Salmonicultura en Chile: esa plaga de langostas que se niega a desaparecer
Todo lo que toca acaba destruido. Así dicen que se comporta esta industria, la que también es señalada por las comunidades del sur como causante del descalabro socioambiental que afecta a las aguas australes. Hoy atraviesa una nueva crisis debido a la proliferación de algas (fenómeno atribuido en último término al cambio climático), situación que ha incidido en la mortandad masiva de ejemplares y el despido de cientos de operarios.
El ambientalista Juan Pablo Orrego refiere a ella como una industria contumaz, incorregible pese a lo ocurrido a raíz del virus ISA, crisis que reveló un enorme impacto en nuestro patrimonio natural y que obligó a comprometer millonarios recursos públicos para lograr su recuperación. Pero no hay caso: continúan las denuncias y las sanciones por abusos laborales, por el uso desproporcionado de antibióticos y otras infracciones a la normativa sanitaria y medioambiental. Hoy van por un nuevo rescate, lo que parece más difícil que en años anteriores en vista de su enorme desprestigio y la eventualidad de que los mercados internacionales opten por cerrarle todas las puertas.
¿Se puede sostener en el tiempo industrias tan controvertidas como la del salmón? ¿Qué tan sostenible puede ser una industria que, con toda la mala fama creada en décadas de atentados ecológicos y abusos laborales, puede perfectamente ser acusada de dumping por sus competidores extranjeros? ¿Es sostenible una industria que arriesga el cierre de mercados en el exterior o sufrir un boicot por parte de los consumidores, máxime cuando sus productos son sometidos a un procesamiento que infringe las más mínimas normas sanitarias, medioambientales y laborales?
Difícil. Así como van las cosas, sostiene Juan Pablo Orrego, presidente de la ONG ambientalista Ecosistemas y coordinador de la campaña Patagonia sin Represas, la salmonicultura, la misma que se enorgullece de sus 4 mil millones de dólares en exportaciones al año (la segunda industria exportadora después de la minería del cobre) tiene los días contados, independiente de su grado de incidencia en la putrefacción masiva de las aguas australes como en la severa crisis socioeconómica que de ella se deriva, y que tiene tan a mal traer a las comunidades que tuvieron la mala ocurrencia de darles la bienvenida. Porque es cierto: hoy las comunidades afectadas se lamentan y se quejan de haber sido engañadas con falsas promesas de desarrollo.
“Es una industria que sólo se mantiene con vida gracias al Estado, que la ha mantenido con respiración artificial con recursos de todos los chilenos. Esta industria murió a fines de la década pasada cuando explotó la crisis del virus ISA (la crisis se desató en 2007), y cuando ya destruyeron todo, el Estado le permitió correrse más al sur, a la Patagonia. Ahora están destruyendo las aguas de la Patagonia en Aysén, y cuando hayan terminado de destruirlo todo ahí, entonces pedirán al Estado nuevas concesiones más al sur, en Magallanes, y volverán a destruirlo todo, porque ese ha sido su sello”, sostiene el ecólogo, quien refiere a esta industria como a una verdadera plaga de langostas.
Orrego critica el empecinamiento del actual gobierno, que se dice progresista y más sensible al reto ambiental, al impulsar una serie de inversiones que sólo apuntan a sostener el actual esquema extractivista y primario-exportador.
“Pero yo creo que no sólo la industria del salmón tiene los días contados”, agrega. “Me parece que, en general, el modelo de desarrollo chileno tiene los días contados. Es insostenible, es una locura. Y la Tierra te está diciendo ‘éste es el límite’. El planeta tiene un límite, pero aquí no queremos darnos cuenta, o mejor dicho las autoridades políticas no han querido darse cuenta, pues son cómplices de la codicia de los empresarios”, añade. “Yo antes decía que las autoridades son ‘rehenes’ de estos intereses económicos. Mis estudiantes en la universidad me decían ‘no profe, no son rehenes, porque cualquiera pensaría que son víctimas. Ellos no son víctimas, son cómplices’. ¿Y sabes qué? Pues tienen mucha razón”, señala.
Asimismo, Orrego critica el empecinamiento del actual gobierno, que se dice progresista y más sensible al reto ambiental, al impulsar una serie de inversiones que sólo apuntan a sostener el actual esquema extractivista y primario-exportador: “Estamos en esa fase, la fase que algunos apodan ‘destructiva’. Esta es la fase de la minería, de las plantaciones de pino y eucaliptus, de las salmoneras, de la pesca de arrastre, y todo más encima en un marco de concentración y colusión. Nada que podamos festejar. Pero el otro día escuchaba en el CEP (Centros de Estudios Públicos) al ministro de Energía, Máximo Pacheco, felicitarse por aumentar la infraestructura energética del país. ¿Para qué? Para alimentar a estas industrias de nulo valor agregado, altamente contaminantes, engullidoras de agua y energía a gran escala. ¿Es que acaso Chile seguirá pegado a este modelo?”.
¿Cuál camino entonces? La respuesta de Orrego: “No queda otra que pasar a la fase terciaria, a la etapa del conocimiento, de la innovación para el desarrollo. No hay otra salida. El Estado de Chile no puede seguir haciendo que nada está pasando. Es hora de enfrentar el problema, uno que se explica en términos simples: la humanidad ya está empezando a sufrir un tsunami ecológico de dos siglos de ignorancia, ceguera y codicia. Ahora estamos enfrentando este tsunami propiciado por una economía irracional, por la desidia de los gobiernos… ¿Qué pasará con el agua? No existe otro país en el mundo que tenga privatizada el 100% de sus aguas. No existe país en el mundo que sea tan irresponsable que tenga el 100% de la generación, el 100% de la transmisión y el 100% de la distribución en manos de trasnacionales y grupos económicos. No existe”.
Una desconfianza nada antojadiza
Puede ser por causa del cambio climático, por la acción ecocida de la salmonicultura, o bien por una combinación de ambas y otras causas. Da lo mismo; el caso es que hoy, en mitad del año 2016, la opinión pública duda de las versiones que entregan los organismos públicos y los empresarios sobre la catástrofe socioambiental que sufre el sur de Chile. En tela de juicio se encuentran las explicaciones oficiales del fenómeno, la vinculación que han hecho los científicos sobre marea roja y mortandad de fauna marina, las labores de fiscalización, las evidencias que probarían el vertido de pescado y químicos lejos de la costa, el interés del Estado por trabajar en pos de una solución, la independencia de los científicos que investigarán el origen de la catástrofe…
¿Es una suspicacia tan antojadiza como infundada? ¿O es que hay méritos de sobra que sirvan de base a tantas sospechas? Según Orrego, existe un extenso historial de connivencia y colusión público-privada que dan sustento y mérito a cualquier sospecha que surja en torno a estos temas. “Después de todos estos escándalos que han salido a la luz pública, parece lógico que es lo que ha estado ocurriendo. Ya lo decía: no son rehenes del poder económico. Son sus cómplices. Saben que sus estudios de impacto ambiental son chantas, que los editan o ‘redactan’, como prefieren decir ellos”, señala. Algo de razón tiene: proyectos como Bocamina 2 de Enel-Endesa, o la explotación minera en Isla Riesco por parte de los grupos Angelini y Von Appen, terminaron ocasionando los daños y alteraciones advertidas en los procesos de evaluación, todos ellos desestimados o subestimados por los inversores. “Algo similar va a ocurrir con Alto Maipo”, alerta el titular de Ecosistemas.
“En 30 años de labor medioambiental, los altos funcionarios públicos y los empresarios nos han tratado de ecoterroristas, ignorantes, desinformados. Sin embargo, cada vez que les hemos advertido de las consecuencias de permitir tal o cual proyecto de inversión, terminamos demostrando que estamos en lo cierto. ¿Qué dijimos que pasaría en el Alto Bío Bío? Instalaron Pangue, Ralco y Angostura, y las comunas de Santa Bárbara y Alto Bío Bío sufrieron un descalabro brutal al punto que hoy tienen los índices más altos de suicidios. Prácticamente triplica la media nacional, sin mencionar que son dos de las comunas más pobres del país y con las tarifas de energía más altas, ambas con las comunidades destruidas de modo irreparable. Estaba clarísimo que ocurriría, pero nadie quiso hacer caso, igual aprobaron el proyecto”, recuerda.
¿Qué grado de responsabilidad le cabe a las salmoneras en esta crisis? “La putrefacción de los mares no es consecuencia de una sola causa, sino una combinación de varias. Los mares experimentan un aumento de la temperatura, favoreciendo la proliferación de algas; está la acidificación de las aguas por exceso de dióxido de carbono en la atmósfera, y está la terrible contaminación de los océanos, donde cabe el vertido en masa de pescado podrido, de químicos, metales pesados, minerales, combustibles y toda clase de desechos… La Tierra tiene umbrales finísimos. Si tu cuerpo sube dos grados de temperatura, tu cuerpo entonces está con fiebre; si baja dos grados, entonces padeces una hipotermia y corres serio riesgo de morir. Es igual”, concluye Juan Pablo Orrego.