El futuro de la humanidad depende de detener el consumismo, ¿es demasiado tarde?
Hernán Álvarez - Rumbos
En la década de 1970, un grupo de académicos, religiosos, filósofos y economistas comenzó a plantear una visión alternativa a la de la economía dominante, que pone a la producción y el consumo en el centro del bienestar de una sociedad. La llamada “teoría del decrecimiento” propone abandonar el consumismo antes de que esta fiebre se lleve por delante los cada vez más escasos recursos del planeta.
Olvide lo que le enseñaron acerca de economía y su forma de ver las cosas. No es tan fácil. Es cierto. Se trata de ser permeable a un modo de ver la producción de bienes y servicios, el hombre y la naturaleza en un plano muy distinto al occidental que todos conocemos y aprehendimos.
La concepción es relativamente novedosa. Se la conoce como la “teoría del decrecimiento”. Se trata de un proyecto basado en una lógica totalmente opuesta a la producción en aumento y al consumismo. Al contrario de las ideas desarrollistas y de progreso de la economía, el concepto es repensar la economía, no depredar los recursos naturales, reducir el consumo al mínimo posible y encontrar el bienestar por fuera de los bienes materiales.
Eso no debe confundirse con el concepto de desarrollo sustentable. Los que defienden la cuestión de la sustentabilidad abogan por el crecimiento, pero en base a un cuidado muy elevado del medioambiente. En el decrecimiento, no se busca una mayor producción. Al contrario. El objetivo es repensar la microeconomía y la macroeconomía desde otro lugar. Con las ideas del Renacimiento, de la Revolución Industrial y del progreso infinito totalmente descartadas.
Los primeros atisbos de esta corriente de pensamiento vanguardista los dio, entre otros, el austríaco Ivan Illich en los años 70 del siglo pasado. Este sacerdote y pensador que vivió muchos años en México fue un crítico a la industrialización de los países. También el francés Jacques Ellul inició por su lado esta corriente de pensamiento en la misma época. Ellul remarcó los límites del crecimiento económico en un planeta que fue, es y será finito. En tanto, el rumano Nicholas Georgescu-Roegen con su libro de 1971, La ley de la entropía y el proceso económico, sienta las bases de la denominada economía ecológica. Georgescu-Roegen puso énfasis en demostrar que el crecimiento exponencial no puede ser indefinido en la Tierra, la cual tiene límites claros.
Hoy, el también galo Serge Latouche es el heredero y principal referente en el mundo de esta concepción ecologista. Él es un economista autor de gran cantidad de libros sobre el tema y la cara visible de este movimiento. Tiene hoy 75 años y dedica parte de su tiempo a hablar en público sobre sus ideas. Latouche remarca el carácter de urgencia que reviste la cuestión del daño ecológico con la lógica de producción capitalista. Algo que fue analizado detalladamente en la Cumbre del Cambio Climático que organizó Naciones Unidas en París entre el 30 de noviembre y el 11 de diciembre pasados.
La inspiración del académico francés para el impulso de este movimiento rupturista se dio en Laos en 1966. Allí conoció una sociedad que él calificó como adesarrollada. Ni desarrollada, ni subdesarrollada. Apartada de la lógica capitalista o de la comunista. “Un país fuera del tiempo donde la gente era feliz, todo lo feliz que puede ser un pueblo”, según Latouche mismo califica a esta gente en una entrevista concedida a Mónica Di Donato publicada en el sitio web de la organización española FUHEM. Posteriormente, la Guerra de Vietnam afectó a esa nación y rompió con ese status quo positivo.
“Los valores sobre los que reposan el crecimiento y el desarrollo, y muy especialmente el progreso, no corresponden para nada con aspiraciones universales profundas”, remarca Serge en esa nota. “Estos valores (concepción del tiempo, relaciones con la naturaleza, etc.) están relacionados con la historia de Occidente, y probablemente no tengan ningún sentido para otras sociedades”.
Nuevos paradigmas
Lo más complejo para los defensores de este movimiento es mostrar las virtudes de este sistema que sólo está en el plano teórico. La sociedad occidental está regida por pautas que aseguran el mantenimiento de una lógica de pensamiento que responde al interés del mercado. “El gran desafío consiste en romper los círculos, que son también cadenas, para salir del laberinto que nos mantiene prisioneros. La realización de la sociedad del decrecimiento podría ciertamente lograr la descolonización de nuestro imaginario, pero dicha descolonización resulta un requisito previo para construirla”, afirma Latouche. El economista francés califica a su teoría como una opción civilizatoria alternativa.
El doctor en ciencias sociales argentino Julio Gambina, en diálogo con Rumbos, remarca que esta corriente surgió en el Primer Mundo y no es perfectamente extrapolable a la realidad latinoamericana. “La concepción del decrecimiento tiene un sentido en la Europa desarrollada y otro muy distinto en países que todavía tienen una situación de atraso en la satisfacción de necesidades básicas muy importante”, explica Gambina.
El economista nacional explica que las teorías del desarrollo se difundieron con amplitud después de la Segunda Guerra Mundial: “El progreso es una ideología propia del sistema capitalista posterior a 1945. A comienzos de los 70 empieza a tener auge la teoría de los límites al crecimiento, donde empieza a mostrarse el agotamiento de esta expectativa sin fin del crecimiento económico. Y la teoría de los límites al crecimiento hace que empiece a hablarse de crecimiento cero. Empieza a aparecer ahí el concepto de crisis ecológica que no había aparecido históricamente antes. Avanzando en el tiempo se plantea la perspectiva del decrecimiento, que supone no sólo no crecer, sino al contrario. Se profundiza la dimensión de crisis medioambiental como una crisis al modelo productivo sustentado en la explotación de hidrocarburos”.
Gambina también cuestiona el concepto positivo del crecimiento económico, tan arraigado en la sociedad. “Cualquier país que tiene datos de no crecimiento de la economía aparece como una situación mala. Todo el mundo cuando la economía crece dice ‘qué bueno, todo está bien’, pero no se discute a veces cuál es el contenido del crecimiento o el contenido del decrecimiento. No debería mirarse la realidad por si la economía crece o decrece”, afirma el académico.
“La sociedad de la economía del crecimiento se basa en la programación de la caducidad, tanto para las mercancías -que la aceleración del ‘usar y tirar’ transforma rápidamente en desperdicios-, como para las personas -excluidas o de ‘usar y despedir’-, desde el ejecutivo desechable hasta los parados, desahuciados, indigentes y otros residuos sociales”, sostiene Latouche. “En una sociedad de crecimiento, los que no son ganadores, los que no avasallan, son todos excluidos en mayor o menor medida. El decrecimiento, al igual que promueve el reciclaje de desechos materiales, también debe interesarse por la rehabilitación de los excluidos. Y si el mejor reciclaje consiste en desechar menos, la mejor forma de rehabilitación social consiste en evitar la exclusión”, agrega el francés.
“Hay que luchar por otro modelo productivo que supone discutir qué es lo esencial en el orden contemporáneo. Qué es lo que hay que producir, quién lo produce, cómo lo produce, para quién se produce, cómo se distribuye esa producción”, sostiene Gambina
En la década de 1970, un grupo de académicos, religiosos, filósofos y economistas comenzó a plantear una visión alternativa a la de la economía dominante, que pone a la producción y el consumo en el centro del bienestar de una sociedad. La llamada “teoría del decrecimiento” propone abandonar el consumismo antes de que esta fiebre se lleve por delante los cada vez más escasos recursos del planeta.
Olvide lo que le enseñaron acerca de economía y su forma de ver las cosas. No es tan fácil. Es cierto. Se trata de ser permeable a un modo de ver la producción de bienes y servicios, el hombre y la naturaleza en un plano muy distinto al occidental que todos conocemos y aprehendimos.
La concepción es relativamente novedosa. Se la conoce como la “teoría del decrecimiento”. Se trata de un proyecto basado en una lógica totalmente opuesta a la producción en aumento y al consumismo. Al contrario de las ideas desarrollistas y de progreso de la economía, el concepto es repensar la economía, no depredar los recursos naturales, reducir el consumo al mínimo posible y encontrar el bienestar por fuera de los bienes materiales.
Eso no debe confundirse con el concepto de desarrollo sustentable. Los que defienden la cuestión de la sustentabilidad abogan por el crecimiento, pero en base a un cuidado muy elevado del medioambiente. En el decrecimiento, no se busca una mayor producción. Al contrario. El objetivo es repensar la microeconomía y la macroeconomía desde otro lugar. Con las ideas del Renacimiento, de la Revolución Industrial y del progreso infinito totalmente descartadas.
Los primeros atisbos de esta corriente de pensamiento vanguardista los dio, entre otros, el austríaco Ivan Illich en los años 70 del siglo pasado. Este sacerdote y pensador que vivió muchos años en México fue un crítico a la industrialización de los países. También el francés Jacques Ellul inició por su lado esta corriente de pensamiento en la misma época. Ellul remarcó los límites del crecimiento económico en un planeta que fue, es y será finito. En tanto, el rumano Nicholas Georgescu-Roegen con su libro de 1971, La ley de la entropía y el proceso económico, sienta las bases de la denominada economía ecológica. Georgescu-Roegen puso énfasis en demostrar que el crecimiento exponencial no puede ser indefinido en la Tierra, la cual tiene límites claros.
Hoy, el también galo Serge Latouche es el heredero y principal referente en el mundo de esta concepción ecologista. Él es un economista autor de gran cantidad de libros sobre el tema y la cara visible de este movimiento. Tiene hoy 75 años y dedica parte de su tiempo a hablar en público sobre sus ideas. Latouche remarca el carácter de urgencia que reviste la cuestión del daño ecológico con la lógica de producción capitalista. Algo que fue analizado detalladamente en la Cumbre del Cambio Climático que organizó Naciones Unidas en París entre el 30 de noviembre y el 11 de diciembre pasados.
La inspiración del académico francés para el impulso de este movimiento rupturista se dio en Laos en 1966. Allí conoció una sociedad que él calificó como adesarrollada. Ni desarrollada, ni subdesarrollada. Apartada de la lógica capitalista o de la comunista. “Un país fuera del tiempo donde la gente era feliz, todo lo feliz que puede ser un pueblo”, según Latouche mismo califica a esta gente en una entrevista concedida a Mónica Di Donato publicada en el sitio web de la organización española FUHEM. Posteriormente, la Guerra de Vietnam afectó a esa nación y rompió con ese status quo positivo.
“Los valores sobre los que reposan el crecimiento y el desarrollo, y muy especialmente el progreso, no corresponden para nada con aspiraciones universales profundas”, remarca Serge en esa nota. “Estos valores (concepción del tiempo, relaciones con la naturaleza, etc.) están relacionados con la historia de Occidente, y probablemente no tengan ningún sentido para otras sociedades”.
Nuevos paradigmas
Lo más complejo para los defensores de este movimiento es mostrar las virtudes de este sistema que sólo está en el plano teórico. La sociedad occidental está regida por pautas que aseguran el mantenimiento de una lógica de pensamiento que responde al interés del mercado. “El gran desafío consiste en romper los círculos, que son también cadenas, para salir del laberinto que nos mantiene prisioneros. La realización de la sociedad del decrecimiento podría ciertamente lograr la descolonización de nuestro imaginario, pero dicha descolonización resulta un requisito previo para construirla”, afirma Latouche. El economista francés califica a su teoría como una opción civilizatoria alternativa.
El doctor en ciencias sociales argentino Julio Gambina, en diálogo con Rumbos, remarca que esta corriente surgió en el Primer Mundo y no es perfectamente extrapolable a la realidad latinoamericana. “La concepción del decrecimiento tiene un sentido en la Europa desarrollada y otro muy distinto en países que todavía tienen una situación de atraso en la satisfacción de necesidades básicas muy importante”, explica Gambina.
El economista nacional explica que las teorías del desarrollo se difundieron con amplitud después de la Segunda Guerra Mundial: “El progreso es una ideología propia del sistema capitalista posterior a 1945. A comienzos de los 70 empieza a tener auge la teoría de los límites al crecimiento, donde empieza a mostrarse el agotamiento de esta expectativa sin fin del crecimiento económico. Y la teoría de los límites al crecimiento hace que empiece a hablarse de crecimiento cero. Empieza a aparecer ahí el concepto de crisis ecológica que no había aparecido históricamente antes. Avanzando en el tiempo se plantea la perspectiva del decrecimiento, que supone no sólo no crecer, sino al contrario. Se profundiza la dimensión de crisis medioambiental como una crisis al modelo productivo sustentado en la explotación de hidrocarburos”.
Gambina también cuestiona el concepto positivo del crecimiento económico, tan arraigado en la sociedad. “Cualquier país que tiene datos de no crecimiento de la economía aparece como una situación mala. Todo el mundo cuando la economía crece dice ‘qué bueno, todo está bien’, pero no se discute a veces cuál es el contenido del crecimiento o el contenido del decrecimiento. No debería mirarse la realidad por si la economía crece o decrece”, afirma el académico.
“La sociedad de la economía del crecimiento se basa en la programación de la caducidad, tanto para las mercancías -que la aceleración del ‘usar y tirar’ transforma rápidamente en desperdicios-, como para las personas -excluidas o de ‘usar y despedir’-, desde el ejecutivo desechable hasta los parados, desahuciados, indigentes y otros residuos sociales”, sostiene Latouche. “En una sociedad de crecimiento, los que no son ganadores, los que no avasallan, son todos excluidos en mayor o menor medida. El decrecimiento, al igual que promueve el reciclaje de desechos materiales, también debe interesarse por la rehabilitación de los excluidos. Y si el mejor reciclaje consiste en desechar menos, la mejor forma de rehabilitación social consiste en evitar la exclusión”, agrega el francés.
“Hay que luchar por otro modelo productivo que supone discutir qué es lo esencial en el orden contemporáneo. Qué es lo que hay que producir, quién lo produce, cómo lo produce, para quién se produce, cómo se distribuye esa producción”, sostiene Gambina
Fuente: decrecimiento.info