Nuevos aportes al debate sobre la sustentabilidad

Se ha dicho tanto sobre la sustentabilidad que pareciera que no hay nada más que decir, pero lamentablemente las evidencias demuestran contundentemente que no es así, que la sustentabilidad es un tema que debemos seguir profundizando en la esperanza que como sociedad sea un tema tan natural que ya no necesite más palabras porque las acciones así lo estarían demostrando.

Por Rodrigo Arce Rojas


La sustentabilidad se generó como una manera de armonizar las dimensiones económicas, sociales y ambientales pero ya sabemos que en la práctica todavía hay una fuerte preponderancia de las consideraciones económicas que subordina los aspectos sociales y ambientales. Bajo estos enfoques se habla de sustentabilidad pero se la relativiza porque no hay tal propósito de ponderación. Es más, se dice que primero tiene que ser rentable económicamente para que luego pueda ser “rentable” ecológica y socialmente. 
Este discurso es legitimado incluso desde algunos sectores de la ciencia, la empresa e incluso la mayoría de las entidades estatales. Entonces la premisa de la primacía del crecimiento económico, sobre las consideraciones sociales y ambientales, aparece como una verdad incuestionable. Estos grupos ya están premunidos de una serie de etiquetas descalificadoras para todos aquellos que piensen y digan lo contrario.
Así, es muy fácil decir alegremente que los que demandan sustentabilidad son ambientalistas radicales, espantan la inversión, se oponen al progreso, quieren pobreza encima del suelo cuando la riqueza está debajo del suelo, entre otras coloridas descripciones. Pero la sustentabilidad no es partidaria de ningún fundamentalismo ni extremismo sino lo que demanda es igualdad de atención de todas las dimensiones. El problema estriba en que atender cabalmente las consideraciones ambientales y sociales tiene un costo (o mejor dicho es una inversión) y los desarrollistas no quieren disminuir sus ganancias.
No podemos negar que gracias a la presión nacional e internacional en algo se ha avanzado respecto a la búsqueda de la sustentabilidad pero aún es insuficiente. Podemos hablar por ejemplo de programas de Responsabilidad Social, pactos, acuerdos por la sustentabilidad, certificaciones, etiquetados, mercados justos, mercados que demandan la conservación de los bosques, mercados que condenan explotación de mujeres y niños, entre múltiples manifestaciones. Diferentes alternativas a la economía neoliberal también exigen mayor sustentabilidad. En todo este conjunto de aspiraciones de sustentabilidad podemos reconocer una sustentabilidad débil y una sustentabilidad fuerte. También podemos reconocer un discurso de sustentabilidad y un compromiso auténtico de sustentabilidad. No podemos dejar de mencionar los casos de sustentabilidad a la carta que orienta su compromiso y su discurso según la ocasión, circunstancia, público o temporalidad.
Si bien es cierto que el concepto de sustentabilidad se orientó inicialmente a consideraciones ambientales, sociales y económicas como una manera de simplificar todo el complejo universo de dimensiones a tomar en cuenta, en la actualidad ya existe un marco universal que nos ayuda a comprender las exigencias de sustentabilidad y este marco se refiere a los Objetivos de Desarrollo Sostenible ODS 2030. Se debe entender que los ODS han sido construidos desde una perspectiva sistémica el cual entrelaza la persona, con la sociedad y su medio como un todo interrelacionado e interdependiente, también implica cubrir todas las etapas del ciclo de la vida humana. Actualmente una adecuada interpretación de la sustentabilidad implica considerar que desde cualquier área de intervención esta área se relaciona con todos los ODS y no sólo con la perspectiva que aparentemente es más cercana y lógica. La vida es un entramado donde se interrelacionan materia/masa, energía, información y sentido, tanto aspectos tangibles como intangibles. Consecuentemente, la sustentabilidad tiene que ver con un enfoque de sistemas adaptativos complejos y no sólo como sectores de producción o de intervención.
Significa entonces que desde cualquier actividad productiva o de prestación de servicios es importante considerar la historia de las cosas, el contexto, las consecuencias presentes y futuras, el impacto en toda la cadena y en toda la trama productiva. Todo esto exige una ética con la vida presente y futura y no sólo con teología de mercado.

Todo esto además, nos invita a repensar en la forma cómo nos acercamos al abordaje de la sustentabilidad. Pongamos el caso de la educación ambiental. Así, podemos decir que la mejor educación ambiental es aquella que invita a pensar, reflexionar y actuar en torno al cambio de paradigmas, sistemas, patrones y estructuras que han legitimado una forma de concebir y vivir la vida que separa el ser humano de la naturaleza, que ponen al mercado y al lucro como centro, que ensalzan el consumismo y el derroche, que legitiman la exclusión en nombre del desarrollo económico a toda costa, que le cambian de nombre a actividades productivas que pomposa y arteramente le llaman sostenible cuando no reúnen las condiciones para ser consideradas como tales, entre otras tantas expresiones de modos insostenibles de nuestra civilización. La mejor educación ambiental es aquella que invita a pensar, reflexionar y actuar en torno a reencontrarnos con nuestra más profunda esencia, a reencontrarnos en el otro (y otra), a reconectarnos con la naturaleza, a valorar la vida en toda sus expresiones independientemente de la utilidad que tengan para nosotros, a incorporar la ética del cuidado y la pedagogía de la ternura para toda expresión viviente, a fortalecer el espíritu colaborativo y solidario, a pensar nuestro pensamiento y a conocer los efectos de nuestro conocimiento normalizado y disciplinado. Por ello, en una educación ambiental transformadora no sólo se razona sino que también se siente y se actúa para explorar nuevas formas de superar el lucrocentrismo egoísta e insensible por uno que ponga la vida al centro. Algunas de estas expresiones son economía del bien común, economía de la solidaridad, economía popular, economía indígena, socioeconomía solidaria, economía de la felicidad entre otras tantas búsquedas y exploraciones. En una educación ambiental transformadora no sólo hablamos de contaminación, deforestación y extinciones, sino que además hablamos de los factores estructurales que causan estas agresiones y alteraciones al socioecosistema. En una educación ambiental profunda hablamos sobre otras formas de pensar, sentir y actuar. En una educación ambiental sistémica se busca indisciplinar, desequilibrar instituciones, concepciones, sentimientos y actuaciones que se han alejado de la madre tierra. 

 Exploremos ahora el concepto de competitividad propio del mundo 
que se auto reconoce como civilizado
La competitividad aparece como un concepto acabado, como una idea fuerza que se convierte en un dogma en tanto ya no cabe discutirla si no simplemente seguirla. Es una de las recetas seguras para el éxito. ¿Pero cuáles son las implicancias de una actitud competitiva? Cuando nos ponemos en modo competitivo estamos diciendo que somos mejor que el otro (o los otros), estamos subestimando al otro, estamos negando al otro. La actitud competitiva da cuenta de tu individualidad, de tu egoísmo, de tus ansias de sobrevivir, de crecer, de ganar poder, prestigio y riqueza.  ¿Pero no es acaso la actitud competitiva la que genera desarrollo? ¿No es acaso la competencia un motor de selección natural? ¿No es acaso la competencia un factor natural en los ecosistemas? Cierto es que en la naturaleza existe la competencia pero no se reduce a ella. En el cosmos, la naturaleza, la sociedad y la humanidad existen fuerzas creadoras y fuerzas destructoras, fuerzas generativas y fuerzas degenerativas. Es la dinámica no lineal de los sistemas lo que permite la vida. Es el juego entre entropía y neguentropía lo que permite la vida alejada del equilibrio. Consecuentemente constreñir todo a la competitividad y la competencia es fragmentario y reductivo. ¿Qué pasaría si un orgánulo de la célula de repente decide ser mejor que el otro y crecer desmedidamente? ¿Qué pasaría si un órgano humano decide tomar el control porque se siente más poderoso que los otros? ¿Qué hace una persona, grupo o sociedad con tal de llegar a ser competitivo y exitoso? 
Tanto el cosmos, la naturaleza y la sociedad y las personas estamos conformados por interrelaciones e interdependencias. Nosotros somos en el otro, somos en la naturaleza y en el cosmos.  
Es cuando se entiende la naturaleza de la colaboración, de la acción interrelacionada y acoplada la que genera propiedades emergentes de la vida, el pensar, el conocer y el sentir. Es cuando podemos comprender la filosofía del cuidado de Leonardo Boff, la civilización empática de Jeremy Rifkin, el derecho a la ternura de Luis Restrepo, la pedagogía del amor de Paulo Freire. 
Es cuando entiendes por qué decimos que el diálogo es amor. Es cuando valoras el pensamiento relacional. La interconectividad presente en la trama de la vida da cuenta de enlaces, la energía de los afectos, el sentido de pertenencia al todo, el significado esencial de la vida. El valor de las totalidades aquilatando a su vez la riqueza de la diversidad y heterogeneidad individual.
De todo lo expresado se desprende la necesidad de seguir trabajando por una auténtica sustentabilidad por el respecto al planeta, por el respeto a nosotros mismos y nuestro compromiso con la vida en general. Esta no es una posición que niega la economía sino que la resignifica en su justa medida. Por una sustentabilidad genuina y profunda.

Fuente: Ecoportal.net

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