“No estoy de acuerdo con lo que decís, pero lo respeto”.
¿Cuántas veces hemos oído esa expresión? Muchísimas veces y se viene entendiendo como una formula elegante y respetuosa de disconformidad.
Se viene entendiendo, asimismo, como demostración de reconocimiento al derecho a la libertad de expresión del interlocutor. Y parece usarse ante cualquier supuesto de discrepancia.
Sí, semejante expresión -que puede llegar a resultar una barbaridad- la escuchamos en infinidad de ocasiones. Y digo barbaridad por lo que se expone seguidamente.
El derecho a la libertad de expresión –fundamental en una democracia al permitir expresar opiniones diversas entre las que, para cada tema, se escogerán las mayoritariamente aceptadas- protege al portador de una idea –cualquier idea- para que pueda expresarla y difundirla sin límite alguno (más allá de los límites establecidos por la ley para injurias, calumnias, propagación del odio, etc.).
Sin embargo, el tal derecho no comporta que esa idea libremente expresada haya de resultar, necesariamente, del agrado de todos los demás; ni siquiera que haya de gozar del respeto de los demás.
Es claro que existen ideas no respetables (sin ir más lejos, la idea de la superioridad del hombre respecto a la mujer que subyace en los comportamientos machistas, no lo es, y tampoco lo es la que subyace en los comportamientos xenófobos, etc., ni tantas otras).
Lo que merece realmente el respeto, es la libertad del otro para expresarse, pero no necesariamente -como dije- aquello que se expresa.
Consecuentemente, en algunas ocasiones podremos decir que compartimos la idea de nuestro interlocutor, en otras que no la compartimos pero que la respetamos (tal sería, por ejemplo, una discrepancia en preferencias literarias), mientras que existirán otras más en que tendremos que manifestar que ni la compartimos ni la respetamos –pues esa idea no es respetable éticamente o a la luz de los derechos universales, etc.-.
En el supuesto anterior de no compartir ni respetar la idea del otro, podemos llegar, incluso, a no respetar a quien la expone por la gravedad de aquélla, pero siempre –y también en este supuesto extremo- deberemos respetar el derecho de ese otro a expresarse así.
En ello y no en otra cosa consiste la aceptación del derecho de los otros a la libertad de expresión.
Por tanto el acudir siempre, de forma sistemática, a la manida fórmula de discrepancia que nos ocupa del “no estoy de acuerdo con lo que decís, pero lo respeto”, comportará en los supuestos de expresiones inaceptables –a tenor de los parámetros más arriba citados (como referencias lícitas objetivadas y normalmente interiorizadas)-, la aberración anunciada y poco deseable. Ello también comportará una mala interpretación del propio derecho a la libertad de expresión.
Y asimismo cabrá indicar que, en el límite, si honestamente mostramos nuestra falta de respeto a la idea de otro por un subjetivismo que nos apartase de lo más acertado, tal expresión “fallida” quedaría amparada por nuestro propio derecho a la libertad de expresión, gozando o no del respeto de los otros.
Para concluir deseo incorporar a este reducido artículo (sobre todo comparado con su extenso título) la conocida y célebre frase atribuida a Voltaire “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a expresarlo”, como magnífica síntesis del tema.
Fuente: https://ssociologos.com/2019/01/16/no-estoy-de-acuerdo-con-lo-que-dices-pero-lo-respeto/?utm_campaign=newsletter&utm_medium=email&utm_source=newsletter
Se viene entendiendo, asimismo, como demostración de reconocimiento al derecho a la libertad de expresión del interlocutor. Y parece usarse ante cualquier supuesto de discrepancia.
Sí, semejante expresión -que puede llegar a resultar una barbaridad- la escuchamos en infinidad de ocasiones. Y digo barbaridad por lo que se expone seguidamente.
El derecho a la libertad de expresión –fundamental en una democracia al permitir expresar opiniones diversas entre las que, para cada tema, se escogerán las mayoritariamente aceptadas- protege al portador de una idea –cualquier idea- para que pueda expresarla y difundirla sin límite alguno (más allá de los límites establecidos por la ley para injurias, calumnias, propagación del odio, etc.).
Sin embargo, el tal derecho no comporta que esa idea libremente expresada haya de resultar, necesariamente, del agrado de todos los demás; ni siquiera que haya de gozar del respeto de los demás.
Es claro que existen ideas no respetables (sin ir más lejos, la idea de la superioridad del hombre respecto a la mujer que subyace en los comportamientos machistas, no lo es, y tampoco lo es la que subyace en los comportamientos xenófobos, etc., ni tantas otras).
Lo que merece realmente el respeto, es la libertad del otro para expresarse, pero no necesariamente -como dije- aquello que se expresa.
Consecuentemente, en algunas ocasiones podremos decir que compartimos la idea de nuestro interlocutor, en otras que no la compartimos pero que la respetamos (tal sería, por ejemplo, una discrepancia en preferencias literarias), mientras que existirán otras más en que tendremos que manifestar que ni la compartimos ni la respetamos –pues esa idea no es respetable éticamente o a la luz de los derechos universales, etc.-.
En el supuesto anterior de no compartir ni respetar la idea del otro, podemos llegar, incluso, a no respetar a quien la expone por la gravedad de aquélla, pero siempre –y también en este supuesto extremo- deberemos respetar el derecho de ese otro a expresarse así.
En ello y no en otra cosa consiste la aceptación del derecho de los otros a la libertad de expresión.
Por tanto el acudir siempre, de forma sistemática, a la manida fórmula de discrepancia que nos ocupa del “no estoy de acuerdo con lo que decís, pero lo respeto”, comportará en los supuestos de expresiones inaceptables –a tenor de los parámetros más arriba citados (como referencias lícitas objetivadas y normalmente interiorizadas)-, la aberración anunciada y poco deseable. Ello también comportará una mala interpretación del propio derecho a la libertad de expresión.
Y asimismo cabrá indicar que, en el límite, si honestamente mostramos nuestra falta de respeto a la idea de otro por un subjetivismo que nos apartase de lo más acertado, tal expresión “fallida” quedaría amparada por nuestro propio derecho a la libertad de expresión, gozando o no del respeto de los otros.
Para concluir deseo incorporar a este reducido artículo (sobre todo comparado con su extenso título) la conocida y célebre frase atribuida a Voltaire “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a expresarlo”, como magnífica síntesis del tema.
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