Japón: Crónica de un desastre anunciado







La radiación del agua de Tokio supera los niveles aceptables para los niños
La pérdida de agua en los reactores, el aumento de la temperatura en las piscinas de combustible usado y los daños en las vasijas de los reactores, principales preocupaciones en Fukushima.
25 embajadas han cerrado su sede en Tokio tras el accidente nuclear de Fukushima.
Tepco, la operadora de Fukushima, ha pedido un crédito de 13.100 millones de euros a los principales bancos de Japón, para afrontar los daños registrados en la central nuclear.
Una nueva intervención de los bomberos para intentar enfriar desde el exterior el reactor 3 de Fukushima I, prevista para esta tarde, ha sido suspendida, según la NHK.
Crece la preocupación por la contaminación de los alimentos en las inmediaciones de Fukishima.
Alemania medirá la radiación del pescado y sus derivados, para proteger a los consumidores de productos posiblemente contaminados por la catástrofe nuclear en Japón.
Greenpeace tilda de "lamentable" el hecho de que la industria nuclear haya minimizado el accidente nuclear japonés y ha pedido al Gobierno español que actúe con responsabilidad "para que nuestro sistema energético sea eficiente".

Humo blanco, humo negro, electricidad a veces y otras no, evacuaciones... El trabajo en la central nuclear se ha convertido más en una rutina que en una cuenta contrarreloj para frenar la crisis de la central.
Después de 13 días desde el terremoto y el tsunami que asoló Japón, la situación en Fukushima y las noticias que de allí llegan parecen boletines similares un día sí y al otro también. ¿Se avanza realmente en Fukushima?
Tras las explosiones de los reactores 1 y 3 y los incendios del número 4, la mecánica en la planta nuclear se ha convertido casi en una rutina. Un día, los bomberos de la central luchan contra el humo que sale del reactor más peligroso y dañado, el 3, y al día siguiente vuelve a su sala de control para intentar dominar las altas temperaturas que se registran en la piscina del reactor.
Evacuaciones parciales que paralizan momentáneamente los trabajos para regresar horas después y continuar con la refrigeración de los reactores a través de los camiones cisternas que vierten agua sobre estos.
Son momentos de pánico que por las pocas imágenes que van llegando de lo que sucede en el interior de la central muestran el peligro y duro trabajo al que están sometidos los 180 trabajadores que en turnos de 50 siguen en la central, así como de los bomberos enviados a por el Gobierno para ayudar en las labores de refrigeración.


Ferran Vargas
En lucha


No hace falta ser un experto en geología para saber que Japón es una de las zonas sísmicas más inestables e imprevisibles del planeta; de hecho, las pocas noticias que nos llegan desde allí suelen estar relacionadas con catástrofes naturales. Por ejemplo, en 1923 hubo en Tokio un terremoto de 7'8 grados Richter que se cobró la vida de más de 100.000 personas, y más recientemente, en 1995, hubo uno en Kobe de 6'8 grados Richter que destrozó toda la ciudad y mató a 5.000 de sus habitantes. Por otro lado, también es bien sabido que el país nipón sufre la superpoblación más espectacular del mundo: su número de habitantes casi llegó a duplicarse durante la segunda mitad del siglo pasado, y actualmente se concentran en unas dimensiones más o menos equivalentes a las ¾ partes del territorio del Estado español unos 128 millones de personas (336 hab/km2). Además, el 70% del terreno es montañoso y el 15% es de cultivo, lo cual obliga a una mayor concentración urbana. Teniendo en cuenta estos datos puede sorprendernos, y por supuesto indignarnos, el hecho de que Japón conviva además con otro tipo de superpoblación: la nuclear; y es que a lo largo del archipiélago se esparcen más de cincuenta plantas nucleares en operación, un par en construcción y una docena más están planificadas para los próximos años. Todos estos factores son los ingredientes que han conducido a una situación de alarma sin precedentes.
El 11 de marzo del 2011 será recordado como el día en que Japón sufrió el terremoto más grande de su historia, un temblor de 9 grados Richter seguido por un tsunami que arrasó 5km de costa en el noreste de la isla de Honshu, la principal del país. Antes de este terremoto se hablaba muy a menudo en los medios de comunicación occidentales sobre la impecable precaución de los japoneses contra los efectos de un terremoto: arquitectura e ingeniería especialmente preparadas, medidas altamente desarrolladas, una pedagogía y cultura acostumbradas, un ejército entrenado para la ocasión, etc. Y está claro que, aunque nadie estaba preparado para un seísmo de semejantes dimensiones, gracias a todas estas precauciones que facilita una economía del 'primer mundo' (recordemos la distinta suerte que sufrieron recientemente países como Haití o Indonesia, cuyos medios infinitamente inferiores apenas minimizaron los daños), seguramente se habrá evitado algo que podría haber sido aún peor, si cabe. No obstante, de lo que no se hablaba tanto antes del 11 de marzo era de la gran paradoja, del gran interrogante que ahora ha irrumpido sin previo aviso y tan violentamente en escena: ¿De qué sirven todas estas precauciones si luego hemos de hacer frente al peligroso polvorín de las nucleares? ¿De qué sirve que la humanidad luche contra las inclemencias de la naturaleza para luego crear inclemencias mucho más severas y peligrosas?
Este tipo de interrogantes se han despertado más que nunca en un momento en que, ya borroso el recuerdo de Chernóbil, la energía nuclear estaba en auge y parecía tener un futuro asegurado y armonioso. En un momento en que no había ninguna voz política suficientemente fuerte como para lanzar este interrogante a las portadas de los periódicos, un gran terremoto se ha encargado de ello de forma dramática. Y es que justo después del seísmo, once centrales nucleares se vieron afectadas y detuvieron su actividad automáticamente; tres de ellas (Fukushima, Onagawa y Tokai) se declararon en estado de alarma por fallos en sus respectivos sistemas durante las siguientes horas. El caso más grave se ha dado en Fukushima, la primera central nuclear hecha en Japón. Ésta se estableció durante la década de 1970 en la región de Hamadori, la zona minera más grande del país, empobrecida en esos años por el desuso del carbón a favor del petróleo y los consecuentes despidos progresivos –no hace falta decir que se aprovechó la situación desesperada de los habitantes para presentar la planta de Fukushima como la salvadora de todos los males de la región. Siguiendo la ciencia más ortodoxamente empírica, el recinto se construyó teniendo en cuenta el grado máximo registrado al que había llegado un terremoto en esa zona: 7'5 Richter aproximadamente. Y el terremoto que ahora ha asolado la zona ha sido, como hemos dicho, de 9 grados.
Aunque las autoridades japonesas han tratado desde un primer momento de quitar hierro al asunto asegurando que la situación estaba controlada, lo cierto es que los mecanismos de seguridad de la planta fueron fallando uno tras otro a raíz del tsunami, llegando a emitir grandes cantidades de radiación al exterior. Sólo cuando la gravedad de la situación era ya una evidencia según la mayoría de informaciones internacionales, las autoridades japonesas decidieron declarar 'situación de emergencia nuclear' de nivel 4 (accidente con consecuencias a nivel local), se dispusieron a evacuar a las 210.000 personas que habitaban en las inmediaciones y aconsejaron no salir de casa ni encender el aire acondicionado en un perímetro de 30km –medidas ridículas, teniendo en cuenta la potencialidad de la catástrofe. El portavoz del Gobierno, Yukio Edano, seguía hablando de una situación controlada, y la información proporcionada a la población no sólo era mínima, sino también edulcorada. Más allá de la 'disciplina' nipona, alabada por todos los medios de comunicación internacionales durante estos días, y recurrida por los políticos japoneses juntamente con el espíritu nacional, la relativa 'calma' que han guardado los ciudadanos nipones no se debe sólo a su idiosincrasia sino también, y en gran medida, a una considerable deficiencia informativa.
Sería un error fiarse ciegamente de las informaciones que puedan surgir de un sistema político con tan poca calidad democrática como el japonés, tan profundamente hermético y salpicado por la corrupción. La brusca transición del feudalismo al capitalismo y la deficiente transición política tras la Segunda Guerra Mundial debido a los intereses contra la URSS en la zona, entre otras causas, han impedido romper ciertos lazos feudales y hay quien habla de 'aristocracia política' para referirse al sistema japones. En primer lugar, hay que tener en cuenta que una gran parte de los parlamentarios son hijos, nietos o bisnietos de antiguos políticos. Y casi todos los gobernantes que han pasado por el puesto de primer ministro eran herederos de anteriores altos cargos (en Japón se los conoce como botchan, literalmente 'hijos de los ricos'): el anterior primer ministro, Yukio Hatoyama, era bisnieto de un antiguo portavoz del Parlamento y más tarde ministro de exteriores, y nieto de un primer ministro que gobernó tres legislaturas (además, la familia Hatoyama es la fundadora de la compañía de neumáticos Bridgestone); Yukio Hatoyama sucedió en el cargo a Taro Aso, nieto de un primer ministro que gobernó dos legislaturas; a su vez, Taro Aso sucedió en el cargo a Yasuo Fukuda, hijo de un antiguo primer ministro; el anterior primer ministro, Shinzo Abe, era hijo de un político que ocupó tres ministerios y nieto de un político condenado por crímenes de guerra; el predecesor de Abe, el extravagante Junichiro Koizumi, era también hijo y nieto de antiguos altos cargos. Y así sucesivamente.
En segundo lugar, a esta peculiar característica de la política japonesa hay que sumarle otra no menos importante para su definición de aristocracia: el Partido Liberal Demócrata (PLD o Jimintô), de derecha liberal, se ha mantenido en el poder desde 1955 hasta 2009 (con una anecdótica interrupción de once meses en 1993), y el nuevo partido en el poder, el Partido Democrático de Japón (PDJ o Minshutô) es una coalición dominada por el Partido Demócrata, una escisión del PLD. En tercer lugar, un elemento que llama la atención y que es sintomático de la opacidad política nipona, es el hecho de que el actual emperador de la dinastía más antigua del mundo (unos 2.000 años ininterrumpidos), hijo de Hiroito (quien condujo a su país a la Segunda Guerra Mundial impunemente), haya hecho a raíz de la actual catástrofe sísmica y nuclear el primer discurso televisado en 22 años. Si bien es cierto que el simple hecho de combinar monarquía con democracia ya resulta muy cuestionable, que encima el monarca no se esfuerce en legitimar su papel mediante la aparición en público resulta sorprendente.
Por otro lado, el sistema japonés cuenta también con un elemento característico destacable: la íntima relación entre capital y política. Es cierto que esta relación se da en todo Estado capitalista, pero en Japón esto es más exagerado que en cualquier otro lugar. Allí la economía está dominada por los keiretsu, conglomerados de grandes empresas formados cada uno alrededor de un banco importante. Este modelo casi monopolístico fue impulsado por el PLD desde la posguerra y fue uno de los causantes más importantes del 'milagro japonés' en economía. Actualmente los keiretsu mantienen un contacto muy estrecho con los políticos, y reciben favores y privilegios económicos incondicionales por parte de éstos. Este modelo también incluye el fenómeno del amakudari (literalmente 'descender del cielo'): casi todos los altos cargos políticos y burocráticos se retiran y son nombrados para un puesto importante en una compañía privada ('cielo' se refiere a los altos escalafones políticos y 'tierra' se refiere a las empresas privadas); los excargos públicos pueden conspirar con sus antiguos colegas para ayudar a sus nuevos empleadores a tener contratos gubernamentales seguros, evitar inspecciones regulares y tener un trato preferencial por parte de la burocracia. Estamos hablando prácticamente de un sistema de corrupción institucionalizada, y esto ha conducido a infinitud de escándalos, con continuas dimisiones y hasta detenciones de políticos.
Hace poco, Wikileaks ha desvelado que un político del PLD, Taro Kono, informó a Estados Unidos de que el Ministerio de Economía, Comercio e Industria de su país, y concretamente el responsable de la energía nuclear, minimizaba y encubría problemas asociados a dicha industria. En 1995, por ejemplo, se dio un accidente en la planta nuclear de Monju y por lo visto la compañía eléctrica estuvo utilizando MOX (una mezcla de combustible plutonio-uranio usado, muy dañina para la salud) para reprocesar la energía de la central. Uno de los reactores de Fukushima funciona también con MOX. Kono desveló también que había pactado una entrevista de tres capítulos en un canal de televisión nipón para hablar de estos asuntos pero que se canceló después del primer capítulo, ya que las empresas eléctricas amenazaron con retirar la publicidad. También manifestó a los diplomáticos norteamericanos su inquietud por lo inseguro de la energía nuclear en un territorio de tan amplia actividad sísmica y abundantes aguas subterráneas, pero también denunció cómo la política japonesa supone un problema fundamental por la corrupción institucionalizada de la que hablábamos más arriba. Finalmente cabe destacar que Kono se quejó también del freno al desarrollo de las energías alternativas en su país, que tiene redes inutilizadas con la excusa de estar reservadas para situaciones de emergencia no especificadas y cuya política de ayudas a la energía alternativa es de tan corto plazo que desincentiva a los inversores.
Otro dato a tener en cuenta, también proporcionado por Wikileaks, es que en 2008 el Organismo Internacional de la Energía Atómica dio un toque de atención a Japón por haber revisado sus guías de seguridad contra seísmos sólo tres veces en 35 años, insistiendo en que “recientes seísmos han sobrepasado en algunos casos el diseño con que fueron construidas algunas plantas y esto es un serio problema hacia el que ha de dirigirse ahora el trabajo sobre seguridad”. Estos 'recientes seísmos' aludían a un terremoto que en 2007 dañó la central nuclear de Kashiwazaki-Kariwa, la más grande del mundo. En aquella ocasión, el propio Gobierno reconoció que la compañía eléctrica Tepco, propietaria de la central (y propietaria también de la central de Fukushima), había informado de forma lenta y poco rigurosa sobre los verdaderos daños. Además hace poco se descubrió que Tepco, la compañía eléctrica más grande de Japón y tercera más grande del mundo, ha estado falsificando decenas de informes sobre seguridad nuclear desde la década de 1980, un escándalo que ha llegado hasta los juzgados.
Teniendo en cuenta este panorama, no son pocos los japoneses que ahora, con razón, han desconfiado de lo 'controlado' de la situación y están huyendo a otras regiones del país y del mundo. Esta desconfianza ha crecido todavía más con la información procedente de fuentes internacionales: la Autoridad de Seguridad Nuclear francesa afirmaba casi desde el principio que la alerta nuclear en Fukushima no era de nivel 4, sino de nivel 6 (accidente grave); casi todos los estados del mundo recomendaban desde un primer momento no viajar a Japón y muchos recomendaban abandonar inmediatamente el país; el secretario general de la energía de la Unión Europea afirmaba que “todo está prácticamente fuera de control” y calificaba de 'apocalíptica' la situación; al Organismo Internacional de Energía Atómica de las Naciones Unidas le ha costado, pero finalmente ha advertido de la gravedad de la situación (su presidente, el japonés Amano Yukuya, se ha quejado de la falta de comunicación del gobierno de su país); a Estados Unidos también le ha costado, pero ha terminado reconociendo que la radiación es 'extremadamente alta'; muchos científicos expertos en energía nuclear han advertido que Fukushima es un Chernovil a cámara lenta. Respecto a esta última advertencia, esperemos que acabe errando, pero el simple hecho de que exista tal potencialidad ya es muy preocupante. De hecho, si bien Chernovil fue una explosión repentina gravísima, no es descabellado considerar la posibilidad de que Fukushima pueda convertirse en una situación aún peor, aun siendo más lenta. Hay que tener en cuenta, en primer lugar, que es la primera vez que se ven afectados varios reactores nucleares al mismo tiempo. Y en segundo lugar, y tal vez lo más importante, la central de Fukushima se encuentra en la zona más poblada del mundo: Tokio está a 250km, y los 35 millones de personas que la habitan es una cantidad imposible de evacuar, sería como evacuar a casi todos los habitantes del Estado español; además, no olvidemos que Japón es un archipiélago, y por lo tanto un territorio aislado.
Junto a todo esto, y aunque se logre solventar el problema, hay que tener en cuenta las consecuencias que acarrea esta catástrofe. Japón está inmersa en una profunda recesión desde principios de la década de 1990, cuyo detonante fue la baburu keiki, la burbuja financiera e inmobiliaria. Tal era el tamaño de la burbuja provocada por la compra masiva de terreno por parte de los bancos, que durante esa época el valor de los bienes inmuebles japoneses constituía el 20% de la riqueza mundial, un valor equivalente a cinco veces el territorio total de Estados Unidos. El Gobierno trató entonces de minimizar el ascenso espectacular del paro financiando obras públicas, y redujo impuestos para incentivar el consumo. Estas medidas no fueron suficientes para salir de la recesión, y ahora el Estado tiene una deuda interna del 200% del PIB (entre otras cosas porque se ha endeudado para pagar las deudas anteriores, que vencían en plazos bastante cortos), la más alta de los países industrializados. El método empleado ahora con más fuerza es la privatización y los recortes del sector público para reducir el déficit, y el Gobierno no parece muy dispuesto a financiar públicamente la reconstrucción de la zona afectada por el terremoto, si bien está inyectando cantidades récord de dinero en el mercado para mejorar la liquidez y que no se desplome el Nikei.
Además, a esta crisis económica no ayuda nada el estado estrictamente político: cinco primeros ministros en seis años. El actual, Naoto Kan, no pertenece a ninguna dinastía política hereditaria, lo cual es casi inédito, y fue un militante ecologista y pacifista durante la década de 1970. No obstante, su liderazgo es muy flojo, sigue aplicando medidas liberales, no se opone directamente a la energía nuclear, se enfrenta a una estrategia durísima de acoso y derribo por parte del PLD (la agresividad es tal que, justo después del tsunami, el gobernador de Tokio, del PLD, tachó la catástrofe de 'castigo divino' contra la oposición) y su popularidad estaba justo antes de la catástrofe a sólo un 20%. Es probable que la situación actual la aproveche el Partido Comunista de Japón, el partido comunista más votado del mundo; éste está creciendo a un ritmo bastante espectacular desde los últimos años, consiguiendo varios diputados en ambas cámaras y una cantidad considerable de alcaldías en todo Japón. Esperemos que la izquierda japonesa critique ahora con más fuerza que nunca el insostenible sistema de su país, y luche para cambiarlo como lo hizo durante su década revolucionaria en 1960.

Ferran Vargas es militante de En Lluita / En lucha 
Fuente: http://enlucha.org/site/?q=node/15871

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No a las plantas nucleares

Gustavo Portocarrero Valda
Rebelión


Los recientes sucesos de Japón constituyen un doloroso como triste respaldo a la firme posición del clamor ecologista: los reactores nucleares son un grave peligro contra la humanidad. Y no se trata sólo de un riesgo, sino de toda una trama engañosa que apareja – como costo – una cuenta cualitativamente truculenta, gracias a las travesuras de la economía contra el medioambiente.
No cabe duda que un reactor nuclear produce energía eléctrica limpia, como pura y no empeora el calentamiento terrestre, porque no usa combustible fósil alguno (petróleo ni carbón) Tampoco atenta contra los ecosistemas porque no precisa de embalses de agua para turbinas; menos quema madera.
Si la energía que se genera en las plantas nucleares es limpia, ¿dónde se encuentra el peligro?
De un lado se trata de su estructura; cualquier reactor nuclear constituye una auténtica bomba de tiempo. De otro lado, su basura es el segundo peligro. Por razones de método se comienza con este último.
¿Qué es la basura nuclear y dónde se encuentra su acción destructora de la vida?
Constituye basura nuclear todo resto de mineral radiactivo empleado en su producción. Este material, al resultar ya inservible para el proceso de elaboración de energía eléctrica, debe ser desechado por haber agotado su potencialidad. Empero, la denominada “ceniza nuclear” – como así lo anota la ciencia – continúa emitiendo radioactividad, situación que dura más de cien años. Merece, por tanto, un proceso de extraordinaria atención para ser descartada lo más lejos posible de la presencia humana.
¿Qué hacen aquellas empresas con la basura que producen?
Hasta hace una veintena de años, cuando había aún pocas plantas generadoras, las empresas contrataban y pagaban transportadoras para que hagan desaparecer su ceniza, acumulada en inmensos volúmenes y mi­les de toneladas de peso. Aquél negocio resultó fabuloso para empresarios sin escrúpulos de embarcaciones marítimas, porque disponían el envío de tan estratégica carga para ser depositada en países del Tercer Mundo, así sea sobornando autoridades. Se hacía creer a ingenuas poblaciones que aquellas cenizas eran fertilizantes, útiles para la agricultura; también que se tra­taba de material especial para construcción y relleno de carreteras.
Ante las advertencias permanentes de las entidades ecologistas internacionales como Greenpeace, que controlaban el caso, efectuaban seguimiento y brindaban información al Tercer Mundo, las comunidades locales comenzaron a reaccionar airadamente. Sus protestas se hacían efectivas con manifestaciones masivas que no dejaban de agravarse por ejercer violencia para ser escuchados por las autoridades.
Para que nadie sostenga que lo anterior sea una mentira, van dos hechos como prueba. El barco “ Khian Sea”, con 14.000 toneladas de ceniza, tóxica salió de Filadelfia, PA, USA, dando vueltas por el mundo, donde era impacientemente esperado por airadas masas humanas preparadas. De Bahamas, pasó a República Dominicana, Honduras, Bermuda, Guinea Bissau y Antillas Holandesas. En Haití descargó 4.000 toneladas con permiso del dictador Jean Claude Duvalier; empero, al darse cuenta los haitianos, de aquella barbaridad, hubieron de reaccionar como la situación merecía. Sin embargo, y aprovechando la noche, el barco escapó del lugar dejando su presente en plena playa.
Finalmente, y al darse cuenta el tiempo transcurría, aunque nadie aceptaba tan ge­nerosas ofertas, el capitán dispuso sea vertida su carga en el Océano Índico. Otra embarcación, de origen caribeño, denominada: "MV Ulla", esta vez con cenizas de España, se hundió en el golfo de Iskenderun, en el mar Mediterráneo, al sur de Turquía el día 7 de septiembre de 2004.
No es exageración sostener que ya puede explicarse, ahora, porque el mar nos brinda peligrosas como nuevas especies, genéticamente degeneradas.
Quede muy claro que al día de hoy las plantas nucleares han proliferado excesivamente en el Primer Mundo, al extremo de que los EE.UU. tienen 102, Francia 76 y Japón 74. Es claro apercibirse que, ante semejante incremento de reactores, la basura nuclear ha aumentado y seguirá creciendo en grado ascendiente, multiplicando su potencialidad atentatoria.
Ante la conciencia activa y reacción efectiva de las comunidades locales, como del consenso internacional adverso, las empresas decidieron cambio de estrategia. Ahora guardan su basura en porciones –cual cadáveres semi vivos – encerrados en verdaderos sarcófagos, cuidadosamente protegidos y “rigurosamente inspeccionados, monitorizados y colocados en trincheras o pro­fundos pozos de enterramiento”. En tal limbo de paz, las momias nucleares esperarán su destino; vale decir, su siglo, para morir definitivamente (extinción total de su proceso radioactivo)
Este particular peligro ya no escapa de continente. Se encuentra esta vez en casa propia (el mundo industrializado) donde se le hace creer a su población que “todo se halla bajo control” y sin riesgo alguno.
Patentes situaciones acorralan ahora a las empresas, porque éstas ya no pueden negar dos realidades en sus propias narices. La primera, que los sarcófagos seguirán aumen­tando en número y a ritmo acelerado; la segunda, que cualquier accidente externo de consideración podría rajarlos o quebrarlos permitiendo que los espectros de las momias escapen por el aire para buscarse otros muertos más. Por supuesto, ya no se sabrá el lugar exacto de ruptura de un féretro cualquiera; menos podrá ser sellado de nuevo.
En claro como objetivo lenguaje, quienes vivimos en el mundo industrializado ignoramos que estamos sentados sobre un volcán. Sin ficción ni cuento alguno, se trata de cementerios anatematizados por la humanidad, donde el malvado destino –una excavación minera, o un trabajo subterráneo para infraestructura– no tendría inconveniente en expulsar a aquellos seres de su hábitat y pacífico descanso, bajo tierra, para enviarlos aún mucho más arriba: a convertir en radioactivas, las nubes.
Pasemos ahora al tema de fondo.
¿Por qué los reactores nucleares significan verdaderas bombas de tiempo?
La inmensa masa acumulada de energía, requiere de estructuras sólidas hechas con materiales especiales que brinden cierto grado de seguridad para que todos creamos que los reactores nucleares son seguros y protegidos. La “prenda de garantía” se encuentra en los conocimientos científicos y la “tecnología moderna y de punta”, al decir de técnicos, gerentes nucleares y autoridades políticas. Sin embargo, –y como lo hice notar hace seis años atrás en un libro publicado en EE.UU. en idioma inglés– una cosa es la seguridad estructural del aparato reactor y otra, la seguridad del ambiente externo. Expresé que jamás una planta nuclear puede estar garantizada contra un terremoto, un rayo o el impacto de un avión que caiga por acci­dente.
Y no me equivoqué en lo mínimo. Bastó pocos minutos para que un poderoso tsunami ataque cuatro planteas nucleares en Fukushima, cuya acción de las aguas invasoras, arrastró y es­trelló tierra adentro –y como papel– vehículos, casas, puentes, monumentos, edificios, y aún grandes bar­cos. Desgraciado espectáculo nos ofrece ahora tan simpático país oriental.
Con la experiencia producida –que es solo una de las muchas que pueden darse y en variadas formas– ni aunque las plantas nucleares sean instaladas bajo tierra, estarán a salvo. Resultaron como niños rebeldes, a los que hay que azotar con agua para que se enfríen y dejen de reaccionar. He ahí –por otra parte– el despia­dado castigo de las fuerzas físicas descontroladas, fruto de la acción lucrativa del sistema económico social, donde no importa el ser humano como tal, ni sus valores, por ser apenas un esclavo más del consumo.
El escritor argentino Javier Rodríguez Pardo, comentando la conducta de quienes se encuentran dosificando la información y ocultando la verdad “para no generar alarma” en la opinión pública mundial, nos dice: “Las imágenes del reactor humeante aún no han sido explicadas y menos sus efectos. El técnico nuclear oriental no se diferencia al de occidente. Ambos minimizan los eventos trágicos de la actividad nuclear, ocultan la gravedad del siniestro, niegan el impacto radiactivo…”
Esta misma persona previene que se está sembrando la isla de bombas ató­micas, expuestas a ser detonadas o por otro Tsunami “o por la mano desprevenida de algún técnico que omitió vigilar alguna válvula, porque con la energía nuclear no existe umbral se­guro”. Nos recuerda también que ya en la década del 90 había malestar en el pueblo japonés, cuyo clan empresarial y gobierno –en franco maridaje y para suavizar la opinión pública nacional alarmada– crearon el personaje de historieta denominado: “Pluto Boy”
Este personaje, de dibujos animados, mejillas rosadas, casco y antenas, “adorable” según su pro­pio círculo, mandaba su propio mensaje: “El plutonio es bueno para ti. Yo no soy un monstruo, por favor mírame cuidadosamente como soy”. El video fue distribuido por Japan's Power Reac­tor and Nuclear Fuel Development Corp . y aparecía diariamente en la televisión para convencer al público nipón, que el cuerpo asimila la radiación sin mayores riesgos.
El mentiroso Pluto boy no existe más. Las explosiones nucleares de Fukushima han desmentido su candor y el riesgo temido por la gente se ha hecho realidad, al extremo que el propio Gobierno acaba de anunciar el cierre definitivo de aquella planta. Tal es el crudo resultado de “tecnológicos” sistemas que se consideraban seguros, cuyas muestras exhiben miles de emigrados tomando tabletas de yoduro de potasio para salvar sus vidas, países vecinos sintiendo las visitas del fenómeno radiactivo, plantaciones japonesas de espinaca y otras verduras con alto grado de contaminación, almacenes de provisiones con numerosos productos afectados (mantequilla, leche y queso, por ejemplo), destrucción de eco­nomías familiares por el miedo a la radioactividad, abandono forzado, nubes enrarecidas, etc.
A todo lo anterior se añade que Japón ya tuvo otro severo problema el año 2007 en la planta nuclear de Tokaimura, con siete reactores. Por la propia experiencia nacional acumulada –las explosiones atómicas sufridas en Hiroshima y Nagasaki– sabe el pueblo japonés, y ya comenzaron sus manifestaciones de protesta, que ya no debe permitir más riesgos contra su seguridad con sistemas que jamás le van a brindar. Aún sin terremoto ni conmoción extraordinaria, existen fugas radioactivas.
Gracias a la proliferación de las plantas nucleares, nos vamos acercando al macro peligro planetario; la gradual esterilización de formas de la vida terrestre, con mucha más rapidez que el propio calentamiento global.
Ha llegado la hora que el grueso de la humanidad haga sentir su voz unánime de protesta e imponga el: No, a las plantas nucleares, contra el audaz orden establecido, donde primero son los negocios.
Esta voz debe correr y tronar de extremo a extremo del orbe terrestre para salvar la vida.
De lo contrario, el transcurrir terrestre será un espectáculo de una inmensa tragedia de humanos degradados, muchos de aquellos condenados a muerte lenta.
Por un mínimo de solidaridad con el dolor humano, evitemos los ingratos espectáculos de seres que hayan tenido la desgracia de sobrevivir una peor catástrofe nuclear; así sean (a título enunciativo): personas sin dientes ni cabellos, paralíticos, con órganos inutilizados, esterilidad, niños deformados, más el cáncer a la orden del día.

Nota de información .- El autor ha publicado 14 libros. Sus principales obras sobre el tema específico ambiental son: El Hombre, animal en peligro de extinción, Manual de Ecología Política, Epopeya y muerte de la Tierra, Conversaciones con el Planeta Tierra, Earth’s Destruction and our hope in the Ecologist.

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