Lo dijimos sin que hubiese oídos oficiales que registraran lo que decíamos
EDITORIAL DEL DOMINGO 19 DE ABRIL DE 2009
El mundo en estos días parece sacudido por sucesivos y generalizados terremotos, terremotos económicos como la debacle de los bancos y de los mercados, terremotos ideológicos como el conflicto de los paradigmas que desubica a la izquierda convencional y que los lleva a jugar una y otra vez el juego de las Corporaciones, terremotos y crisis de autoridad como la del papado y la de prácticamente todas las máximas autoridades civiles, terremotos en nuestras emociones y sentimientos, causados por matanzas y nuevos genocidios como en Palestina, y además, la crisis superior a todas las crisis, porque es la que pone en riesgo la casa del hombre: la crisis ecológica, la contaminación generalizada y los acelerados cambios climáticos. Es un momento en que el mundo requiere conducciones firmes y basadas en principios morales. Lamentablemente no es lo que abunda. Todo lo contrario, sobreabunda a nivel de los líderes, la improvisación, el oportunismo, la mirada clavada en horizontes cercanos y coyunturales, y la falta de mística. Hoy se produce el extraño fenómeno de que los pueblos parecen ser más lúcidos que sus presuntos líderes. Grave situación que anticipa fuertes e inevitables desgarramientos institucionales. En la Argentina, lo vivimos y experimentamos a diario. Es evidente que la zona del dengue coincide como un guante con el territorio en que se extienden los monocultivos de la soja. No obstante, parece que a ningún funcionario se le ocurre reflexionar sobre tal casualidad, como para interrogarse al menos, acerca de la desaparición masiva en ese inmenso espacio, de todos los depredadores naturales del mosquito, como consecuencia de la saturación de tóxicos por parte del modelo productivo que respaldan.
Mientras tanto, el descubrimiento tardío de alguna prensa progresista de los impactos causados por los agrotóxicos sobre las poblaciones, es una mera demostración de que todo resulta válido en la confrontación electoral para “limar” al adversario. Algunos dirigentes han pasado de esa manera en no mucho tiempo, de impulsar en sus zonas los cursos de capacitación para cocinar con soja a la denuncia furibunda contra los sojeros. Muy bien, uno se dice y les dice, bienvenidos compañeros, a la pelea contra la soja y la biotecnología. Pero no, les hablamos y ellos no nos responden, en realidad no nos ven o hacen cómo que no nos ven. No nos ven y tampoco nos mencionan, sencillamente, de pronto hemos dejado de existir…. Hemos sido invisibilizados, nos hemos convertido en exiliados mediáticos ignorados por los nuevos discursos políticamente correctos, mientras los cursos rápidos sobre el campo y los transgénicos suben el valor de sus acciones, debido a la demanda creciente en el campo del oportunismo. No se apuren compañeros, esfuércense y con algún tiempo de repetir esas palabras tan raras como transgénicos, glifosato, surfactantes, 2.4D, endosulfán, Roundup Ready y organismos genéticamente modificados, lograrán la correcta pronunciación aunque les lleve todavía un tiempo saber a qué están refiriendo… Es un año electoral y sabemos bien que vale todo, que los discursos tienen poco que ver con la realidad y que vivimos en el reino de las promesas rotas y del photoshop. Lo sabemos, lo sabemos hace mucho tiempo, aunque ahora vivamos una especie de paroxismo del mal gusto generalizado, que tal vez anticipe un final de fiesta sin pizza y sin champaña…
Decíamos a principios del años 2006 como resultado de los dos primeros años de Campaña contra las Fumigaciones, en nuestro primer informe a la opinión pública y las autoridades políticas: “La creciente expansión de los monocultivos de soja RR ha barrido con los cinturones verdes de producción de alimentos locales y también que oficiaban como morigeradores de los impactos propios de la agricultura con agrotóxicos, que rodea los pueblos. Estos corredores estaban generalmente constituidos por montes frutales, criaderos de animales pequeños, tambos y chacras de pequeños agricultores. Ahora los monocultivos llegan a las primeras calles de las localidades, y las aerofumigaciones impactan en forma directa e inmisericorde sobre las poblaciones. Además, las máquinas fumigadoras se guardan y se lavan dentro de las zonas urbanas contraviniendo toda norma de prevención, los aerofumigadores suelen decolar de los aeroclubes de las propias localidades y cruzan los pueblos chorreando venenos cuando se dirigen o cuando retornan de sus objetivos sin que la autoridad municipal lo impida. Los granos se almacenan por razones de comodidad de los sojeros en enormes silos ubicados generalmente en zonas céntricas de los pueblos, y diseminan con el venteo de los granos partículas tóxicas que afectan el corazón de las pequeñas urbanizaciones. Caravanas de miles y miles de camiones cargados de porotos de soja cruzan los pueblos ribereños hacia los puertos, dejando a su paso regueros de muerte en las poblaciones que viven a orillas de las rutas.
La agricultura industrial de la soja es sinónimo de desmontes, degradación de suelos, contaminación generalizada, degradación del medio, destrucción de la Biodiversidad y expulsión de poblaciones rurales. Sin embargo, puede haber consecuencias aún mucho más horrendas. Creemos haber descubierto a partir del caso de las madres del barrio Ituzaingó, los elementos necesarios para confirmar una vasta operatoria de contaminación sobre miles de poblados pequeños y medianos de la Argentina. Se esta configurando una catástrofe sanitaria de envergadura tal, que nos motiva a imaginar un genocidio impulsado por las políticas de las grandes corporaciones y que solo los enormes intereses en juego y la sorprendente ignorancia de la clase política logran mantener asordinado. El cáncer se ha convertido en una epidemia masiva y generalizada en miles y miles de localidades argentinas y el responsable es sin lugar a dudas el modelo rural”.
Sí, lo dijimos, lo dijimos, inclusive, en estos mismos micrófonos de Radio Nacional, lo dijimos sin que hubiese oídos oficiales que registraran lo que decíamos. Los asesinos seriales continuaron su festival de víctimas y alguna vez en alguna de las localidades los vecinos nos confesaron con tremenda compasión, que ya no luchaban contra los sojeros y los fumigadores contra los que habían comenzado las denuncias no muchos años antes. Que todos habían muerto de cáncer en el transcurso de esos pocos años, y que ahora estaban luchando, contra los hijos de aquella anterior generación de productores y de contaminadores. Y decir esto que decimos es importante para nosotros, porque esta Campaña ha sido tremendamente desgastante y comprometida, pero ha sido una campaña sin odios con el otro. Ha sido como todas las luchas ecologistas, una lucha por la vida, también por la vida del otro. Del otro que nos contamina y que también es víctima, más que de su codicia, de su propia ignorancia. Y aquí estamos llegando al corazón de un pensamiento, al corazón de una reflexión necesaria en estos momentos en que el genocidio queda al descubierto, y cuando los que recién descubren la matanza, comienzan a buscar culpables. En el común de la gente, tanto del campo como de la ciudad, las instituciones que forman opinión pública, sembraron muy firmemente la idea de que los tóxicos de la agricultura son “remedios” y esta palabra remedio es una palabra clave para develar ahora la terrible conspiración de que fuimos víctimas por parte de las Corporaciones. Todavía los informes oficiales del Estado argentino refieren a Fitosanitarios, no a tóxicos de la agricultura. Y esos informes que hablan de fitosanitarios, no están escritos precisamente, por los fumigadores. No, están escritos por profesionales capaces en su materia, profesionales que estudiaron en las Universidades argentinas donde el Pueblo pagó sus estudios, esos profesionales tienen títulos y doctorados asimismo, en Universidades extranjeras en cursos y post grados, que el Estado Argentino solventó, esos profesionales trabajan en oficinas y escritorios alejados de todo riesgo de contaminación y cobran sueldos mensuales que multiplican por cien o por doscientos, el de un pobre banderillero al que se lo convenció, de que debía soportar con estoicismo el baño químico, cada vez que el avión o el mosquito fumigador llegaba al límite ese del campo, en que él estaba allí parado, haciendo la marcación con su banderita roja… Ahora como es un año electoral, parece que los sojeros son los meros convictos, los sojeros y los aplicadores, entonces, los autores intelectuales de este modelo genocida, se permiten recordarnos que ellos son progresistas y señalan a los culpables, que no son en cierta medida sino las víctimas también de las políticas de Estado que se planearon y ejecutaron, desde la Secretaría de Agricultura, pero en especial desde el INTA y el SENASA.
Ahora, porque es un año electoral, resulta que hasta el CONICET descubre que esos doscientos millones de litros anuales que se han estado arrojando cada año, sobre las tierras y los pueblos argentinos, son altamente tóxicos. Pero han transcurrido doce años en que ese crimen fue avalado día por día, doce años en que se silenció a quienes lo denunciábamos, doce años en que perdimos nuestros trabajos en el Estado, doce años en que acallaron los informes de centros de investigación que de manera valiente denunciaban los daños crecientes a los ecosistemas y a la salud humana, mientras toneladas y toneladas de tóxicos se continuaban derramando en forma implacable sobre los pueblos del interior… Ahora, desde la prensa adicta resulta aceptable reconocer, en un año electoral, el poder letal de esos productos que hasta ayer llamaban fitosanitarios, y que insistían con infinita crueldad e irresponsabilidad, en que podían beberse como el agua sin perjuicio alguno para la propia salud. Y eso no solo lo hemos escuchado de notorios sojeros como el Dr. Víctor Trucco de AAPRESID, la Asociación de siembra directa. Recuerdo que lo dice en la película que hiciéramos con Nicolás Sarquís en el año 2003 desde la Secretaria de Cultura de la Nación, película que se llamaba “Soja ¿panacea alimentaria o arma silenciosa?” y que fuera transmitida reiteradamente por la televisión nacional con el respaldo del entonces secretario de Cultura Rubén Stella. En esa película Sarquís lleva la cámara a repetir de manera graciosa para el público, el gesto teatral de Trucco de echarse al garguero una copita de glifosato.
Que el glifosato se podía beber como agua fue dicho innumerables veces, también, alguna vez por altos funcionarios tales como los Secretarios de medio ambiente de las provincias de Santa Fe y de Entre Ríos, que lo han manifestado en público sin sonrojarse. Aún más todavía, he podido escucharlo de boca de un humilde profesor frente a sus alumnos adolescentes, en una escuela agraria del partido de Saladillo, lo cual resultó además de penoso, de una tan extrema peligrosidad que conmueve por sus posibles consecuencias sobre el alumnado joven. No han sido solamente los empresarios entonces, los que han asegurado tal desmesura, sino que han estado por detrás los técnicos y los científicos avalando tales sandeces, en los marcos de una Argentina claramente colonizada por Monsanto. Y quien dude de ello, que se interrogue acerca del papel de nuestro Ministro de Ciencia y tecnología en estos asuntos tan delicados, que tienen que ver con lo que llamamos la Sociedad del Conocimiento y que una vez más, y con ropajes actualizados, refieren a la vieja colonización pedagógica de que nos hablaba don Arturo Jauretche. Y por último, en medio de la actual fiesta mediática en que funcionarios y prensa oficial reconocen al fin que los fitosanitarios provocan malformaciones embrionarias y otros daños espantosos, me permito recordar que actualmente me encuentro querellado por calumnias e injurias ante el Señor Juez Federal Norberto Oyarbide, por un funcionario de SENASA que habría aprobado esos mismos agroquímicos. Quiero recordarlo porque no sea cosa que tenga yo que festejar desde Villa Devoto la razón de lo que hace tantos años venimos afirmando.
Jorge Eduardo Rulli
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