro que los cambios en el entorno natural causan tensión en las sociedades humanas. Por otra parte, la violencia y los disturbios debilitan las instituciones, por lo que impiden crear la capacidad de adaptarse y resistir y hacen que la sociedad sea más vulnerable a las crisis climáticas.
Este ciclo hace pensar que los factores políticos y socioeconómicos van a seguir siendo las principales causas de los conflictos internos y la crisis climática contribuye a multiplicar los riesgos. Sobre todo, en países que tienen ya una situación mala o en declive en materia de paz.
En esta sección vamos a abordar el tipo de conflictos que pueden derivarse de la inseguridad de la subsistencia y los desplazamientos causados por la crisis climática.
Inseguridad de la subsistencia
Las sequías y la pérdida de tierras cultivables pueden provocar una grave inseguridad alimentaria y la incapacidad de asegurar la subsistencia. Los periodos de sequía en Kenia han desencadenado enfrentamientos por el agua entre agricultores y agricultores, y la escasez de agua en India ha generado conflictos entre estados vecinos. También preocupa la posibilidad de conflictos entre Estados por recursos que atraviesan las fronteras, como las cuencas de ríos.
Las predicciones del IPCC de que la temperatura aumentará 1,5 grados Celsius de aquí a 2050 harían que 243,3 millones de personas, el 4% de la población mundial, experimentase sequías nuevas o agravadas por los cambios en los niveles de escorrentía. Las predicciones de una subida de 2 grados Celsius de aquí a 2050 harían que 86,6 millones, el 8% de la población, sufriera escasez de agua nueva o agravada.
La región MENA es la zona que más escasez de agua padece en la actualidad y la que más peligro corre de que esa escasez aumente. Tiene el mayor porcentaje de cuencas en situación de riesgo alto o extremadamente alto, el 50% y el 22% respectivamente. Detrás están el sur de Asia y África Subsahariana, con el 83% y el 54% de sus cuencas entre riesgo medio y riesgo extremadamente alto.
África tiene probabilidades de sufrir cambios más extremos en los regímenes de lluvias en el futuro. El calentamiento del continente ha sido de 0,5 grados Celsius o más en el último siglo, y se prevé que la temperatura media anual suba 2 grados Celsius para finales del siglo XXI. El Programa Medioambiental de Naciones Unidas prevé que casi todos los países subsaharianos tendrán escasez de agua en 2025.
Una mayor escasez de agua crea mayores vulnerabilidades en los sistemas agrarios, reduce la productividad de los cultivos y agrava la inseguridad alimentaria y la incapacidad de asegurar la subsistencia. Las tensiones por la escasez de recursos hídricos han provocado un número cada vez mayor de disputas relacionadas con el agua en 32 países de Europa, MENA y África Subsahariana, las tres regiones que abarcan los datos reunidos en la base de Conflicto y Cooperación entre Estados en Relación con el Agua (Water-Related Intrastate Conflict and Cooperation, WARICC).
Afortunadamente, la mayoría de estas disputas se resuelve mediante la cooperación, lo cual indica que los cambios del clima y los recursos no necesariamente desembocan en conflicto.
De los 32 países incluidos en la base de datos WARICC, 25 tuvieron una calificación dentro de la Escala de Sucesos Relacionados con el Agua (Water Events Scale, WES) positiva en el periodo estudiado, 1997-2009, y solo siete tuvieron una nota media negativa. La puntuación positiva significa que los países tienen más probabilidades de cooperar que de enzarzarse en un conflicto. Túnez tuvo la mayor intensidad media de muestras de cooperación, con una nota de 1,6 y 32 casos de cooperación relacionada con el agua, sobre todo de cooperación internacional e inversión en proyectos dirigidos a proteger las reservas de agua.
Si se comparan los hechos a lo largo del tiempo, en el periodo entre 1997 y 2009, los casos de cooperación fueron siempre más numerosos que los casos de conflicto. Sin embargo, en los tres últimos años del periodo estudiado (de 2007 a 2009), hubo más sucesos que adquirieron tonos de conflicto y algunos de ellos derivaron en violencia. En 2007, el 71% del total de las 462 disputas relacionadas con el agua se abordó de manera positiva y colaborativa. En 2009, la cifra había caído al 58%.
África Subsahariana tuvo el mayor número de casos de cooperación de las tres regiones entre 2002 y 2009, aunque también sigue la tendencia general de ir a menos cooperación y más conflictos. En Somalia, 273 personas murieron en escaramuzas directamente relacionadas con los recursos hídricos entre 2002 y 2009, un periodo en el que el país sufrió cuatro grandes sequías. En Etiopía, seis enfrentamientos por estos recursos acabaron con la vida de 220 personas en ese mismo periodo.
Un análisis aparte descubrió que en Mandera, Kenia, hubo docenas de personas que se vieron envueltas en conflictos por el agua después de una intensa sequía en 2008. Más de 160 murieron en choques por este motivo entre enero y agosto de 2009. Además, la ONU ha dicho que la escasez de agua y de tierras contribuyeron a los conflictos de Pokot Occidental y Turkana.
Unos granjeros llevan a los búfalos a beber en el río Éufrates, en la ciudad iraquí de Najaf. 
(HAIDAR HAMDANI/AFP/Getty Images)

En las tres regiones estudiadas, el número total de disputas por el agua se triplicó entre 1997 y 2009. Aunque, en su mayoría, las disputas se resolvieron sin violencia, los casos de conflictos por este motivo aumentaron más del 400% entre esos años, con unos incrementos netos de Oriente Medio y Norte de África y la región subsahariana que fueron más importantes que la disminución en Europa.
Las regiones que carecen de acuerdos internacionales sobre los recursos hídricos están especialmente en situación de riesgo. En la región de MENA, el crecimiento demográfico, la mala gestión del agua y el creciente uso de los recursos hídricos comunes han agudizado la vulnerabilidad medioambiental. Las tensiones por los recursos compartidos son visibles en los ríos Tigris y Éufrates, en los que las presas en la parte alta de los ríos, en Turquía, están dejando a los países de más abajo, Irak, Siria e Irán, con una escasez de agua cada vez mayor. Aunque el número de conflictos armados entre Estados por los ríos que tienen en común es bajo, la situación puede cambiar en los próximos años, a medida que el agua escasee cada vez más y la rivalidad por los recursos hídricos y fluviales se incremente.
La competencia por las tierras y las aguas escasas influye en los conflictos entre las comunidades ganaderas y agrícolas. En África Subsahariana, los efectos de la pérdida de tierras cultivables debido a las sequías y la aridez crónica han culminado en conflictos en varias ocasiones. Igualmente, Sudán ha vivido tensiones por las tierras, antes de sus mejoras más recientes en materia de paz. En los últimos 15 años, la desertización se ha extendido más de 100 kilómetros y el 12% de los bosques ha desaparecido. En Darfur del norte, las precipitaciones han disminuido un tercio en los últimos 80 años.
Los conflictos relacionados con la escasez de agua y de tierras pasaron de 1 en 2000 a 30 en 2009.
Las repercusiones de la falta de agua también tuvieron un papel en la dinámica de los conflictos de Nigeria. El Lago Chad, una forma importante de ganarse la vida para pescadores y agricultores, ha perdido el 90% de su superficie en los últimos 40 años debido al cambio climático y la mala gestión medioambiental. El desempleo y la seguridad alimentaria resultantes han contribuido al éxito de Boko Haram en el reclutamiento de jóvenes en paro en la zona.
La volatilidad de los precios de los alimentos también es otro posible factor de estrés que puede aumentar la fragilidad de un país. En los Estados con subsistencias frágiles y desigualdades, las subidas repentinas de los precios de los alimentos pueden aumentar el número de personas hambrientas y la dificultad de ganarse la vida, mientras que las bajadas repentinas pueden socavar las economías de subsistencia y hacer que los mercados locales no sean competitivos.
Las proyecciones de sequías más intensas y prolongadas en el continente africano suscitan preocupaciones de que el hambre desencadene la violencia o se emplee como arma de guerra. Un estudio de las revueltas violentas en África ha descubierto que la inseguridad alimentaria y la incapacidad del Estado contribuyeron a que hubiera más episodios violentos entre 1991 y 2011. El control político y la gestión de los alimentos, la energía, el agua y la agricultura determinan en gran parte la prevalencia de la inseguridad alimentaria debida a las variables climáticas y, por tanto, las posibilidades de conflicto.
Desplazamientos y migraciones

Existe una fuerte relación entre los fenómenos meteorológicos extremos y los desplazamientos de personas. En Etiopía, las sequías de mediados de los 70 y los 80 y las hambrunas subsiguientes provocaron oleadas de migración procedentes de las áreas más afectadas, tanto voluntarias como obligadas por el Gobierno.
En este caso, fueron factores climáticos y políticos los que repercutieron en los desplazamientos y las migraciones internas. Como consecuencia de esa inestabilidad, la violencia y la inseguridad aumentaron en los países vecinos, lo que, a su vez, tuvo consecuencias para Etiopía.
Se calcula que, en 2017, se desplazaron en todo el mundo 18,8 millones de personas debido a catástrofes naturales. Los mayores peligros para todas las regiones son las inundaciones extremas y los tsunamis. En Rusia y Eurasia, MENA y África Subsahariana, van seguidos de la sequía.
Las inundaciones y las tormentas han sido los factores que más han contribuido a los desplazamientos relacionados con el clima durante los últimos 10 años. Entre 2008 y 2016, el Centro de Vigilancia de Desplazamientos Internos no registró desplazamientos nuevos por la sequía, pero, en 2017, las sequías en Burundi, Etiopía, Madagascar y Somalia provocaron el desplazamiento de más de 1,2 millones de personas.
Se calcula que, en 2050, la crisis climática habrá creado hasta 86 millones de nuevos migrantes en África Subsahariana, 40 millones en el sur de Asia y 17 millones en América Latina, a medida que las condiciones agrarias y la disponibilidad de agua se deterioren en esas regiones. Los datos empíricos indican que las personas que viven en los países menos desarrollados, sin capacidad para mitigar los problemas vinculados a la crisis climática, son las que tienen más probabilidades de emigrar, y que esas migraciones pueden provocar conflictos en las zonas de acogida.
Siria suele mencionarse como ejemplo de cómo una variable climática puede agudizar las injusticias sociales y políticas y desembocar en disturbios. Entre 1999 y 2011, aproximadamente el 60% del territorio sirio sufrió dos sequías prolongadas. Alrededor del 75% de los agricultores vieron completamente arruinadas sus cosechas y, en el nordeste, los granjeros perdieron el 80% de su ganado. El resultado fue una migración extrema del campo a las ciudades: se calcula que, en 2011, había entre 1,3 y 1,5 millones de personas que se habían trasladado a los centros urbanos. En un sondeo realizado en 2011 por el Banco Mundial entre migrantes sirios, el 85,25% de los entrevistados dijeron que la migración era una “estrategia de adaptación”.
Un grupo de migrantes de Guatemalan cruzan el río Suchiate hacia México. (PEDRO PARDO/AFP/Getty Images)

En México, la forma de vida de más de cinco millones de pequeños agricultores sufrió las consecuencias negativas de variables relacionadas con el clima, especialmente las sequías de 2002 a 2012. La reacción general consistió tanto en desplazamientos internos a los barrios pobres de Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey, como la emigración internacional a Estados Unidos.
Las consecuencias del aumento del número de migrantes para la paz son mixtas. Las proyecciones suelen destacar la emigración, pero, de acuerdo con las tendencias pasadas, las migraciones climáticas tenderán probablemente a ser más internas que internacionales. Las grandes sequías en Malí, Etiopía y Burkina Faso y las catástrofes meteorológicas en Bangladesh han generado unos niveles bajos de emigración al extranjero. En estos casos, la reacción inicial de las poblaciones afectadas fue adaptarse a las condiciones climáticas en vez de marcharse, que es una opción más cara. Casi todos los que emigraron lo hicieron a corta distancia y durante un periodo limitado.
Por ejemplo, después del tifón de 2004 en Bangladesh, hubo una gran migración a las zonas urbanas, pero poca emigración. En las barriadas de Dacca, el 81% de los inmigrantes dijo que el principal motivo de su desplazamiento había tenido que ver con el clima. La enorme escasez de recursos y lo limitado de los medios públicos contribuían a la violencia en esos barrios, y los refugiados del clima agudizaron la tensión social que ya existía.
Se prevé que el aumento del nivel del mar en el futuro afecte a unos 18 millones de personas en Bangladesh y provoque la pérdida del 16% de las tierras, lo que desplazará a muchos habitantes de la costa y creará una presión migratoria aún mayor en el país.


Fuente: Institute for Economics and Peace - Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. - Imagen de portada:Un grupo de personas llena un camión con agua en Dhudo, Somalia, la única fuente de abastecimiento de agua de la región. (Andrew Renneisen/Getty Images)

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