Ni Elon Musk ni nadie colonizará nunca Marte
Marte no tiene una magnetosfera. Cualquier debate sobre seres humanos colonizando el planeta rojo puede terminar aquí, aunque, por supuesto, nunca lo hace. ¿Tienes tú un plan de bajo coste para, digamos, crear una gigantesca dinamo que funcione en el núcleo muerto de Marte? ¿No? Bueno, está bien. Estoy seguro de que tienes algún otro plan realizable y sostenible para proteger a los habitantes de Marte de la radiación solar y cósmica mortal, y para siempre. ¿No? Vaya. Bueno, entonces debatamos sobre algo igualmente realista, como tu plan de construir un complejo de viviendas en la Tierra Media.
Albert Burneko
Vale, así que aún quieres hablar sobre Marte. Está bien. Imaginémonos que la falta de un campo magnético de Marte no es, por lo que sea, un problema. ¿Qué te parece intentar simular cómo sería la vida en Marte? El primer paso es tu nevera. El segundo es cómo encerrarte en ella. (¡Puedes hacerlo con tu teléfono si te apetece!) Cuando te entre un hambre terrible, tus seres queridos en las afueras pueden entregarte la comida, pero no menos de nueve meses después de que la hayas pedido. Estos nueve meses también cuentan para cuando empieces a golpear la puerta del refrigerador desde dentro, suplicando que te dejen salir.
Felicidades: ya has simulado —también te has muerto, horriblemente, en uno o dos días de simulación— cómo sería la vida en Marte, una vez hayas resuelto el problema de no tener ni siquiera una bocanada de aire respirable, en ninguna parte del planeta. Nunca viviremos en Marte.
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Hablemos del problema del aire que respirar. La atmósfera de la Tierra es rica en oxígeno debido en buena medida a la fotosíntesis de toda la vegetación que existe en ella. Las plantas crecen por todas partes. Hay gente que cree que hacer que la atmósfera de Marte sea respirable es tan fácil como introducir algunas plantas en ella: se alimentarán del sol y producirán oxígeno y la gente, entonces, lo respirará. Es el, esto, ciclo de la vida, o algo así. Llaman a esta idea “terraformación”.
Llegados a este punto de nuestra discusión debo presentaros a dos queridos amigos míos. Sus nombres son Polo Sur y la cumbre del monte Everest.
El Polo Sur se eleva unos 2.800 metros por encima del nivel del mar, y, como en cualquier otro punto de la Tierra, se encuentra unos 70 millones de kilómetros más cerca del Sol que cualquier punto de Marte. Descansa en el interior de una atmósfera nutritiva de un planeta repleto de vida nativa. Comparado con el lugar más habitable de Marte es un Edén inimaginablemente fértil. Aquí hay una lista de la vida vegetal que crece en Marte: ninguna. Aquí otra lista, la de animales que se reproducen en Marte: ninguno.
Incluso con todas las ventajas profundas que el Polo Sur disfruta en comparación con Marte, incluso en un planeta donde los seres vivientes han gastado miles de millones de años descubriendo cómo adaptarse y prosperar en una serie de biomas increíblemente diversa —en un planeta en el que gusanos tubulares de la altura de un marcador de baloncesto han colonizado sin dificultades profundidades marinas en las que un ser humano sería aplastado como una uva bajo el peso de un piano— el Polo Sur simplemente no puede acoger una vida compleja. Es demasiado frío, y su relación con la luz solar es demasiado errática como para que los seres vivos puedan sostenerse por sí mismos allí. En una escala astronómica se encuentra, a todos los efectos prácticos, en el mismo lugar que algunos de los sitios biodiversos más ricos en vida en el universo conocido, y con todo ninguna especie ha establecido de manera permanente una población capaz de sostenerse en él. Nunca.
La cumbre del Monte Everest se eleva unos 8.800 metros por encima del nivel del mar, justo en esas latitudes terrestres cálidas que son bañadas generosamente por la luz del día durante todo el año. Comparado con cualquier lugar de Marte, es el vientre mismo de Dios. No crece ninguna planta. No vive en él ningún animal.
Incluso con una luz solar subtropical constante durante todo el año, incluso con condiciones infinitamente más nutritivas que las que se encuentran en ningún lugar de Marte, la cumbre del Monte Everest no puede acoger ninguna vida. Es demasiado fría, el aire es muy escaso, no hay ningún líquido para las plantas o que los animales puedan beber. Desde la cumbre del Monte Everest una persona puede, literalmente, ver lugares donde las plantas y los animales crecen, viven y se reproducen felizmente, pero ninguna especie ha establecido una población capaz de sostenerse a sí misma en las pendientes más elevadas del Everest. Hasta los microbios las evitan.
La vida en la tierra, la gran red de la vida, es un motor de terraformación más grande y más dinámico de lo que cualquier persona podría concebir jamás. Ha estado trabajando incesantemente desde hace varios miles de millones de años. Pero no ha terraformado ni el Polo Sur o la cumbre del Monte Everest. ¿En qué espacio de tiempo te habías imaginado que la caja de zapatos con liquen que enviaste a Marte iba a transformar un infierno desértico radioactivo y frío en un lugar en el que la gente puede cultivar trigo?
Mucha gente se hace la idea de que la vida es algún tipo de fuerza mágica, que la razón por la que Marte no tiene vida es porque la vida no ha llegado, que una vez la vida llega a algún lugar ya descubre por sí misma cómo seguir viviendo allí. Creo que esto es una consecuencia de que mucha gente ha recibido sus conocimientos científicos más de Ian Malcolm [el personaje de Jeff Goldblum de la franquicia Parque Jurásico, NdT] que de una clase de ciencias de verdad. Es más, es una muestra de cómo los seres humanos han formulado prácticamente todas sus ideas sobre la naturaleza de la vida a partir del lugar más fácil (y el único conocido) donde puede haberla.
En cualquier caso, Malcolm se equivocaba exactamente en el preciso momento en que decía “la vida… (Jeff Goldblum balbucea)… siempre se abre camino”. Seguro, claro que sí, cuando “vida” son “bacterias” y el desafío es cómo propagarse en mi casa, entonces sí, en ese caso la vida se abre camino. En una visión más amplia de las cosas, no, la vida no se abre camino. No ha encontrado un camino, ni siquiera a un nivel procariota, en ningún lugar donde los humanos se han propuesto observar, excepto aquí, en la Tierra.
Que nos encontremos en este planeta abundante, exuberante y hermoso no es una prueba de la ingenuidad de la vida, de su ingenio. Tampoco es una coincidencia. Aquí es donde la vida podía tener lugar, estamos aquí porque aquí es donde podía ocurrir. Incluso aquí, incluso cuando las cosas se dispusieron de la manera más apropiada que nuestras mentes podrían nunca imaginar, tuvieron que pasar miles de millones de años, incontables reproducciones, antes de que una vida individual avanzase lo suficiente como para pensar algo tan estúpido como “Hey, vámonos a vivir a Marte”.
La humanidad nunca establecerá una colonia permanente en Marte. Nunca. Es más, no hay ninguna necesidad de intentar imaginarse alguna manera de construir algún tipo de colonia en ella.
Los escenarios apocalípticos que los escritores de ciencia-ficción —y sus despreciables contrapartidas, los futuristas— han imaginado necesitarían algún tipo de escapatoria de la Tierra que puede dividirse en dos categorías. De la primera forman parte aquellos que no se acercarían a hacer de la Tierra un lugar tan infernal e inhabitable como Marte. Y éstos incluyen guerras nucleares a escala mundial, el colapso de la cadena alimenticia, pandemias a un nivel de exterminio humano y el hombre del saco de la eugenesia: la “sobrepoblación”. Ni siquiera en todos estos escenarios la Tierra cesaría de tener oxígeno respirable, por ejemplo, o dejaría de gozar de una magnetosfera. En el día después de incluso el peor de estos escenarios, si tuvieses que escoger uno de los dos planetas a los que aplicar fórmulas de ingeniería para convertirlos en habitables, la Tierra seguiría siendo una opción infinitamente superior. A efectos de planificación, el planeta que hay que preparar como una base de supervivencia en caso de un acontecimiento apocalíptico es en el que estás leyendo este artículo.
La segunda categoría son escenarios que no merece la pena ni siquiera tener en cuenta. De esta categoría forman parte los impactos de asteroides que destruyen planetas enteros. Seamos optimistas y generosos y digamos que, en el curso de 500.000 años de esfuerzo concertado entre especies que agotaría los recursos del planeta en el que ya vivimos, Marte podría ser “terraformado” en un lugar donde una colonia humana permanente tendría que sobrellevar una horrible pesadilla de penosa existencia durante un tiempo, sin sentido, en la que se explicarían los unos a los otros tristes historias sobre la infinita biodiversidad y belleza del mundo que los patéticos habitantes de Marte arruinaron para abandonarlo. Ajá, estupendo. Lo que se dice un sueño. Por desgracia, esto solamente tiene sentido si puedes anticipar el impacto de un asteroide unos 500.001 años antes, que por otra parte tampoco se puede evitar o mitigar de alguna manera. De otro modo lo único que se está haciendo es jugar a los dados con la posibilidad de que el impacto del asteroide destructor no ocurrirá en ningún momento durante ese período de tiempo mientras te has mantenido ocupado haciendo que la Tierra sea inhabitable con el objetivo de abandonarla por un lugar que es mucho peor.
Pero lo que es más importante: ¡No hay ningún escenario en el que los humanos puedan colonizar Marte y al mismo tiempo sobrevivir en la Tierra el tiempo suficiente como para irse a vivir en aquella colonia! Lamento ser el tipo que trae las malas noticias, pero es lo que hay: el esfuerzo para colonizar Marte ayudará a asegurar que nadie sobreviva lo suficiente para vivir en esa colonia. Lo que convierte a la idea de intentar construir esa colonia en algo moralmente reprobable.
En estos tiempos todo el mundo está familiarizado con conceptos como la huella de carbono, la sostenibilidad y similares. Medidas del coste ecológico de las cosas que hacemos. Uno de los problemas más fastidiosos que aquejan a la biosfera terrestre actualmente es el coste escandaloso de muchos de los aspectos de muchos estilos de vida humanos. La sociedad está tomando conciencia, gradualmente, aunque demasiado tarde, de la realidad por ejemplo de que hay un coste inexcusable e insostenible de enviar granos de café a todo el mundo desde el relativamente estrecho cinturón en el que crecen para que todo el mundo pueda tener su taza de café caliente por la mañana. O que el planeta se está sobrecalentando y está siendo intoxicado por las expectativas de muchos de comer todos los días filetes de ternera y tomates durante todo el año, y un iPhone nuevo cada año, y que, como consecuencia, su ciclo hidrológico y sus sistemas climáticos están comenzando a funcionar incorrectamente. Contaminar el mundo natural y los vertidos tóxicos a lo largo y ancho del mismo para que todo estadounidense pueda conducir un enorme automóvil desde su vivienda unifamiliar suburbana, demasiado grande y con aire acondicionado, a cualquier otro lugar al que quiera ir resulta ser incompatible con las necesidades de básicamente cualquier otro tipo de vida que hayamos detectado en el universo observable. ¡Vaya!
Todo esto que hace que el estilo de vida de vuestro propietario medio de una McMansion en Ashburn, Virginia, sea un anatema a la vida, tal cual, se aplica, elevado a la enésima potencia, a cada persona que viviese en una teórica colonia marciana. Sus huellas de carbono serían del tamaño de naciones enteras ya en el momento de poner el pie en el regolito frío y estéril del planeta rojo. Enviar un kilo de café desde “el cinturón del café” hasta Connecticut no es nada en comparación con enviar harina al maldito Marte.
Esto es sólo una parte de por qué el otro escalofriante escenario apocalíptico, el de la inevitable expansión del Sol hasta consumir la Tierra, ni merece la pena tenerse en cuenta como un motivo para planificar una emigración a Marte. Esto es algo que ni siquiera comenzará a ocurrir apreciablemente en algo así como cuatro mil millones de años. ¡Hablamos de un espacio de tiempo increíblemente largo, colega! La raza humana existe desde hace unos 300.000 años. Cuatro mil millones de años son 13 mil veces eso. Cuatro mil millones de años atrás la Tierra era básicamente una masa volcánica fundida sin más vida compleja que los microorganismos que la habitaban. Tuvieron que pasar otros 3,75 mil millones de años antes de que apareciesen los primeros dinosaurios. En ese espacio de tiempo cabe toda la existencia de la humanidad (hasta la fecha) unas 216 veces, y hablamos sólo del espacio entre la extinción de los dinosaurios y la primera aparición de los humanos en un registro fósil.
Ya os podéis imaginar adónde voy con todo esto. ¡Spoiler alert! No habrá ya humanos cuando la expansión del Sol comience a convertirse en un problema. Planificar en base a esta cuestión es como si alguna ameba primordial intentase hacerse con un piso en primera línea de mar en Pangea pensando en la posibilidad de que los humanos la podrían gentrificar en los noventa. Incluso en la ensoñación más optimista posible, en la que algunos descendientes de la humanidad todavía existen dentro de unos cuatro mil millones de años para preocuparse de la expansión del Sol, éstos no se parecerán en nada a nosotros. Puede que estén todos jodidos y sean desagradables, que puedan irse al infierno. En cualquier caso, ya puedes ir desembalando las conservas.
Nada de lo que contienen los parágrafos precedentes es algo que desconozca Elon Musk, el tórpido multimillonario, célebre por comprar cosas por más de lo que valen y empeorarlas, que tuiteó hace unos días alguna estupidez sobre su colonia marciana. ¿Cuál sería la palabra adecuada aquí? ¿Plan? ¿Visión? ¿Intención? En cualquiera de los casos, esto es algo que piensa que puede y debe ocurrir. Ve su compañía SpaceX como parte de los esfuerzos por colonizar Marte algún día.
Es importante estar al corriente de estas ideas locas, de cerebrín, sobre colonias espaciales, porque ellas solas nos proporcionan una verdad espantosa y vergonzosa sobre nuestro estado de cosas. La sociedad capitalista ha permitido desigualdades de riqueza y poder tan profundas, y Estados Unidos ha permitido que su sector público se degrade a unos niveles tan abismales, que un tipo como Musk ejerce una gravedad considerable en el mundo que lo rodea. Si le interesa ver hacer algo, un cierto número de personas trabajará para que suceda, porque ese trabajo se remunera mejor que prácticamente todos los demás. Si hay un pozo en el que quiere arrojar su dinero, le seguirá un atroz volumen de los recursos y esfuerzos humanos de este mundo.
Estos esfuerzos serán, para la gente que trabaje bajo las órdenes de Musk, básicamente suicidas. Una frase reveladora y escalofriante de sus tuits sobre este tema es “el espacio de vida probable de la conciencia”, incrementar lo que Musk ve como el fin esencial, sombrío y lúgubre, de la colonización interplanteria. ¿Qué porcentaje de la raza humana —o de cualquiera de las formas de vida no sintientes— ha de sobrevivir para garantizar la mera continuidad de la conciencia.
El orden de las prioridades, en el cual el fin sacrosanto es extender “el espacio de vida probable de la conciencia” y la colonización espacial es el medio, es, por encima de todo, una monstruosa estructura de permisión para sus declaradas ideas sociales de intolerancia, una suerte de reductio ab absurdum de lo que ha sido hacer negocios como “altruismo efectivo” durante algún tiempo. La fantasía —porque es una fantasía— no es sobre viajes espaciales y exploración y algún tipo de futuro brillante, como de Star Trek, para la humanidad, sino una de competencia y eugenesia, una fría lógica de bote salvavidas, o incluso del traslado de una minoría próspera desde una mayoría en declive. Ése es el mundo que Elon Musk y sus compinches quieren. La colonización de Marte es únicamente el pretexto.
En una sociedad sana, las opiniones de un hombre rico como Musk, bien conocidas y declaradas abiertamente, harían que se encontrase antes bajo la hoja de una guillotina que al frente de una agencia espacial con la capacidad de hacer desfilar los recursos del mundo a su agujero K [efecto que produce el consumo de ketamina en dosis elevadas, NdT] de cosplay de John Galt [protagonista de La rebelión de Atlas de Ayn Rand, uno de los libros de cabecera de libertarios anarcocapitalistas, NdT]. La certeza de que nunca hará otro planeta habitable no aporta ninguna tranquilidad al resto de nosotros, y en el proceso de intentarlo puede conseguir lo opuesto. El escenario apocalíptico viene de aquí. Espero que se muera en Marte.
Artículo original: Neither Elon Musk Nor Anybody Else Will Ever Colonize Mars publicado originalmente en Defector el 11 de septiembre de 2024. Traducido con permiso del medio y del autor. Traducción de Àngel Ferrero. - Imagen de portada: Campaña “Espacio para respirar” de Ecologistas en Acción. ÁLVARO MINGUITO - Publicado en: https://www.elsaltodiario.com/opinion/elon-musk-nadie-colonizara-nunca-marte