Apocalipsis de insectos en el antropoceno (parte II)
Ruptura metabólica
En los años que siguieron a la segunda guerra mundial, el capitalismo global cruzó el umbral de la extralimitación con efectos devastadores en la biosfera. Impulsada por los combustibles fósiles y la petroquímica, la gran aceleración puso fin a 12.000 años de relativa estabilidad medioambiental y climática en la época del holoceno e inauguró la época del antropoceno. Tal como concluyó en 2004 el informe de síntesis del Programa Internacional Geosfera-Biosfera (IGBP): La segunda mitad del siglo XX es única en toda la historia de la existencia humana sobre la Tierra. Muchas actividades humanas alcanzaron la velocidad de despegue en algún momento del siglo XX y se aceleraron vertiginosamente hacia finales de siglo. No cabe duda de que los últimos 50 años han asistido a la transformación más rápida de la relación con el mundo natural en la historia humana/1.
Por Ian Angus
El informe del IGBP incluía gráficos que ilustraban aumentos sin precedentes de la actividad humana y de la destrucción medioambiente global, iniciados alrededor de 1950/2. Uno, titulado Biodiversidad Global, mostraba el ritmo de extinción de especies animales, que los autores y autoras cifraron en cien a mil veces mayor que los ritmos de extinción natural del pasado/3. Como indicación de la escasez de estudios sobre insectos en los comentarios sobre la pérdida de biodiversidad señalaré que en estos se habla de mamíferos, peces, aves, anfibios y reptiles, pero no de insectos ni otros invertebrados/4.
Como hemos visto, la investigación reciente ha cambiado decisivamente esta situación. No solo están en declive las poblaciones de insectos, sino que están menguando más rápidamente que otros animales. Los insectos constituyen la mitad del millón de especies animales que la ciencia cree que están amenazadas de extinción durante este siglo/5. La población mundial de insectos se halla entre las principales víctimas de la gran aceleración. Si esta continúa, su rápido declive pasará a ser uno de los rasgos distintivos más mortíferos del antropoceno.
Concentración y simplificación
El principal factor que contribuye al declive de los insectos es la destrucción de hábitats, en particular el papel de la agricultura industrial en el desalojo de incontables especies de sus moradas. Otros hábitats de insectos se han alterado o destruido, pero las tierras de cultivo son un factor crítico debido a su amplitud: la agricultura ocupa el 36 % de toda la superficie terrestre y el 50 % de la superficie habitable. Dentro de esta enorme área existen inmensas zonas donde se libra lo que cabe calificar razonablemente de guerra contra los insectos.
Toda actividad agropecuaria altera los ecosistemas locales y la vida de los insectos, pero tal como explica el ecologista Tony Weis, hasta hace poco una agricultura exitosa exigía trabajar al máximo posible con el entorno natural, no contra él: En toda la historia, la viabilidad a largo plazo de los paisajes agrarios ha dependido del mantenimiento de la diversidad funcional de los suelos, las especies cultivadas (y el plasma germinal de las semillas dentro de cada especie), árboles, animales e insectos para mantener el equilibrio ecológico y los ciclos de los nutrientes. Con este fin, los agroecosistemas se gestionaban con una variedad de técnicas diferentes, como el multicultivo, las rotaciones, los abonos verdes (reintegrando en el suelo los tejidos vegetales no descompuestos, normalmente de leguminosas ricas en nitrógeno), el barbecho, la agrosilvicultura, la cuidadosa selección de semillas y la integración de pequeñas poblaciones de animales/6.
Las décadas posteriores a la segunda guerra mundial trajeron el equivalente agrícola de la revolución industrial del siglo XIX: el paso de la pequeña producción de mercancías a la producción masiva a gran escala, dependiente de los combustibles fósiles. Mientras la mayoría de explotaciones todavía eran de propiedad familiar, las decisiones sobre qué cultivos producir y cómo producirlos se realizaban cada vez más en las salas de juntas de las grandes empresas. Las agroecologistas Ivette Perfecto, John Vandermeer y Angus Wright describen la revolución metabólica de la producción de alimentos:
La capitalización de la agricultura después de la segunda guerra mundial se llevó a cabo primero mediante la sustitución de insumos que se generaban desde dentro de la propia explotación por otros que se fabricaban en otra parte y que había que comprar. Empezando con la temprana mecanización de la agricultura, en que se sustituyó la tracción animal por la tracción mecánica, siguiendo con la sustitución del compost y los abonos por fertilizantes sintéticos y el control tradicional y biológico por los plaguicidas, la historia del desarrollo tecnológico de la agricultura fue un proceso de capitalización que comportó la reducción del valor añadido dentro de la propia explotación. En las explotaciones actuales, el trabajo viene de Caterpillar o John Deere, la energía de Exxon/Mobil, el fertilizante de DuPont, y la gestión de plagas de Dow o Monsanto. Las semillas, literalmente el germen que hace posible la agricultura, han sido patentadas y es preciso comprarlas/7.
El auge de la producción agraria durante a posguerra se basó en una amplia variedad de nuevas tecnologías, como los equipos mecánicos, forrajes industriales, fertilizantes sintéticos y semillas patentadas. Los nuevos insumos funcionaban muy bien, pero tal como señala la historiadora de la agricultura Michelle Mart, “la revolución tecnológica de la agricultura fue más accesible para unos que para otros”.
Muchas pequeñas explotaciones familiares no podían permitirse las fuertes inversiones necesarias para acceder a las nuevas tecnologías, ni tampoco disponían de las grandes extensiones de tierras que se precisan para que las tecnologías sean económicamente viables. Hacia 1955, los costes operativos totales de una explotación media se habían triplicado en comparación con apenas quince años antes, precipitando una caída del número de explotaciones y del número de personas que trabajaban en el campo. De 1939 a 1950, el número de explotaciones en EE UU descendió un 40 %, y volvió a caer casi otro 50 % entre 1960 y 1970, mientras que el tamaño de la explotación media creció 2 acres cada año/8.
De acuerdo con el Departamento de Agricultura estadounidense, en 2012 “el 36 % de todas las tierras de cultivo se hallaban en explotaciones que contaban con 2.000 acres por lo menos de tierras de cultivo, un 15 % más que en 1987/9.” Aunque tan solo alrededor del 12 % de las explotaciones agrarias de EE UU pueden considerarse entidades comerciales muy grandes, abarcan el 88 % de los ingresos netos anuales de todas las explotaciones/10.
En Norteamérica y Europa, las grandes explotaciones se formaron normalmente mediante la fusión de otras más pequeñas. En el Sur global, la deforestación constituye el primer paso: todos los años se talan unos cinco millones de hectáreas de bosque y se sustituyen por grandes explotaciones agrarias y ranchos gestionados por grandes empresas/11. Entre 1980 y 2000, más de la mitad de las nuevas tierras agrícolas en el trópico fueron fruto de la tala de bosques. Entre 2000 y 2010, la proporción aumentó al 80 %/12.
Una gestión rentable de las grandes explotaciones con maquinaria cara requiere especialización. Cada tipo de cultivo tiene sus propios requisitos particulares, de modo que en vez de comprar múltiples tipos de máquinas, los campesinos se centraron en alguna especie concreta: solo maíz, o solo trigo, o solo soja, etc. La matriz de campos en que crecen diferentes cultivos, tan característica de la agricultura tradicional, fue sustituida por vastas extensiones con plantas genéticamente idénticas. La mayoría de cercas, setos, boscajes y humedales ‒hábitats de pequeños mamíferos, aves e insectos‒ se eliminaron para maximizar la producción y permitir que las máquinas accedieran a la totalidad del espacio.
Todavía quedan millones de pequeñas explotaciones que producen cultivos múltiples, pero en todas partes la producción y la comercialización están dominadas por un pequeño número de explotaciones enormes, de las que cada una apenas cultiva o cría una o dos especies de plantas o animales. En todo el mundo, alrededor del 75 % de las variedades cultivadas han desaparecido efectivamente de los mercados agrícolas, quedando justo nueve especies de plantas que ahora abarcan dos tercios de todos los cultivos. Como comenta Michael Pollen, esto tiene importantes implicaciones para las dietas humanas: “Resulta que el gran edificio de variedad y posibilidades de elección que es un supermercado estadounidense se basa en un fundamento biológico notablemente estrecho, formado por un pequeño grupo de plantas en que predomina una única especie: Zea mays, la gramínea gigante tropical que la mayoría de estadounidenses llaman corn [maíz]/13.”
El historiador de la ecología Donald Worster califica la transformación agrícola del siglo XX de “simplificación radical del orden ecológico natural”.
Lo que antes era una comunidad biológica de plantas y animales tan compleja que la ciencia difícilmente puede abarcarla, que había sido modificado por los agricultores tradicionales para convertirlo en un sistema todavía muy diversificado de cultivo de alimentos locales y otros materiales, se han convertido cada vez más en un aparato rígidamente programado que compite en vastos mercados por el éxito económico. En lenguaje actual, este nuevo tipo de agroecosistema lo llamamos monocultivo, que designa una parte de la naturaleza que se ha reconstituido hasta el punto de que cultiva una única especie, que crece en un territorio por el mero hecho de que en alguna parte tiene una sólida demanda del mercado/14.
Esta “desconexión de los procesos naturales entre sí y su extrema simplificación” es, como escribe John Bellamy Foster, “una tendencia intrínseca del desarrollo capitalista/15.” Para un sistema económico que se dirige constantemente a la simplificación y mercantilización de todas las cosas, los millones de especies de insectos constituyen una complicación innecesaria e indeseada.
El cambio al monocultivo ha reducido de por sí sustancialmente la diversidad de insectos. Algunos insectos han evolucionado para poder vivir en cualquier parte, pero muchos no pueden sobrevivir sin el acceso a determinadas plantas. Las mariposas monarca, por ejemplo, solo pueden comer hojas de algodoncillo, y sus huevos no eclosionarán si se ponen en cualquier otra planta. La simplificación de millones de hectáreas ha reducido radicalmente el número de mariposas monarca, junto con otras muchas especies especializadas en un hábitat. Para ellas, miles de hectáreas dedicadas al maíz, o a la soja o al trigo son como desiertos, por mucho que aporten alimentos y sustento.
Pero la agricultura industrial no se limita a eliminar pasivamente el sustento de los insectos, sino que los ataca agresivamente.
Notas: La parte I describe el fuerte declive de las poblaciones de insectos en todo el mundo. Esta parte II señala la influencia de los monocultivos]
/1 Will Steffen y cols., Global Change and the Earth System: A Planet Under Pressure (Springer, 2004), 231.
/2 Para la actualización de 2015 de la Gran Aceleración, véase Ian Angus, When Did the Anthropocene Begin… and Why Does It Matter?, Monthly Review, septiembre de 2015; y Ian Angus, Facing the Anthropocene: Fossil Capitalism and the Crisis of the Earth System, (Monthly Review Press, 2016) 44-45.
/3 Will Steffen y cols., Global Change and the Earth System: A Planet Under Pressure (Springer, 2004), 218.
/4 Will Steffen y cols., Global Change and the Earth System: A Planet Under Pressure (Springer, 2004), 118-119. De hecho, la palabra insecto solo aparece una vez (!) en todo el informe.
/5 Pedro Cardoso y cols., “Scientists’ Warning to Humanity on Insect Extinctions”, Biological Conservation 242 (2020).
/6 Tony Weis, The Global Food Economy: The Battle for the Future of Farming (Fernwood Publishing, 2007), 29.
/7 Ivette Perfecto, John Vandermeer y Angus Wright, Nature’s Matrix: Linking Agriculture, Conservation and Food Sovereignty (Earthscan, 2009), 50-1.
/8 Michelle Mart, Pesticides, A Love Story (University Press of Kansas, 2015), 13. (Después de comprobar las fuentes citadas por Mart, he corregido errores tipográficos en las fechas.)
/9 James M. MacDonald, Robert A. Hoppe y Doris Newton, Three Decades of Consolidation in U.S. Agriculture (USDA Economic Research Service, 2018), iii.
/10 Timothy Wise, Still Waiting for the Farm Boom: Family Farmers Worse Off Despite High Prices (Tufts University Global Development and Environment Institute, 2011), 5.
/11 Erik Stokstad, “New Global Study Reveals the ‘Staggering’ Loss of Forests Caused by Industrial Agriculture,” Science, 13/09/2018.
/12 Christine Chemnitz, “Global Insect Deaths: A Crisis Without Numbers,” en Insect Atlas 2020, ed. Paul Mundy (Friends of the Earth Europe, 2020), 15.
/13 Michael Pollan, The Omnivore’s Dilemma: A Natural History of Four Meals (Penguin Books, 2006), 18.
/14 Donald Worster, The Wealth of Nature: Environmental History and the Ecological Imagination (Oxford University Press, 1993), 58, 59.
/15 John Bellamy Foster, The Vulnerable Planet: A Short Economic History of the Environment (Monthly Review Press, 1999), 121.
Texto original: Climate&capitalism
Traducción: viento sur
(Continuará en la parte III)
Fuente: https://vientosur.info/apocalipsis-de-insectos-en-el-antropoceno-parte-ii/