La buena dirección
Antonio Turiel Martínez - The Oil Crash
Queridos lectores,
Últimamente estoy asistiendo a movimientos de ciertos colectivos (como Greenpeace o el CMES) que diagnostican con gran certeza la gravedad de la crisis energética asociada a la carestía y escasez de combustibles fósiles y de uranio, y que proponen un escenario fantástico, con grandes beneficios económicos y sociales, basado en la explotación de las energías renovables. La repetida afluencia de estos mensajes, avalados por extensos y aparentemente detallados informes, ha dado lugar a varios debates dentro de nuestra pequeña asociación, el Oil Crash Observatory (OCO). A muchos miembros del OCO, con quienes he debatido frecuentemente los datos que se aportan a lo largo y ancho de este blog, les causa extrañeza el simplismo de tales posiciones: quienes defienden de una manera tan entusiasta y acrítica las energías renovables casi nunca hablan de límites a su explotación, limitaciones de materiales o de capital, o de la baja TRE que tienen en algunos casos (que incluso sería menor en ausencia del petróleo).
Sin embargo, otros miembros del OCO (posiblemente tantos como los anteriores) consideran que quizá quienes proponen estas "soluciones" - generalmente gente muy instruida y que conoce los problemas anteriormente descritos sin duda - están intentando conseguir un cambio político y que a pesar de lo conceptualmente erróneo de su estrategia desde el punto de vista técnico no dejan de ser pasos en la dirección correcta, en "la buena dirección". Incluso he llegado a oír decir a alguna persona a la que aprecio que quizá lo que debemos hacer es decir, o como mínimo consentir que se digan, estas mentiras piadosas; en suma, dejar que la gente crea que se va a poder mantener el BAU (cosa que sobradamente sabemos que es imposible) y mientras tanto se van haciendo las inversiones necesarias que, cuando se produzca la inevitable transición desde el modelo económico actual basado en un crecimiento indefinido ya imposible al nuevo modelo de estado estacionario, los medios para procurarnos energía estarán ahí para salvarnos del colapso (escenario completamente indeseable).
Un reciente post publicado en Cassandra's legacy ha ido un poco más lejos aún: incluso aceptando que la TRE de las renovables pudiera ser demasiado baja para mantener una sociedad estructurada como la nuestra o que su dependencia de los combustibles fósiles no permite actualmente considerarlas una alternativa energética, la abundancia relativa que aún disfrutamos de petróleo debería invertirse en poner a punto estos sistemas que nos ayudarán en todo caso durante nuestra transición energética, y posiblemente por el camino diseñaremos los sistemas energéticos renovables que, ésos sí, permitirán a nuestra sociedad llegar a un estado sostenible.
Es notorio que yo pertenezco al primer grupo del OCO, y en numerosas ocasiones he expresado mis dudas sobre la viabilidad de las "soluciones renovables" que se plantean. Tal falta de fe en el nuevo paradigma renovable es vista desde algunos de los sectores proponentes como una desafección, casi como una traición, a una causa común; en alguna ocasión se nos ha llegado a decir que "contaminamos el debate energético", dando pues a entender que nuestra posición no es "pura"; en suma, que no aceptamos la posición ortodoxa que de algún modo debería ser la única que legítimamente podríamos adoptar.
Peor aún, en las discusiones internas del OCO se ha llegado a plantear que a pesar de nuestras dudas tendríamos que hacer una apuesta inequívoca por estos modelos de sociedad basados en energía renovable, porque de otro modo, simplemente analizando y explicando las limitaciones de los sistemas de generación renovable igual que analizamos y explicamos las limitaciones de las fuentes de energía no renovables, estamos haciéndole el juego a las petroleras, que usan nuestros estudios y ensayos para tener aún más argumentos para atacar a las renovables en su afán de que nada cambie y seguir ganando dinero a mansalva hasta que todo reviente. En resumen: que siendo tan puristas estamos consiguiendo un efecto perverso y de alguna manera somos cómplices con la prolongación del actual sistema.
En realidad es lo contrario. Seguramente estos colectivos pro-renovables pretenden hacer eso: concienciar y avanzar. Pero la realidad es que no hay avance alguno y que esta dirección es completamente contraproducente. Sé que decir estas cosas no me grangeará muchos amigos en un campo que debería ser afín, pero a veces conviene aclarar bien las posiciones de cada cual para evitar acabar en sitios adonde uno no quiere ir en realidad. Yo no comulgo con este nuevo programa de progreso por tres motivos principalmente: de integridad, moral y técnico.
La primera cuestión es la integridad de quienes nos dedicamos al estudio y divulgación de estos problemas. Como científico mi opinión puede ser oída por mis conocimientos de tipo técnico, que yo debo aplicar neutralmente al conocimiento de la verdad y difundir el conocimiento que obtenga a la sociedad. La gente no tiene interés en saber qué dice el ciudadano Antonio Turiel, sino qué dice el científico Antonio Turiel. En tanto que técnicos tenemos que transmitir los datos de la manera más clara y honesta posible, evitando sesgos. Esto es muy difícil, e inevitablemente las opiniones y los prejuicios personales acaban produciendo cierto sesgo, aún cuando uno se esfuerce en evitarlo; el más obvio pero también el más sutil es el sesgo de agenda (hablar sólo de las cosas que a mi me interesa hablar). Por ello es importante mantener cierta pluralidad; por ejemplo, yo busco publicar en este blog posts de otras personas, incluso algunos con los que no estoy de acuerdo, con la única exigencia de que estén bien fundados argumentalmente. Del contraste y debate de opiniones bien fundadas técnicamente se puede construir una visión más clara y racional de la realidad, la cual ninguno de nosotros abarca, y sólo con la ayuda de todos podemos tener una buena estimación de dónde estamos y hacia donde vamos. Partiendo de esos postulados, los llamamientos a que nos apliquemos cierta autocensura, escondiendo o incluso manipulando los datos que muestran que las alternativas renovables no son tan buenas o factibles, chocan de plano con el rol que se nos supone.
Si yo comienzo a deliberadamente sesgar mis datos induciré a la gente que confía en el juicio técnico del científico Antonio Turiel a adoptar la agenda política del ciudadano Antonio Turiel. Eso es claramente un abuso de autoridad, puesto que uno era solamente escuchado como referente técnico, y al proceder de esta manera lo que estamos haciendo es, simple y llanamente, engañando y manipulando. Desde la ética profesional tal actitud es inaceptable.
La segunda cuestión es moral. Si yo manipulo a la gente para hacerles creer que las cosas son mejores de lo que son, que se creará un montón de "empleo verde" y volveremos a ser ricos, a pesar de que los datos no apuntan hacia eso en absoluto, en el fondo me estoy arrogando una superioridad moral sobre aquella gente a la que manipulo. A veces he llegado a oír decir que la gente no es capaz de tomar las decisiones que más le convienen y que por tanto se les ha de conducir engañados por el camino a la sostenibilidad. Tal postura equivale a tomar al común de la ciudadanía por niños o por borregos, por personas sin criterio ni juicio propio; y que nosotros, los técnicos, los científicos, tenemos la responsabilidad y la obligación de decidir por ellos. Nuestra superioridad técnica, por tanto, se convierte en superioridad moral. El hecho de ser sumos sacerdotes de la religión civil del progreso (John Michael Greer dixit) nos da a los ojos de los feligreses de ese credo esa superioridad moral, y aquellos de nosotros que profesan esa misma creencia creen también que somos moralmente superiores y que no sólo tenemos el derecho, sino también el deber, de conducir a nuestro pueblo por el desierto de la transición a la tierra prometida de la sostenibilidad.
Sin embargo, no somos moralmente superiores, en nada lo somos. Somos humanos como los demás, con las mismas pasiones y pulsiones, virtudes y defectos. Yo no me siento capacitado para decirles a los demás qué es lo que tienen que hacer; yo sólo les puedo dar mis datos y mis opiniones, y después que cada cual, como adulto, decida. Que yo, Sumo Sacerdote del Progreso, me reconozca humano y limitado, y moralmente equivalente al resto de la Humanidad, es tomado por los más integristas de esa religión civil como una traición (lo decíamos más arriba: una desafección y una afrenta), y por eso mi veleidad de compartir el fuego del conocimiento con el resto de los humanos me hace impuro (contamino el debate energético). Quizá los zelotes de esta religión ruegan a sus dioses para que la ingeniería de regeneración celular con células madre avance lo suficiente como para que mi hígado se regenere eternamente y pueda así ser devorado por un águila (deseo seguramente compartido con los seguidores de un pequeño culto más afín de lo que se creen, el que venera al dios Tesla). Por concluir este punto, el mayor riesgo de esta visión extrema del intelectualismo moral es que cuando se verifique que nuestra ciencia y nuestra tecnología por humanas son falibles y que en todo caso no pueden transgredir los límites del mundo natural, ya sean los geológicos o los de la Termodinámica, las masas arrastradas por este culto se volverán contra él clamando venganza, y derribarán en turbamulta los moais de la Ciencia (ya se escuchan clamores contra otra antigua religión que mucho ha defraudado, la Economía).
La tercera de las cuestiones es técnica. Se suele argumentar que el futuro de la energía es la producción renovable, y estoy de acuerdo que así será, en un porcentaje mayor del 90%, dentro de cien años. Durante este siglo la Humanidad sufrirá un descenso progresivo de la disponibilidad de combustibles fósiles y uranio, descenso que en ocasiones se acelerará por el colapso de algún productor importante. Por poner una fecha, hacia el 2100 el consumo no renovable será marginal. Entre hoy y ese futuro que tendrán que vivir nuestros nietos, y si no se toman las medidas adecuadas, habrá países que colapsarán hasta la práctica extinción de sus poblaciones - justamente el tipo de cosas que queremos evitar y que es la razón fundamental de ser de este blog. Sin embargo, el hecho de que en un futuro no tan lejano dependamos de las energías renovables no quiere decir, en absoluto, ni que la cantidad de energía que extraeremos de ellas sea vagamente comparable a la actual ni que los medios de producción de energía sean precisamente los que se están postulando hoy en día. Dejando al margen el aprovechamiento directo de la biomasa, todos los sistemas de captación de energía renovable ponen su acento en la producción de electricidad, y todos ellos se basan en un músculo industrial, una capacidad de producción masiva de bienes y servicios, que se sustenta en las energías fósiles de hoy. Eso plantea multitud de serios inconvenientes.
Por lo que respecta a la electricidad, los problemas son bastante serios. Hacer sistemas de almacenamiento de electricidad a escala masiva es bastante complejo, aparte de poco eficiente. La producción de electricidad a partir de las fuentes renovables es también poco eficiente (un aerogenerador aprovecha un 20% de toda la energía del flujo que pasa por sus aspas, una placa fotovoltaica típica de las actualmente instaladas un 15% de toda la radiación solar incidente, una central hidroeléctrica puede aprovechar un 30% de la fuerza mecánica del agua). Con los planteamientos a gran escala actuales, la producción de electricidad implica gestionar una red compleja, más grande y más compleja a medida que se produjera más electricidad renovable. No está garantizado el suministro de materiales críticos como el cobre. La conversión de electricidad a usos no eléctricos es muy difícil, en algunos casos casi imposible; y en aquellos usos más sencillos pueden aparecer muchas limitaciones técnicas, como las que aquejan al esperado y diletante coche eléctrico. Y todo eso sin contar con la larga discusión que se ha mantenido en este blog, dentro de la serie "Los límites de las renovables", sobre la incapacidad de los sistemas que actualmente se plantean, de llegar a cubrir más que una pequeña fracción de todo nuestro consumo de energía primaria (atención: de energía primaria, no de energía eléctrica).
En realidad, todo el planteamiento de grandes instalaciones de producción eléctrica renovable construidas con una gran fuerza industrial apoyada en combustibles fósiles y orientada a la distribución sobre una gran red eléctrica no es más que la quintaesencia del BAU; una vez más estamos hablando de un modelo orientado al control económico de las grandes corporaciones que, cuando quieren, barren de un plumazo cualquier aspiración de autoconsumo o producción a pequeña escala. Es un modelo ineficiente, basado en el crecimiento, que implica un gran consumo de energía fósil y de materiales y que, simplemente, nunca pasará de un nivel muy lejano al del consumo total de energía actual. En suma, los grupos que promueven con la mejor de sus voluntades este tipo de sistemas están, ellos sí, haciendo la cama a grandes intereses económicos. Además, focalizar el esfuerzo inversor de manera decidida en estos sistemas que probablemente acabarán siendo inviables (por costes de operación y de materiales) en unas pocas décadas implica, entre otras cosas, un elevado coste de oportunidad (pues seguramente salía más a cuenta invertir en proyectos menos megalomaníacos pero más útiles para el largo plazo) y una gran pérdida de resiliencia (ya que los recursos se emplean en mantener unas infraestructuras que cada vez costará más mantener, hasta hacerlas inviables) en un momento de degradación de la capacidad de inversión.
Igual que el economista clásico cree que el ingenio humano puede crear los recursos necesarios (cornucopia), el paladín de las renovables cree que el ingenio humano conseguirá indefinidamente sistemas de generación cada vez menos costosos y más eficientes (curva de aprendizaje). Ambas actitudes son la expresión acabada de un BAU que resiste a morir, y son ambas completamente infundadas, basada en una experiencia pasada de muy corto recorrido (150 años en el caso de los primeros, unas pocas décadas en el caso de los segundos). No existen fundamentos técnicos, científicos o lógicos que justifiquen ninguna de las dos hipótesis, ni la cornucopia ni la ilimitada curva de aprendizaje, y sin embargo se desdeña y ridiculiza a quien lo pone en cuestión.
El fanatismo en las posturas y la simplificación de las cuestiones complejas acaba llevando a plantear un debate sesgado, unidimensional: o se es partidario de las energías fósiles o se es partidario de las energías renovables de manera acrítica, con la actual configuración. Desafortunadamente el mundo es multidimensional, y hay otras direcciones en las que el debate puede moverse, ya que las dos propuestas dadas como alternativas no describen la realidad entera, y no son ni siquiera la mejor opción que tenemos.
No todo es ceguera ni todo está perdido. A veces conviene recordar que hay economistas que se toman muy en serio las limitaciones de nuestro sistema actual, y que en sus trabajos y modelos integran el sistema económico dentro del sistema ecológico del que formamos parte, y así consideran tanto los insumos como los residuos dentro del valor económico; esta gente, todavía un poco marginalizada pero con un peso creciente, están poniendo las bases de la teoría económica de nuestro futuro. Del mismo modo existen, aunque pocos, partidarios de las renovables que comprenden que los actuales sistemas son, como dice Pedro Prieto, sistemas no renovables de generación de energía renovable. Existen mejores maneras de aprovechar la energía renovable que la mera producción de electricidad a gran escala, y suele ser con sistemas que no requieren materiales complicados ni gran capacidad industrial; se trata de producir electricidad cuando sea necesario, y cuando no aprovechar más eficientemente la energía renovable con sistemas más sencillos y más eficientes, de alta TRE. Pero eso implica, forzosamente, una deceleración, puesto que la mayor causa de ineficiencia es la rapidez excesiva, el culto a la potencia que tan necesario es para mantener un sistema que todo derrocha.
La apuesta por el BAU renovable es sólo otra distracción para intentar mantener la economía del crecimiento, por mantener esa potencia, ese derroche, cosa que no será nunca posible. Pero tenemos conocimientos técnicos y medios para conseguir mantener un nivel de vida semejante al actual, sólo que más lento. Lo que realmente nos hace falta es construir un sistema económico que no priorice la creación de valor, sino asegurar el bienestar a la Humanidad. El problema no es técnico: es social. Es por eso que tenemos que pasar de la idea a la acción.
Queridos lectores,
Últimamente estoy asistiendo a movimientos de ciertos colectivos (como Greenpeace o el CMES) que diagnostican con gran certeza la gravedad de la crisis energética asociada a la carestía y escasez de combustibles fósiles y de uranio, y que proponen un escenario fantástico, con grandes beneficios económicos y sociales, basado en la explotación de las energías renovables. La repetida afluencia de estos mensajes, avalados por extensos y aparentemente detallados informes, ha dado lugar a varios debates dentro de nuestra pequeña asociación, el Oil Crash Observatory (OCO). A muchos miembros del OCO, con quienes he debatido frecuentemente los datos que se aportan a lo largo y ancho de este blog, les causa extrañeza el simplismo de tales posiciones: quienes defienden de una manera tan entusiasta y acrítica las energías renovables casi nunca hablan de límites a su explotación, limitaciones de materiales o de capital, o de la baja TRE que tienen en algunos casos (que incluso sería menor en ausencia del petróleo).
Sin embargo, otros miembros del OCO (posiblemente tantos como los anteriores) consideran que quizá quienes proponen estas "soluciones" - generalmente gente muy instruida y que conoce los problemas anteriormente descritos sin duda - están intentando conseguir un cambio político y que a pesar de lo conceptualmente erróneo de su estrategia desde el punto de vista técnico no dejan de ser pasos en la dirección correcta, en "la buena dirección". Incluso he llegado a oír decir a alguna persona a la que aprecio que quizá lo que debemos hacer es decir, o como mínimo consentir que se digan, estas mentiras piadosas; en suma, dejar que la gente crea que se va a poder mantener el BAU (cosa que sobradamente sabemos que es imposible) y mientras tanto se van haciendo las inversiones necesarias que, cuando se produzca la inevitable transición desde el modelo económico actual basado en un crecimiento indefinido ya imposible al nuevo modelo de estado estacionario, los medios para procurarnos energía estarán ahí para salvarnos del colapso (escenario completamente indeseable).
Un reciente post publicado en Cassandra's legacy ha ido un poco más lejos aún: incluso aceptando que la TRE de las renovables pudiera ser demasiado baja para mantener una sociedad estructurada como la nuestra o que su dependencia de los combustibles fósiles no permite actualmente considerarlas una alternativa energética, la abundancia relativa que aún disfrutamos de petróleo debería invertirse en poner a punto estos sistemas que nos ayudarán en todo caso durante nuestra transición energética, y posiblemente por el camino diseñaremos los sistemas energéticos renovables que, ésos sí, permitirán a nuestra sociedad llegar a un estado sostenible.
Es notorio que yo pertenezco al primer grupo del OCO, y en numerosas ocasiones he expresado mis dudas sobre la viabilidad de las "soluciones renovables" que se plantean. Tal falta de fe en el nuevo paradigma renovable es vista desde algunos de los sectores proponentes como una desafección, casi como una traición, a una causa común; en alguna ocasión se nos ha llegado a decir que "contaminamos el debate energético", dando pues a entender que nuestra posición no es "pura"; en suma, que no aceptamos la posición ortodoxa que de algún modo debería ser la única que legítimamente podríamos adoptar.
Peor aún, en las discusiones internas del OCO se ha llegado a plantear que a pesar de nuestras dudas tendríamos que hacer una apuesta inequívoca por estos modelos de sociedad basados en energía renovable, porque de otro modo, simplemente analizando y explicando las limitaciones de los sistemas de generación renovable igual que analizamos y explicamos las limitaciones de las fuentes de energía no renovables, estamos haciéndole el juego a las petroleras, que usan nuestros estudios y ensayos para tener aún más argumentos para atacar a las renovables en su afán de que nada cambie y seguir ganando dinero a mansalva hasta que todo reviente. En resumen: que siendo tan puristas estamos consiguiendo un efecto perverso y de alguna manera somos cómplices con la prolongación del actual sistema.
En realidad es lo contrario. Seguramente estos colectivos pro-renovables pretenden hacer eso: concienciar y avanzar. Pero la realidad es que no hay avance alguno y que esta dirección es completamente contraproducente. Sé que decir estas cosas no me grangeará muchos amigos en un campo que debería ser afín, pero a veces conviene aclarar bien las posiciones de cada cual para evitar acabar en sitios adonde uno no quiere ir en realidad. Yo no comulgo con este nuevo programa de progreso por tres motivos principalmente: de integridad, moral y técnico.
La primera cuestión es la integridad de quienes nos dedicamos al estudio y divulgación de estos problemas. Como científico mi opinión puede ser oída por mis conocimientos de tipo técnico, que yo debo aplicar neutralmente al conocimiento de la verdad y difundir el conocimiento que obtenga a la sociedad. La gente no tiene interés en saber qué dice el ciudadano Antonio Turiel, sino qué dice el científico Antonio Turiel. En tanto que técnicos tenemos que transmitir los datos de la manera más clara y honesta posible, evitando sesgos. Esto es muy difícil, e inevitablemente las opiniones y los prejuicios personales acaban produciendo cierto sesgo, aún cuando uno se esfuerce en evitarlo; el más obvio pero también el más sutil es el sesgo de agenda (hablar sólo de las cosas que a mi me interesa hablar). Por ello es importante mantener cierta pluralidad; por ejemplo, yo busco publicar en este blog posts de otras personas, incluso algunos con los que no estoy de acuerdo, con la única exigencia de que estén bien fundados argumentalmente. Del contraste y debate de opiniones bien fundadas técnicamente se puede construir una visión más clara y racional de la realidad, la cual ninguno de nosotros abarca, y sólo con la ayuda de todos podemos tener una buena estimación de dónde estamos y hacia donde vamos. Partiendo de esos postulados, los llamamientos a que nos apliquemos cierta autocensura, escondiendo o incluso manipulando los datos que muestran que las alternativas renovables no son tan buenas o factibles, chocan de plano con el rol que se nos supone.
Si yo comienzo a deliberadamente sesgar mis datos induciré a la gente que confía en el juicio técnico del científico Antonio Turiel a adoptar la agenda política del ciudadano Antonio Turiel. Eso es claramente un abuso de autoridad, puesto que uno era solamente escuchado como referente técnico, y al proceder de esta manera lo que estamos haciendo es, simple y llanamente, engañando y manipulando. Desde la ética profesional tal actitud es inaceptable.
La segunda cuestión es moral. Si yo manipulo a la gente para hacerles creer que las cosas son mejores de lo que son, que se creará un montón de "empleo verde" y volveremos a ser ricos, a pesar de que los datos no apuntan hacia eso en absoluto, en el fondo me estoy arrogando una superioridad moral sobre aquella gente a la que manipulo. A veces he llegado a oír decir que la gente no es capaz de tomar las decisiones que más le convienen y que por tanto se les ha de conducir engañados por el camino a la sostenibilidad. Tal postura equivale a tomar al común de la ciudadanía por niños o por borregos, por personas sin criterio ni juicio propio; y que nosotros, los técnicos, los científicos, tenemos la responsabilidad y la obligación de decidir por ellos. Nuestra superioridad técnica, por tanto, se convierte en superioridad moral. El hecho de ser sumos sacerdotes de la religión civil del progreso (John Michael Greer dixit) nos da a los ojos de los feligreses de ese credo esa superioridad moral, y aquellos de nosotros que profesan esa misma creencia creen también que somos moralmente superiores y que no sólo tenemos el derecho, sino también el deber, de conducir a nuestro pueblo por el desierto de la transición a la tierra prometida de la sostenibilidad.
Sin embargo, no somos moralmente superiores, en nada lo somos. Somos humanos como los demás, con las mismas pasiones y pulsiones, virtudes y defectos. Yo no me siento capacitado para decirles a los demás qué es lo que tienen que hacer; yo sólo les puedo dar mis datos y mis opiniones, y después que cada cual, como adulto, decida. Que yo, Sumo Sacerdote del Progreso, me reconozca humano y limitado, y moralmente equivalente al resto de la Humanidad, es tomado por los más integristas de esa religión civil como una traición (lo decíamos más arriba: una desafección y una afrenta), y por eso mi veleidad de compartir el fuego del conocimiento con el resto de los humanos me hace impuro (contamino el debate energético). Quizá los zelotes de esta religión ruegan a sus dioses para que la ingeniería de regeneración celular con células madre avance lo suficiente como para que mi hígado se regenere eternamente y pueda así ser devorado por un águila (deseo seguramente compartido con los seguidores de un pequeño culto más afín de lo que se creen, el que venera al dios Tesla). Por concluir este punto, el mayor riesgo de esta visión extrema del intelectualismo moral es que cuando se verifique que nuestra ciencia y nuestra tecnología por humanas son falibles y que en todo caso no pueden transgredir los límites del mundo natural, ya sean los geológicos o los de la Termodinámica, las masas arrastradas por este culto se volverán contra él clamando venganza, y derribarán en turbamulta los moais de la Ciencia (ya se escuchan clamores contra otra antigua religión que mucho ha defraudado, la Economía).
La tercera de las cuestiones es técnica. Se suele argumentar que el futuro de la energía es la producción renovable, y estoy de acuerdo que así será, en un porcentaje mayor del 90%, dentro de cien años. Durante este siglo la Humanidad sufrirá un descenso progresivo de la disponibilidad de combustibles fósiles y uranio, descenso que en ocasiones se acelerará por el colapso de algún productor importante. Por poner una fecha, hacia el 2100 el consumo no renovable será marginal. Entre hoy y ese futuro que tendrán que vivir nuestros nietos, y si no se toman las medidas adecuadas, habrá países que colapsarán hasta la práctica extinción de sus poblaciones - justamente el tipo de cosas que queremos evitar y que es la razón fundamental de ser de este blog. Sin embargo, el hecho de que en un futuro no tan lejano dependamos de las energías renovables no quiere decir, en absoluto, ni que la cantidad de energía que extraeremos de ellas sea vagamente comparable a la actual ni que los medios de producción de energía sean precisamente los que se están postulando hoy en día. Dejando al margen el aprovechamiento directo de la biomasa, todos los sistemas de captación de energía renovable ponen su acento en la producción de electricidad, y todos ellos se basan en un músculo industrial, una capacidad de producción masiva de bienes y servicios, que se sustenta en las energías fósiles de hoy. Eso plantea multitud de serios inconvenientes.
Por lo que respecta a la electricidad, los problemas son bastante serios. Hacer sistemas de almacenamiento de electricidad a escala masiva es bastante complejo, aparte de poco eficiente. La producción de electricidad a partir de las fuentes renovables es también poco eficiente (un aerogenerador aprovecha un 20% de toda la energía del flujo que pasa por sus aspas, una placa fotovoltaica típica de las actualmente instaladas un 15% de toda la radiación solar incidente, una central hidroeléctrica puede aprovechar un 30% de la fuerza mecánica del agua). Con los planteamientos a gran escala actuales, la producción de electricidad implica gestionar una red compleja, más grande y más compleja a medida que se produjera más electricidad renovable. No está garantizado el suministro de materiales críticos como el cobre. La conversión de electricidad a usos no eléctricos es muy difícil, en algunos casos casi imposible; y en aquellos usos más sencillos pueden aparecer muchas limitaciones técnicas, como las que aquejan al esperado y diletante coche eléctrico. Y todo eso sin contar con la larga discusión que se ha mantenido en este blog, dentro de la serie "Los límites de las renovables", sobre la incapacidad de los sistemas que actualmente se plantean, de llegar a cubrir más que una pequeña fracción de todo nuestro consumo de energía primaria (atención: de energía primaria, no de energía eléctrica).
En realidad, todo el planteamiento de grandes instalaciones de producción eléctrica renovable construidas con una gran fuerza industrial apoyada en combustibles fósiles y orientada a la distribución sobre una gran red eléctrica no es más que la quintaesencia del BAU; una vez más estamos hablando de un modelo orientado al control económico de las grandes corporaciones que, cuando quieren, barren de un plumazo cualquier aspiración de autoconsumo o producción a pequeña escala. Es un modelo ineficiente, basado en el crecimiento, que implica un gran consumo de energía fósil y de materiales y que, simplemente, nunca pasará de un nivel muy lejano al del consumo total de energía actual. En suma, los grupos que promueven con la mejor de sus voluntades este tipo de sistemas están, ellos sí, haciendo la cama a grandes intereses económicos. Además, focalizar el esfuerzo inversor de manera decidida en estos sistemas que probablemente acabarán siendo inviables (por costes de operación y de materiales) en unas pocas décadas implica, entre otras cosas, un elevado coste de oportunidad (pues seguramente salía más a cuenta invertir en proyectos menos megalomaníacos pero más útiles para el largo plazo) y una gran pérdida de resiliencia (ya que los recursos se emplean en mantener unas infraestructuras que cada vez costará más mantener, hasta hacerlas inviables) en un momento de degradación de la capacidad de inversión.
Igual que el economista clásico cree que el ingenio humano puede crear los recursos necesarios (cornucopia), el paladín de las renovables cree que el ingenio humano conseguirá indefinidamente sistemas de generación cada vez menos costosos y más eficientes (curva de aprendizaje). Ambas actitudes son la expresión acabada de un BAU que resiste a morir, y son ambas completamente infundadas, basada en una experiencia pasada de muy corto recorrido (150 años en el caso de los primeros, unas pocas décadas en el caso de los segundos). No existen fundamentos técnicos, científicos o lógicos que justifiquen ninguna de las dos hipótesis, ni la cornucopia ni la ilimitada curva de aprendizaje, y sin embargo se desdeña y ridiculiza a quien lo pone en cuestión.
El fanatismo en las posturas y la simplificación de las cuestiones complejas acaba llevando a plantear un debate sesgado, unidimensional: o se es partidario de las energías fósiles o se es partidario de las energías renovables de manera acrítica, con la actual configuración. Desafortunadamente el mundo es multidimensional, y hay otras direcciones en las que el debate puede moverse, ya que las dos propuestas dadas como alternativas no describen la realidad entera, y no son ni siquiera la mejor opción que tenemos.
No todo es ceguera ni todo está perdido. A veces conviene recordar que hay economistas que se toman muy en serio las limitaciones de nuestro sistema actual, y que en sus trabajos y modelos integran el sistema económico dentro del sistema ecológico del que formamos parte, y así consideran tanto los insumos como los residuos dentro del valor económico; esta gente, todavía un poco marginalizada pero con un peso creciente, están poniendo las bases de la teoría económica de nuestro futuro. Del mismo modo existen, aunque pocos, partidarios de las renovables que comprenden que los actuales sistemas son, como dice Pedro Prieto, sistemas no renovables de generación de energía renovable. Existen mejores maneras de aprovechar la energía renovable que la mera producción de electricidad a gran escala, y suele ser con sistemas que no requieren materiales complicados ni gran capacidad industrial; se trata de producir electricidad cuando sea necesario, y cuando no aprovechar más eficientemente la energía renovable con sistemas más sencillos y más eficientes, de alta TRE. Pero eso implica, forzosamente, una deceleración, puesto que la mayor causa de ineficiencia es la rapidez excesiva, el culto a la potencia que tan necesario es para mantener un sistema que todo derrocha.
La apuesta por el BAU renovable es sólo otra distracción para intentar mantener la economía del crecimiento, por mantener esa potencia, ese derroche, cosa que no será nunca posible. Pero tenemos conocimientos técnicos y medios para conseguir mantener un nivel de vida semejante al actual, sólo que más lento. Lo que realmente nos hace falta es construir un sistema económico que no priorice la creación de valor, sino asegurar el bienestar a la Humanidad. El problema no es técnico: es social. Es por eso que tenemos que pasar de la idea a la acción.