“Tenemos que seguir luchando y defendiendo la vida de la Tierra”
Alberto Acosta, excandidato presidencial de Ecuador y ambientalista
Página Siete
Acosta dice que los gobiernos neoliberales, los pseudo progresistas y los organismos no cumplen con su obligación de buscar una vida digna para el planeta.
En medio de su tráfico enmarañado y su ritmo enloquecido de gran urbe, Lima ha dado espacio para un debate necesario y hasta urgente: las condiciones de crisis ambiental del mundo y la demanda de adoptar medidas para mitigar sus efectos y adaptarse a ella. Aunque hay miradas conciliadoras, otras recelosas –las más ambiguas–, otras tantas apocalípticas y algunas revolucionarias, queda claro que los intereses económicos y las posiciones ideológicas son casi irreconciliables.
Así, mientras en la sede de la COP20 desfilaron autoridades mundiales, presidentes y expertos reconocidos mundialmente como Al Gore (que habló sobre el rol de las tecnologías para la información y comunicación como componente contribuyente no gubernamental hacia un acuerdo ambicioso sobre clima en la cumbre de 2015 en París y se mostró optimista de lo que se logre en Lima), en los pasillos de El Pentagonito y en las afueras del mismo, se dieron cita activistas y expertos en temas ambientales que alimentaron un diálogo tanto o más fecundo.
La marcha de la Cumbre de los Pueblos, por ejemplo, permitió distinguir entre los indígenas y activistas de todo el mundo, a varios intelectuales latinoamericanos que han tomado interesantes posiciones en torno al tema ambiental en sus países y en la región. Uno de ellos es Alberto Acosta Espinosa, economista y político ecuatoriano. Acosta –intelectual de izquierda y más recientemente del movimiento antiglobalización y antiminero– fue uno de los redactores del plan de gobierno de Alianza PAIS, de Rafael Correa. Fue ministro de Energía y Minas y luego presidente de la Asamblea Nacional Constituyente antes de distanciarse del oficialismo y convertirse, en 2013, en candidato a presidente de Ecuador por la Unidad Plurinacional de las Izquierdas, una coalición de partidos políticos y movimientos sociales de extrema izquierda y socialistas. Acosta también es conocido por ser uno de los ideólogos del concepto de buen vivir –que en Ecuador se expresa sumaj kawsay, en quechua– y su incorporación a la Constitución de ese país.
El anuncio del Gobierno ecuatoriano de empezar a explotar la reserva hidrocarburífera de la región amazónica de Yasuní –y una de las áreas de mayor biodiversidad en el mundo–, dando por tierra un inicial proyecto que buscaba compensación económica internacional a cambio de dejar el petróleo de la región bajo tierra, ha puesto a Acosta claramente en el bando contrario a Correa. Afirma que esta explotación es anticonstitucional y atenta contra el proyecto original de la Revolución Ciudadana.
Alentando la presencia de los grupos indígenas ecuatorianos y su pedido de atención, encontramos a Alberto Acosta Espinosa.
¿Cuál es su evaluación de la COP20? Había mucha expectativa…
Seamos honestos. Llegamos sin expectativas y nos vamos de la misma forma, porque tanto los gobiernos de todos los países neoliberales, como los pseudo progresistas, como los distintos grupos de los organismos internacionales –empezando con las Naciones Unidas–, no están cumpliendo con su obligación de buscar una vida digna para el planeta y eso significa cambiar el sistema para proteger la naturaleza.
Pero, ¿cuán posible es en los hechos un cambio de sistema?
Es difícil pero hay que hacerlo. Más difícil va a ser que el sistema termine con la vida en el planeta. Y eso es inminente. No se trata de una advertencia. Es ahora una realidad que comprobamos a diario.
En la COP20 se pensó en un acuerdo global, luego en medidas obligatorias o voluntarias. ¿En qué va a quedar el diálogo global en torno al cambio climático? Es que bueno, entre compromisos obligatorios que no se cumplieron a compromisos voluntarios que tampoco se cumplen. Yo creo que hay que denunciarlo, hay que movilizarnos. Si las empresas trasnacionales, los organismos internacionales están dispuestos a terminar con el mundo, algo habrá que hacer desde la sociedad civil. Lo que no podemos es quedarnos de brazos cruzados.
¿Qué opina de países como Bolivia o Ecuador, en cuyas constituciones está el respeto a la Madre Tierra y también en el discurso oficial, pero hay serias denuncias de organizaciones y pueblos indígenas, especialmente por un modelo excesivamente extractivista?
Eso es trágico. En Ecuador, por ejemplo, tenemos en nuestra Constitución los derechos de la Naturaleza pero el presidente Correa ni los defiende ni los entiende y se da paso por ejemplo a una ampliación de la frontera petrolera, se abre la puerta a la megaminería, se fomenta los agrocombustibles, los monocultivos, se quiere permitir el ingreso y producir transgénicos, se está echando abajo toda la Constitución. Ya los discursos son huecos, vacíos, sin práctica y la gente está entendiendo y denunciando a estos gobiernos.
En la COP20, el presidente Evo Morales dijo que hay que acabar con el capitalismo, cambiar el sistema y que los pueblos tienen que tomar las riendas de la lucha contra el cambio climático. Sin embargo, como se ve en esta marcha, hay protestas, por ejemplo, contra un proyecto de energía nuclear.
Esta es una de las grandes contradicciones. Evo Morales fue el presidente que levantó la tesis de los derechos de la Madre Tierra, en Tiquipaya, Cochabamba, en abril de 2010, y ahora abre la puerta a la energía nuclear… Yo creo que son de las cosas que nos llevan a una tremenda desazón. Pero más allá de eso tenemos que seguir luchando, caminando, defendiendo la vida de la tierra y de la Naturaleza.
¿Qué importancia tiene en ese contexto la presencia de indígenas y organizaciones sociales?
La sociedad se moviliza en el mundo entero porque ha empezado a preocuparse por el cambio climático, pero éste no solo se refleja en el aumento de la temperatura, sino en la destrucción de la biodiversidad, en la ruptura de las entrañas de la tierra con la minería, la pérdida y contaminación de aguas dulces… En suma, estamos viviendo un momento de gravedad donde la sociedad dice basta, se moviliza, demanda respuestas. Y las hay.
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