El Chernóbil de la Amazonía: una advertencia para todos

“Debemos atender su llamada. Nuestra Madre Tierra, militarizada, vallada, envenenada, un lugar donde los derechos básicos son sistemáticamente violados, exige que actuemos. Construyamos sociedades capaces de coexistir dignamente, de un modo que proteja la vida. Unámonos y mantengamos la esperanza mientras defendemos y cuidamos la sangre de la Tierra y de sus espíritus” (Berta Cáceres, activista por los derechos indígenas y ecologista del pueblo lenca, asesinada en Honduras en 2016)

Por Kenn Orphan

Si existe una verdad indiscutible en estos comienzos del siglo XXI es que los pueblos indígenas están en la primera línea de defensa de una guerra declarada contra la propia tierra viva. Desde [las arenas bituminosas del] Athabasca hasta el delta del Níger y la Amazonía ecuatoriana, la industria de los combustibles fósiles y otras industrias extractivas están empapadas con la sangre de innumerables personas inocentes y son responsables de una aniquilación ecológica a escala inimaginable. Y todo ello con una impunidad total. Estas industrias gozan de la protección legal  de las entidades estatales más poderosas del mundo. Sus crímenes, de los que todos somos víctimas, quedan sin castigo.

Pocos ejemplos ilustran mejor la impunidad con que actúa el sector de los combustibles fósiles  que la destrucción deliberada realizada por Chevron-Texaco en la Amazonía ecuatoriana, un caso que suele describirse como el “Chernóbil de la Amazonía” por la magnitud la de la catástrofe. Desde 1964 a 1992 Texaco, la compañía adquirida por Chevron junto con todas sus responsabilidades, contaminó una franja de selva virgen de 4.400 kilómetros cuadrados. En su ansia de beneficios, la compañía recortó gastos y vertió al menos 72.000 millones de litros de agua tóxica al medio ambiente. Derramó 64 millones de crudo en balsas sin revestimiento, algunas con una profundidad de 10 metros, en el suelo de la selva. No hay manera de saber cuántas especies sucumbieron a los horrores de tal codicia desenfrenada.
Pero esta es también una historia de racismo medioambiental. Durante décadas se dijo a los pueblos indígenas de la región que el petróleo no suponía ninguna amenaza para ellos. Por el contrario, a muchos se les contó que tenía valores medicinales y contenía “vitaminas”. Miles de personas usaron esa agua. La bebieron, la usaron para cocinar, se bañaron en ella ajenos al peligro que suponía. Tras observar un auge de defectos de nacimiento y cánceres, ese peligro se hizo cada vez más evidente. Sin posibilidad de trasladarse a causa de su apabullante pobreza impuesta, se ven forzados a vivir en medio del desastre creado por el hombre, aunque les esté matando poco a poco.
A pesar de haber perdido la batalla legal así como una apelación a la corte suprema de Ecuador, que les ordenó pagar 9.500 millones de dólares para la limpieza y los cuidados médicos de las comunidades afectadas por su crimen, Chevron no ha pagado todavía ni un centavo. Incluso La Haya, ese supuesto bastión de la justicia que no pierde el tiempo persiguiendo a dictadores africanos, tomó partido con los criminales corporativos de Chevron.
Y la compañía ha hecho todo lo posible para perseguir a sus víctimas y hacerlas responsable de sus propias fechorías. Ha perseguido despiadadamente a los pueblos indígenas que se atrevían a oponerse a ellos, así como a sus defensores. Uno de ellos es el abogado de derechos humanos Steven Donziger, a quien hay que agradecer en gran medida la victoria del caso contra Chevron [en los tribunales ecuatorianos]. Ha sido sometido a arresto domiciliario durante casi 600 días a causa de una acusación espuria por parte de un juez al servicio de las grandes empresas.
De hecho, Chevron está intentando emplear una ley estadounidense utilizada para perseguir a la Mafia, contra los defensores de las tierras y aguas indígenas y contra cualquiera que muestre solidaridad con ellos. Las ramificaciones de esta conducta son, como mínimo, espeluznantes. Si lo consiguen, no habrá nada que detenga a otras corporaciones en su persecución de los indígenas, o de otros activistas por los derechos humanos y de la naturaleza, en cualquier lugar del mundo.
Claro que Chevron no está sola. Las industrias responsables de tallar el tajo ulceroso en las margas vivas de la tierra conocidas como las Arenas Bituminosas de Alberta (Canadá), se las han ingeniado para suprimir la información relacionada con los efectos adversos en la salud de los pueblos indígenas de la región durante muchos años. En este caso, se trata aun más obviamente de racismo medioambiental, pues las autoridades sanitarias atribuían las enfermedades de los indígenas a sus “malos hábitos alimentarios, la obesidad y el tabaco” en lugar de a la evidente contaminación arrojada a la atmósfera o vertida en los cursos de agua desde las industrias cercanas. Estas autoridades han tomado partido de forma rutinaria por la gran industria petrolera y en contra los pueblos indígenas y la biosfera, en uno de los países con más “lavado de imagen verde” del planeta.
En el delta del río Níger, una de las regiones húmedas más importantes del planeta, Royal Dutch Shell lleva décadas devastando sistemáticamente la vida silvestre y el agua con casi total impunidad. La combustión del gas contamina el aire con benceno, lo que provoca defectos congénitos y cáncer en las comunidades indígenas. Se calcula que, a lo largo de los últimos 15 años, se han vertido en el ecosistema en torno al millón y medio de toneladas de crudo.
La destrucción ecológica de Shell va de la mano con su supresión brutal de los derechos humanos. Su presencia en el delta del Níger ha traído deforestación, contaminación del agua y pobreza. Casi el 85 por ciento de los ingresos por el petróleo van a parar a menos del 1 por ciento de la población de un país en el que, según el Banco Africano de Desarrollo, más del 70 por ciento de la gente vive con menos de un dólar al día.
Nada de esto sería posible sin la asociación existente entre la corporación y el Estado. Shell lleva muchos años asistiendo y dirigiendo al ejército nigeriano en la supresión violenta de la disensión y la protesta. El activista indígena y ecologista Ken Saro-Wiwa suponía un problema para el gigante petrolero, porque era uno de los puntales de la resistencia frente a la destrucción de las tierras ogoni.  El 10 de noviembre de 1995, Saro-Wiwa fue uno de los 9 activistas ogoni asesinados tras ser considerados culpables en una farsa de juicio montado a instancias de la compañía. Hoy en día, el saqueo y la devastación del delta del Níger siguen en marcha.
A lo largo de décadas, las industrias de los combustibles fósiles y otras compañías extractivas han logrado crear una inmensa devastación en nuestra frágil biosfera sin que sus crímenes hayan sido castigados. De hecho, han conseguido controlar a un débil poder judicial global comprometido con los intereses corporativos. Pero la humanidad atraviesa una crisis existencial como nunca antes había conocido. Ya no podemos seguir sin hacer nada mientras el estado corporativo arrasa nuestro mundo y nuestro futuro descaradamente. Los pueblos indígenas llevan siglos reclamando que reconozcamos la trayectoria letal adoptada por nuestro orden político y económico. Si continuamos ignorando su solicitud de cordura podríamos pagarlo muy caro.

Ken Orphan es un sociólogo, artista y activista ecologista. Se le puede contactar en su sitio web https://kennorphan.com/
Fuentes: Counterpunch -  https://www.counterpunch.org/2021/03/19/the-amazon-chernobyl-is-a-warning-for-us-all/

 

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