Argentina: El veneno nuestro de cada día

Se acaba de aprobar el primer trigo transgénico en la historia nacional. Celebrado por el establishment y los medios amigos del agronegocio, este nuevo avance del modelo extractivo es una invitación a compartir el pan y comprometer el futuro de las mesas argentinas.

por Ricardo Serruya

Todavía quedaban los ecos de las marchas por las calles que recordaban un aniversario del cruel  golpe de estado. Todavía retumbaba en los oídos de millones de argentinos movilizados la letra de las canciones que elabora el ingenio popular: “Como a los nazis les va a pasar, adonde vayan los iremos a buscar”.
Habían pasado solo algunas horas de esos actos. Ya era 25 de marzo de aquel 1996 cuando una información era ignorada por muchos: el gobierno menemista autorizaba la primera soja transgénica.
Muchos no sabíamos que significaba ello, lo cierto es que aquella noticia que pasaba desapercibida para la gran mayoría cambiará nuestras vidas. Con el tiempo supimos que la por entonces Secretaría de Agricultura, comandada por  el pluri-funcionario Felipe Solá, aprobaba el ingreso de este producto con un estudio que le demandó solo 81 días y que se basaba en los realizados por  la misma empresa que lo fabricaba: Monsanto.
Pasaron 24 años de aquel día y nada es igual: el campo no es el mismo, se perdieron fuentes de trabajo, se cerraron tambos y chacras, se empobreció la tierra, se contaminó el aire, el agua y los cuerpos. Pueblos y ciudades se llenaron de habitantes enfermos: cáncer, leucemia, abortos, malformaciones se cuadriplicaron y quintuplicaron formando parte de una tétrica postal a la que se le suman desmontes, expulsión de pueblos originarios y campesinos.
Más de 500 millones de litros de venenos esparcidos donde habitan 12 millones de habitantes.
     Pasaron 24 años y el modelo no solo continúa, sino que se amplifica.

Nuevo trigo transgénico
En 1991 se crea la Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Agropecuaria (Conabia) que, según la resolución 124 de ese año, es la encargada de regular las actividades relacionadas con organismos genéticamente modificados de uso agropecuario y hacer el seguimiento y pre-evaluación de las solicitudes presentadas para desarrollar actividades con estos organismos.
Esta entidad, junto al Senasa (Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria), sugirió hace uso días al Ministerio de Agricultura de la Nación que se apruebe el primer trigo transgénico que incorpora la biotecnología conocida como HB4, que modifica sus genes, los vuelve resistentes a la sequía y brinda tolerancia al agrotóxico glufosinato de amonio.
La noticia fue anunciada con vítores por los sectores vinculados al agronegocio. El periodismo nacional “especializado” en cuestiones científicas, económicas y rurales enrrojecieron las palmas de sus manos de tanto aplaudir. Medios y periodistas santafesinos se inflaban de orgullo porque parte de este trabajo se desarrolló en la provincina, más precisamente desde Conicet-UNL (Universidad Nacional del Litoral).
Lo que para algunos era una gran noticia, para otros representa un nuevo pesar, ya que incrementa aún más el territorio dominado por cultivos drogadependientes y enriquece los bolsillos de multinacionales que poseen el dominio de esta producción e inclusive su comercialización.
Años de investigaciones solventadas por el Estado vuelven a beneficiar a empresas transnacionales y a envenenar nuestro ambiente y a nuestra gente.
El mérito del descubrimiento residiría, en parte, en que ese tipo de trigo puede crecer incluso en épocas de ausencia de lluvias, como las que vivimos por estos días. El evento se pudo llevar a cabo a través de un acuerdo con la empresa INDEAR (Instituto de Agrobiotecnología Rosario), que además cuenta con el aporte privado de Bioceres, una compañía argentina de biotecnología agropecuaria fundada en 2001 que exporta a Brasil, Paraguay, Bolivia, Uruguay, Colombia, Estados Unidos, Sudáfrica, India, países de Asia y del Este europeo.
Según su propia página web, se trata de un emprendimiento “totalmente integrado de tecnologías de productividad de cultivos diseñadas para permitir la transición de la agricultura hacia la neutralidad de carbono". Para ello, "las soluciones de Bioceres crean incentivos económicos para que los productores y otras partes interesadas adopten prácticas de producción más respetuosas con el medio ambiente".

El primer trigo transgénico incorpora la biotecnología HB4, que modifica sus genes, los vuelve resistentes a la sequía y brinda tolerancia al agrotóxico glufosinato de amonio.

A renglón seguido de afirmar que son respetuosos con el medio ambiente, detallan que la compañía “cuenta con una plataforma biotecnológica única con tecnologías patentadas de alto impacto para semillas”. Curiosa manera de proteger el ambiente.
Esta sociedad (INDEAR-Bioceres-CONICET-UNL) es la creadora del trigo HB4, que si bien tiene entre 5 y 7 años de desarrollo, no se puede afirmar que cuente con todas las evaluaciones de impacto ambiental y en la salud de los consumidores. Estos estudios no existen porque nuestra legislación es excesivamente débil a la hora de exigirlos.
Basta recordar que Argentina no posee legislación de presupuestos mínimos sobre este tipo de organismos modificados genéticamente. Tampoco es de acceso público la información que, supuestamente, se obtuvo en la etapa de investigación.
Glufosinato de amonio
Las particularidades de esta nueva semilla modificada es su resistencia a la sequía y su tolerancia al glufosinato de amonio como alternativa al agrotóxico glifosato.
Ya en 2012 el Dr Andrés Carrasco, especialista en Embriología molecular, anunciaba lo dañino que resulta el glufosinato de amonio y alertaba que, mientras acá se investigaba su utilización, Bayer lo retiraba del mercado por provocar malformaciones. A su vez, era incluido en la lista de pesticidas que iban a desaparecer del mercado según las nuevas normas de la Unión Europea.
Rafael Lajmanovich, Paola  Peltzer, Mariana Cabagna-Zenklusen, Celina Junges, Andrés Attademo, Eduardo Lorenzatti, Agustín Basso y Paula Grenón, investigadores y becarios del Conicet en la Universidad Nacional del Litoral, publicaban en 2013 y 2014 trabajos de investigación que pueden leerse en Medline, la base de información internacional de medicina más importante de mundo.
Producida por la Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos, recoge referencias bibliográficas de los artículos publicados en unas 5.500 revistas médicas desde 1966. Actualmente reúne más de 30.000.000 citas.
Lo publicado por los investigadores y becarios mencionados son trabajos "pioneros" a nivel mundial, en cuanto al descubrimiento de la potencialidad genotóxica y neurotóxica de los formulados comerciales del glufosinato de amonio, realizados con organismos vivos considerados "centinelas" y modelos de estudio para la salud humana.
El estudio lo realizan en anfibios, ya que son buenos indicadores de daño ambiental o contaminación emergente. Andrés Attademo aclara: "Una vez que estas especies fueron expuestas a diferentes dosis de glufosinato de amonio y midiendo algunas enzimas que intervienen en la sinapsis química (cruces biológicos a través de los cuales las señales neuronales pueden intercambiarse entre sí con las células no neuronales, tales como los músculos o glándulas), se produjo una inhibición causándoles un daño muy importante".
Los anfibios tuvieron problemas motrices y además se afectó el núcleo de las células sanguíneas, generando aberraciones nucleares e indicadores de daño genotóxico.

Ya en 2012 el Dr Andrés Carrasco anunciaba lo dañino que resulta el glufosinato de amonio y alertaba que, mientras acá se investigaba su utilización, Bayer lo retiraba del mercado por provocar malformaciones.

Otras conclusiones publicadas son que estas nuevas semillas complicarán el panorama de los impactos en salud animal y humana. En animales se ha revelado con efectos devastadores: en ratones produce convulsiones, estimula la producción de óxido nitroso y muerte celular en el cerebro. Genera, además, efectos teratogénicos (malformaciones o anomalías provocadas en el feto por la administración de medicamentos a la madre durante la gestación) y se han descripto reducción o pérdida de la porción anterior del encéfalo durante la fase de desarrollo del embrión.
Según los investigadores, todos estos son indicios de un serio compromiso del desarrollo normal del neuroepitelio y probablemente de las crestas neurales. En resumen: estamos en presencia de un nuevo organismo genéticamente modificado que se viene a sumar a otros que, ya está comprobado, son malignos para la salud.
Con los cultivos transgénicos agregaremos a nuestra alimentación básica una serie de químicos (primero incorporados a una semilla fabricada en un laboratorio que es rociada con agrotóxicos antes y después posterior a la cosecha) perjudiciales para la salud. Este riesgo se agrava con el trigo, que forma parte de la dieta cotidiana de nuestra sociedad, pues está presente en el pan, galletas, masitas y las pastas, entre tantos otros productos de las mesas argentinas.
Finalmente, estamos en presencia de un nuevo ataque a la soberanía alimentaria. Campesinos y pueblos originarios que resisten a los embates del agronegocio verán peligrar sus cultivos naturales, dado que se pueden perder semillas criollas, cuidadas de generación en generación de manera ancestral, y con ellas la necesaria e imprescindible diversidad genética. Como el nuevo trigo transgénico cumple el proceso de polinización por vía aérea, por la acción del viento y será imposible evitar la contaminación en otros cultivos no transgénicos.
Por efecto del omnipresente agronegocio, el pan nuestro de cada día será a partir de ahora... el veneno nuestro de cada día.
 
Fuente: https://revistacitrica.com/pan-y-trigo-transgenico-argentina.html
 

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