Turismo decrecentista
Relato
Era el típico despacho del típico instituto, con la típica profesora que trataba de sacar palabras a la típica alumna, que no tenía ninguna intención de abrir la boca para hacer algo que no fuera bostezar. Después de 32 minutos rebosantes de un silencio incómodo, la profesora se levantó. Abrió un cajón. Volvió donde estaba la alumna y le dijo: Toma, puedes irte. Y la alumna salió de ese lugar sin decir adiós y con un cuaderno de tapa verde y hojas recicladas cogido en su mano izquierda.
María González Reyes
Cuando comenzó el curso siguiente lo metió por debajo de la puerta de ese típico despacho, de ese típico instituto para esa típica profesora que confiaba en que eso, justo eso, es lo que sucedería.
La historia que estaba escrita en el cuaderno podría ser un diario, pero en realidad se parecía más a un relato que podría haberse titulado: “El verano en el que fui camarera de piso en vez de turista”. Había usado un boli negro. En algunas esquinas, había dibujos hechos con ese mismo color.
Comenzaba contando que sus madres cumplieron lo que dijeron que ocurriría si no estudiaba. Durante las vacaciones no solo no viajó, sino que se tuvo que poner a trabajar. Nada muy diferente a lo que le ocurre a un montón de estudiantes en un lugar donde en verano hay mucho turismo.
Contaba que, en realidad, no se puede saber qué es ser una camarera de piso si no has tenido ese trabajo. “Se supone que limpias y ordenas habitaciones de un hotel, pero también haces otro montón de cosas. El primer día te duelen las manos. Después otras partes del cuerpo. El sueldo es muy bajo, aunque la mayor parte de la gente ha llegado en avión de lejos y ha pagado una pasta por alojarse unos días. Parece que nadie se da cuenta de que tener ese tipo de turismo implica que alguien limpie tu habitación por un sueldo ridículo. Es un trabajo invisible, nadie se fija en lo que hacemos las camareras de piso”.
Pero no solo hablaba de las condiciones laborales que había tenido, se centraba mucho en describir las montañas de residuos que se generaban cada día, en la cantidad de energía y de agua que se requería para mantener una infraestructura de ese tipo. “Ningún otro ser vivo se desplaza tan lejos ni genera tanto caos en los lugares a donde va”, escribía.
Decía que le había encontrado sentido a las mates para calcular los kilómetros que habían recorrido de media las personas que se alojaban en el hotel. Muchos kilómetros en la mayoría de los casos para estar pocos días. También a las clases de biología para comprender las múltiples formas en las que ese tipo de turismo rompe los ciclos de la materia y a las de geografía, donde la profesora se empeñaba en que comprendieran lo que significan las desigualdades e injusticias que van pegadas a la clase social en la que naciste. “Incluso le he cogido gusto a leer poesía por la tarde. Una compañera que limpia las plantas superiores del hotel me ha pasado varios libros”.
Pero lo que realmente fascinó a la profesora de todas las palabras escritas con boli negro en ese cuaderno de hojas recicladas y tapa verde, es que su alumna había convertido toda esa vivencia en un montón de propuestas de cómo debería ser el turismo.
Hablaba de que en ese escenario de caos climático, los aviones y viajar lejos no tenía sentido, que el turismo debía ser de cercanía. Que habría que deconstruir todos esos hoteles enormes y que solo fuera posible hospedarse en lugares donde resultara obligatoria una gestión sostenible de los residuos y un bajo consumo de los recursos. Que eso pasaba por pensar que los lujos accesibles a unas pocas personas no son justos, porque no se pueden generalizar y además tienen un profundo impacto ambiental, y que por eso los hospedajes tenían que ser diferentes. Y hablaba de que la única manera de disfrutar del turismo en vacaciones debería ser sabiendo que las personas que trabajan en los servicios que usas tengan condiciones laborales dignas.
La profesora sabía que las adolescentes están llenas de ideas y que solo hay que dar espacio para que aparezcan.
Sabía también que en un típico despacho de un típico instituto, una típica alumna y una típica profesora pueden comenzar a hacer algo no tan típico y que, entonces, todo comienza a cambiar.
Entrevista.
¿Cómo sería el turismo en una sociedad decrecentista?
Menos turismo, no hay otra, pero además un turismo:
- De cercanía.
- Que se mueva poco una vez que ha llegado al destino.
- En establecimientos de baja gama, que son menos impactantes.
- Adaptado al entorno en el que está, por ejemplo en su consumo de recursos y generación de residuos.
- Con condiciones laborales dignas.
Este relato forma parte de la colección “relatos decrecentistas”, escrita por María y Luis González Reyes, ilustrada por Emma Gascó y con la dirección artística de la grabación realizada por Nelo Royner para Perifèries. La experiencia busca ser integradora, pues el relato se puede escuchar, leer o mirar. Además, se acompaña de una pequeña introducción de cómo sería la energía en un contexto decrecentista.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/ecotopias/turismo-decrecentista - Imagen de portada: Turismo EMMA GASCÓ