Alessandro Pignocchi: Es urgente repensar nuestra relación con el mundo vivo y con los no humanos

La pandemia de Covid-19 es un acontecimiento brutal y sin precedentes que nos obliga a replantearnos nuestro estilo de vida y a cuestionar nuestras representaciones. ¿Y si esta crisis fuera también una crisis en nuestra relación con el mundo vivo y con todos los no humanos?

Por Natasia Hadjadji

Alessandro Pignocchi describe mediante el cómic un mundo en el que habríamos replanteado completamente nuestra relación con lo no humano, liberándonos de la división entre naturaleza y cultura. Al retratar a los que habitan la ZAD de Notre-Dame-des-Landes (zona en Nantes tomada por una agrupación anarquista de Francia) que nos hablan de animismo y a los individuos que entablan relaciones afectivas con los no humanos, nos proyecta a un "mundo de después" liberado de la relación brutal con los vivos. Un mundo de "vivir con" donde florecen las relaciones de ayuda mutua y solidaridad. En un momento en el que se multiplican los llamamientos a formar alternativas a nuestras formas de vivir y relacionarnos, hemos creído oportuno volver a publicar esta entrevista, que apareció originalmente en la revista 21 de L'ADN, Retour vers le vivant. Porque es tomando conciencia de la relatividad de las representaciones que conforman el Occidente moderno como podremos inventar nuevas formas de habitar el mundo.

Para ayudarnos a tomar conciencia de que nuestras representaciones occidentales son relativas, usted hace nos lleva al Amazonas. ¿Qué podemos aprender del vínculo que estos pueblos indígenas mantienen con su entorno vital?
ALESSANDRO PIGNOCCHI:
En la Amazonia, a las plantas y a los animales se les atribuye una vida intelectual y sentimental similar a la de los humanos, de los que sólo se diferencian en sus especificidades corporales. Las normas adoptadas para ellos no difieren significativamente de las vigentes entre los humanos. En consecuencia, son considerados como sujetos y participan plenamente en la vida social del colectivo.
En Occidente, en cambio, la distinción entre naturaleza y cultura hace que las plantas, los animales y los entornos vivos queden relegados a una esfera autónoma en la que se les otorga un estatus de objeto. Su valor depende únicamente de las funciones que les atribuimos y de los servicios que nos prestan. Por ello, las cuestiones ecológicas se presentan ante todo en forma de cifras (grado de calentamiento, porcentaje de aves o insectos que desaparecen, etc.). La noción de "servicio ecológico" también es sintomática de esta relación con el mundo: una especie o un entorno sólo se protegerá si nos proporciona servicios, aunque estén relacionados con el ocio o la contemplación. En un colectivo animista, como el que todavía existe en el Amazonas, América del Norte o Siberia, las plantas, los animales y los entornos vivos prestan ciertamente servicios, pero del mismo modo que lo hacen los vecinos, los amigos o los familiares, y no como objetos que hay que explotar o proteger.
Sus visitas a la ZAD de Notre-Dame-des-Landes han alimentado en gran medida su reflexión. ¿Qué nos enseñan las ZAD sobre las formas de experimentar estos nuevos modos de relación?
A. P.:
En Notre-Dame-des-Landes, a nadie se le ocurriría apelar a la noción de servicio ecológico para justificar la protección de un estanque o una pradera. Los propios conceptos de "social" y "medioambiental" ya no son relevantes. Las relaciones con los no humanos se replantean en términos existenciales: nos preguntamos cuál es la mejor manera de habitar un mundo común que compartimos con un grupo variopinto de no humanos, cada uno con su propio temperamento, intereses y motivaciones. Así, en la ZAD, el registro de lo social se extiende ampliamente. Las plantas, los animales y los entornos vivos no son objetos que hay que gestionar, explotar o proteger, sino seres con los que hay que convivir.
Multiplicar y ampliar los territorios donde se ha estabilizado y establecido una relación con el mundo de este tipo debería ser el reto fundamental de la lucha ecológica. Permanecer en un mundo en el que los no humanos tienen estatus de objeto excluye cualquier tipo de salida alegre a la crisis ecológica. En segundo lugar, y sobre todo, porque un mundo en el que los no humanos son sujetos permite una relación infinitamente más rica y emocionalmente más colorida con ellos que la relación utilitaria impuesta por la condición de objeto. Por tanto, un mundo de este tipo es, al menos en el ámbito de las relaciones con los no humanos, mucho más deseable y agradable de habitar que el que el Occidente moderno ha elegido progresivamente para componer.
¿Podemos esperar algún día librarnos de una oposición tan estructurada en Occidente?
A. P.:
El trabajo de antropólogos y filósofos como Philippe Descola, Nastassja Martin, Catherine y Raphaël Larrère y Bruno Latour es esencial para vislumbrar cómo podría ser ese mundo. La antropología ofrece ejemplos de sociedades que se han construido sin distinguir entre naturaleza y cultura y que, por tanto, permiten relativizar un cierto número de conceptos que de otro modo podrían parecer inmutables, como los de trabajo o progreso.
Tomemos el caso de la caza entre los indios jívaro, por ejemplo. En un colectivo animista, la caza se vive como una confrontación y un intercambio con los alter ego animales. Esta confrontación se organiza según complejas estructuras simbólicas, y no se percibe como un trabajo o una actividad pensada en términos de rentabilidad y eficacia. Asimismo, son muy interesantes las iniciativas por las que se dota de personalidad jurídica a un entorno vivo, como el río Whanganui, en Nueva Zelanda. Como señala Philippe Descola, no se trata de luchar por un lago o una montaña en nombre de un principio abstracto de preservación de la biodiversidad, sino contra "la puesta en peligro de un elemento no humano concebido como miembro de la colectividad (...)". Interesarse por los pueblos que conforman el mundo con sistemas cosmológicos diferentes al nuestro nos permite empezar a pensar sin la noción de naturaleza. Pero hay que tener en cuenta que la aclaración conceptual y el derecho son sólo herramientas. Lograr un mundo en el que los no humanos sean considerados espontáneamente como sujetos requiere, en primer lugar, hacer frente al dominio que la esfera económica ejerce sobre nuestras vidas.
¿Por qué?
A. P.:
El mundo economizado en el que vivimos sólo puede tolerar objetos. Cada el mito del crecimiento verde y de las energías renovables, un mito que es imprescindible combatir. Desde un punto de vista antropológico, este mito juega el mismo papel en nuestro país que el escepticismo climático en Estados Unidos: ambos pretenden mantener las actuales reglas del juego económico, haciendo creer a la gente que son compatibles con un futuro deseable para nuestro planeta.
¿Qué opina de la noción de "bienes comunes"? ¿Es apropiado, deseable en la perspectiva de una recomposición de mundos?
A. P.: La noción de "común" es una herramienta interesante que permite debilitar el papel de la propiedad privada, tanto a nivel local como a gran escala. Los medios de producción y todas las relaciones entre los seres humanos y con los no humanos ya no están sujetos a la lógica del beneficio, sino a lo que se considera colectivamente deseable. Esto es precisamente lo que ocurre en las ZAD. Esta es una de las claves de la revolución cosmológica que anuncian, como ilustra uno de los lemas que surgieron en Notre-Dame-des-Landes: "No defendemos la naturaleza, somos la naturaleza defendiéndose". Al desmontar la distinción naturaleza/cultura se hace posible poner en primer plano los vínculos de todo tipo, desde los más concretos hasta los más metafóricos, que se tejen entre las distintas facetas de cada ser, humano y no humano.
Actualmente se habla mucho del pensamiento de Bruno Latour, y de su libro "Où atterrir" (La Découverte, 2017). ¿Es optimista sobre las perspectivas de este aterrizaje?

A. P.: No sé si soy optimista sobre el resultado de esta "vuelta a la tierra", por utilizar los términos de Bruno Latour. Pero sé que las luchas en curso y las que están por venir, en las ZAD, en las rotondas, en las casas ocupadas y en las casas populares, llevan consigo momentos de alegría y de intensidad de la existencia que el mundo economizado nos había hecho olvidar.


Para leer: Alessandro Pignocchi, Mythopoiesis, Steinkis (2020), La recomposition des mondes, Seuil (2019)
Fuente: Fuente: LADN- https://www.climaterra.org/post/alessandro-pignocchi-es-urgente-repensar-nuestra-relación-con-el-mundo-vivo-y-con-los-no-humanos
 
ser, humano o no, cada relación, debe tener un valor de mercado que pueda cuantificarse con precisión. Pero los sujetos escapan a la cuantificación. Cuando se encuentra con un sujeto, la esfera económica sólo puede negar su existencia, o transformarlo en un objeto. En materia de ecología, la economía hace nacer

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