Un aplauso para el rey Ludd
¿Renacimiento nuclear? No, muchas gracias, señor presidente
Clancy Sigal
CounterPunch
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
El "ludismo" –es decir, la destrucción de tecnología inhumana– siempre me pareció una idea bastante buena. Si una nueva máquina te mata, destrúyela, como en el Siglo XIX los tejedores en West Riding y Nottinghamshire blandieron selectivamente sus martillos bendecidos por Dios para desmantelar un cierto tipo de telar automatizado que los estaba llevando a la pobreza. Los seguidores del Rey Ludd, quienes desde entonces han obtenido una mala imagen como tecnófobos en la prensa sensacionalista, perdieron su guerra de clase contra los dueños de las fábricas textiles, y muchos de ellos fueron ahorcados o encarcelados, después de sangrientas batallas campales contra el ejército británico en los pantanos.
El legado de la derrota "ludista" se encuentra en nuestra sociedad actual. Basta con mirar las plantas de generación nuclear de agua hirviente diseñadas por GE, así como los reactores que han fallado o están fallando en los complejos de Fukushima y Tokai en Japón.
Al escribir estas líneas, durante el desastre que se desarrolla en Japón, sabemos que 200.000 personas han huido, o han sido evacuadas, de los sitios nucleares contaminados en los que se habla de fusiones nucleares “parciales”. Fallas sistémicas en las que se sobrecalientan las barras –las unidades 1, 3 y 4 en Fukushima ya han sufrido explosiones, lanzando columnas radioactivas– y se informa de mal funcionamiento de refrigerantes y de generadores diesel de respaldo en toda la red nuclear de Japón. Tal vez lo más espeluznante de todo es que la agencia de seguridad nuclear de Japón, con su largo historial de mendacidad, como nuestra propia Comisión Reguladora Nuclear de EE.UU., dice que sus reactores están “bajo control”. Seguro, si lo dicen.
La lucha por enfriar los reactores no es el único problema. Existe el peligro de radioactividad generalizada por la incapacidad de enfriar los estanques de combustible nuclear usado de Fukushima instalados en edificios menos seguros. Esos estanques contienen mucha más radioactividad que el núcleo del reactor. Hay informes de escapes de cesio 137, un isótopo letal que produce radiación altamente penetrante y se absorbe en la cadena alimentaria.
El jefe del gabinete Yukio Edano insiste en que la radiación liberada al aire en Fukushima no sería “dañina” para la gente. ¿Nos estará tomando el pelo? La radiación ya ha afectado a numerosos trabajadores japoneses y los marineros a bordo de barcos de la Armada de EE.UU. de camino a una misión de rescate también se han contaminado.
Vivo entre dos estaciones nucleares, San Onofre cerca de San Diego y Diablo Canyon en San Luis Obispo en el centro de California. Los operadores de las plantas insisten en que “no existe una amenaza inmediata para el Estado” y todo está bien. El operador de Diablo Canyon es Pacific Gas & Electric, la compañía demandada exitosamente por los ciudadanos de la pequeña localidad de Hinkley después de que permitió que en venenoso cromo hexavalente se filtrara a sus aguas subterráneas y mintió al respecto, lo que se inmortalizó en la película Erin Brockovich. Ese reactor Diablo está construido directamente en medio de cuatro fallas sísmicas en un área suburbana edificada. San Onofre, la planta más cercana a mi casa, ha recibido diez denuncias por problemas de seguridad por parte de trabajadores que temen pronunciarse por temor a represalias. Por si fuera poco, San Onofre está ubicada entre fallas sísmicas mar adentro y sobre tierra (San Andreas). La gran ciudad más cercana, San Diego, ha sufrido 50% más actividad sísmica desde 1984.
Nosotros, los estadounidenses, tenemos una gran tradición de denunciantes, nucleares y de otros asuntos, aunque el presidente Obama ha declarado una desagradable guerra de castigo a los filtradores que denuncian escándalos gubernamentales. Los pobres japoneses no tienen un legado histórico semejante, lo que es un motivo por el cual se encuentran en un lío semejante. Los administradores japoneses –asalariados acostumbrados a trabajar para una compañía durante todas sus vidas– guardan silencio. Tenían que haber sabido lo que nosotros sabemos ahora: que el principal operador de Fukushima, Tokyo Electric Power (TEP), nunca hizo pruebas de seguridad para un terremoto y tsunami en un área cercana al seísmo de 9 grados que devastó el noreste de Japón. Sus controladores nucleares hicieron la vista gorda. El resultado es “pánico a gran escala”, porque ahora no saben qué hacer o cómo hacerlo.
Por lo tanto, ahora viene nuestro “renacimiento nuclear” estadounidense pregonado por Obama en su último discurso sobre el estado de la unión: Disminuir el calentamiento global y solucionar nuestras necesidades de energía, alardeó, “significa construir una nueva generación de plantas de energía nuclear limpias y seguras en este país”. Se proponía dar 36.000 millones de dólares a la industria de la energía nuclear y, para comenzar, una garantía de préstamos de 4.000 millones para dos nuevos reactores nucleares en la Costa Texana del Golfo para que sean construidos por –¿adivináis quiénes?– los mismos que nos trajeron la fusión nuclear en Fukushima, TEP, con la ayuda de la misma compañía estadounidense que hizo informes de seguridad falsos en la planta nuclear Shoreham de Nueva York. Como si la Costa del Golfo, golpeada por Katrina y BP, no hubiera sufrido bastante.
De las 104 estaciones nucleares de EE.UU., antiguas, llenas de fallas, permeables, desvencijadas, 23 son de un diseño similar GE-Toshiba que ha fallado catastróficamente en Japón. Si un reactor nuclear comercial sufre un Síndrome de China –se funde completamente, como sucedió en Chernóbil que hizo que un área inmensa se quedase inhabitable y causó miles de muertes– su radioactividad contendrá mil veces más que la bomba de Hiroshima.
Mi futuro atómico y el vuestro están en manos de un presidente que odia a los denunciantes y de una Comisión Reguladora Nuclear en deuda con la industria que supuestamente debe controlar.
Clancy Sigal es guionista y guionista (Frida) en Los Ángeles. Para contactos escriba a: clancy@jsasoc.com
Fuente: http://www.counterpunch.org/sigal03162011.html