La gente
La gente, los y las votantes, no somos un terreno neutral. Somos un campo de batalla o un teatro o ambas cosas. En nosotras y nosotros se libran los combates y las representaciones. Hoy parece estar cundiendo una superstición acerca de “la gente”. Hoy hay miedo a expresar en público que a veces la gente puede tomar decisiones equivocadas. Y sin embargo, ¿cómo podría ser de otro modo? ¿Quién no se equivoca? ¿Quién no se arrepiente alguna vez?
Esta suerte de creencia en la última palabra de “la gente” no está lejos de aquella frase publicitaria: el cliente siempre tiene razón. “Déjame que te diga quién eres: eres el cliente, eres tú quien decide si ese café es bueno, quien decide lo que vale y lo que no... tú decides lo que es un éxito, lo que funciona.. y ¿sabes qué? Tú jamás te equivocas”. Palabra del Banco de Santander, palabras falaces que buscan adular y vender.
Pero si hoy, en una tertulia de televisión o en otro contexto, alguien pregunta: ¿Es que usted piensa que la gente es tonta, que la gente se ha equivocado al votar? nadie se atreverá a responder que sí a la segunda pregunta, por miedo a que le hagan cargar con la primera. La gente no es tonta, las personas no somos tontas, pero nuestras vidas son un campo de batalla. Existen la confusión, la angustia, la incertidumbre. El futuro nunca ha llegado y elegir hacia el futuro es una apuesta.
El capitalismo lo sabe. Es leninista cuando no desdeña la idea de que la conciencia también, siquiera también, viene de fuera. Anuncios, programas, noticias y objetos que traen consigo exigencias, obligaciones. Todo eso nos construye tanto como el libro que leímos en silencio o la amistad, como el miedo a perder el trabajo o a no tenerlo. Los contratos hacen conciencia, viajar dentro de un coche construye formas de ver el mundo. Decir que a veces algunas personas se equivocan es más razonable que decir que siempre tienen razón, que aciertan quienes votan a partidos que han legislado contra lo común durante décadas. Decirlo significa asumir que creemos que, en ciertas cuestiones, nos equivocamos menos. ¿Y por qué, si así no fuese, si no pensáramos que es posible una organización de la realidad más amable y menos cruel, íbamos a defender ciertas ideas y proyectos? Quizá lo que se quiere decir con “la gente” es que la verdad no la hacen sólo los votos sino que, para una subversión real, se necesitan también los cuerpos en movimiento, día tras día.