Impunidad nuclear







Ilán Semo
La Jornada



Hace un par de días, la Organización Mundial de la Salud (OMS) expidió un comunicado en el que detalla a la “opinión pública mundial”, por decirlo de alguna manera, las medidas que se deben adoptar en caso de una exposición “fugaz” a las cargas radiactivas que hoy despiden dos de los reactores del complejo nuclear japonés situado en Fukushima.
El documento no explica qué hacer frente a una exposición ya no tan “fugaz” (léase por ejemplo: ¿permanente?) a esa contaminación; lo más probable es que ya no se pueda hacer mucho o simplemente nada. Es evidente que las investigaciones de los efectos que puede tener la radiactividad sobre el cuerpo humano han prosperado. Después de Hiroshima y Nagasaki, de la emergencia de Three Mile Island y la catástrofe de Chernobil, y de miles de investigaciones militares y civiles de laboratorio, conocemos más y con más precisión los daños que pueden inflingirnos.
Las instrucciones de la OMS son muy puntuales. “Los principales radioisótopos liberados en un accidente de una planta de energía nuclear”, dice el comunicado, “son el cesio y el yodo radiactivos.” Afectan a quienes se exponen “directamente” a la radiación o bien a través de los alimentos.
A continuación se explican los efectos sobre el cuerpo humano: “Si el yodo radiactivo se respira o ingiere se concentra en la tiroides y aumenta el riesgo de contraer cáncer en esa glándula. El riesgo de este tipo de cáncer es mayor en niños y en adultos jóvenes.” En caso de exposición a elementos radiactivos, la OMS recomienda tomar pastillas de potasio de yodo, aislar sitios en la casa que permanezcan cerrados y el control riguroso del agua potable, cosechas y alimentos.
En otro renglón, Yukiya Amano, el jefe de la Agencia Internacional de Energía Atómica, otro organismo de la ONU, ya se encuentra en Japón para recabar información. “Lo que sabemos hasta ahora –advirtió en un conferencia de prensa– es demasiado confuso.” Por su parte, la prensa occidental sigue confiando en la habilidad tecnológica de la sociedad japonesa para hacer frente al peligro y coincide en que es “poco probable” que ocurra lo mismo que en Chernobil. Hasta aquí la información.
Lo que no dice acaso esa prensa es que, antes del temblor y del tsunami que devastó la costa noreste de Japón, el potencial de peligro de la planta de Fukushima era –y sigue siendo– decenas de veces mayor que el que representaba Chernobil. Aquí no es uno, sino cuatro reactores los que brindan servicio, y su capacidad es mucho mayor que la del conglomerado ex soviético.
¿Cómo es que después de Three Mile Island y de Chernobil el mundo se despierta un día, un terrible día para el pueblo de Japón, con la sorpresa de que cuatro reactores nucleares se encuentran localizados en una de las zonas sísmicas más volátiles del mundo, y enfrentan la amenaza permanente de ser avasallados por un tsunami, que es un término japonés?
El encargado de la agencia nuclear de la ONU debe saberlo. Al menos eso supone uno. Pero nunca dijo nada al respecto. Ni Amano ni sus antecesores. Esos mismos que han fustigado a Irán durante años por la construcción de un reactor que probablemente nunca será terminado. O a Corea del Norte por los supuestos o reales peligros de la “amenaza atómica totalitaria”. Esa misma agencia, hoy, frente a la catástrofe nuclear japonesa “no sabe nada”. No “sabe nada” no frente a una amenaza, sino frente a reactores que ya han estallado. ¿No sabía que cuatro reactores se encontraban en el centro de una zona sísmica? ¿Que podían ser afectados por el más antiguo y legendario de los peligros naturales japoneses, el tsunami?
El juego es realmente encantador. Macabramente encantador. No es hora de discutir si la teocracia iraní debe o no tener acceso a un reactor (probablemente sea una irresponsabilidad), ni tampoco si el juego de fuerzas entre China, Japón y Estados Unidos podría tomar otro rumbo que el de la nuclearización de Corea del Norte (algo recomendable). El hecho es que ninguno de los que han estigmatizado a quienes la política hegemónica quería ver estigmatizados, han dicho una sola palabra sobre el mayor potencial de peligro que representa la energía nuclear: los reactores situados en los países más industrializados. Cierto, no hay que generalizar. Pero Fukushima no es ninguna generalización: es el simple y siniestro testimonio de que en el orden global quienes producen la mayor parte de la energía nuclear han gozado de un estatus de absoluta impunidad, y a decir por la forma en como se delibera sobre la crisis japonesa, siguen gozando de ella.
¿No es acaso el momento de exigir medidas? El pueblo japonés ya ha sufrido abrumadoramente con el sismo y el tsunami. Pero son sus propias compañías los que lo han puesto ante el peligro de una catástrofe mayor, bajo la absoluta impunidad de quienes, desde la ONU, se presentan como los encargados del uso responsable de la energía nuclear.
El tsunami detonó la explosión de los reactores, pero quienes los instalaron ahí sabían perfectamente que eso podía ocurrir, El sistema creó un Golem y ahora pretende atribuirselo a la “naturaleza”. La ONU se ha convertido en una agencia de trámites de los intereses más obscenamente ideológicos.

Fuente:http://www.jornada.unam.mx/2011/03/19/index.php?section=opinion&article=020a2pol

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