Reseña (crítica) de «Bioeconomía para el siglo XXI.
El contexto
La lectura de Bioeconomía para el siglo XXI —de Arenas L., Naredo J.M. y J. Riechmann, publicado por FUHEM/Catarata — me ha llevado a recordar el clima intelectual que tuve la suerte de vivir en los años setenta. La sensación que guardo de aquel momento se podría resumir en la idea de «que todo era posible», que no había restricciones a la hora de pensar mundos alternativos y de cruzar las aportaciones de muy diferentes ámbitos de conocimiento.
Por: José Eduardo Garcia Diaz
Y comienzo por esta anécdota personal porque creo que es importante ubicar la aportación de Georgescu-Roegen, tal como hace Grinevald en el capítulo introductorio del libro, en un contexto teórico de «revolución ambiental» que es la culminación, en los años setenta, de la «revolución del pensamiento» que se produce en la primera mitad del siglo XX. Revolución que supone un cambio radical en nuestra forma de aproximarnos al mundo y en la superación del pensamiento mecanicista.
Tuve el privilegio de vivir esta efervescencia ideológica de los setenta, de vivenciar ideas que actualmente siguen siendo plenamente vigentes: estamos en un mundo de interacciones, de sistemas imbricados e interdependientes, un mundo finito, en el que no es posible un crecimiento ilimitado (en aquellos años no teníamos aún la noción de huella ecológica pero sí la de factor limitante y la idea de una capacidad de carga limitada de los ecosistemas), o la necesidad de una vida sencilla (el «menos es más», «lo pequeño es hermoso», lemas ecologistas de la época). También viví la respuesta regresiva que generó ese momento y el rechazo generalizado a los nuevos paradigmas (en la academia, en las instituciones, en los medios de comunicación…), de manera que no llegaron a integrarse en los idearios colectivos. Tal como indica Riechmann: la batalla cultural de los años setenta se decantó, de modo funesto, por la negación de la realidad a partir de 1973. Negacionismo que se ha perpetuado hasta nuestros días, de forma que dicha batalla cultural aún está vigente, de ahí la relevancia de recobrar, tal como se hace en este libro, las ideas de Georgescu-Roegen y de reflexionar sobre el binomio termodinámica-ecología.Las aportaciones de Georgescu-Roegen
La primera parte del texto está centrada en analizar el cambio paradigmático que supuso la obra de Georgescu-Roegen. Como indican Grinevald, Carpintero, o Bonaiuti en sus capítulos, Georgescu-Roegen fue un pensador «atrevido» que adoptó un enfoque transdisciplinar, conectando las ciencias sociales con las ciencias de la naturaleza, relacionando la economía con la biología y la termodinámica, pensando el proceso económico en clave de sistemas abiertos y disipativos. Atrevimiento que significó su «cancelación» (término usado por Riechmann) y su marginación por parte de la economía convencional.
Georgescu-Roegen adopta un pensamiento complejo, siendo un precursor de las ciencias de la complejidad. Al respecto, Ernest Garcia destaca un aspecto de su obra: la emergencia de propiedades nuevas al cambiar de escala, emergencias que determinan que un sistema no se pueda explicar por las características de sus subsistemas componentes. Su posición es rechazar el reduccionismo de explicar lo social por lo biológico o lo físico, en los términos de Garcia: parece que el organismo no es una máquina, pero también que la sociedad no es un organismo (página 145).
Su objetivo era liberar la ciencia económica del corsé mecanicista, éste apuesta por una posición filosófica superadora del mecanicismo. Critica que la economía convencional ignore la evolución de ciencias como la física que, con el desarrollo del concepto de entropía, cuestiona el mecanicismo propio de la física clásica. Al respecto, propone una interpretación de los procesos económicos como procesos abiertos, irreversibles, sometidos a la incertidumbre, frente a la perspectiva mecanicista neoclásica que los entiende como procesos cerrados e independientes del funcionamiento del planeta.
Esta posición de rechazo del mecanicismo le lleva a considerar cualquier sistema económico como un subsistema de la biosfera, sometido por tanto a las leyes de la termodinámica y de la ecología. Subvierte un campo en el que, «la mirada económica convencional nos impide ver realidades básicas o las vuelve del revés». Todo el aparato teórico (pretendidamente científico) de esa economía está montado sobre la desconexión entre el sistema económico y el mundo biofísico. Por el contrario, Georgescu-Roegen entiende que el proceso de obtención de recursos y de producción de bienes no se puede comprender sin contar con las leyes biofísicas que explican la naturaleza de esos recursos y su transformación.
Una aportación clave es que desarrolla un modelo alternativo al de un ciclo económico cerrado y circular. Hay un cambio radical de perspectiva: no se habla ya de un ciclo económico estático sino de una actividad económica condicionada por el ciclo de la materia y el flujo de energía planetarios, que evoluciona en un proceso de cambio irreversible, que sigue la flecha del tiempo. Se pasa de unos recursos naturales de baja entropía a unos residuos de alta entropía, proceso asociado a una inevitable degradación de la energía (segundo principio de la termodinámica). Georgescu-Roegen considera que la actividad económica debe modelizarse como un proceso evolutivo de cambio abierto e irreversible (frente a la circularidad de la economía neoclásica, que solo entiende de parámetros que oscilan en torno a un determinado estado óptimo), idea muy próxima a la de equilibrio dinámico y cambio helicoidal utilizadas en ecología de sistemas, también en los años setenta, para explicar la sucesión ecológica.
Por último, Georgescu-Roegen ubica su teoría económica en un ámbito más amplio, el de la evolución de los sociosistemas en base a al cambio tecnológico. En el apartado dedicado a los regímenes sociotécnicos, Bonaiuti realiza una breve y excelente descripción de dicha evolución, utilizando, entre otros, el concepto de tasa de retorno energético. El paso de uno a otro régimen sociotécnico vendría dado por una innovación tecnológica relativa a la eficiencia energética. Para Bonaiuti ese incremento de energía disponible no determina mecánicamente una nueva organización social. También Garcia relativiza el posible determinismo tecnología-sociedad y detalla como Georgescu-Roegen fue un crítico convencido del optimismo tecnológico.
Decrecimiento
Georgescu-Roegen se puede considerar como en un precursor del decrecimiento, entendido éste no tanto como un cambio normativo (moral, en el sentido de Latouche) sino como un hecho inevitable. Para Bonaiuti hay una continuidad y coherencia entre las aportaciones de Georgescu-Roegen y las de los teóricos del decrecimiento.
Georgescu-Roegen cuestiona el concepto de desarrollo y más concretamente la posibilidad de un desarrollo sostenible. Plantea que el «desarrollo» (como crecimiento ilimitado) es solo uno de los posibles itinerarios de las organizaciones sociales, idea asociada a su modelo de proceso económico como proceso evolutivo abierto. De hecho, polemizó con los economistas que rechazaban el informe sobre los Límites del Crecimiento, criticando sus posiciones sobre la irrelevancia de los recursos naturales en la producción, el progreso tecnológico como la solución a todos los problemas, o el olvido de que los materiales también están sometidos a las reglas de la entropía.
Crítica a la ortodoxia económica: ¿es la economía convencional un pensamiento científico?
Tanto en el capítulo de Daly como en el de Naredo se muestra el nulo reconocimiento de la obra de Georgescu-Roegen por parte de la economía convencional. En concreto, Naredo define las aportaciones de Georgescu-Roegen como un cambio paradigmático, y se sorprende de que dicha aportación no haya conseguido modificar en absoluto el paradigma económico dominante.
Pero ¿por qué hay ese rechazo académico? En mi opinión, hay en el libro un punto de partida discutible: que estemos ante el choque entre dos paradigmas científicos. Habría que matizar una idea que aparece con frecuencia en el texto: el paralelismo entre la economía convencional y la física clásica mecanicista. Y lo digo porque creo que en el caso de la física hay dos modelos que si son científicos y que explican la realidad desde dos perspectivas diferentes, de forma que la física clásica sigue teniendo actualmente vigencia para comprender los hechos en la escala del mesocosmos.
Naredo plantea que incluso la economía «heterodoxa» (por ejemplo, la marxista) tampoco acepta la revolución paradigmática que propone Georgescu-Roegen. Indica, muy acertadamente, que no se le podría pedir a Marx que no fuera hijo de su tiempo (en su época apenas se había desarrollado la termodinámica y no existía la ecología-ciencia), pero se “sorprende” que los marxistas actuales aún sigan desvinculando la economía de la física y la biología.
Aquí el debate sería ¿podemos considerar la economía convencional como un paradigma científico al estilo de la física clásica? El problema es que la economía convencional parte de la noción de un sistema económico «aislado del mundo» y tal teoría no tiene una base empírica que la sustente. Decir que la economía puede seguir funcionando como un sistema cerrado, cíclico, independientemente de los recursos existentes no solo es una idea acientífica sino que choca también con el «sentido común» (nuestra experiencia cotidiana nos enseña que vivimos en un mundo de límites). Al respecto es magnífica la metáfora de Daly: la economía convencional trata de hacer un pastel cada vez más grande solo con el cocinero y unos utensilios cada vez más grandes pero sin considerar los ingredientes necesarios. Es decir, las ideas de Solow son dogmas sin más, aunque ese conocimiento se considere «riguroso» y «científico» por sus pares (lo que denota hasta donde puede llegar la academia cuando construye una burbuja de conocimiento ideologizada, sectaria y refractaria a las aportaciones de las ciencias de la naturaleza).
Ilustración de Milo Winter para una edición de 1919 de la fábula de la oca de los huevos de oro. Fuente: Proyecto Gutenberg/Wikimedia Commons.
Creo que tanto Daly como Naredo realizan una acertada crítica a la ortodoxia económica, pero no terminan de sacar la conclusión pertinente a sus propios argumentos: el carácter mítico del paradigma económico dominante. Sí lo hace Bonaiuti, quién nos dice que Latouche tiene razón «cuando afirma que la ciencia económica se ha convertido en una religión que cumple muy bien su tarea de legitimación del sistema dominante». Por tanto, no se trataría de un cambio paradigmático en el sentido de Kuhn, sino de sustituir un mito por una ciencia. No estamos ante un choque entre dos paradigmas científicos, sino entre una ciencia (la economía de Georgescu-Roegen) y una pseudociencia (la economía neoclásica o la marxista), por lo que tal debate es tan imposible como discutir con terraplanistas intentando persuadirles con argumentos científicos (es ingenuo esperar que los sacerdotes de la religión económica renuncien a sus dogmas). El problema no es que los economistas sean reacios a asumir conceptos de biología o de física, o a trabajar con datos empíricos relativos al decrecimiento, o que crean que Georgescu-Roegen es un autor difícil de entender, el problema es que admitir tales argumentos supone cuestionar una «religión» que legitima y fundamenta nada menos que el modelo socioeconómico de las sociedades jerarquizadas. Es decir, ellos necesitan inventar dioses para poder creer en lo ilimitado. Cuando se construye una ciencia a partir de la idea de un sistema económico cerrado, disociado de la naturaleza, e incuestionable (no hay alternativa), lo que se está haciendo es pseudociencia sin más. Pseudociencia que, a día de hoy, y ante un decrecimiento que ya está ocurriendo, sigue inmersa en su cuento de hadas del crecimiento ilimitado. No es posible, por tanto, pretender un cambio paradigmático cuando una de las partes plantea como ciencia algo que es pura charlatanería adornada con un gran aparataje matemático. Georgescu-Roegen desmontó toda esta superchería y eso era (es) inasumible.
Negacionismo
Como indica Grinevald, la revolución de las ideas de los años setenta era incompatible con la ideología que sustenta el sistema socioeconómico dominante. El neoliberalismo, el «delirio epistemológico» y el «analfabetismo ecológico», forman parte de la virulenta reacción del sistema socioeconómico dominante a unas ideas que cuestionaban los dogmas imperantes. Reacción que se identifica como negacionismo. La economía convencional es negacionista pues obvia que «lo que no resulta biofísicamente posible, no será nunca económicamente viable» y actúa «como si la entropía no existiera, como si los recursos naturales fuesen infinitos». Pero no solo hay un negacionismo de la evidencia científica (muy claro en el negacionismo climático o en el energético) sino que también se niega nuestra propia naturaleza de seres finitos, vulnerables y ecodependientes. Muy acertadamente Riechmann indica un tercer negacionismo: negar la incapacidad del capitalismo para resolver sus contradicciones y ofrecer una solución a la crisis ecosocial. En mi opinión, este sería el caso del «negacionismo blando» propio de la Agenda 2030, el Green New Deal o los diversos pactos verdes, que niegan la mayor: el inevitable decrecimiento.
¿Por qué tiene tanto peso esa economía convencional acientífica en los idearios colectivos y como fundamento del negacionismo? En distintos capítulos del libro se habla sobre el rechazo de las ideas de Georgescu-Roegen por parte de la ortodoxia económica dominante. Rechazo que hay que entender como parte del divorcio entre el capitalismo y la ciencia no mecanicista. Divorcio extensivo a los idearios colectivos. Las élites capitalistas difunden sus mitos controlando la formación del pensamiento común, el trabajo académico, el sistema educativo, los medios de comunicación, las redes sociales, de manera que la religión económica del crecimiento ilimitado constituye el núcleo duro de la ideología de todo el sistema. Divorcio que no solo niega la evidencia científica que señala la inviabilidad del crecimiento ilimitado, sino que incluso lleva a emplear métodos represivos para anular una rebelión científica de investigadores cansados de que sus predicciones sean sistemáticamente ignoradas por los gestores de nuestra sociedad.
¿Reduccionismo termodinámico? Actualizar la perspectiva biológica de la bioeconomía
En la página 127 del texto, Emilio Santiago Muiño introduce un aspecto crítico de la obra de Georgescu-Roegen que no llega a desarrollar, pero que nos parece clave: «una lectura de la entropía entendida desde la biología y no desde la física seguramente tenga connotaciones sustancialmente diferentes, por las cuales la naturaleza de los procesos vivos no es entrópica sino neguentrópica». Precisamente hecho en falta, en la revisión de la bioeconomía que se realiza en el libro, la perspectiva del funcionamiento de la biosfera que nos aporta la ecología de sistemas.
Creo que, si queremos una actualización de la bioeconomía, resulta indispensable que ésta abandone definitivamente los presupuestos de la biología mecanicista del siglo XIX, pues actualmente los biólogos consideramos que las relaciones de complementariedad son mucho más determinantes que las de antagonismo en la organización y funcionamiento de la biosfera….
José Eduardo Garcia Diaz: Licenciado en Biología y en Psicología, y Doctor en Pedagogía por la Universidad de Sevilla. Profesor (ya jubilado) del Departamento de Didáctica de las Ciencias Experimentales y Sociales de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla. Investigador en Educación Ambiental e integrante de diversos colectivos ecologistas y de innovación educativa. Actualmente trabajo en la perspectiva decrecentista aplicada a la educación y a la agroecología.
Fuente: Fragmento de un texto que se puede leer completo en la Revista española: 15-15-15. O en formato digital en: https://www.15-15-15.org/webzine/2023/04/21/resena-critica-de-bioeconomia-para-el-siglo-xxi-actualidad-de-nicholas-georgescu-roegen/ Imagen de portada: Ilustración de Casdeiro a partir de una fotografía procedente de Georgescutoegen.org.