¿Es necesario viajar para acercarse al mundo? Reseña de «Contra del Turismo»
Contra el turismo. ¿Podemos seguir viajando? (Ediciones El Salmón, 2023) es un pequeño ensayo dividido en dos partes. En la primera, el hilo discursivo adopta la forma de una entrevista en torno a las tesis de Rodolphe Christin en las que defiende que el turismo consume el mundo a más no poder. En la segunda, el libro discurre orbitando alrededor de una pregunta: ¿Cómo seguir viajando para acercarnos al mundo?
Por Elena Krause
En la primera parte del libro encontraremos un análisis incisivo, acerado, algo anticapitalista que define el turismo como una industria y como tal —siguiendo la lógica de un sistema económico que crece y crece indefinidamente— destinado a masificarse. El turismo —nos cuenta— y la sociedad de consumo son indisociables. Una afirmación acertada porque, de hecho, es en sí mismo un sector económico que en algunos países ostenta un importante peso en el producto interior bruto. O, dicho de otro modo, y desde el punto de vista de la globalización, la hipermovilidad constante de personas de parte a parte del planeta es un sector productivo más de nuestras economías capitalistas e inseparable del uso de los combustibles fósiles.
En este libro encontraremos numerosas reflexiones muy notables desde el punto de vista histórico, antropológico y sociológico que merecen una lectura atenta. El autor describe el turismo como una industria de la compensación, una válvula de escape para vidas demasiado aceleradas en lugares cada vez más invivibles. Una sociedad dromomaniática llamada a la movilidad que se apoya sobre la construcción cultural que nos hace creer que viajar supone un crecimiento personal, moral y espiritual. Ese tópico que repite hasta el cansancio que de un viaje una vuelve con una mente más abierta, como si un planeta en el que la gente se desplaza más fácilmente fuera más armonioso y más justo. Pero como bien nos señala el autor no hay pruebas que apoyen esta idea. Y aquí nos recuerda que la situación de crisis humanitaria en el Mediterráneo demuestra que el turismo desaforado puede coexistir con la represión más feroz de los migrantes. Estoy de acuerdo, la sociedad del viaje no es una sociedad menos racista ni menos colonialista ni menos xenófoba.
Otra de las reflexiones destacables que encontramos en la obra es el análisis de la resistencia soterrada a la crítica del turismo hasta llegar a la descalificación porque viajar es parte de aquello que tomamos por buena vida. Y por lo tanto se suele tomar como un fenómeno intrínsecamente bueno. Así la palabra turismofobia describe la aversión hacia el turismo como una enfermedad mental. Y por contrapartida eleva a normal la afluencia de millones y millones de turistas que aterrizan en prácticamente cada rincón del globo.
El autor tampoco se olvida del turismo sostenible y, clarividente, observa que sólo es sostenible porque representa una gota en el océano del sector turístico. Si se generalizara, dejaría de ser sostenible, ya que en la cantidad reside el enemigo.
Asimismo, lo describe como un sector tóxico con graves repercusiones sobre la biosfera y los ecosistemas locales. Algunas de ellas bien conocidas como la huella de carbono de los viajes en avión. O la contaminación equivalente a un millón de coches que emite un solo crucero. O la fragmentación del territorio a medida que se multiplican los kilómetros de carreteras y que tiene un impacto severo —y a menudo ignorado— sobre la biodiversidad. O, en tiempos de sequías pertinaces, la inoportuna demanda hídrica que agota los acuíferos locales.
Intramuros de nuestras sociedades humanas, el turismo empeora la vida de los pobladores, ya que desequilibra la economía local, disparando el coste de la vida y demandando más recursos de todo tipo, generando más basuras y residuos de los que los sistemas de saneamiento pueden asumir. En un contexto capitalista, el turismo expulsa a los ciudadanos de sus ciudades al disparar el precio de la vivienda y, además, convierte calles, plazas y el patrimonio histórico y cultural en la torre de babel de un parque temático.
Y aunque es evidente que aporta riqueza económica, Christin nos advierte que hay que ponerla en perspectiva porque es un sector extremadamente frágil, que crea empleos precarios y condiciones de trabajo poco ejemplares. Y más aún, depende de flujos externos y, por tanto, de la buena voluntad de los visitantes. Y en lo que respecta a los países del Sur, lejos de erradicar la pobreza, para los ciudadanos más pobres el turismo se convierte en una economía de emergencia a la que se agarran cuando pierden su forma de vida tradicional.
II
Hasta el momento he extraído de manera casi literal y con alguna aportación propia una pequeña selección de las reflexiones más elocuentes de la primera parte. En la segunda discreparé del autor ya que no acabo de entender su intención ni sus conclusiones finales. Si bien comparto su diagnóstico, intuyo que Rodolphe Christin no comparte mi visión de un decrecimiento ecosocialista y creo que por eso fricciono con su análisis final.
Es evidente que todo empieza por hacer de nuestros territorios y nuestras ciudades, lugares acogedores que no nos expulsen. Especialmente aquí, en el Mediterráneo, y especialmente en esos meses del año en los que las noches no bajan de 25 grados y nadie puede dormir por el calor y todos los que podemos escapamos de la ciudad haciendo honor al nombre de refugiado climático. Así lo señala Christin, nuestras vidas tremendamente urbanizadas nos empujan a buscar los entornos naturales como una especie de terapia social. Mi opinión aquí no titubea, renaturalizar y resilvestrar nuestras ciudades (lo que él llama naturalizar la cultura), las comarcas en las que vivimos es franquear el paso a la biosfera. Y así un nuevo arraigo entrelazado a la nueva ciudad reverdecida dará sentido pleno a aquella cita de Italo Calvino que definía que «el verdadero viaje de descubrimiento consiste no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos». En este punto, es interesante —como nos recuerda el autor— que el ritmo de vida trepidante de las sociedades capitalistas nos ahoga y nos produce ansiedad. La velocidad lo ocupa todo. Así que salir del capitalismo, dejar de quemar combustibles fósiles, tendrá mucho que ver con abrazar la lentitud y la capacidad de detenerse a contemplar. Hay además algo intrínseco a una sociedad de corte ecofeminista, en la que sus ciudadanos están ligados al sector primario o de los cuidados porque cuando otros seres dependen de ti nunca te puedes ir demasiado lejos.
También hago mío ese neologismo que acuña: topofilia. Y en este sentido el cicloturismo es una forma de viajar que se halla entre la autonomía y los límites. Una forma de cultivar el amor a la geografía, al territorio y al paisaje de tu región. Una práctica que en sí misma es transformadora porque te conecta con la energía animal que todos poseemos. Y esto sí que te lleva a un cambio de valores y de cosmovisión ya que casi siempre pensamos como vivimos y no viceversa.
Luego las contradicciones me asaltan. Por ejemplo, cuando escribe que hay que dejar de promocionar los viajes y punto. O cuando afirma que frente a la iniciativa de los estados para garantizar las libertades individuales y colectivas habría que impulsar el desarrollo de iniciativas populares autogestionadas. O cuando escribe que la ecología desempeña el desagradable papel de aguafiestas que se dedica a emitir normas. O cuando afirma que la protección y la explotación de los espacios naturales van de la mano y a la par critica —veladamente— proyectos de restauración de la naturaleza como el rewilding. Todo ello a la vez de su acertada insistencia en que el cambio de valores es obligatorio.
Si de verdad nos tomamos en serio la premisa de que el turismo es un sector productivo más de nuestras sociedades capitalistas y afirmamos que hay que dejar de promocionar los viajes, el camino para hacerlo pasa por restringir las licencias de pisos turísticos de tu ciudad que impiden demostradamente el acceso a la vivienda, derecho básico y universal. O pasa por definir las plazas hoteleras de una biorregión en función de la capacidad de carga de sus acuíferos o de la declaración de emergencia por sequías o falta de lluvias.
Es pertinente recordar que secuestramos en torno al 60% de la producción primaria fotosintética del planeta y demandamos más de la mitad de agua dulce de la Tierra para nuestros usos humanos. Y en estos hechos reside una cierta justicia biosférica que nos exige autolimitación para permitir, por ejemplo, que en su hábitat natural un ave nidifique o para preservar de las pisadas una planta rara o endémica o para que el fondo marino esté en silencio porque el ruido de los barcos enmudece a los cetáceos o por cualquier otra razón relacionada con esos otros seres vivos que tenemos arrinconados.
Y es que en este asunto hay algún grado de confrontación entre algunos derechos básicos o esenciales y algunas libertades civiles individuales. Y no es sólo que el libre mercado no sea fuente de prosperidad y justicia es que además es una fuente de profunda injusticia. Una fuerza centrípeta que corrompe todas las dimensiones de las sociedades humanas. Por eso, frente a la libertad que arrasa, frente a unas estructuras centradas en la acumulación de capital y en la competencia salvaje que arranca sus últimas tasas de ganancias de la carta de los derechos humanos más básicos y de los restos maltratados de los entornos naturales. Frente al turbocapitalismo, sólo cabe un Estado con cimientos sociales fuertes, igualitario, que concilie lo ecológico, lo económico y lo social. Un Estado que haga hincapié en garantizar las necesidades básicas como el acceso a la vivienda, la alimentación o la sanidad y que prepare el caldo de cultivo necesario para otras convivencias humanas y no humanas.
Y en esto la planificación económica tiene un papel protagonista porque si las restricciones las planteamos mediante impuestos o vía precio la consecuencia será un mundo donde de nuevo los más ricos serán los más privilegiados. Regular el turismo requiere de un esfuerzo constrictivo de eso no hay ninguna duda, pero también requiere de planificación. Un esfuerzo planificador que parta del territorio, de los municipios, que tenga en cuenta las necesidades de los vecinos, que reoriente la economía y redistribuya la riqueza y que reduzca el turismo a dimensiones en las que realmente sea origen de prosperidad y enriquecimiento cultural y espiritual.
Y recordemos que la posibilidad de corporizarse en otra parte del globo en unas pocas horas ha sido un acto singular que el uso de los combustibles fósiles nos ha permitido. Pero es un espejismo, un delirio, un fogonazo histórico a punto de desvanecerse. Así pues, a nivel macro y poniendo el foco en las emisiones de gases de efecto invernadero —también en el descenso energético— tendremos que olvidarnos de viajar en avión por viajar. El viaje se volverá lento en ferrocarril o bicicleta y será un viaje de proximidad. Y los viajes a grandes distancias serán posibles, si acaso, abordados con otros tiempos más extensos y dilatados. Una sociedad descarbonizada requiere otros modos de transporte y otras formas de viajar.
Los seres humanos estamos hechos para estar en movimiento, pues apenas nos separa un suspiro evolutivo de aquel nómada que recorrió el globo con sus pies. Pero nuestros pies van despacio y a escala humana una montaña es alta y una jornada de distancia, corta. Y es que lo que hace que un viaje sea un viaje no está determinado ni por el espacio ni por el tiempo ni por la velocidad. Viajar en sus infinitas facetas sin duda responde a una profunda necesidad humana, pero cómo y para qué lo hacemos es relevante. Y aún más allá, cuando el autor se pregunta: ¿cómo seguir viajando para acercarnos al mundo? Yo no puedo dejar de preguntarme: ¿es necesario viajar para acercarse al mundo?
ELENA KRAUSE: Ecologista, ciclista y activista climática. Participa en varios colectivos de la ciudad de Valencia y en los últimos años ha dedicado mucho de su tiempo vital a la concienciación y divulgación del cambio climático. Además, escribe poesía y otras cosas en su blog: www.vagamundaycorrecaminos.com.
Fuente: https://www.15-15-15.org/webzine/2024/09/13/es-necesario-viajar-para-acercarse-al-mundo-resena-de-contra-del-turismo/ - Imagen de portada: Megacruceros en el puerto de Eivissa. Foto: Canviem el rumb.