Calle sin salida 






Son los principios de los años 70. Hemos llegado a la Luna el año anterior. El optimismo es general. Tras la luna vendrá Marte, y tras Marte, el Universo. Nos imaginamos el siglo XXI con familias que viven en el espacio, noticias que llegan de otros planetas, y robots por todas partes haciendo el trabajo pesado.

Pues estamos ya en el siglo XXI y no hay ni rastros de esta realidad. El Universo sigue tan grande e inalcanzable como siempre. No hemos pisado Marte. De hecho, las misiones a la Luna han sido suspendidas y canceladas.

El siglo XXI nos traería una existencia libre de enfermedades. Venceríamos al cáncer y estaríamos a un paso de la inmortalidad. Pero el cáncer sigue ahí, junto a los casos de enfermedades del corazón y la diabetes que han aumentado. No hemos logrado curarlas y los avances son bien pequeños. Como si eso fuera poco, tenemos ahora el resurgimiento de viejas enfermedades que creíamos superadas, tales como el dengue, el cólera o la tuberculosis, además del SIDA y nuevas gripes mutantes, todo lo cual también parece muy lejos de ser superado. Un siglo XXI libre de enfermedades suena hoy como otra fantasía inalcanzable.

En este nuevo siglo veríamos también coches eléctricos que volarían por los aires venciendo las leyes de la gravedad. Produciríamos la energía sin límites metiendo unas cáscaras de patatas mezcladas con agua en un reactor de fusión domiciliario. Pero aún tenemos coches que funcionan con los mismos viejos combustibles fósiles. No se han descubierto nuevas fuentes de energía, abundan todo tipo de fantasías tecnocientíficas junto a teorías conspiranoicas a la carta, y para colmo de males, a medida que pasa el tiempo se descubren menos yacimientos de petróleo. Se empiezan a escuchar noticias presentando como grandes logros los aprovechamientos que hasta hace unos años eran considerados marginales, rebautizándoselos ahora como "no convencionales". La fusión nuclear limpia e inagotable sigue tan lejos de alcanzarse como lo ha estado siempre, y la fisión, tras Chernobyl antes y Fukushima ahora, pues da más miedo que esperanza.

Llegamos a creer que la sociedad tecnológica traería por fin una utopía feliz y libre de crimen, pero la violencia en las calles no para de aumentar, y parecemos seguir directa o indirectamente involucrados en las mismas guerras y revueltas, cuya causa ahora ya es cada vez más evidente, y la lucha por los recursos restantes se convierte en el argumento principal de los bombardeos. Nuestra cultura contemporánea se basa en una adición a la energía y al consumismo feroz. La psicología se queda ya sin herramientas para poder tratar los problemas mentales causados por el inevitable descenso energético, y los traumas se extienden más rápido de lo que se curan. Ni Freud ni el Prozac funcionan muy bien en estos confusos tiempos.

El siglo XXI sería el siglo de la derrota definitiva del hambre, y con ella la del pesimista Malthus, todo un indeseable, tanto para capitalistas como para socialistas. Sin embargo, las recientes crisis de alimentos y los problemas que provocó la nueva agricultura industrial en forma de polución, pérdida de biodiversidad y desertificación, parecen indicar que será el hambre quien finalmente gane la carrera. Los océanos se mueren por exceso de sobrepesca, los corales sufren por aumento de las temperaturas globales, y la acidificación de los mares se cierne como una nueva amenaza imparable.

Este siglo XXI ha empezado igual o peor que el XX. Tenemos hambre, injusticia, guerras, terremotos, tsunamis, radiación nuclear volando sobre nuestras cabezas... y además un mundo con cinco mil millones de personas más que en aquellos tiempos. Pero tenemos también menos bosques, peces, glaciares, y más carreteras, vertederos, manchas de petróleo y desiertos. El siglo XXI ya es un desastre sin excusas, y la previsión es que va a ser peor aún. Esto recién comienza.
 
Sin embargo, en nuestra mente colectiva no hemos logrado modificar el mito del siglo XX. Nuestras actitudes y pensamientos siguen siendo controladas por los mismos mitos que hace cien años. Que el ser humano todo lo puede, que todo mejora, que siempre se han podido encontrar soluciones a todos los problemas, que las épocas de sangre, sudor y lágrimas, de esfuerzo y de tener poco quedaron superadas para siempre, que si faltan recursos sólo hay que invertir el dinero adecuadamente para que aparezcan, y que si hay injusticia sólo hay que redistribuir mejor ese mismo dinero. Pero todas esas creencias fueron las que nos han llevado hasta aquí. A estas alturas, si algo puede ser la semilla de una revolución que nos desvíe de donde estamos y hacia donde vamos, es cambiar la mentalidad y reconocer que el futuro del hombre no es la ciencia ficción del siglo pasado, sino más bien el reconocimiento de que los límites naturales existen, que los hemos transgredido, y que no podremos continuar con nuestra vida sobre este hermoso planeta, a menos que aceptemos vivir de otra forma radicalmente diferente a todo lo conocido.
 
Necesitamos grandes dosis de humildad y volver a mirar el mundo con asombro y con respeto si queremos salir de ésta.

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