El año que se fue
Fue la última semana de 2009. Argentina, y muchos otros países de América, ingresan ahora en el tiempo del bicentenario. De estos últimos 12 meses, hemos analizado, semana a semana, lo que ha pasado en materia ambiental. El resultado no es del todo alentador. Por el valor mediático, la cumbre del clima estuvo en el primer lugar. Fueron tiempos de catastrofismos extremos, con películas incluidas, que alertaban que en cuestión de segundos el mundo iba a volar por los aires. Nada de eso pasó, ni a pesar del no acuerdo firmado en Copenhague. En Argentina se fue delineando con mayor claridad la enorme distancia que hay entre la gente y los funcionarios públicos. En temas tales como la minería y los agroquímicos, esa diferencia entre ambas percepciones fue gigantesca. La Argentina invertebrada se presentó con toda crudeza. El país –sus dirigentes-, apostaron por un desarrollo que no contempla la variable ambiental. Entonces, lo que no se tiene en cuenta, lo que no importa, es la salud de la gente. Gobernadores erigidos en lobistas de las empresas –con el caso paradigmático de los Gioja en San Juan-; funcionarios nacionales negligentes a pesar de las intimaciones judiciales –Bibiloni y ACUMAR-; y legisladores provinciales que toman medidas de dudosa ética y responsabilidad –las diputadas santafecinas que aprobaron que se tire glifosato y otros agroquímicos a menos de cien metros de las viviendas-, son sólo tres ejemplos de lo lejos que está el poder político de la comunidad. Este avance, sin embargo, está siendo resistido con cada vez mayor fuerza por parte de la sociedad civil. Vecinos autoconvocados; asociaciones ambientalistas; activistas de toda clase y gente común, van conformando un frente de resistencia. Estas acciones individuales o parcialmente colectivas tienen a su vez el cada vez más visible sustento jurídico a través de los fallos judiciales. Es la hora de los jueces, decíamos desde estas mismas páginas de Medio y Medio. La tensión irá en aumento cada vez que la justicia se entrometa en los intereses de las empresas y la política. Lo que quedó demostrado en este año es la ausencia de una agenda ambiental nacional. Esta especie de mecano inconsistente en que se ha convertido la Argentina es más peligrosa de lo que se cree. Mientras no haya una autoridad nacional que marque el rumbo, el destino sustentable del país permanecerá en zona de riesgo. No es posible que en una nación constituida –joven, eso sí- se “independicen” territorios que pasan a formar parte de una “patria minera”. Policía propia, leyes propias, cultura propia. Eso es lo que se está gestando y generando. Los ejemplos fluyen con naturalidad: San Juan, La Puna, Santa Cruz, Chubut y la lista seguirá. Hay barcos y empresas que venden agua del río Paraná en el Medio Oriente y África. Hay aviones que sobrevuelan las casas, escuelas y campos de la gente desparramando la muerte lenta a través de los agroquímicos. Hay pobreza y abandono. Cambalache 2009. No fue un año propicio para el Medio Ambiente. Pese a los dos congresos internacionales realizados –Educación Ambiental y Desertificación-; pese a la ley de bosques por fin aprobada; pese a tantas otras cosas más, en Argentina el ambiente marcha sin rumbo. Casi como un glaciar desprendido, igual a esos que se quieren llevar puestos las mineras. Hay clamor de cambio, no ya de un nombre en concreto, sino de toda una forma de hacer. Feliz Año Nuevo!!.
Editorial: medioymedio.com