«¿Por qué es legal que los productos que están en las tiendas favorezcan la destrucción ambiental?». Entrevista a Kathrin Hartmann autora del documental La mentira verde,
En el documental "La mentira verde", el director austriaco Werner Boote hace de poli bueno y la periodista alemana Kathrin Hartmann de poli malo. Boote juega el papel de consumidor que no rechaza el sistema pero sí busca la mejor opción de compra para el medio ambiente. Sin embargo, una y otra vez, Hartmann saca el lado más oscuro de los productos intentando demostrar que cualquier reclamo de compra verde falla por algún lado y solo contribuye a perpetuar un sistema viciado. «Disfrazada de verde, la destrucción continúa. No nos damos cuenta de que el sistema es dañino. Debemos cambiarlo», incide en la cinta esta combativa periodista, que ha escrito varios libros sobre el llamado greenwashing (lavado verde). «Debemos ser conscientes de que las empresas crean armonía para evitar conflictos, pero los cambios se consiguen justamente con conflictos».
Por Laura Rodríguez
A lo largo de La mentira verde, se va acusando de greenwashing a empresas como Unilever, Coca Cola, Ikea…, pero también a Tesla. De hecho, en un momento de la cinta, Boote y Hartmann dejan un coche eléctrico de esta marca abandonado, con la batería agotada, en una mina a cielo abierto de carbón de Alemania, en un gesto muy simbólico de lo que ellos piensan sobre las llamadas tecnologías verdes. Este planteamiento resultará demasiado extremo para muchos. Sin embargo, el documental deja algunas ideas interesantes: ¿Por qué tiene que ser el consumidor el que elija con su compra no explotar personas o no matar delfines? ¿Esto no debe ser un asunto que resuelva la legislación? «La industria nos hace creer que solo somos consumidores. No solo soy una consumidora, soy una persona, una ciudadana», destaca Hartmann.
¿Qué es para usted ‘greenwashing’?
El lavado verde sucede cuando las empresas presentan productos cuya producción es social y ecológicamente dañina como si fuesen respetuosos con el medio ambiente y socialmente aceptables. En definitiva, el greenwashing trata de preservar un negocio en sí dañino, que solo es rentable si no se considera la protección medioambiental y los derechos humanos. Cuanto más baratas sean las materias primas y más bajos sean los salarios, más beneficios. Hay que dar la vuelta a la pregunta: si las corporaciones obtuvieran beneficios produciendo de forma ecológica y socialmente justa, ¿por qué deben mantener sus prácticas dañinas?
¿Es muy crítica con cualquier reclamo o etiqueta verde de las compañías?
Las compañías no son personas que toman decisiones basadas en consideraciones morales, son concentraciones de poder cuyo fin es obtener beneficios. En el caso de las empresas multinacionales, están obligadas a pagar a sus accionistas los mayores dividendos posibles. Es por eso por lo que luchan con éxito, junto con los lobbies, contra cualquier tipo de regulación o ley que les fuerce a respetar legalmente los derechos humanos o proteger el medio ambiente. Todas producen y compran en el sistema, lo que hacen es desgraciadamente legal y se apoya políticamente. Por ejemplo, con los acuerdos de libre comercio o con los subsidios directos o indirectos, con las ventajas fiscales, los créditos baratos y demás.
¿No se puede confiar en ningún código de autoregulación o ningún certificado verde?
Para poner solo un ejemplo: en Bangladés en 2013, cuando el edificio de Rana Plaza, que también albergaba ilegalmente fábricas de textiles, colapsó, más de mil personas murieron. Todas las compañías de moda que tenían su producción allí detentaban en ese momento códigos de conducta que sonaban muy bien, así como otras promesas admirables sobre cómo cuidarían a sus trabajadores. El desastre de Rana Plaza es la prueba más dramática de que la responsabilidad voluntaria no mejora nada. Solo unos meses antes, incluso la organización de certificación alemana TÜV-Rheinland, en nombre de la industria de la moda, había inspeccionado el edificio y simplemente ignoró las condiciones de trabajo terribles y sus defectos en la construcción. Ni una sola compañía ha sido castigada –incluso la compensación demasiado escasa, que era pagar a las víctimas demasiado tarde, fue voluntaria– y solo se produjo por la gran presión del público.
¿De verdad considera que no hay nada de las grandes empresas que no sea ‘greenwashing’?
Cuando hablamos de enormes marcas y multinacionales, no, no hay ejemplos positivos. Hay que tener en cuenta que estas compañías producen cosas a menudo superfluas o innecesarias. Producen en cantidades ingentes, porque solo pueden generar un beneficio si se consume mucho, y luego se tira y se vuelve a comprar. Esto no ocurre sin un coste. El consumo es el motor del sistema capitalista basado en el crecimiento, así que es un tema político más que pragmático. Cuanto mayor es la compañía más materias primas necesita y cuanto más alejada está la producción y el origen de las materias, cuando más dañino es su negocio global, más vasto y elaborado es su greenwashing.
¿No existe ningún ejemplo de empresas que lo estén haciendo bien?
Por supuesto, las compañías más pequeñas y/o locales que no dependen de la importación de materias primas problemáticas o que no consumen cantidades inmensas de materias primas tienen otras maneras de producir con unos modos social y ecológicamente más justos. Estas compañías pequeñas no se preocupan por el lavado verde de imagen. Y por supuesto hay también formas de organización de compañías que son ecológicas y socialmente justas, como por ejemplo, las cooperativas. Se pueden encontrar en la producción de alimentos, y también en la moda, pero forman nichos bastante pequeños. La energía es un buen ejemplo: en Alemania hay muchas cooperativas pequeñas, parques eólicos o solares propiedad de ciudadanos. Los cambios en la energía en Alemania los han promovido estas compañías pequeñas; las grandes empresas son muy lentas y solo entraron en el mercado porque lo exigió la ley. Han usado, en cambio, todo su poder en lobbies y en (diciendo, por ejemplo, que la energía nuclear es respetuosa con el medio ambiente) para seguir con la energía nuclear y el carbón porque han ganado mucho dinero con esto.
¿En el documental ‘La mentira verde’ defiende que la elección en la compra no sirve para cambiar el mundo?
Para mí la cuestión más importante no es: ¿qué debemos comprar y qué compañías son mejores? Si no: ¿por qué es en realidad legal que la mayoría de los productos que están en las tiendas se hayan producido violando los derechos humanos y favoreciendo la destrucción ambiental? Y, ¿cómo podemos como ciudadanos luchar para que esto cambie?
Laura Rodríguez trabaja en el portal de noticias de investigación AlphaGalileo. Vivió en Londres doce años donde participó en la creación de la revista digital El Colectivo Magazine. Ha colaborado en medios como El País y Ballena Blanca. Escribe sobre ciencia, economía, cultura y medio ambiente.
Fuente: https://www.eldiario.es/ballenablanca/365_dias/kathrin-hartmann-legal-productos-tiendas-favorezcan-destruccion-ambiental_128_6128945.html - Imagenes: Diario Ecologia - Fotograma del documental La mentira verde - Portalambiental.mx