Qatar o cómo evitar la realidad por un rato

Desde hace varias décadas el rock, las drogas y el fútbol, a los que ahora podríamos sumar las redes sociales (ordene a su antojo estos cuatro jinetes del apocalipsis), son los pocos espacios que el sistema ha acondicionado para que los atribulados ciudadanos de estos tiempos podamos acomodar, aunque sea por un rato, nuestros fracasos y frustraciones para descansar el agobio, de saber que esa bestia sanguinaria llamada realidad nos espera allí afuera para seguir devorándonos.

Por Guadi Calvo

A nada de comenzar en Qatar la vigésimo segunda Copa Mundial de Fútbol, todos hemos acordado ignorar que aquí, cerca de todos, donde en poco todo será éxtasis y gloria, estamos a dos casilleros de una guerra nuclear mientras la crisis climática nos gana por goleada un partido que ya acaba y para peor, no tiene revancha.
Solo hay que preguntarse ¿cuánto más esperará Rusia para empezar una guerra en serio? O cuándo dejaremos de ignorar, como si fuese una fake news, aquello de las sequías y sus incendios, los diluvios y las inundaciones, el derretimiento de los casquetes polares y de las nieves eternas, el calentamiento de los océanos y la desaparición de los grandes lagos, queriendo creer que todo responde a un ordenamiento natural, como las mareas y las estaciones, sin asumir que las campanas doblan por nosotros.
Pero nada de eso es sustancial ahora, todo se va a postergar un mes porque estamos a nada de que la pelota comience a correr por los más espléndidos campos de juego que el hombre haya soñado jamás.
Y para que esos campos de juego verdeen de la manera inconmensurable que verdean, han sido regados con miles de muertos que en honor al dios fútbol, o a “es la economía, estúpido”, fueron inmolados en los fructíferos desiertos de Qatar.
Ya se han descrito hasta el hartazgo las aventuras que jugó el actual emir Tamin bin Hamad al-Thani, entonces príncipe heredero, quien, en un famoso encuentro en París en noviembre del 2010 logró convencer al presidente francés Nicolás Sarkozy y al exfutbolista y entonces presidente de la UEFA (Unión de Federaciones Europeas de Fútbol) Michel Platini, de lanzarse tras los votos europeos para conseguir que Qatar se convirtiera en la sede del mundial del 2022.
Más allá de que tal escándalo desatase lo que se conoce como FIFAgate, una serie de investigaciones iniciadas en primer lugar por una fiscalía de Nueva York por supuestos pago de sobornos, de más de cien millones de dólares, a dirigentes de la FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociación) para conseguir diferentes derechos de televisación, auspicios y publicidad para los Estados Unidos, el Caribe y América Latina. Y en segunda instancia la justicia Suiza, que en noviembre de 2015, por pedido de la propia FIFA, en un claro ejemplo de fuego amigo, investigó la compra de votos y lavado de dinero en relación con la designación de las sedes mundialistas de Rusia en 2018 y la de Qatar de este año. Si bien hubo detenidos y algunos siguen presos, la sangre no llegó a río, ya que solo con un cambio de nombres y de tutores, la corrupción y los negociados continúan imperturbables.
A cambio de aquella diligencia de Sarkozy y Platini el emirato, por intermedio de la Qatar Sports Investments, invirtió millones en el Paris Saint Germain (PGS), además de cerrar importantes contratos para la televisación de diferentes ligas de futbol europeo para el multimedio al-Jazeera, propiedad del Estado qatarí, lo que se cerró con multimillonarios acuerdos comerciales con Francia, entre los que se incluía la venta de 50 aviones Airbus A-320  para la Qatar Airways.
Confirmando los enjuagues de Francia y Qatar, hace unos días Joseph Blatter, el expresidente de la FIFA que todavía está siendo juzgado por el FIFAGate, declaró que la elección de Qatar “fue un error” y señaló a Platini y el negociado de los Airbus lo que posibilitó esa designación.
Así, Qatar se hizo con el primer mundial a jugarse en un país de Medio Oriente, árabe y musulmán, para lo que, dadas las temperaturas de junio/julio, de entre 40 y 41 grados y que con frecuencia llegan a los 44 grados, se ha trasladado a noviembre/diciembre, meses en los que las temperaturas se encuentran en un rango de 23 a 25 grados, con escaladas de hasta 37. El cambio de fechas fue un trabajo para nada sencillo de resolver y organizar, debido a las apretadas fechas de los campeonatos locales y copas internacionales de todo el mundo, lo que compromete a cientos de las principales estrellas integrantes de las selecciones participantes, pero al parecer el gas qatarí todo lo puede.
En referencia a los extraños negocios de la familia al-Thani, poco se ha recordado para estas fechas que el jeque Hamad bin Khalifa al-Thani, padre del actual emir, se vio obligado a abdicar a favor de su hijo Tamin en junio de 2013 cuando comenzaron a zozobrar las finanzas del emirato, dados los inconmensurables giros a las organizaciones terroristas, que con miles de combatientes bien pagos y mejor armados, invadieron Siria en 2011, guerra que todavía perdura y de la que emergió a principios de 2014 nada menos que el Dáesh.
Sangre barata
Más allá de las cifras escandalosas que ha dispuesto Qatar en estos diez últimos años, para la organización de este mundial, cercana a los 200.000 millones de dólares que se han ido en la construcción de siete nuevos estadios y la reconstrucción total de un octavo, todos con sistema de aire acondicionado en las tribunas donde podrán acomodarse sentados 80.000 espectadores, además de docenas de otros proyectos monumentales entre los que se incluyen la ampliación del aeropuerto de Hamad -con capacidad para recibir 200.000pasajeros al día- nuevas autopistas, transporte público, incluida una nueva línea de subterráneos, hoteles y una nueva ciudad que será la sede de la final de la Copa del Mundo para recibir al millón y medio de visitantes durante el mes del mundial, aunque solo existen 130.000 plazas de alojamiento en hoteles, cruceros y campamentos de lujo en el desierto. Las autoridades están pidiendo a la población que alquile habitaciones, lo que se calcula podría sumar unas 64.000 plazas más, que seguirán siendo muy pocas y nadie sabe cómo se maneja ese faltante.
Para todo esto, más allá de los fondos para financiarlo, que es lo que parece sobrar en Qatar, hicieron falta miles de trabajadores que debieron ser “importados” de países del sudeste asiático, principalmente de India, Pakistán, Nepal, Bangladesh, Sri Lanka, Filipinas y también de Kenia, lo que sumó a la población de un millón ochocientos mil residentes, de los que solo unos 250 mil son ciudadanos qataríes, el resto mano de obra, profesionales y técnicos a los que, bien anunciada la obtención de la sede en el 2010 se sumó otro millón de trabajadores de baja calificación conchabados por agencias laborales, con sueldos de entre 350 y 500 dólares, bajo lo que se conoce como el sistema de kafala (patrocinio o auspicio) en el que el trabajador que después de hacerse cargo del viaje y el papeleo previo (pasaporte, visas y permisos de trabajo) queda en manos de los antojos del empleador, quien además de retener el pasaporte impone todas las condiciones acerca de trabajo, horarios, tareas específicas, fechas de pago, e incluso la disolución del vínculo sin aviso previo, al tiempo que los trabajadores no tiene siquiera el derecho a renunciar, ya que se exponen a ser encarcelados o deportados sin ninguna compensación, debiendo abandonar el país estrictamente con lo puesto, a la anulación del permiso de residencia o denuncias por fuga.
Recién en 2018, por la presión internacional, Doha, anunció el fin del kafala, lo que en la realidad no se ha verificado y los obreros continúan expoliados literalmente hasta la extenuación. Existen denuncias de que en muchos casos los trabajadores han tenido jornadas de 20 horas a la intemperie, con poca agua y sin protección para las temperaturas que se acercaban a los 50 grados.
Debido a la sobreexplotación, la exposición a altas temperaturas y las pésimas condiciones de vida -los operarios viven en contenedores sin aire acondicionado y con precarios sistemas de higiene- empezaron a producirse muertes, cada vez más frecuentes, que tanto las autoridades del emirato como de la FIFA ocultaron, hasta que el número de fallecidos sobrepasó la operación de ocultamiento.
Hoy ya no hay dudas que en Qatar se ha cometido un genocidio a cielo abierto, atroz como cualquier genocidio más allá de las cifras que, según las fuentes, hablan de entre 6.500 y 15.000 trabajadores muertos hasta el 2019, aunque las cifras oficiales mencionan unos 500, explicando que es “una tasa de mortalidad, entre estas comunidades, que está dentro del rango esperado para el tamaño y la demografía de la población”.
Según los datos solo de India, Bangladesh, Nepal y Sri Lanka hubo 5.927 muertes de trabajadores entre 2011-2020. Por su parte la embajada de Pakistán en Qatar informó de otras 824 muertes de sus nacionales entre 2010 y 2020, y según algunos datos al menos 1.700 nepalíes también han muerto en Qatar desde 2010.
En estos cálculos no se incluyen las muertes de ciudadanos de Filipinas y Kenia, que aparecen entre los países que más trabajadores enviaron. Tampoco se han apuntado las muertes de los últimos meses del 2020. Qatar no ha investigado las causas de las muertes que, en su mayoría, son de hombres jóvenes en cuyas actas de defunción se anota burocráticamente “insuficiencia cardíaca aguda por causas naturales, muerte natural”.
Aunque algunas investigaciones dicen que las muertes las han producido lesiones múltiples por caída desde altura y asfixia por ahorcamiento, aunque muchos casos no se han podido investigar debido a la descomposición de los cuerpos. Así todo, según una investigación del periódico británico The Guardian, el 69 por ciento de las muertes entre trabajadores indios, nepalíes y bangladesíes se clasifican como naturales y entre los indios, la cifra alcanza al 80 por ciento.
Qatar no ha hecho caso a los pedidos de Human Rights Watch para que modifique la ley sobre autopsias para que se puedan investigar las muertes repentinas o inexplicables para que todos los certificados de defunción informen claramente la causa del deceso. Mientras tanto las muertes por covid han sido poco más de 250 entre todas las nacionalidades.
La lluvia de denuncias que ha caído sobre Qatar obligaron al emir, Tamim bin Hamad al-Thani, a denunciar “una campaña sin precedentes que ningún país organizador ha enfrentado”.
Mientras, ninguno de los países de los que son originarios los trabajadores muertos han condenado, al menos públicamente, al emirato ni han exigido explicaciones por temor a represalias, especialmente económicas, que el poder de Qatar podría implementar. Comunidades enteras de esos países dependen de las remesas enviadas por familiares que se encuentran trabajando en Qatar.
Los abusos cometidos por el emirato no solo los sufren los trabajadores o las naciones pobres que dependen mucho de esas remesas que llegan desde allí, también potencias como los Estados Unidos aceptan las condiciones, ya que el emirato produce la cuarta parte del gas mundial, unos 77 millones de toneladas de gas natural licuado al año y prometió a Washington elevar esa producción a 126 millones de toneladas para 2026-27, lo que no es un dato menor en el marco del conflicto en Ucrania y las sanciones rusas a Occidente. En vista de esta realidad Joe Biden nombró oficialmente en enero pasado a Qatar como un aliado estratégico fuera de la OTAN, una “distinción” con la que cuentan muy pocos países.
Pero todo lo escrito más arriba carece de importancia a partir del domingo día 20, cuando el mundo se acomode frente al televisor para evitar la realidad por un rato.

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
Fuentes: Rebelión

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