Perú: Oro sangriento. Mineros de Madre de Dios en pie de guerra contra el Ministerio del Ambiente
Por Hildegard Willer
María Tintaya y René Santos se quieren casar pronto. Por lo menos no se deben preocupar por sus anillos de boda. La joven enfermera y el electricista trabajan en una tienda de compra de oro en Puerto Maldonado, capital del departamento de Madre de Dios, fronterizo con Brasil.
Es un domingo por la mañana y Tintaya atiende a tres jóvenes mineros. Dos de ellos escuchan música con su MP3, llevan zapatillas último modelo con los cordones abiertos para parecer “cool”. El mayor de ellos, de unos 25 años, saca un papel arrugado de su bolsillo donde tiene envuelto un grano de color plateado. Tintaya lo coloca en un recipiente de arcilla y lo quema con un mechero fuerte. Poco a poco el mercurio, altamente tóxico, se evapora en el aire y queda la cosecha de trabajo de los tres jóvenes: un grano de oro de 15 gramos. Tintaya les paga unos US$ 600 en efectivo y no pide ningún certificado de origen. Son $200 para cada uno por el trabajo de una semana, que en el Perú equivalen al sueldo mínimo mensual.
Como tantos otros, los tres jóvenes abandonaron sus estudios en la ciudad andina de Cusco para hacer caso al llamado del oro que emana desde la selva amazónica de Madre de Dios. Ellos, como mineros jornaleros, constituyen el último eslabón de una cadena de minería que oscila entre formal e informal, entre artesanal y grande.
“Como máximo, el 5% de los mineros acá están formalizados y con sus estudios de impacto ambiental en regla”, estima Humberto Cordero, el representante del Ministerio del Ambiente en Madre de Dios. Alrededor del 60% se supone que son invasores ilegales o “invitados” por los concesionarios, otro 30% se encuentran en vía de formalización.
Mineros grandes y pequeños
Los mineros de Madre de Dios pueden ser adinerados inversionistas peruanos, brasileños, hasta rusos y chinos, que revuelven el fondo y las riberas de los ríos con grandes dragas, excavadoras y volquetes importados de último modelo, o jornaleros que trabajan de manera casi artesanal, con una pequeña chupadera a motor diesel para succionar la arena fluvial rica en polvo de oro.
Todos ellos —se calcula que son unas 40,000 personas que viven de la minería en Madre de Dios— tienen en común que depredan la selva: para sacar oro talan árboles indiscriminadamente, revuelven los sedimentos de los ríos y contaminan agua y tierra con mercurio y aceite de motores. Algunos lechos de ríos ya no existen; los mineros los han convertido en un desierto de barro.
Ni el Ministerio de Energía y Minas en Lima, ni las autoridades regionales encargadas de fiscalizar la minería artesanal y pequeña han logrado ordenar la minería en Madre de Dios y mitigar sus daños ambientales. Con el precio del oro por las nubes y la llegada constante de nuevos mineros, los intentos de poner orden a través de la formalización han fracasado.
Por ello, el ministro del Ambiente, Antonio Brack, mediante un decreto de urgencia declaró el 18 de febrero del 2010 como prioridad nacional el ordenamiento de la minería aurífera en Madre de Dios. Pero paralizar las concesiones mineras y dividir la región en zonas de minería y zonas excluidas de minería sólo parece tener un efecto placebo.
“Ya tenemos el problema que mineros informales están invadiendo la nueva zona de amortiguamiento de la Reserva Nacional Tambopata”, cuenta Cordero.
Brack decidió recurrir a un último recurso: el pasado 19 de febrero la Marina de Guerra del Perú, encargada de resguardar las vías fluviales de la Amazonia, destruyó 14 dragas que se encontraban en los ríos y prohibió su uso. Desde entonces los mineros de Madre de Dios se encuentran en pie de guerra contra el Ministerio del Ambiente y dos personas resultaron muertas durante los bloqueos de carreteras.
Pero el problema no se resuelve en Madre de Dios. El oro producido en la selva de manera ilegal, o de manera legal pero no fiscalizada, ingresa al circuito comercial de oro para la exportación a través de varios intermediarios. Y este oro, según las estadísticas de exportación, se va mayormente a Suiza, Canadá y EEUU para ser fundido y comercializado como insumo para algunas industrias o como depósitos de valor en los bancos.
“Cuándo será que la prensa hará una campaña al estilo de los diamantes de sangre [en África] para que se deje de comprar oro que ha sido producido destruyendo la selva?”, exclamó Brack en conferencia de prensa el 10 de marzo.
Oro verde
Tal vez el ministro desconoce que ya existen intentos de producir oro a pequeña escala y de manera social y ecológicamente sostenible. Cinco días antes de que el gobierno peruano interviniera militarmente en Madre de Dios, en Londres tuvo lugar el lanzamiento del primer sello de comercio justo para el oro.
Para obtener este sello, los mineros artesanales deben cumplir con estándares ambientales, sociales y laborales. Los primeros envíos de oro “ético” certificado provinieron de dos minas en Bolivia y Colombia.
“También en el Perú hay asociaciones mineras que están en el proceso de certificación ética”, comenta Olinda Orozco, de la organización no gubernamental Red Social que se dedica al tema de la minería artesanal.
Hasta ahora es oro proveniente de unas minas ubicadas en el desierto de los departamentos de Arequipa y Ayacucho, al sur del Perú, donde el costo ambiental de la producción aurífera es menor.
Mientras en Londres los diarios especulan si en la boda real del 29 de abril el príncipe Guillermo entregará un anillo de oro ético a su novia, muchas parejas como Santos y Tintaya continuarán casándose con sortijas de oro producido a costa de la destrucción de la selva amazónica.
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