El efecto Coolidge y los peces millón






Guppi | Poecilia reticulata
El esfuerzo reproductor masculino se reduce conforme se prolonga el tiempo de convivencia con la misma pareja. Que nadie piense mal, ¡me refiero a animales no humanos, por supuesto! Esa reducción en el esfuerzo reproductor se manifiesta en una menor producción de esperma en cópulas sucesivas, un menor esfuerzo de cortejo y una menor frecuencia de cópulas con la pareja habitual. Como digo, esto es algo que ocurre en numerosas especies animales, aunque no está claro cuál es la razón última del fenómeno.
Habrá quien piense que la reducción en el esfuerzo reproductor ocurriría en cualquier caso con la edad, incluso si el macho cambia de pareja. Pero no es así. Es de sobra sabido que el interés de un macho por una hembra aumenta cuando tiene acceso a una hembra nueva, lo que se manifiesta en renovados bríos hacia el cortejo y, si hay ocasión, la cópula. A ese fenómeno de interés renovado se denomina “efecto Coolidge” y tiene, al parecer, carácter bastante general.
Se ha comprobado que en roedores, por ejemplo, es posible mantener la actividad copulatoria de los machos a base de ir renovando periódicamente las hembras a las que tienen acceso hasta que quedan, literalmente, exhaustos.
Por regla general, la actividad reproductora conlleva costes somáticos (menos recursos para aumentar de tamaño) o de supervivencia (tasa de mortalidad más alta), y esto implica que un alto esfuerzo reproductor actual conlleva un menor valor reproductivo residual. La existencia de esos costes puede ser la razón por la que se reduzca el esfuerzo reproductor con la misma pareja. Pero esa reducción también puede deberse a que quizás los beneficios que se derivan de cópulas sucesivas vayan siendo cada vez menores.
Hay quien se han servido del “efecto Coolidge” para evaluar en qué medida la reducción de la actividad reproductora de los machos se debe a uno de esos dos factores. Y lo ha hecho manipulando el acceso a las hembras de machos de guppi (pez millón) y evaluando después su tasa de crecimiento y su comportamiento reproductor. Un trabajo reciente da cuenta de esa evaluación.
Los guppis, o peces millón (Poecilia reticulata), son muy bien conocidos en el mundo de la acuarofilia.
Los machos desarrollan una actividad de cortejo desaforada; despliegan cortejos de emparejamiento de forma permanente. Las hembras eligen a los machos dependiendo de sus patrones de coloración y de las características del despliegue de cortejo. En la mayoría de las ocasiones el cortejo de los machos no tiene éxito, con lo que esa actividad acaba resultando ciertamente costosa, pues el tiempo que se le dedica no se dedica a alimentarse, por ejemplo, y conlleva un gasto energético significativo.
Los peces millón son ovovivíparos. Las hembras desarrollan los huevos en su interior hasta que están maduros. Los huevos eclosionan dentro de las hembras y los alevines salen ya completamente desarrollados. Los machos cortejan a las hembras desde que, con tres meses de edad, son sexualmente maduros. Cuando un macho “copula” o tiene acceso a una hembra, se coloca a su lado adoptando forma de “S” y utiliza el gonopodio para lanzarle paquetes de esperma. La hembra, aunque haya sido fecundada y desarrolle huevos en su interior, puede guardar parte del esperma que le ha lanzado el macho para seguir fecundando sus ovocitos con ese esperma.
En el trabajo al que hago referencia, los machos guppi dedicaron tiempos cuatro veces más prolongados a cortejar a hembras desconocidas que a hembras conocidas. Realizaron, por lo tanto, un mayor esfuerzo reproductor cuando se renovaban las hembras a que tenían acceso, y además, dedicaron un menor esfuerzo a alimentarse. Como consecuencia de ello, su tasa de crecimiento fue menor, así como el tamaño máximo que alcanzaron. Por lo tanto, en los guppis no solamente se produce el efecto Coolidge, sino que conlleva, además, evidentes costes somáticos.
Esa reducción del esfuerzo reproductor de los machos con hembras ya “conocidas” puede reportar beneficios por dos razones diferentes. Por un lado, si el macho ya ha sido rechazado antes por una hembra, no dedicará un esfuerzo que seguramente resultará inútil a cortejarla de nuevo. Y por otro lado, si el macho ha copulado recientemente con una hembra, cada cópula sucesiva conllevará un “rendimiento” (“fitness”) menor, pues es muy posible que ya haya fecundado un determinado número de ovocitos de la hembra; esto último es consecuencia del hecho, ya comentado, de que la hembra pueda conservar parte de los espermatocitos del macho para fecundar sus ovocitos más adelante.
Así pues, al menos en esta especie, si los machos pierden interés en copular con hembras que les resultan “familiares” o con las que han copulado ya, no parece que se deba a los costes en que incurren por ello, sino a que es cada vez menor el “rendimiento” que previsiblemente obtendrían al intentarlo con las mismas hembras. Como se ha podido comprobar, el renovado interés con que cortejan a hembras nuevas indica que la cuestión de los costes no constituye ninguna limitación, ya que se muestran perfectamente dispuestos a asumir esos costes con las recién llegadas.
La biología reproductiva del pez millón tiene poco que ver con la de la especie humana, por supuesto, pero estoy seguro de que muchos lectores que hayan llegado hasta aquí estarán pensando que quizás tenga muy diferentes fundamentos, pero que el efecto Coolidge también es aplicable a nuestra especie.

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L. A. Jordan y R. C. Brooks (2010): “The lifetime costs of increased male reproductive effort: courtship, copulation and the Coolidge effect.” Journal of Evolutionary Biology, 23 (11): 2403–2409.
Fuente: http://amazings.es/2011/02/24/el-efecto-coolidge-y-los-peces-millon/

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