La economía azul, ¿la última frontera del capitalismo?

En un mundo bajo fuerte presión demográfica con territorios cada vez más saturados, el potencial de crecimiento de la economía azul es sin duda inmenso. Sin embargo, la carrera hacia la explotación del último rincón salvaje de la Tierra genera serias dudas sobre su sostenibilidad ambiental y social. ¿Cuáles son los riesgos e impactos de extraer estos limitados recursos naturales? ¿Cómo se controla el acceso y la explotación de los mares y océanos? ¿Quiénes participan y lideran esta carrera? ¿Qué beneficios podemos esperar para la sociedad en las próximas décadas?

Jérémie Fosse

Los océanos cubren más de dos tercios de la superficie de la Tierra, albergan el 80% de los seres vivos y aun así sólo se ha explorado el 5% de su volumen. En los últimos años un número creciente de países, empresas o instituciones como la OCDE, la Unión Europea o Naciones Unidas se han interesado por el potencial económica de los océanos y los mares que apenas conocemos. 
Esta economía azul aprovecha los recursos marinos para generar riqueza económica, empleo, bienestar, ocio o salud. Incluye desde actividades tradicionales como la pesca, el transporte marítimo, la construcción de barcos, las plataformas petrolíferas o el turismo costero, hasta nuevos sectores emergentes como la extracción de minerales de los fondos marinos, la bioingeniería o la producción de energía renovable.
Para la Comisión europea, la economía azul ya representa el 1,3% del PIB total de la UE y genera 3,5 millones de empleos, con la previsión de llegar hasta 7 millones en 2020. En varios países europeos como Reino Unido, España, Francia o Italia, este sector representa una parte substancial de su economía. Solo en España, emplea a 691.000 personas y genera aproximadamente 23.000 millones de euros en valor agregado, según el primer informe de la Comisión sobre el estado de la economía azul. Para la ONG WWF, si los mares y océanos fueron un único país, sería la séptima economía global con un PIB de 2,5 billones de dólares.
“Toda la economía azul es sostenible”
Pues no, lo que se conoce como economía azul no tiene por qué ser sostenible. Por ejemplo, la pesca tiene problemas crónicos de sobrexplotación de algunas especies como el atún rojo, merluza, lenguado o rape. Para la  FAO, hasta un tercio de los bancos de peces están sobreexplotados. Y desde los 90 la producción pesquera se ha estancado, a pesar de las mejoras tecnológicas y el aumento de la demanda.
Una botella de plástico en el mar Mediterráneo. BORIS HORVAT/AFP/Getty Images


Según la OMT, el turismo internacional crece a un ritmo de 7% anual, muy por encima de la media de otros sectores económicos, principalmente en destinos de costa. Este turismo costero masivo tiene un impacto importante sobre los ecosistemas naturales, generando numerosos residuos que contaminan los mares y las costas, en particular en el mar Mediterráneo o el óceano Pacífico, a través de la generación de gases nocivos, plásticos sin reciclar o aguas sin tratar. Para 2050 se calcula que habrá más plástico en el mar que peces –en términos de biomasa. Las emisiones de carbono asociado al turismo internacional, sector excluido del acuerdo de París, alcanzan ya un 8% del total mundial, según un reciente artículo de la revista Nature.
En cuanto a la energía offshore, se basa históricamente en la extracción de gas y de petróleo, principal emisor de gases de efecto invernadero que contribuyen al cambio climático, si bien es cierto que se empieza ahora a instalar las primeras plantas eólicas y solares ubicados en el mar para producir energía limpia. Pero estas plataformas offshores tienen un impacto visual significante, alteran los ecosistemas marinos locales y ocupan un espacio valioso a escasos kilómetros de la costa, generando protestas de las comunidades locales, colectivos de pescadores o empresas turísticas como en Francia, que hasta la fecha no ha conseguido iniciar ningún proyecto a pesar de tener tecnología puntera y zonas costeras extensas.
Por otra parte, la biotecnología marina se basa en el extracción del ADN de las especies presentes en los océanos con el fin de crear tratamientos para la salud, teniendo en cuenta que alrededor de 60% de los medicamentos existentes ya provienen, en mayor o menor medida, de fuentes naturales. De hecho se anticipa que nuevas curas para enfermedades complejas como el cáncer vendrán de organismos marinos todavía desconocidos, escondidos en los fondos del mar donde han podido desarrollar una gran capacidad de adaptación y supervivencia en condiciones extremas. No obstante, la comercialización del patrimonio genético marino puede provocar la privatización de estos conocimientos, es decir, que solo sea usado por pocas empresas, Estados o ciudadanos de los países ricos, excluyendo del avance de la ciencia a las comunidades más pobres y frágiles.
El transporte marítimo, que mueve más de 90% de las mercancías en el mundo, genera también importantes consecuencias negativas como la emisión de C02, Nox o Sox, gases particularmente nocivos para la salud de los habitantes de las ciudades que alberguen instalaciones portuarias o acogen cruceros. Aunque las nuevas tecnologías están mejorando la eficiencia de los motores y reduciendo la contaminación ambiental, este sector en pleno auge en un mundo cada vez más globalizado ha quedado sorprendentemente excluido del acuerdo de París y no tiene –todavía–  objetivos oficiales de reducción de gases de efecto invernadero.

“Se vigila el buen uso de los recursos marinos”
No está muy claro. A la diferencia de los espacios terrestres, el mar no tiene fronteras o límites geográficos fácilmente identificables y controlables. La ausencia de vigilancia ha sido aprovechada por algunos países o empresas sin escrúpulos que buscan ser los primeros en explotar –y privatizar– estos recursos colectivos limitados. Para los economistas, este fenómeno de expoliación de los bienes públicos se define como la tragedia de los comunes. La comunidad internacional está poniendo en marcha espacios de diálogo y de negociación para regular el acceso y la explotación de los recursos marinos, pero estas instituciones son todavía muy desconocidas y publican recomendaciones sin poderes reales de imposición o castigo.
La Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de 1982 es el único marco institucional vigente para impulsar un uso pacífico y compartido de los océanos. Con 168 países firmantes, ha puesto en marcha varios instrumentos para anticipar o solucionar posibles conflictos en los espacios marítimos, como la Autoridad internacional de los fondos marinos, que supervisa la extracción de recursos mineros en aguas profundas, o el Tribunal internacional de derecho del mar, para resolver discrepancias jurídicas entre Estados. No obstante, esta convención no ha sido firmada por Estados Unidos, Turquía o Venezuela, lo que en la práctica le resta credibilidad y legitimidad.
Bajo el liderazgo de Singapur y de ONG internacionales, la ONU ha iniciado el año pasado la negociación del primer tratado internacional para la protección del alta mar, con el objetivo de regular el uso de todas las aguas situadas a más de 200 millas marinas (320 km) de las costas, fuera de las zonas económicas exclusivas gestionadas directamente por los países costeros. Si las negociaciones siguen su curso –y es quizás mucho esperar debido al poco interés de EE UU en la diplomacia internacional– este nuevo tratado podría ponerse en marcha en 2020, con el objetivo de proteger el 30% de las superficies marinas globales, que tienen un papel clave en la regulación del clima y el suministro de proteínas animales en gran parte del mundo.

“Los países europeos están apostando por la economía azul”
Turismo en Málaga, España. JORGE GUERRERO/AFP/Getty Images

Sí, pero no son los únicos. Los Estados con grandes líneas de costas tienen obviamente más actividades y beneficios relacionados con la explotación del mar. A nivel europeo y en términos absolutos (valor añadido bruto), los países líderes son Reino Unido (básicamente debido a sus plataformas petroleras), España, Italia, Alemania o Francia, sobre todo gracias al turismo. En términos relativo, Croacia (7%), Dinamarca (5%) o Grecia (5%) encabezan el ranking europeo.
A escala global, según un estudio de la OCDE con cifras de 2010, la economía azul representa –con datos conservadores–  el 2,5% del PIB a nivel mundial y unos 31 millones de empleos, sobre todo en el sector de la pesca y el turismo costero. Los principales países son China (10% del PIB), EE UU (4%), Canadá (4%) o Australia (3,6%). Pero pequeños Estados como Islandia tienen hasta un 25% de su economía basado en actividades marinas.
En cuanto a España, es la primera potencia mundial en turismo costero con un 80% de sus visitantes extranjeros alojados a menos de 10 kilómetros  del mar. Varios puertos españoles son referentes en el campo de los cruceros y transporte marítimo, como Barcelona, Valencia, Algeciras o Palma de Mallorca. Las previsiones anticipan un fuerte crecimiento de estos sectores muy superior al resto de la economía, lo que genera también gran preocupación por el impacto ambiental en los ecosistemas costeros y marinos, ya frágiles por el impacto del cambio climático y de la presión humana.
En el mundo de la energía offshore, Europa, en la cabeza de la carrera hacia una economía bajo en carbono, lidera la instalación de grandes plataformas eólicas en el litoral atlántico, principalmente en Reino Unido o Alemania. Según el último informe de la asociación empresarial WindEurope, en 2017 se conectó a la red europea una capacidad récord de 3.148 MW de eólica offshore, lo que representa dos veces más que en 2016. A fines de 2017, casi el 84% (15.780MW) de todas las instalaciones de eólica marina se encontraban en las aguas de la costa de 11 países europeos. El 16% restante se encuentra en China, seguido de Vietnam, Japón, Corea del Sur, Estados Unidos y Taiwán.
 
“Sectores tradicionales y emergentes conviven en la economía azul”

Así es, por el momento. Una gran parte de la economía azul actual se basa en sectores maduros como la pesca, la acuacultura, el turismo, el transporte marítimo o el petróleo y el gas offshore. Algunas de estas actividades disminuirán por el propio agotamiento de los recursos disponibles, como la pesca – estancada debido a la sobrexplotación– o la extracción de energía fósil – condenada por la implementación del acuerdo de París.  Al contrario, otros se desarrollarán para dar respuesta al crecimiento demográfico y el cambio de estilo de vida, como la acuacultura –que representa ya más de 50% del consumo de animales acuáticos en el mundo; o la producción offshore de energía solar, eólica, undimotriz (gracias al movimiento de las olas) o mareomotriz (aprovechando las corrientes creadas); o el transporte marítimo –que mueve más de 80% de los bienes internacionales.
En cuanto al turismo costero, su pauta de crecimiento es exponencial a nivel global. El desarrollo de las infraestructuras viarias, ferroviales, marítimas o aéreas; la multiplicación de compañías de viaje a bajo coste; o el auge de la clase media en países emergentes como China, India, Brasil o Rusia son algunos de los factores que permiten anticipar la masificación del turismo costero en los océanos y mares. Si el Mediterráneo representa casi 50% del turismo internacional, las grandes cadenas hoteleras y turoperadores transnacionales han empezado a planificar y construir resorts y otras instalaciones en destinos todavía fuera de las guías turísticas tradicionales como Mozambique, Cabo Verde, Angola o Montenegro.
Si hablamos de los sectores emergentes, la biotecnología tiene un potencial inmenso en la búsqueda de nuevos medicamentos para curar enfermedades crónicas como el cáncer o la diabetes. Farmacéuticas en Estados Unidos, Alemania, Francia o España tienen proyectos de extracción de ADN de especies marinas con el objetivo de replicar su capacidad de adaptación y sobrevivencia en condiciones extremas. Nuevos alimentos o fuentes de energía limpia se producen también gracias a la transformación de algas, medusas o plancton en proteínas, nutrientes o calorías.
La extracción de minerales en los fondos marinos está también en pleno auge debido a la demanda creciente de cobre, aluminio, cobalto y otros metales, que se utilizan para productos de alta tecnología como los teléfonos inteligentes o las baterías. Según el IUCN, la agitación de sedimentos pueda nublar el agua y sofocar a los animales. Alertan también de la contaminación ambiental debido a fugas y derrames, además del ruido, las vibraciones y la contaminación lumínica. En mayo de 2018, 29 proyectos de investigación han sido iniciados, principalmente en el Atlántico y el Pacífico. En Japón la exploración minera en aguas nacionales empezó en 2017 y se prevé que la explotación minera comercial se inicie en Papúa Nueva Guinea en 2020.

“Pueden explorarse y explotarse todos los océanos”
Un ave en el océano Ártico. DOMINIQUE FAGET/AFP/Getty Images

Depende. De todos los espacios marítimos, océanos y mares, solo unos pocos han sido explorados, y de manera muy limitada, en general alrededor de las costas de los países más poblados e industrializados. El turismo marítimo y costero se concentra alrededor del Mediterráneo y el Caribe. La pesca está presente en todos los Estados con mar, de manera industrial en las regiones más ricas, y artesanal en países en vías de desarrollo. El transporte marítimo se agrupa en grandes ejes este-oeste del Atlántico, Pacífico, Índico y el mar Mediterráneo, basado principalmente en suministrar a los países occidentales productos baratos made in Asia.
Existen espacios totalmente protegidos –de momento– donde está prohibido explorar recursos marinos como la Antártida o el Ártico, a pesar de las presiones cada vez más fuerte de países como EE UU o Rusia, en busca de nuevos recursos mineros y fósiles presentes masivamente en estos territorios vírgenes de actividad humana.
La gran dificultad –y oportunidad para limitar su desarrollo incontrolado– es la profundidad de los océanos que complican la exploración y explotación de sus recursos marinos, pudiendo llegar a decenas de kilómetros en las plataformas continentales. No obstante, el desarrollo de submarinos autónomos o robots acuáticos con capacidades de permanecer un largo tiempo debajo del agua y resistir a temperaturas y presiones extremas hacen más fácil y barato la investigación en aguas profundas. La necesidad de buscar fuentes de proteínas alternativas, medicamentos nuevos o energías renovables adicionales generará fuertes presiones y posibles conflictos en el medio marino.  La ausencia de supervisión y regulación en espacios sin presencia humana aumentará también el numero de Estados o empresas sin escrúpulos que buscarán privatizar en su beneficio unos recursos cada vez más escasos y valiosos.

Fuente: https://www.esglobal.org/la-economia-azul-la-ultima-frontera-del-capitalismo/ imagen de portada: Turbinas eólicas en la costa de Bélgica. NICOLAS MAETERLINCK/AFP/Getty Images

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