El mono petulante
Hemos estado observando las curiosidades vivas en el tercer planeta del sistema solar 5AQ2R3, en una cola de la galaxia VL-1947. Es un pequeño planeta azul, de 13.000 kilómetros de diámetro a 150 millones de kilómetros de su estrella matriz. Gira sobre su propio eje cada día local y alrededor de la estrella matriz cada 365 días locales, a 107.200 kilómetros por hora... Sobre la superficie la temperatura global anual promedia 14°C, con significativas variaciones con la altura sobre la superficie y la posición geográfica. La temperatura registra una fuerte tendencia al alza, amenazando con alterar irreversiblemente el delicado equilibrio energético de los últimos 12.000 años. Unas tres cuartas partes de su superficie se encuentran cubiertas de agua, dando la impresión de abundancia. En realidad toda el agua, tanto liquida como sólida, es equivalente a apenas el 1% del volumen del planeta.
Por Julio César Centeno
Esta curiosa esfera cósmica se formó hace unos 4.000 millones de años. Con el tiempo desarrolló una fina y delicada envoltura de gases: nitrógeno en un 76% y oxígeno en un 21%. El resto es una mezcla de gases en menores proporciones, entre los que se destaca el CO2 en un 0.03%. Si no fuera por este componente, seguramente sería un planeta sin vida, como tantos otros, con una temperatura superficial promedio de unos 18°C bajo cero.
Contiene una gran variedad de organismos vivos, tanto en el agua como en tierra firme. Algunos se mueven temporalmente por la atmósfera. Hemos podido identificar unos 30 millones de diferentes formas de vida, tanto vegetales como animales, que forman una red interdependiente con la atmósfera, el agua y los suelos, lo que convierte a este pequeño punto azul en un excepcional planeta donde floreció en millones de formas la extravagancia que llamamos vida.
La mayoría de los seres que lo habitan son muy pequeños: insectos, bacterias, virus. Hay algunos muy grandes, tanto en el agua, como las ballenas, o en tierra firme, como los elefantes. Hay variedades animales realmente majestuosas: jaguares, leones, águilas, delfines, lobos, caballos, osos y simios, entre otros. Los más llamativos son los mamíferos. Entre los vegetales se observan majestuosidades similares. Es, en resumen, un planeta impregnado de vida, con millones de mecanismos para hacer fluir un ácido, identificado localmente como ADN, a través de generaciones hacia el futuro, un flujo de ADN en el tiempo. El objeto de la vida aquí es la supervivencia del ADN.
Una de los animales de este planeta azul llama poderosamente la atención. Es sólo una especie entre millones, pero su comportamiento amenaza con destruir a muy corto plazo el tejido vivo de este mundo. Es un simio bípedo, un mamífero de unos 70 kilogramos de peso y 170 centímetros de alto cuando adulto. Su lapso promedio de vida es de unos 70 años locales. Ha desarrollado habilidades primitivas, como hablar, escribir, pensar, cultivar y fabricar objetos. Su comportamiento es tan aberrante que al principio asumimos que provenía de algún otro planeta, un engendro extraño, una infección. Luego comprobamos que en realidad es una ramificación genética que se separó progresivamente de sus parientes más cercanos, los chimpancés y los gorilas, hace apenas un par de millones de años. Es una especie muy reciente, si consideramos que el poema de la vida en este planeta se ha venido escribiendo por más de 3.000 millones de años.
Estos seres se auto-denominan humanos y sabios. Han desarrollado diferentes idiomas dependiendo del lugar que habitan, frecuentemente separados por accidentes geográficos. De allí que al planeta le hayan dado una multiplicidad de nombres; Gaia, Pachamama, Hopa, Tierra, Erde, Tiksimuyu, Earth, entre muchos otros.
Hace apenas 12.000 años aprendieron a cultivar alimentos en los suelos, dando inicio a su civilización actual. Su inteligencia es muy limitada, lo que los conduce a la petulancia de considerarse genios. Han inventado dioses para explicar lo que no comprenden. Su petulancia es tal que se consideran creados a semejanza de los dioses que ellos mismos inventaron. La mayoría se resiste a aceptar que son en realidad descendientes de monos y lagartos.
Lo que diferencia a las especies de este planeta son sus genes. Todos los individuos de una especie comparten un mismo reservorio. Estos genes se combinan temporalmente en cuerpos individuales, pero no se transforman. La mitad de los genes de cada mamífero son réplicas de los de su padre, la otra mitad de su madre. La mitad de los genes del padre son réplicas de los de uno de los cuatro abuelos, y así sucesivamente hacia el pasado. Los genes no se transforman, sino que utilizan los cuerpos de los individuos de generaciones sucesivas para perpetuarse viajando por el tiempo.
Los genes son cadenas de información con un código cuaternario, con cuatro símbolos. El código genético es como un idioma con las 64 palabras de tres letras que se pueden formar con cuatro símbolos, que corresponde a otro idioma con 21 palabras: 20 aminoácidos más un signo de puntuación. La vida en este curioso planeta no es más que información en código cuaternario. El ADN es un largo texto escrito con un alfabeto de 4 letras. No está claro quien lo escribió, ni donde, ni cuándo, aunque no se descarta que se haya escrito a sí mismo.
Llegamos así a una conclusión asombrosa: no sólo todos los bípedos mamíferos llamados humanos son descendientes de un mismo individuo, sino que todos los seres vivos, animales y plantas, son descendientes de un único ancestro.
Cada célula del cuerpo del mamífero humano contiene miles de minúsculas cápsulas llamadas mitocondrias. Cada mitocondria tiene un único cromosoma circular, como las bacterias. Se reproducen por división, sin participar en la mezcla sexual. El ADN mitocondrial se mantiene puro e idéntico a través de generaciones, excepto cuando se presentan mutaciones; se transfiere de generación en generación solo a través de las hembras. Se deduce que todas las hembras actuales de este bípedo, llamadas mujeres, provienen de una sola abuela ancestral, miembro de la especie Homo sapiens, quien posiblemente existió en una región llamada África hace apenas unos 200.000 años.
Hay otros ancestros más antiguos de las especies progenitoras del Homo sapiens. Hace unos 2 millones de años el Homo erectus se desplazó desde un territorio llamado África hacia otros llamados Asia y Medio Oriente, pero no dejaron descendientes que sobrevivieran hasta la actualidad.
Ahora, a 12.000 años del inicio de su civilización, estos bípedos humanos se encuentran azotados por una epidemia causada por un virus, un ser monocelular que penetra en sus vías respiratorias causándoles severos trastornos, incluyendo asfixia, fiebre alta, colapso de órganos esenciales e incluso la muerte. Seguimos con atención el desarrollo de este proceso, pues el virus que los afecta produce trastornos similares a los que estos mismos bípedos le causan al planeta que habitan: un desbalance energético planetario que ya ha provocado un peligroso aumento de temperatura, una especie de fiebre planetaria, con tendencia a alcanzar niveles catastróficos a corto plazo; colapso de sistemas naturales esenciales para la vida en el planeta, destrucción masiva y acelerada de otras formas de vida, contaminación del aire y el agua de los que depende su propia existencia. Han fabricado armas capaces de destruir toda forma de vida en el planeta en pocas horas o días. También contaminan la mente de sus crías, a través de televisión, películas, internet, música, juegos y múltiples otros mecanismos, como si deliberadamente quisieran sumergirlos en la ignorancia y enseñarles la crueldad, la credulidad, la superstición, el consumismo y la violencia contra ellos mismos y contra el mundo que habitan.
Nos hemos apegado estrictamente a las instrucciones de no intervención en los asuntos propios de este pequeño planeta azul. Sin embargo, sugerimos considerar la posibilidad de intervenir, ya sea para asistir a estos bípedos a superar su proceder suicida y destructivo, o para realizar una operación quirúrgica selectiva para evitar que el tejido de la vida en este planeta llegue a su fin por la petulancia de sólo una de sus millones de especies. Aunque este bípedo mamífero es un descendiente evolutivo de otras especies, su arrogancia lo ha desvinculado de la red energética primordial que enlaza y unifica a todas las demás. Ha optado por convertirse más en un parásito que en parte integral de la red vital planetaria. Su extirpación no afectaría de manera alguna la sinfonía de la vida en esta esfera azul, aunque eliminaría su única forma de vida capaz de descifrar los secretos del universo.
Fuentes: Rebelión - Jc-centeno@outlook.com