Los niños de Esquel, entre el veneno y el futuro
Claudia Rafael (APE)
A la hora de pensar el futuro, el sistema se echa al hombro a los niños como una bolsa de peligros. Como semillas de alboradas, los ellos son luces de alerta en el esquema prefijado. Y como a toda amenaza se les acota el futuro con hambres, venenos, gatillo ligero y cárceles a cielo abierto. Los niños de Esquel, aquella ciudad del sur que plantó bandera contra la minería a cianuro casi una década atrás, tienen otra vez sobre sus cabezas la espada del veneno. Los pediatras, los que les miden el peso y les escuchan las toses con la oreja en la espalda, son los que advierten ahora sobre el futuro sombrío de los que crezcan bebiendo las aguas de cianuro y arsénico. En Esquel, que resistió y resiste con la esperanza de que los retoños crezcan con la fibra firme de la dignidad y la rebeldía.
La tradición judeo-cristiana habla de un mundo extremadamente pequeño en su origen, paradisíaco, feliz. De un mundo en el que tras la expulsión de Adán y Eva la utopía fue el eterno lugar al que se quiere volver pero al que el hombre ha hecho y sigue haciendo lo imposible por destruir, por dominar, por apropiarse. Por vivir en un esquema de victimario-sujeto y víctima-objeto en donde el amor, la felicidad, la armonía quedaron absolutamente expatriados. Muy lejos de esa estructuración de pensamiento religioso, sin adanes ni evas danzando mágicamente en una escenografía de edén, se sigue profundizando una pulseada feroz entre la cultura de la muerte y la cultura de la vida en la que los desconocidos de siempre son los que sobreviven, transpiran y padecen entre las migajas del sistema capitalista.
No hay modo más feraz de entender en clave de presente y de futuro esa puja que a través del modelo extractivo de la megaminería. Vaciar a la tierra de historia, de savia; ahondar en sus recovecos más íntimos; llenarla de su esperma tóxico hasta hacerla estallar; derramar sus aguas y contagiarla de muerte. Silenciosamente. Reptando entre sus ríos y sus venas. Hasta vencer. Eso sí: en el tiempo, cuando no muchos recuerden ya el nombre del veneno asesino.
Esquel es una fotografía anclada en el profundo sur. Un diminuto David que se eyectó a los grandes medios cuando el 81 por ciento de su población le dijo no al Goliat de la Meridian Gold. Aquel 23 de marzo de 2003 pasó a la historia no sólo porque un pequeño pueblo de no más de 30.000 habitantes logró alzar su voz diciendo no a la explotación minera sino que además fue la bandera de muchos otros pueblos que querían espejarse en el mismo cristal. Sanagasta, Huaco, Santa Vera Cruz, Castro Barros, San Blas de los Sauces, Olta, Patquía, Chamical, Guandacol, Jachal, Chilecito, Famatina, Andalgalá, Amaicha o Belén.
La Meridian Gold ofrecía entonces a las gentes de Esquel, 400 puestos de trabajo y una inyección de 120 millones de dólares en una economía vapuleada por aquel diciembre de 2001 que plagó de sangre las calles. En esos días sumaban 12.000 los desempleados. El 40 por ciento de toda la ciudad.
“Les decimos a los megamineros, a sus socios, a sus protectores políticos y a sus gerentes de todo tipo: no descansaremos, señores, no bajaremos los brazos, aquí nos tendrán, inagotables, hasta que su sordera oiga, hasta que se dignen a respetar al pueblo. Porque en este pueblo, señores, por si no lo recuerdan, la dignidad ya fue plebiscitada, y ganó por mayoría”, escribieron en letras de molde para la historia. Esquel “municipio no tóxico” y de “ambiente sustentable”.
Ahora son los pediatras del Area Sanitaria Noroeste del Chubut, miembros de la Sociedad Argentina de Pediatría sede Esquel y el Servicio de Pediatría y Neonatología del Hospital Zonal quienes salieron a redoblar la apuesta y a explicar por qué hay que decir que no a la megaminería.
Alfredo Pérez Maldonado es el jefe de Pediatría del Hospital Zonal esquelense y uno de quienes trabajaron en el informe. “Nos quieren vender espejitos de colores”, dijo a APe. “Una de las enfermedades que presumimos pueden desarrollarse, de aquí a 10 ó 15 años, es el arsenicismo, el ACRE (Arsenicismo Crónico Endémico). Desde lesiones de distinto tipo en la piel hasta cáncer. Si el agua se contamina con arsénico vamos a tener mayor incidencia de cáncer de piel; si se contamina con cianuro, vamos a padecer los efectos del cianuro, que tiene un grado letal de enorme relevancia. Vamos a tener déficit de agua. Se va a generar la migración de las poblaciones, va a cambiar el estilo de vida de la región, a afectar la salud psicológica de los chicos y sus familias y se va a generar conflicto social, que tal vez es algo que hoy no se mida. La megaminería trata de reinstalar el tema constantemente, comprando gente aquí y allá. Y sobre todo, ocurre en una región que no la quiere tener, que decidió que no quiere un proyecto que le va a generar daño. No todo es dinero. Y no toda promesa de bienestar económico se refleja después en la vida cotidiana de la gente. El balance económico no es más importante que el balance humano. No todo vale la pena. Acá la sociedad dijo basta. Es un principio básico de la autodeterminación de los pueblos sobre cómo queremos vivir”.
Los pediatras y neonatólogos alertan que la extracción requiere muchos más que los 18 litros de agua al segundo enunciados por la empresa. “Para un proyecto del tamaño del de Esquel, como por ejemplo la Mina Gualcamayo, en San Juan, el caudal de agua en realidad utilizado es de 108 litros por segundo, lo que coincide con las cantidades utilizadas por otras empresas similares. Esto sería la mitad de lo que toda la población de Esquel consume en un día”. Es decir: 9.331.200 litros al día. La Organización Mundial de la Salud considera que “la cantidad básica de agua que un ser humano requiere para su vida, que es de 80 litros por día, implica que con los requerimientos diarios aun exageradamente modestos que se pretenden declarar para este proyecto, podrían abastecerse básicamente casi 20.000 personas al día, y no menos. También debe tenerse en cuenta que gran parte de esa agua no podrá ser utilizada posteriormente jamás por seres vivos por quedar definitivamente contaminada”.
El agua potable no tiene sustituto, escribe Elsa Bruzzone. Si una fuente de agua se agota, se pierde; si se contamina y no la podemos descontaminar también se pierde, agrega.
Cuando el sistema se dispone a diseñar el futuro y a olfatear como perro salvaje el sitial de las riquezas a engullir, suele ser el momento exacto del final. Los hombres y mujeres de los abrojales, sin embargo, lanzaron al viento su grito. Dijeron que no entregarán el mañana de sus niños en parte de pago. Que seguirán blandiendo sus dignidades en ese alarido tsonek porque así nació su tierra. Entre los coirones, los neneos, los abrojos que le dieron nombre a su pueblo. Mientras riegan amorosamente la fibra de la rebeldía que se eyecta pétrea y tiernamente contra los portadores de la muerte.
Fuente: Agencia Pelota de trapo Imagenes: noalamina.org - permahabitante.blogspot.com