¿Permaeconomía?
En un libro publicado en 2016, Emmanuel Delannoy creó el concepto de "permaeconomía". Inspirada en la permacultura, cuyos principios transpone a la economía en general, la permaeconomía pretende producir un valor neto positivo, compatible con los límites de la biosfera. ¿Utopía o solución? Sea como fuere, se trata de un cambio que sin duda podría favorecer la aparición de soluciones menos perniciosas.
Por Sarah Sabsibo
La esfera económica empieza a darse cuenta de que es difícil ignorar los ecosistemas vivos. ¿Es un punto de inflexión?
Emmanuel Delannoy: Sin duda. Nadie puede negar la realidad de la degradación ecológica y el riesgo concreto que la crisis climática supone para nuestras economías. Pero aunque la negación tiende a desaparecer, el riesgo de una reacción tecnocrática permanece. Lo vemos en un tema como la polinización. Algunas personas están considerando seriamente -y recaudando fondos para ello- la creación de robots que polinicen las flores en los invernaderos. Pero la solución más sencilla e inmediata no requiere un despliegue tan grande de recursos. Lo único que tenemos que hacer es dejar de usar pesticidas y replantar los setos para crear hábitats naturales para los polinizadores.
Pero este tipo de enfoque cuestiona profundamente una determinada visión del progreso...
E. D.: Sí, y la idea de que la humanidad pueda desarrollarse en alianza con la naturaleza se sigue considerando poco realista. Sin embargo, sólo podemos observar que, ante los retos del cambio climático, las soluciones más eficaces y sostenibles no suelen basarse en soluciones técnicas complejas y costosas, sino en estructuras vegetales. Para combatir el calentamiento global en las ciudades, por ejemplo, la solución más eficaz es plantar árboles por todas partes y reverdecer los espacios. Para luchar contra la erosión del suelo, hay que cubrirlo. Para mejorar la calidad del agua, hay que restaurar los humedales. Tenemos muchas soluciones como éstas, que no son de alta tecnología, sino una especie de ingeniería ecológica que recrea estructuras vivas.
¿Los seres vivos también tienen cosas que enseñarnos sobre nuestras organizaciones?
E.D.: La gran característica de la vida es que es extremadamente plástica, adaptable y reversible. Los organismos vivos pasan su tiempo reconfigurándose y reconstruyéndose. Se dedica literalmente a ampliar el campo de posibilidades. Es abundante, no se prohíbe nada, favorece la diversidad. Adaptabilidad, reversibilidad, diversidad... todos estos principios pueden inspirar nuestras estrategias empresariales. Sólo tenemos que aceptar ir en contra de los procesos normalizados y estandarizados que tanto se han valorado.
Datos, inteligencia artificial, algoritmos... las nuevas tecnologías nos prometen poder predecirlo todo. ¿No es esa la solución?
E. D.: No podemos predecirlo todo simplemente porque los seres vivos son imprevisibles por naturaleza. Pero el problema es sobre todo cultural: ya no soportamos el más mínimo riesgo, la más mínima incertidumbre. Pero al privarnos de ambos, nos privamos de oportunidades y de las felices sorpresas creadas por nuestra capacidad de adaptación. Perder el control para favorecer la aparición de sorpresas felices es exactamente lo que pretendemos hacer en la permacultura. Aprendemos a aprender constantemente del ecosistema, a escuchar activamente las señales que nos envía. Hay que aceptar esta retroalimentación constante. Imponer el propio marco de pensamiento a la realidad no funciona, estás abocado al fracaso. Encerrarse en un modelo es peligroso. Cuando entiendes que este modelo está en constante cambio, adoptas una actitud de surfista. Esto implica una relación diferente con el tiempo y con la plasticidad evolutiva.
Las empresas deben aceptar su dependencia de todo un ecosistema?
E. D.: Es un enfoque humilde. Si queremos crear un valor sostenible, tenemos que aceptar que no podemos controlar todo solos. Tenemos que entender que no prosperamos en un territorio que está muriendo.
La permaeconomía refuerza los vínculos entre la empresa, el cliente y la sociedad...
E. D.: En la permacultura, partimos del principio de que antes que nada hay que obtener una cosecha. Para no crear un modelo económico que no sea rentable. Pero esta rentabilidad no es concebible sin los principios de sostenibilidad del capital social y natural. En concreto, la permacultura se basa en tres pilares: el cuidado de la tierra, el cuidado de las personas y el reparto equitativo. Cualquier innovación debe encajar en este marco ético. No debe crear sistemas que conduzcan a la dependencia o a una excesiva distorsión del poder. En cuanto se invierten los medios y los fines y se empieza a ser esclavo de la herramienta, ya no se está en la permacultura.
Usted aconseja a las empresas que se centren en la exaptación. ¿Qué significa esto?
E. D.: Es un principio de agilidad que presupone que hemos aceptado una de las lecciones de la vida, a saber, que no sólo nada es perfecto, sino que es en las imperfecciones donde reside el potencial de adaptación y evolución. La innovación tiene como objetivo conseguir tecnologías perfectas. Con la permacultura, entendemos que la perfección es sobre todo una vulnerabilidad. Si estás perfectamente adaptado a unas condiciones determinadas, cuando las condiciones cambian, aunque sea un poco, ya no estás adaptado y te encuentras en una situación frágil. En definitiva, la exaptación es la agilidad del ser vivo para juguetear con estructuras, formas y órganos preexistentes, y orientarlos, asumirlos para nuevos usos o nuevas funciones. Hay un aspecto de MacGyver en la exaptación. Tenemos enormes limitaciones por delante, enormes retos que afrontar, no hay tiempo para reinventarlo todo. No estamos en un mundo ideal, así que aceptémoslo y analicemos lo que en nuestro mundo actual puede ayudarnos a afrontar esta transición de la forma más ágil posible.
La vida nos ayudará, si la ayudamos a ayudarnos.
La permaeconomía nos obliga a adoptar una visión sistémica inspirada en la biodiversidad. Hablamos de diseño sistémico. ¿Qué es esto?
E. D.: Significa enfrentarse a la complejidad. Es una capacidad humana natural que hay que volver a desarrollar. Necesitamos una pedagogía de la complejidad. Y, sobre todo, hay que asociarlo con algo positivo. Sin complejidad, no hay vida. La complejidad está ligada a la emergencia y a las posibilidades. Es complejo, así que abre muchas posibilidades; es complejo, así que podemos hacer muchas cosas.
Al leer su obra, uno tiene la sensación de que el destino de la humanidad depende de nuestra capacidad de asombro... ¿De verdad?
E. D.: Sí (risas). Hoy en día, nos fascina la tecnología, que no siempre tiene sentido. Llegamos a considerar los seres vivos como poco interesantes, incluso molestos. Si queremos inventar una nueva relación con los seres vivos, si queremos establecer un nuevo reparto equitativo con los seres vivos, se requiere una nueva forma de verlos. Y esta nueva forma de ver las cosas requiere un sentido de la maravilla. Con la crisis climática, estamos asistiendo a una especie de movimiento de pánico. Sin embargo, si realmente queremos formar parte de los ciclos de los seres vivos, tenemos que aceptar que tenemos que actuar en el tiempo. No se puede meter prisa a los seres vivos, hay que trabajar con ellos, con sus ritmos y, por tanto, acompañar sus movimientos. La vida nos ayudará si la ayudamos a ayudarnos.
EMMANUEL DELANNOY
Autor, conferenciante y empresario, contribuyó a la construcción de la Agencia Francesa de la Biodiversidad y el Gobierno le encargó una misión sobre los empleos en la biodiversidad. Fundó el Instituto INSPIRE y cofundó la consultora Pikaia.
Fuente: Ladn