En algún lugar…La cultura del deseo
Laura M. López Murillo
"Debemos cambiar América desde una cultura basada en las necesidades a una cultura basada en el deseo. La gente debe ser entrenada para desear, para querer nuevas cosas, incluso antes de que las cosas viejas hayan sido consumidas totalmente. Los deseos del hombre deben eclipsar sus necesidades". (Paul Mazer)
En algún lugar alejado de las multitudes y en un complejo industrial se fabrican los artificios de la ingeniería del consentimiento; en una línea incesante de producción se manufacturan los deseos que habrán de convertirse en una necesidad existencial…
En las coordenadas occidentales del planeta, desde la perspectiva del mundo libre y civilizado, suele condenarse la radicalización de los dogmas orientales satanizando el exceso del rigor y el fanatismo.Una de las críticas recurrentes al régimen socialista fue el despojo paulatino de la voluntad a los ciudadanos, quienes moldeaban su actitud y su conducta a los mandatos de un régimen represivo. Y ante la emergencia del terrorismo como secuela exacerbada de un sacramento distorsionado, toda la indignación del planeta se dirigió contra el fanatismo musulmán que enaltece a los que ofrendan su vida en una lucha sin cuartel contra los invasores.
Pero en cuestión de fanatismos, todo depende de la perspectiva. Busqué las diferencias en las democracias occidentalizadas que exhibieran la perversidad de la idiotización colectiva en el socialismo y en el islam, y debo confesar, que no encontré ninguna. La única diferencia entre los regímenes capitalista, socialista y musulmán es el objeto de la veneración: los socialistas anteponían la supremacía del estado, los musulmanes buscan el paraíso por la vía del auto sacrificio y los capitalistas responden automáticamente a los mandatos del mercado.
Hoy por hoy, en la cultura del deseo, la realidad supera con creces las proyecciones realizadas a principios del siglo XX, cuando los ciudadanos se transformaron en consumidores vulnerables a las presiones mediáticas que inciden en la percepción de la felicidad como equivalente a la adquisición y acumulación de bienes. Los objetos de culto en el capitalismo industrial siempre son novedosos pero el efecto placebo es efímero porque deberá adquirirse el modelo más reciente para satisfacer una necesidad ficticia, surgida de un deseo irracional y glorificada como sinónimo del éxito en una pequeña inmensidad de mensajes publicitarios. Así, en Norteamérica, y en todo el ámbito de su influencia, la celebración del Día de Gracias se distorsiona en una vulgar estrategia comercial. El “viernes negro”, el día de las megaofertas y las compras compulsivas se extiende a México como el “buen fin”. Hordas de consumidores alienados recorren las tiendas y los almacenes buscado la los precios más bajos porque su felicidad consiste en aprovechar la mejor oferta y adquirir el producto aunque no sea indispensable.
¡¡Y todos tan contentos!! Por unos días la felicidad es un objeto a mitad de precio, disponible en todas las sucursales de los consorcios comerciales. Y el fervor consumista impulsa los engranes de la cultura del deseo que condiciona la actitud de las multitudes por los artificios de la ingeniería del consentimiento; y el círculo vicioso se reinicia en una línea incesante de producción donde se manufacturan los deseos que habrán de convertirse en una necesidad existencial…
(Desde México. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)
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¡Indignaos en contra de la publicidad!
Julio García Camarero*
"Debemos cambiar América desde una cultura basada en las necesidades a una cultura basada en el deseo. La gente debe ser entrenada para desear, para querer nuevas cosas, incluso antes de que las cosas viejas hayan sido consumidas totalmente. Los deseos del hombre deben eclipsar sus necesidades". (Paul Mazer)
En algún lugar alejado de las multitudes y en un complejo industrial se fabrican los artificios de la ingeniería del consentimiento; en una línea incesante de producción se manufacturan los deseos que habrán de convertirse en una necesidad existencial…
En las coordenadas occidentales del planeta, desde la perspectiva del mundo libre y civilizado, suele condenarse la radicalización de los dogmas orientales satanizando el exceso del rigor y el fanatismo.Una de las críticas recurrentes al régimen socialista fue el despojo paulatino de la voluntad a los ciudadanos, quienes moldeaban su actitud y su conducta a los mandatos de un régimen represivo. Y ante la emergencia del terrorismo como secuela exacerbada de un sacramento distorsionado, toda la indignación del planeta se dirigió contra el fanatismo musulmán que enaltece a los que ofrendan su vida en una lucha sin cuartel contra los invasores.
Pero en cuestión de fanatismos, todo depende de la perspectiva. Busqué las diferencias en las democracias occidentalizadas que exhibieran la perversidad de la idiotización colectiva en el socialismo y en el islam, y debo confesar, que no encontré ninguna. La única diferencia entre los regímenes capitalista, socialista y musulmán es el objeto de la veneración: los socialistas anteponían la supremacía del estado, los musulmanes buscan el paraíso por la vía del auto sacrificio y los capitalistas responden automáticamente a los mandatos del mercado.
Hoy por hoy, en la cultura del deseo, la realidad supera con creces las proyecciones realizadas a principios del siglo XX, cuando los ciudadanos se transformaron en consumidores vulnerables a las presiones mediáticas que inciden en la percepción de la felicidad como equivalente a la adquisición y acumulación de bienes. Los objetos de culto en el capitalismo industrial siempre son novedosos pero el efecto placebo es efímero porque deberá adquirirse el modelo más reciente para satisfacer una necesidad ficticia, surgida de un deseo irracional y glorificada como sinónimo del éxito en una pequeña inmensidad de mensajes publicitarios. Así, en Norteamérica, y en todo el ámbito de su influencia, la celebración del Día de Gracias se distorsiona en una vulgar estrategia comercial. El “viernes negro”, el día de las megaofertas y las compras compulsivas se extiende a México como el “buen fin”. Hordas de consumidores alienados recorren las tiendas y los almacenes buscado la los precios más bajos porque su felicidad consiste en aprovechar la mejor oferta y adquirir el producto aunque no sea indispensable.
¡¡Y todos tan contentos!! Por unos días la felicidad es un objeto a mitad de precio, disponible en todas las sucursales de los consorcios comerciales. Y el fervor consumista impulsa los engranes de la cultura del deseo que condiciona la actitud de las multitudes por los artificios de la ingeniería del consentimiento; y el círculo vicioso se reinicia en una línea incesante de producción donde se manufacturan los deseos que habrán de convertirse en una necesidad existencial…
(Desde México. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)
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¡Indignaos en contra de la publicidad!
Julio García Camarero*
Quien compra muchas cosas, más de las que necesita, termina teniendo más afecto a las cosas que a las personas. Se transforma en un CONSUMISTA. Termina deshumanizado.
Sucede que el capitalismo necesita vender y le son indispensables los consumistas y los fabrica igual que fabrica las mercancías y lo hace a través de poder mediático, de la publicidad, de las vallas publicitarias, etc.
En consecuencia sucede que los espacios y ambientes públicos están siendo sustraídos y privatizados por los mercados que necesitan angustiosamente la publicidad. Estos espacios que deben de ser un bien común (de todos) están siendo robados de una forma camufladamente violenta y agresiva.
¿Qué son sino esas gigantescas vallas publicitarias?, que dominan los espacios y los ambientes ciudadanos? Son artilugios que nos agreden violentamente, con una sonrisa vendedora, con un cuerpo femenino atrayente o vendiéndonos “la modernidad e innovación”.
Para, aún, una pequeña minoría está claro que para conseguir otro mundo, mejor, necesario y urgente, a través de una transición y del decrecimiento feliz, es necesario que cambiemos nuestro imaginario. Un imaginario introducido en todo cerebro terrícola, a fuerza de martillazos y bombazos de marketing, a fuerza de gigantescas vallas publicitarias, a fuerza de anuncios televisivos, etc. Un ataque constante que nos va lavando el cerebro y nos introduce un imaginario absolutamente consumista-comercialista. Y sucede, que para lograr este indispensable cambio de imaginario, este cambio de chip consumista, es absolutamente insuficiente que unos “sesudos” escritores decrecentistas digamos en nuestros libros o artículos (que a lo sumo sólo leerán un 0,5% de toda la población, otra cosa sería si fuéramos como Belén Esteban, que ella sí que llega a todos los rincones):
“¡Hay que cambiar el imaginario!”.
No, con esto no es suficiente, hay que buscar la forma de conseguir realizar intensas campañas en contra de la publicidad. En contra de ese asesino de cerebros que es el marketing. Y para ello habrá que buscar estrategias anti-publicidad, anti-logo como nos dice muy bien la sesuda Naomi Klen.
¿Ante esta situación de inferioridad del ser “humano de a pié”, que podemos hacer?
¿Cómo podemos superar ésta agresión publicitaria que venimos sufriendo desde nuestro nacimiento y que viene desde todos los sitios? Además, no poseemos el gran poder mediático que consiguen las grandes corporaciones anunciadoras a base de muchísimo dinero. Pero si poseemos aún muchos espacios pequeños (aún de nuestra propiedad) que les pueden desbordar. Además, somos el 99%. Podemos crear una nube de mosquitos anti-publicidad que paralice y nuble a este gran poder mediático opresor.
Podemos y debemos de actuar en dos espacios que aún son nuestros: nuestros balcones y nuestros propios cuerpos. O colocando alguna frase anti-publicidad en las barandillas de nuestros balcones o colgadas en los quicios de nuestras ventanas, como ejemplo podía ser: “somos consumistas y no somos consumidores que es lo que hay que ser”. Pueden valer nuestros propios cuerpos desnudos como muy bien lo hacen las abortistas o simplemente camisetas que lleven impresos unos lemas conceptuales de anti publicidad, o contra-publicidad; como pueden ser, por ejemplo: “Es muy sano consumir sólo 4 camisas cada 15 años”; o bien: “Es muy sano consumir sólo 2 pantalones cada 15 años”. O bien: “No importa llevar los mismos pantalones durante 8 años, …solo se pondrán raidos como los vaqueros que te venden caros, o como la ropa de los héroes del Oeste Americano”.
Pues no solo debemos admitir la ropa raída y rota cuando (como sucede con los vaqueros, que son licencia del sistema para ir sucio) nos lo manda la Santa Madre Publicidad, o esta dictatorial tomadura de pelo que es la moda.
El quid de la cuestión es que la gran masa tome conciencia intensa y una fuerte indignación en contra de manipulación publicitaria.
Es importante decir por último que esta campaña anti-publicidaddeberá ser seguida indispensablemente (y casi de seguido) por una campaña sindical fortísima que reivindique una drástica reducción de la jornada laboral; pues si consumimos menos se reducirá, en general, la necesidad de horas de trabajo. Pero las pocas horas de trabajo habrá que repartirlas entre todos. Y esta será la única forma de terminar con el paro y de conseguir mucho tiempo para el recreo personal. Así conseguiremos que todos trabajemos menos, consumamos menos, contaminemos menos, esquilmemos menos, tengamos más tiempo libre y por ello seamos más felices y vivamos en un mundo más sano y saludable.
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*Autor del la trilogía decrecentista:
-El crecimiento mata y genera crisis terminal(2009).
-El decrecimiento feliz y el desarrollo humano(2010).
-El crecimiento mesurado y transitorio en el Sur(2013).
Imagenes: reflexionesdesdeanarres.blogspot.com - www.adesgana.com