La democracia ha muerto. Vivan los mercados
ESCRITO POR FUSIÓN
Desde hace mucho tiempo la democracia vivía un agónico proceso de liquidación y derribo, sobre todo por parte de los que más alardeaban de demócratas, apoyados por los partidos políticos que miraban más hacia sus propios intereses, hacia sus ansias de poder, que hacia las necesidades del pueblo y, sobre todo, al digno cumplimiento de sus responsabilidades en los gobiernos de turno o en la oposición.
Eso continúa igual, o peor, si es posible. Pero si ante esa situación nos preguntábamos qué sucedería si la democracia fallecía, estrangulada por los que la tenían que cuidar y proteger, ahora ya tenemos la respuesta.
No es la dictadura previa a la democracia la que toma el relevo, no, es la dictadura de los mercados internacionales, es la dictadura de la economía, o mejor, de aquellos que dictan las pautas de la economía para que esta discurra por las vías que les interesa.
A los mercados, ambigua y abstracta denominación bajo la que se ocultan los modernos dictadores, les da igual quien gobierne en los países, de qué color sean los gobiernos elegidos, eso sí, democráticamente.
Los mercados están a lo suyo, que es ganar dinero, y si tienen que presionar para derribar un gobierno y que lo sustituya otro más proclive a sus exigencias, pues vale, todo vale. Es más, la situación ideal para ellos es la democrática, es decir, un país donde la democracia esté “funcionando” es más asequible a su control que un país donde aún exista dictadura u otro tipo de gobierno.
Por ello, ahora mismo existe un complejo movimiento en los países árabes que, a primera vista, se podría leer como una “revolución” de los pueblos cansados ya de tanto estancamiento político y tanta carencia de libertades.
Bien, algo de eso hay. Pero su objetivo, el objetivo de esos millones de ciudadanos, es la democracia, una democracia al estilo occidental, donde los ciudadanos, tal y como ven por la TV y por Internet, se mueven y piensan con libertad.
Eso está bien, pero ¿creen que eso es el “paraíso”? ¿Creen que una vez que hayan votado y tengan democracia ya serán libres? Eso tan solo debería ser un paso hacia el “paraíso”, un pequeño paso, porque una vez que desaparezcan de escena los que ahora les oprimen, pasarán a las manos de “otros” que les utilizarán de otra forma, con otros métodos. Dispondrán de más libertad, tal vez dispondrán de más dinero, pero nunca nada será totalmente suyo.
Si se pararan a echar un vistazo a los orígenes de la crisis global y a su desarrollo, podrían ver que la dictadura de la Banca y de sus “tentáculos”, los mercados, ha dado pasos de gigante y ha pasado a dominar la situación totalmente, teniendo a los gobiernos de rehenes y a los ciudadanos de marionetas que mueven a su antojo.
En los países occidentales los ciudadanos gozan de una aparente total libertad, pero es una libertad reducida a aquellos aspectos de la vida que no influyen ni afectan a lo importante, o sea, al poder que da el dinero. Y es que el poder del dinero continúa siempre en manos de los mismos.
Si observamos el proceso vivido en España, los intocables banqueros son los mismos que había con Franco, los mismos que había en la transición, los mismos que había con Felipe, con Aznar y, ahora, con Zapatero. Nada ha cambiado.
Ellos están por encima del mal y del bien, ellos provocan la crisis y a ellos se les ayuda con fondos del Estado, que es lo mismo que decir de todos los ciudadanos.
Además, ya nadie se corta a la hora de exigir, por parte de los banqueros, y a la hora de bajarse los pantalones, por parte de los gobiernos. Incluso, el gobierno actual no experimenta el más mínimo pudor al decir que los cambios que se están realizando, y que afectan directamente a la economía de los ciudadanos, son para tener contentos a los mercados y convencerles de que pueden confiar en España.
Es increíble, nunca nos hubiéramos imaginado que algo así ocurriría, sobre todo porque antes se “temía” a posibles dictadores, con nombres propios, con muchas medallas en la solapa. Pero ahora se trata de “tener contentos a los mercados”, sin nombres propios, sin nadie en concreto a quien señalar.
En otras palabras, estamos asistiendo al mayor chantaje a la democracia desde que esta dio sus primeros pasos, allá en tierras helenas.
Alguien debería avisar a los tunecinos, a los egipcios, a todos esos pueblos que ahora luchan en la calle por la libertad y la democracia, que justo al día siguiente de las primeras elecciones democráticas en sus países, los gobiernos elegidos estarán siendo visitados por los representantes de los mercados para ponerles las condiciones encima de la mesa. Y todos los gobiernos cederán, y todos entrarán por el aro, porque estamos hablando del poder económico mundial, de las “leyes” que mueven al mundo entero, del poder más frío, despiadado y perverso que nos podamos imaginar.
Para ellos la humanidad son números, cifras, porcentajes, balances, beneficios. Su sed de oro es infinita. Saben que tienen lo que todo el mundo busca y necesita, y no se casan con nadie. Es así como suena. Siempre fue así, aunque no siempre lo será.
Y no es este un mensaje de resignación, de bajar los brazos y dejar de luchar. Pero sí es un mensaje de reflexión, porque la lucha ya no basta si acaba en la democracia, porque ahora el “enemigo” global es otro, más frío y más poderoso.
Sólo que también tiene su punto débil. Nos necesita, necesita que consumamos, cuanto más mejor. Necesita nuestro apoyo, por ello fomentan nuestra ambición, nuestro deseo. Nos inventan necesidades, nos dicen qué y cómo debemos consumir. Sin nuestra colaboración zombi están perdidos.
Efectivamente, la lucha es otra, pero exige que abramos los ojos y demos un giro a nuestras vidas. Mientras seamos autómatas consumistas estaremos atrapados en su red. Los mercados, la palabra lo dice, necesitan clientes. Al menos, sería un paso importante que abriéramos los ojos y señaláramos con el dedo a los nuevos dictadores, y también que les dijéramos que son ellos los que dependen de nosotros, no al revés.
De momento, y aunque aparentemente parezca lo contrario, lo que está claro ya es que la democracia ha muerto. Ahora nos gobiernan los mercados.
Vivan los mercados.