Vamos en un tren sin frenos de emergencia
Vivimos
en dos mundos. Como todos los seres vivos, habitamos en el mundo
natural creado a lo largo de 5.000 millones de años de historia de la
Tierra por obra de procesos físicos, químicos y biológicos. El otro
mundo es nuestra propia creación: casas, coches, granjas, fábricas,
laboratorios, comida, ropa, libros, pintura, música, poesía. Nos hacemos
responsables de las cosas que pasan en nuestro propio mundo, pero no de
lo que ocurre en el mundo natural. Sus tormentas, sequías o
inundaciones son “actos del Señor”, sin control humano ni
responsabilidad por nuestra parte…
Por Jesús Jaén Urueña
“La Tierra se comporta como un sistema único, autorregulado, formado por componentes físicos, químicos, biológicos y humanos”.
( La venganza de la Tierra. James Lovelock)
Hace
cincuenta y tres años uno de los economistas más brillantes de su
época, Nicolás Georgescu-Roegen, estableció la relación entre la
termodinámica, la biología y la economía clásica. Su principal obra, La
ley de la entropía y el proceso económico, publicada en 1971 supuso una
revolución y una impugnación a la teoría económica convencional. Por
eso, está considerado como el creador de la Bioeconomía y uno de los
padres fundadores de la economía ecológica. Georgescu-Roegen demostró
dos cuestiones fundamentales. La primera que el“proceso económico no es
circular, sino entrópico, es decir, irreversible y disipativo… La
segunda conclusión es de carácter práctico y, por lo tanto, político, y
se refiere a la cuestión crucial de los límites del crecimiento”.
“Estos
límites están vinculados a la naturaleza entrópica del proceso
económico: según la ley de la entropía, toda actividad de producción,
movimiento, calefacción, refrigeración, iluminación; implica la
degradación irreversible de una cierta cantidad de energía que, por lo
tanto, ya no puede utilizarse al final del proceso. Dado que la biosfera
es esencialmente un sistema cerrado (no intercambia materia con el
medio ambiente) y que el proceso económico se alimenta de una masa
finita de recursos dentro de la biosfera (esencialmente combustibles
fósiles), se deduce que el objetivo fundamental del proceso económico
-el crecimiento ilimitado de la producción (y de los ingresos)- choca
con los límites fundamentales consagrados en las leyes de la
termodinámica.
“Estos se expresan a través de dos grandes tipos de fenómenos:
“1.-
Los límites relacionados con el agotamiento de los recursos energéticos
(imputs) que alimentan el sistema económico productivo y 2.- los
problemas relacionados con los efectos disipativos en la producción y su
absorción por la bioesfera (sinks) (calentamiento global, diversas
formas de contaminación, pérdida de la biodiversidad, etc.” (1).
Se
entiende, por lo tanto, que la economía ecológica intenta rebatir el
concepto de economía circular que, profusamente, inculcan tanto las
teorías clásicas como los defensores de un capitalismo verde. La
imposibilidad de reciclar todos los materiales y desechos -sea a través
de las emisiones de dióxido de carbono, plásticos, vertidos, etc., nos
lleva a decir que la economía circular es pura ficción y que, por tanto,
hablando del modo de producción y consumo capitalista, sería mucho más
correcto decir que vivimos dentro de una economía espiral, impulsada por
el estímulo de la ganancia. Una economía que se expande y se acelera
sin más consideración que la permanente valorización del valor. Como
diría Marx: “El objetivo de la producción capitalista no es la
satisfacción de las necesidades sino la producción de ganancias”(2).
El ataque del hombre a la ecoesfera ha provocado un contraataque ecológico. Ahora, los dos mundos están en guerra.
Ecología y acción social. Barry Commoner
1.- Datos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC)1/
Antonio
Guterres, secretario general de la ONU, provocó una conmoción en
septiembre del año pasado cuando dijo: “La Humanidad ha abierto las
puertas del infierno”. Se estaba refiriendo a la velocidad con la que
evolucionaron los datos sobre el cambio climático en los últimos años.
Según
la OMM (Organización de Meteorología Mundial), los últimos ocho años
desde 2015 a 2022 han sido los más cálidos desde que se tienen registros
(1850). Sin embargo, recientemente, hemos podido leer que el año 2023,
ha sido el año más caluroso de la historia. La temperatura media global
que se ha registrado ha superado los 1,40 ºC. Estamos, por lo tanto, con
temperaturas medias que superan en mucho los 15,6 ºC de media global
marcada en 1986. El 4 de julio de 2023 se registró la temperatura
promedio más alta de la Tierra desde que hay registros (17,18 ºC). En
algunas zonas del globo, como en la Península Ibérica, se batieron
récords con temperaturas cercanas a 50 ºC.
El calentamiento global
repercute en la desertización de algunas áreas del Planeta, la falta de
recursos hidráulicos, la acidificación de los océanos, el retroceso de
los glaciares, los incendios forestales, la subida del nivel del mar, la
pérdida de la biodiversidad, etc. El cambio climático actual podría
combinarse con otros fenómenos naturales como la corriente de El Niño
(se trata de una corriente cálida que se origina en el océano Pacífico,
pero condiciona el clima en una gran parte del mundo), provocando
intensas olas de calor y momentos críticos.
La comunidad científica
internacional habla de “un cambio climático antropogénico” porque tiene
origen en la acción de los seres humanos y no en causas naturales. Como
mencionamos al comienzo, con las actividades humanas, ya sean a través
de la reproducción social, el ocio o consumo, estamos emitiendo flujos y
desechos en forma de gases de efecto invernadero (GEI), como el CO2 o
el metano; así como todo tipo de residuos y sustancias orgánicas. Los
GEI que van a la atmósfera se quedan durante años. El dióxido de carbono
puede permanecer más de doscientos años y el metano unos treinta (pero
también tiene un poder de contaminación mayor). Esta concentración de
gases actúa como un cristal sobre la Tierra al interactuar con la
energía que proviene del sol.
El científico norteamericano Charles D.
Keeling descubrió en 1958 un sistema de medición de partículas de
CO2 en la atmósfera en el Observatorio de Hawái. Gracias a ese avance se
pueden conocer los niveles de contaminación y la relación que estos
puede llegar a tener en el aumento de las temperaturas en los
ecosistemas del planeta. Las partículas por millón de CO2 (ppm) han ido
evolucionando a lo largo de la historia, tanto humana como no humana.
Según esas estimaciones, antes de la revolución industrial había 280
ppm. En 1960, 317 ppm. En 1995, 360 ppm. En 2016, 400 ppm y en 2023, 424
ppm.
Pues bien, si tomamos estos períodos de tiempo veremos como el
promedio ha ido en ascenso hasta llegar a una cantidad sorprendente en
los últimos siete años (donde se han registrado los años más calurosos
de la historia). Desde inicios del siglo XIX hasta 1960 el promedio
anual de crecimiento fue de 0,2; desde 1960 hasta 1995 (primera cumbre
de la COP) el promedio anual subió a 1,1. Entre 1995 y 2023 ya era de
2,6, pero si solo tomamos los últimos siete años (2016-2023) el promedio
sube a 4. Así pues, hay motivos más que suficientes para estar
preocupados.
Estos datos darían la razón a los científicos que vienen
señalando tres grandes cuestiones: la primera, la relación entre los
GEI y la subida de las temperaturas. La segunda, que hay un salto
cualitativo a partir de la revolución industrial. Y la tercera, que
desde 1980 hasta nuestros días, se ha producido un grave proceso de
aceleración. A eso, me gustaría agregar otro dato más, una nueva
aceleración en la última década (en principio es pronto para sacar
conclusiones ya que las altas temperaturas podrían haber sido provocadas
también por otros fenómenos no humanos como las corrientes oceánicas,
la emisión de gases volcánicos, la mayor o menor intensidad de
radiaciones del sol, etc.).
Con razón el catedrático de climatología
Andrew H. Knoll escribió: “Cuando Keeling empezó (sus investigaciones),
el aire sobre Hawái, era 316 ppm… En mayo de 2020, ya era de 417 ppm, un
valor que no ha estado presente en la Tierra desde hace millones de
años. Sin un cambio social radical, llegaremos a las 500 ppm a mediados
de siglo, una situación más parecida a la que había antes de los
glaciares antárticos que nada que hayan experimentado los humanos o
nuestros antepasados homínidos” (3).
2.- Oscilaciones del clima, pasado y futuro
El
clima en la Tierra ha ido variando a lo largo de cinco mil millones de
años. Sin embargo, en los últimos diez mil años (Holoceno) apenas sufrió
variaciones significativas más allá de regiones o períodos específicos
muy concretos. Una temperatura media de 15 ºC que se corresponde a lo
que los climatólogos han definido como un período interglacial (la
última glaciación, más conocida como la Edad del Hielo, comenzó hace más
de cien mil años y acabó hace unos diez mil). Disfrutábamos, por lo
tanto, de temperaturas suaves y un clima más benévolo desde el comienzo
de la revolución neolítica.
Eso no quiere decir que el clima se haya
mantenido sin variaciones en todas las zonas del planeta durante estos
diez mil años. Hay historiadores climáticos -como Benjamin Lieberman y
Elizabeth Gordon (4)-, que han señalado la existencia de variaciones
climáticas no antropogénicas en períodos históricos concretos. Los
trabajos de Emmanuel Le Roy Ladurie (5) y Geoffrey Parker (6), apuntan
en el mismo sentido, refiriéndose concretamente a la Pequeña Edad del
Hielo (siglo XIV hasta la mitad del siglo XIX).
Se tiene constancia
de varias oscilaciones climáticas. Por ejemplo, durante el Imperio
Romano o la Alta Edad Media hubo períodos más cálidos (Óptimo
Climático), mientras que entre los siglos XIV y XIX fueron generalmente
más fríos (Pequeña Edad del Hielo).
Hay una parte de la literatura
negacionista que trata de justificar lo que está sucediendo ahora con
las oscilaciones que hubo en el pasado. El trabajo de B. Lieberman y E.
Gordon sale al paso de estos argumentos:
“Otro problema al emplear la
ACM (Anomalía Climática Medieval) como argumento para descartar la
función fundamental del forzamiento humano en el clima a partir de la
Revolución Industrial es que muy probablemente se tratase de un
calentamiento regional. Algunas zonas pudieron ser tan cálidas como en
la actualidad, pero el calentamiento general fue un fenómeno regional y
asincrónico. El término general es coherente con las fluctuaciones
climáticas internas (El Niño Oscilación del Sur, Oscilación Atlántico
Norte), que pudieron ser consecuencia de un ligero aumento de la
radiación solar” (7).
En un controvertido estudio, el profesor Jared
Diamond (8), ha planteado que algunos de los colapsos civilizatorios se
debieron también a la influencia de las variaciones del clima.
Pero
esas experiencias de los últimos milenios no son comparables a lo
acontecido a partir de la Revolución Industrial: la industrialización,
la explosión demográfica y el uso de los combustibles fósiles. Es en ese
momento en que nuestra especie se transformó de un insignificante
colectivo a escala planetaria a una fuerza geológica decisiva como
recoge Jorge Riechmann en su último libro:
“Lyell sostenía que la
fuerza total ejercida por el hombre es verdaderamente insignificante.
Proponía una Tierra enorme y un ser humano pequeño y débil que, en
apariencia, apenas podía afectarla. Pero apenas tres decenios después de
la muerte de Lyell otro sabio, Vladimir Vernadsky, le corregiría a
fondo, subrayando que el ser humano, por el contrario, se había
convertido en una fuerza geológica planetaria” (9).
Durante el
presente siglo abordaremos problemas aún mayores que otras
civilizaciones. Nuestra civilización es incomparablemente más grande,
todo se sucede a más velocidad y con mayor intensidad. Esto profundiza
nuestra vulnerabilidad. Durante el período Neolítico solo cinco millones
de humanos poblaban la Tierra. Las grandes crisis de las civilizaciones
antiguas como Roma o Egipto tuvieron lugar sobre poblaciones que no
rebasaban los cinco o seis millones de personas. Ha habido epidemias que
han acabado con la vida de millones de personas, pero estos datos hay
que ponerlos en función de lo que hoy somos. Hemos poblado la Tierra
hasta sus últimos rincones, vivimos en grandes ciudades interconectadas,
algunas de ellas expuestas a la subida del nivel del mar, otras, a las
sequías, la desertización o las temperaturas extremas. Es un momento de
incertidumbres.
3.- La naturaleza del capital destruye la ecoesfera
En
un libro muy bien documentado, Andreas Malm, analiza el auge del vapor
en los comienzos de la industrialización. El triunfo del carbón en la
primera Revolución Industrial, sobre la energía hidráulica se debió no
tanto a los bajos precios, sino a las mejores prestaciones que los
fabricantes obtenían de la combustión a través del carbón:
“El agua
es una máquina más barata (sic), pero ocurre que no siempre puede
conseguirse una corriente de agua. La máquina de vapor puede aplicarse a
cualquier situación; puede utilizarse allí, donde el número de
habitantes u otras características, sea más deseable instalar
manufacturas… En su condición de combustible, el agua no era portátil
(…) El vapor tenía la ventaja primordial de que permitía superar
barreras, para la obtención, no de energía, sino de trabajo. La máquina
de vapor era un medio superior para extraer riqueza excedente de la
clase trabajadora, porque, a diferencia de la rueda hidráulica, podía
instalarse prácticamente en cualquier sitio” (10).
Karl Marx
consideraba que la esencia del capitalismo era ante todo “la producción
de plusvalor, el fabricar excedente, (decía) es la ley absoluta de este
modo de producción” (11). El capital es “valor que se valoriza” insiste
una y otra vez en su crítica a la economía política. El capitalismo
industrial como formación histórica concreta tuvo un objetivo por encima
de los demás: la obtención de ganancias. Conseguir los mejores
rendimientos del trabajo humano, las tecnologías y la explotación de la
naturaleza.
El capital no mira ni se detiene en las necesidades
sociales de la gente. Cuando muchos capitales entran en competencia unos
contra otros, se ven impulsados a aumentar el plusvalor ya sea mediante
el abaratamiento de la mano de obra, el aumento de la productividad
invirtiendo en nuevas tecnologías o reduciendo los costes de otros
servicios. Esa es la esencia del capitalismo a lo largo de la historia.
En segundo lugar, no se pueden separar las formas y los medios” de los
objetivos que tienen los capitalistas. No hay ningún reparo moral ni
ético. Es famosa la frase de Marx cuando dijo que el capitalismo vino al
mundo bañado en sangre. Ahora deberíamos decir que no solamente en
sangre sino en carbón y petróleo.
Hay cierta ingenuidad (o engaño) en
conceptos como capitalismo verde o capitalismo
estacionario o desarrollo sostenible. El capitalismo nunca puede ser
estacionario porque contradice la esencia de sus mecanismos de
reproducción. Si nos fijamos en el crecimiento del Producto Interior
Bruto en los últimos 25 años en las grandes economías como Estados
Unidos o China, comprobamos que los primeros lo multiplicaron por tres y
los segundos por diez. Un mes y medio de paralización de la economía
mundial (como sucedió durante la pandemia) supuso un retroceso del PIB
mundial en un 5,3%, es decir, la mayor contracción desde la Segunda
Guerra Mundial.
A más crecimiento, más consumo y más emisiones de
CO2 a la atmósfera, más residuos y más contaminación. El capitalismo es
una economía espiral, no circular. A veces, el desarrollo espiral llega a
ser exponencial más que lineal. Si mezclamos esta idea con el principio
de valorización del valor, ¿alguien puede llegar a pensar que las
grandes compañías petroleras y gasistas están dispuestas a reducir sus
beneficios para contaminar menos? La experiencia nos dice que no será
así.
Entonces, cuando se habla del calentamiento global, sería más
adecuado poner el foco en el modelo económico actual. La civilización
que ha construido el capitalismo a lo largo de los últimos doscientos
años, está basada en los paradigmas del crecimiento y el desarrollo.
Esos principios los hemos asumido como el sentido común de nuestra
época. El desarrollo capitalista nos ofrece los instrumentos y los
medios para que nuestro dominio sea rápido y barato. Hemos elegido una
forma de vivir presentista aunque sabemos que tendrá consecuencias
negativas.
Igual que decimos que es ingenuo hablar de capitalismo
estacionario, también debemos decir que, hoy por hoy, lo verde (energía
eólica o solar) no es la elección del capital (salvo aquello que está
fuertemente subvencionado u ofrezca posibilidades de negocio). La
paradoja en medio de tanta propaganda verde es que está aumentando el
consumo de los combustibles fósiles (incluido el carbón). Esto es así
por dos razones: la primera, porque las energías renovables no pueden
sustituir ni competir, a corto o medio plazo, con los precios y la
función que han desempeñado el petróleo, el gas o el carbón. En la
economía actual las renovables no llegan al 10%, no son
tan competitivas y, además, no están preparadas para abastecer aviones,
barcos de contenedores, armamento, etc.; es decir, muchos de los
emblemas de esta sociedad capitalista.
La segunda, porque la inmensa
mayoría de las poblaciones ni se plantean ni desean detener
el desarrollo insostenible que hemos tenido en Estados Unidos, Europa,
Japón a partir de 1945, o China y Oriente Medio a partir de los años
ochenta. Por su parte, el resto del mundo que ha sufrido una desigualdad
centenaria, luchará por aumentar sus niveles de vida. Con la
particularidad de que eso afecta, nada más y nada menos, que a países
con grandes poblaciones como la India, Pakistán, Latinoamérica, África,
etc. Estamos en un dilema de difícil arreglo y el tiempo juega en
nuestra contra.
4.- Hacia un nuevo paradigma
Cambiar
los paradigmas de los siglos XIX y XX es una necesidad existencial. El
progreso continúo y el desarrollo tecnológico son los dos grandes mitos
que sintetizan el espíritu del capitalismo. Nuestra civilización se ha
levantado sobre esos mitos y ha silenciado los problemas que ese
progreso continuo generaba. El capitalismo no nació del consenso entre
las clases, sino del tráfico de esclavos, de los cercamientos de tierras
comunales, del trabajo explotado donde los niños formaban parte de la
fuerza laboral. Se apoyó en el racismo y la opresión hacia las mujeres.
Más tarde saqueó las tierras vírgenes, extrajo de sus entrañas material
que había estado depositado millones de años y lo difundió a la
atmósfera en forma de gases contaminantes.
El socialismo no se supo
sobreponer a la mayoría de estos mitos; y no nos referimos
exclusivamente a las dictaduras burocráticas llamadas socialismo real,
sino al propio marxismo intelectual. En mi opinión, y al contrario de lo
que opinan Bellamy Foster y Kohei Saito (12); ni Marx fue ecologista,
ni el marxismo se planteó un diálogo con la naturaleza no humana. Por el
contrario, las referencias de Marx en El Capital en relación con la
naturaleza suelen ser como materia prima meramente instrumental y no
como un entorno de vida del que formamos parte. Por otro lado, casi todo
el marxismo hizo profesión de fe en que el desarrollo de las fuerzas
productivas bajo el capitalismo nos acercaría a la posibilidad del
socialismo. Un socialismo donde el ser humano -como rey de la
civilización- disfrutaría sin reparar el daño que ya estábamos causando
al planeta.
Ahora el tiempo corre en nuestra contra. Tenemos una
amenaza especial. Todo lo demás (a excepción de una guerra mundial
nuclear) se mide en tiempos históricos, pero el cambio climático no. Los
tiempos son políticos. Estamos condicionados por el reloj. Un reloj de
arena soltando granito a granito su contenido. El límite no nos lo hemos
impuesto nosotros, sino la comunidad científica mundial.
Creo que
las respuestas no son fáciles, pero el punto de partida podría ser la
economía ecológica. Deberíamos replantearnos, como viene haciendo Jorge
Riechmann, los problemas tanto desde el punto de vista social como
político, pero también ético y filosófico. Hay que impugnar la lógica de
que todo crecimiento económico conlleva felicidad. Hay que preparar la
retirada, como decía Lovelock. Hay que replantearse la inviabilidad
ecológica de una economía ya no solo capitalista sino global, con miles
de grandes buques cargados de contenedores, aviones transportando
millones de turistas y grandes camiones inundando autovías para llevar
mercancías. Hay que replantearse los modelos de la agricultura y la
ganadería expansiva.
Desglobalizar la economía podría ser uno de los
primeros pasos, porque se puede mejorar economizando recursos y
atendiendo a las verdaderas necesidades sociales. Tenemos que cambiar el
modelo económico porque el objetivo no debería ser la acumulación y
concentración de riqueza para un 10%, sino las necesidades de la
mayoría. Desglobalizar no impide compartir el conocimiento científico,
médico o cultural. Esto no es el socialismo como lo entendíamos hace
años, es en realidad otra cosa. Un paso limitado. Instalar los frenos de
emergencia. Una utopía que nos permita seguir luchando y no caer en la
desesperanza.
5.- Reflexionando sobre el presente
Entre
la infinidad de literatura dedicada a la respuesta ecológica, me
gustaría destacar las propuestas y manifiestos ecosocialistas que han
salido y publicado de los debates recientes (13). Pero mi última
reflexión no va en ese sentido, sino en términos mucho más concretos.
Todas
y todos estamos de acuerdo que la respuesta social o popular a los
problemas ecológicos no están a la altura de las circunstancias. Durante
el año anterior a la pandemia llegamos a un pico de movilizaciones que,
por las razones que sean, no se han retomado. Al contrario, mi
impresión es que mientras crece una preocupación entre capas más amplias
de la sociedad, por la sequía y las restricciones del suministro de
agua en muchas zonas, las oleadas de calor, la falta de infraestructuras
de los colegios, los incendios forestales, los fenómenos meteorológicos
extremos, etc., el activismo está abordando una serie de debates que
están bastante alejados de estas preocupaciones comunes ¿Realmente es
útil un debate sobre el colapso?
Es evidente que en casi todos los
movimientos sociales existen diferentes puntos de vista, pero lo que nos
ha unido muchas veces ha sido la acción y la necesidad. Cuando llegamos
a una situación como en la que estamos, es más importante sumar y tirar
de aquellos puntos comunes que exprimir desacuerdos. En mi caso
concreto lo he podido vivir -muchas veces- en las grandes movilizaciones
a favor de la sanidad pública, en donde logramos sacar a las calles a
cientos de miles de personas de todas las sensibilidades políticas a
partir de un planteamiento abierto y transversal.
Deberíamos ser
capaces de trabajar en varios planos sin contraponerse. Llamemos micro a
la actividad que puede ser compartida por miles y miles de personas.
Recientemente estoy participando en Madrid de una experiencia que tiene
que ver con el acondicionamiento de las aulas para proteger a las niñas y
niños de las temperaturas extremas de las últimas primaveras y finales
del verano. Hay movilizaciones contra la tala de árboles por las obras
del metro en barrios como Arganzuela o Lavapiés. En la sanidad pública
algunos sindicatos se preocupan de mejorar los reciclajes de deshechos
contaminantes. Se empieza a ver la necesidad de cambiar los horarios por
los golpes de calor que sufren las trabajadoras y trabajadores
expuestos al sol durante los meses de julio o agosto. Todo eso no es
suficiente, está claro, pero va creando conciencia y organización que es
el inicio de toda lucha más general.
Los primeros movimientos contra
la industria fueron protagonizados por mujeres y hombres que destruían
las máquinas. El ludismo dio paso a movimientos mucho mejor organizados
que lograron conquistas importantes.
No debería excluirse ninguna
forma de lucha. Parece una obviedad, pero es necesario remarcar. Llevar
los temas relacionados con el cambio climático o la crisis ecológica más
general a los centros de estudio o trabajo, a los barrios, a los
debates en las próximas convocatorias electorales. Hay que informar
porque la inmensa mayoría de las personas están mal informadas y muchas
de ellas confundidas por los bulos de las derechas.
Hay que presionar
a los partidos políticos, a los gobiernos y a los Estados para que
adopten medidas contra el calentamiento global (ya se ha hecho y se
debería seguir haciendo) independientemente del resultado inmediato.
Tenemos un ejemplo muy reciente: el martes 9 de abril el Tribunal de
Estrasburgo emitió una sentencia condenando a Suiza por inacción
climática a partir de una denuncia de una asociación de mujeres. Toda
victoria por pequeña y parcial que sea no deja de ser un aprendizaje y
un mensaje al conjunto de la sociedad.
Hay una generación entera
nacida a finales del siglo pasado o en este siglo que, seguramente,
vivirá cambios profundos durante toda su vida, pero aquellas personas
que nacimos antes y que no viviremos esos cambios, tenemos una
obligación moral con esas vidas, las de nuestras hijas e hijos, las de
nuestras nietas y nietos.
Referencias
(1) Boniauti, Mauro. Bioeconomía para el siglo XXI. Editorial Catarata.
(2) Marx, Karl, El Capital, Libro III, p. 329. Editorial siglo XXI.
(3) Knoll, Andrew H., Una breve historia de la Tierra. Editorial Pasado & Presente.
(4) Lieberman, Benjamin y Gordon, Elizabeth, El cambio climático en la Historia de la Humanidad. Editorial Almuzara.
(5) Le Roy Ladurie, Emmanuel, Historia humana y comparada del clima.. Editorial Fondo de Cultura Económica.
(6) El siglo maldito (clima, guerras y catástrofes en el siglo XVII). Editorial Planeta.
(7) Lieberman, Benjamin y Gordon, Elizabeth, El cambio climático en la Historia de la Humanidad.. Editorial Almuzara.
(8) Diamond, James, Colapso ¿Por qué unas sociedades perduran y otras no? Editorial Debolsillo.
(9) Riechmann,Jorge, Ecologismo pasado y presente. Editorial Catarata.
(10) Malm, Andreas, Capital fósil. Editorial Capitán Swing.
(11) Marx, Karl, El Capital. Libro I, p. 767. Editorial siglo XXI.
(12) Bellamy Foster, John, La ecología de Marx. Editorial Viejo Topo
Saito, Kohei, El capital en la era del antropoceno. Editorial Bellaterra.
La naturaleza contra el capital. Editorial Bellaterra.
(13)
Tanuro, Daniel ¡Demasiado tarde para ser pesimistas! (La catástrofe
ecológica y los medios para detenerla). Sylone-viento sur.
Nota:
1/
El IPCC por sus siglas en inglés es un organismo supranacional
constituido por científicos de 120 países fundado en 1988 por la
Organización Meteorológica Mundial y Naciones Unidas.
Fuentes: Viento
sur -
https://vientosur.info/vamos-en-un-tren-sin-frenos-de-emergencia/ -
Imagen de portada: Río en un bosque de Cantabria por Mariano Aspiazu