El clamor de la Tierra: Entrevista con Bruno Latour

Bruno Latour fue filósofo, sociólogo y antropólogo. Sus obras se han traducido a una treintena de idiomas, lo que le convierte en el autor francófono contemporáneo más leído del mundo: Sus trabajos sobre la crisis climática le han convertido en una figura mundial de la cuestión ecológica, es "el pensador que inspira al planeta", como le calificó  la portada del semanario L'Obs. Respondió a las preguntas que le planteé durante nuestra conversación con la fundada esperanza que da atender a cuestiones importantes, basada en casi 50 años de investigación, docencia, escritura y compromiso. Fue una entrevista compartida en el ocaso de su vida.

Por Antonio Spadaro, SJ

En muchas ocasiones usted ha elogiado en artículos o conferencias el carácter profético de Laudato Si' (LS). ¿Cómo ha cobrado importancia este texto del Papa Francisco en su investigación?
Bruno Latour:
El texto de Laudato Si me impresionó de inmediato. La encíclica se publicó el mismo año que la publicación de mi libro Face à Gaïa (Cara a cara con Gaia, Siglo XXI editores), demasiado tarde para tenerla en cuenta. Por mi parte, intentaba captar lo que llamo "una mutación cosmológica", que es también una mutación en las relaciones entre materialidad, espiritualidad y política, todo lo que pone en cuestión el cambio de las nociones de "mundo" y "naturaleza" en beneficio de la Tierra. Mientras leía Laudato Si' me sorprendió ver cómo la dimensión profética y escatológica de la nueva situación quedaba expresada de forma bella y completa en el texto del Papa Francisco. Contiene afirmaciones históricas no muy divergentes de la COP21 de la época.
Me conmovió profundamente la apertura profética y escatológica a temas por los que había desesperado un poco de conseguir que los católicos se interesaran. En toda una serie de temas, la encíclica ofrecía una oportunidad inesperada para lograr que se comprendieran mejor algunas cuestiones muy importantes de teología y comunicación. Hasta ese momento, la reflexión sobre la Naturaleza durante los tres últimos siglos había ignorado las intuiciones de la espiritualidad cristiana que la nueva situación ecológica necesitaba. Esto me atrajo. El texto interesó a mis amigos ecologistas, los exponentes de las llamadas "ciencias naturales", de un modo que abría claramente un nuevo diálogo que se había hecho imposible, quizá desde el siglo XVII.
P: ¿Qué hay en el texto que sintonice con la emergencia de la nueva situación cosmológica?
Bruno Latour:
Técnicamente, el punto clave es el de la nueva comprensión de lo que implica vivir. Al vincular el grito de la Tierra y el grito de los pobres, el Papa establece un vínculo entre ecología e injusticia, y también toma nota del hecho de que la Tierra, de alguna manera, se excita, puede actuar y sufrir: "Un verdadero planteamiento ecológico se convierte siempre en un planteamiento social; debe integrar las cuestiones de justicia en los debates sobre el medio ambiente, para escuchar a la vez el grito de los pobres y el grito de la Tierra. (LS 49).
La encíclica consigue devolver una dimensión cosmológica a temas que hasta ahora, desde el punto de vista de un cristiano, dentro o fuera de la Iglesia católica, se trataban en un plano moral. Siempre me ha llamado la atención la ausencia total del cosmos en la teología moderna. La dimensión cosmológica se había perdido, en general. De repente, con la crisis ecológica, el cosmos se impuso con una intensidad extraordinaria, a los cristianos como a todo el mundo.
Al mismo tiempo, hemos asistido a una segunda revolución bastante extraordinaria. Las llamadas "cuestiones sociales", como la pobreza, fueron reformuladas por el Papa en relación con esta reapropiación de las cuestiones cosmológicas. Se trata de una conexión que no tiene precedentes en la "metafísica oficial", en la que la Tierra no es algo que grita, y los pobres que se quejan de su condición no tienen ninguna conexión con este "grito de la Tierra".
Así pues, hay en esto una conmoción, una audacia de transformación que para mí significa que estamos cambiando de cosmología, es decir, de visión del mundo.
P: Usted pide un "Parlamento de las Cosas". Yo establezco la conexión con el grito de los pobres, que es también el grito de la Tierra. Son los portavoces del mundo. "Por eso la misma Tierra, agobiada y asolada, se cuenta entre los más abandonados y maltratados de nuestros pobres; 'gime con dolores de parto' (Rom 8,22)". (LS 2).
Bruno Latour:
La reconstrucción de una cosmología reintroduce el interés por las ciencias y elimina una espina clavada que la Iglesia ha tenido durante tres siglos: la de no saber nunca exactamente cómo relacionarse con las ciencias naturales. Esta es la parte que me parece más innovadora para las ciencias de la tierra. El impacto de estas nuevas disciplinas cambia muchas cosas: abren toda una serie de posibilidades; permiten hablar de que las ciencias ya no parten de lo que en inglés se llama "the view from nowhere" (N.T: la vista desde ninguna parte), que define un marco material, al que luego, si es necesario, se pueden añadir los elementos espirituales, estéticos y morales. De repente, la noción misma de materialidad ha cambiado, y esto permite resonancias. Misteriosamente, el Papa se ha dejado transportar a esta cosmología diferente que nos permite ver que el grito de los pobres y el grito de la Tierra están conectados.
P: A muchos católicos parece costarles entender cómo puede gritar la Tierra?
BL:
Es una metáfora eficaz; no es constitutiva; no es ontológica. Pero resulta que, desde la perspectiva de lo que yo llamo la "segunda revolución científica", tiene mucho sentido. Y es que los seres que componen la Tierra tienen cada uno su propio poder de acción, en la medida en que han creado con sus efectos involuntarios la frágil superficie del planeta donde residen todos los seres vivos. Esta acción abarca miles de millones de años -ahora lo descubrimos bruscamente- y provoca reacciones brutales contra nuestras actividades humanas en un periodo de tiempo muy corto. La larga historia de la Tierra y la corta historia de las sociedades humanas se encuentran en conflicto. Esta reacción de la Tierra provoca un cambio en un marco cosmológico cerrado desde el siglo XVII, a pesar de todas las revoluciones de la historia de la ciencia.
Así pues, este texto es una iluminación. No es que sea metafísico, pero llega en una situación nueva: la interdependencia de los seres que han ido constituyendo el mundo provisionalmente habitable en el que nos encontramos. Es profético.
P: Esto nos permite recordar que la Tierra es madre. "Laudato si', mi' Signore, Alabado seas, mi Señor, por medio de nuestra hermana, la Madre Tierra, que nos sostiene y gobierna... Esta hermana protesta contra el mal que le causamos..." (LS 1-2). Y esto sin ser New Age, sin caer en términos metafóricos.
BL:
Por desgracia, no hay suficientes personas que presten la debida atención a la comprensión de la revolución de las ciencias de la Tierra. La gente sigue viviendo en el mundo material tal y como se entendía tradicionalmente, porque sigue viviendo dentro de una concepción anticuada de la ciencia. Es descorazonador; no se entiende. No importa cuántas iniciativas haya...
P: Pero, ¿por qué no se entiende?
Bruno Latour:
Me gustaría saberlo. Cuando explicas que los seres vivos son los que construyeron las condiciones en las que se encuentran, se produce un cambio. La Tierra, y lo que mis colegas y yo llamamos la "zona crítica", no tenía condiciones especialmente favorables para la evolución de la vida. El cambio fue posible gracias a los propios seres vivos, que crearon esas condiciones. La Tierra no es viviente en el sentido de la Nueva Era o en el sentido simplista de un único organismo, sino que está construida, producida, inventada, tejida por seres vivos. No es un simple marco o decorado en el que se mueven los seres vivos. Cuando miro el cielo, su atmósfera, su composición, la distribución de los gases, todo ello es el resultado de la acción de los seres vivos.
El cambio de la cosmología ofrece la oportunidad de volver a escuchar algunas de las cosas que dice el Papa. El nuevo régimen climático y la conmoción causada en nuestra comprensión del mundo por las ciencias de la tierra abren una puerta en la que las realidades espirituales son ricas en significado para nuestra condición de habitantes de la tierra. La Iglesia se dejó invadir en el siglo XVII por una ciencia que no está en contacto con el mundo y que impone una concepción de la materialidad muy interesante para comprender el universo, pero que no tiene la perspicacia necesaria para entender lo que ocurre en la Tierra. El materialismo de los siglos precedentes -se constata con pena- es en realidad muy poco terrenal. Es importante volver a una concepción que corresponda a la experiencia de vivir en la Tierra. Somos vivos y mortales en medio de seres vivos y mortales que han constituido ese pequeño círculo, muy limitado y muy confinado, dentro del cual se ha desarrollado la historia durante 4.500 millones de años.
P: Si Laudato Si' no es bien recibida en algunos círculos cristianos, es porque la gente está todavía en una fase de reacción a una cosmología materialista y mecanicista, en la que la Tierra no es más que un telón de fondo. El Papa nos pide una conversión de perspectiva para comprender que la Tierra es como una madre y una hermana, y que estamos interactuando con ella. ¿Sus colegas también entendieron así el texto?
BL:
Es necesario leer, discutir, y esto nos induce a razonar de otra manera, gracias a esa otra aportación de Laudato Si', el vínculo con los pobres. Si se establece la conexión entre las cuestiones sociales clásicas de la desigualdad y la cuestión cosmológica en el sentido que acabamos de definir, no hay escapatoria. Cuando se hablaba de cosmología, las cuestiones sociales no tenían nada que ver y podían considerarse algo secundarias. Pero si establecemos la conexión con la nueva situación cosmológica, nos encontramos en un espacio totalmente definido, ocupado por los vivos. En consecuencia, se plantea la gran cuestión del Antropoceno: los seres humanos industrializados ocupan un lugar extraordinario en esta historia. Entonces, la cuestión fundamental de los pobres cambia completamente de sentido, porque ya no se trata de un problema residual. Esto se traduce en muchas cuestiones, como la pérdida de cosechas, la contaminación y las malas condiciones de vida. Fundamentalmente, se trata de una nueva situación. Esta vez somos conscientes de la cuestión social.
Según el planteamiento del siglo XX, aún teníamos tiempo. Siempre se podía decir: las cosas se arreglarán, la cuestión social es muy importante. Ahora hemos pasado a la dimensión del espacio, y este espacio es reducido, frágil y activo, reacciona a nuestros movimientos a toda velocidad. En cierto modo, esto pone en primer plano la cuestión de la pobreza y la desigualdad de una manera mucho más fuerte. Esto se describe muy bien en uno de los capítulos de Laudato Si'. Las personas que viven en situaciones ecológicas ya de por sí aterradoras no sólo son pobres, sino que también sufren la miseria ecológica. En cierto sentido, esto es cierto también para los ricos. El mundo está devastado para todos, pero los ricos tienen medios para huir y esconderse, como Caín. El problema es que hemos tardado mucho en modernizarnos, unos tres siglos, y ahora comprendemos que al hacerlo estamos dañando el planeta. Es traumático.
Sorprendentemente, mientras la Iglesia lleva casi 120 años planteándose la cuestión de la modernidad, ¡el propio proyecto de modernización se está derrumbando!  ¿Debemos o no modernizarnos? Nos acercamos ahora a una situación en la que la incertidumbre sobre la cosmología es compartida por todos y en la que el proyecto de modernización está en entredicho en todas partes.
P: Tenemos que volver a aprender a movernos en el mundo en el que estamos, mientras que la tentación es sermonear sobre el medio ambiente o la moral política en abstracto, permaneciendo fuera de contacto con el mundo. Mientras tanto, el nuevo régimen climático y la ciencia del clima nos instan a estar atentos a la masa de seres que componen nuestra Tierra, nuestro "hábitat". ¿Se hace esto en los talleres que usted organiza?
Bruno Latour:
¿Qué nos permite sobrevivir? ¿Cuáles son nuestros medios de vida? ¿Cómo se ven amenazados? ¿Qué estamos dispuestos a hacer? ¿Qué hacemos para resistir?  Son preguntas muy sencillas de concienciación y orientación, pero abordarlas colectivamente, sin tratar de averiguar inmediatamente si debemos o no construir parques eólicos, si debemos o no clasificar nuestros residuos, tiene efectos verdaderamente terapéuticos. En nuestros talleres tiene lugar el intercambio colectivo de descripciones de nuestras condiciones de vida. Es el primer paso hacia una articulación política para expresar intereses comunes.
Hemos organizado estos talleres en muchos contextos: ayuntamientos, parroquias, ciudades, el campo... Al principio, los participantes dicen que sobreviven gracias a cosas completamente abstractas, pero, en la tercera o cuarta sesión, se convierten en factores concretos. Puede tratarse de una granja cuyo suministro de agua está contaminado porque hay un lavadero de coches al lado. O alguien que tiene una enfermedad cuya causa se desconoce, y se inicia una larga investigación para averiguar si está relacionada con la alimentación o no. Cada vez vemos un efecto terapéutico, un efecto de la conversión que nos permite dar un paso adelante.
P: También hay toda una dimensión de trabajo sobre las emociones...
Bruno Latour:
Sí, las pasiones que se asocian a la política actual son pasiones muy antiguas, muy tristes, muy estrechas, inadaptadas a la cuestión ecológica, que requiere interesarse por muchas cosas extrañas, como los paisajes y los ecosistemas.  Así que también trabajamos mucho con métodos artísticos para reactivar capacidades básicas de expresión que habían desaparecido por completo. El aislamiento de los individuos hoy en día es tal que ni siquiera pueden ser ciudadanos. Un ciudadano es alguien que ve a otros ciudadanos y se relaciona con los demás. Intentamos recuperar la capacidad de escuchar y la capacidad de moverse por el espacio. Son cosas absolutamente básicas, pero esenciales. El objetivo no es discutir el drama de la situación -no sé qué será de mi nieto de dos años-, sino "encarnar" nuestras existencias. Los participantes deben preguntarse: ¿qué puedo hacer?
P: ¡Verdaderos ejercicios espirituales!
Bruno Latour:
Los talleres "¿Dónde aterrizar?" o los de los Bernardinos son ejercicios espirituales o ecológicos de liberación: nos exorcizan el modernismo y cierta dominación. Son dispositivos escatológicos, porque allí hay que tomar decisiones. Una vez más, el espacio prepara mejor que el tiempo la liberación. En este momento, ¿qué se está haciendo? El problema es que todos estos ejercicios, que son ejercicios de "encarnación", no siempre se consideran ejercicios espirituales. Esta es la dificultad. De ahí vienen las críticas: ¿por qué se ocupa el papa de asuntos que no son "religiosos"? Algunos se preocupan por el número de niños en las clases de catecismo, ¡pero no por la desaparición de los humedales! No es evidente que la cuestión de los humedales y la de los niños en las clases de catecismo estén envueltas en la misma cuestión espiritual, y que ésta entre poco a poco como la definición misma de lo que es ser cristiano. Sin embargo, ¡se trata de cuestiones de encarnación!
P: ¿Qué lecciones ha sacado de este encierro mundial debido a la pandemia?
Bruno Latour:
Publiqué un libro para dar una advertencia. Cuando salgamos del confinamiento sanitario, entraremos en el confinamiento planetario. Hemos cambiado de lugar. No estamos en un espacio infinito; estamos alojados en una situación en la que los seres humanos son ahora una poderosa fuerza geológica. No te imagines que al salir del confinamiento médico estarás "desconfinado" para siempre. El confinamiento es de por vida. Es un poco angustioso al principio, pero es una forma de decir: aquí es donde vives, aquí es donde los vivos siempre han vivido, aquí es donde los vivos vivirán para siempre. No hay escapatoria.
El espacio, y ya no sólo el tiempo, se convierte en el horizonte apocalíptico. El momento de la decisión es ahora, precisamente porque no hay otro espacio en el que uno pueda imaginar proyectarse después, como si todos los actos de caridad que no se han hecho en el presente se hicieran en el futuro. No, es ahora, como en el Evangelio; es ahora. Es una idea muy simple,  donde también hay una especie de poder de evocación o de posibilidades ofrecidas por el hecho de que disponemos de ciencias de la Tierra, renovadas hasta cierto punto, que reabren y definen un espacio-tiempo y una cosmología, dentro de los cuales se plantean de forma nueva todas las cuestiones de la predicación cristiana.
El tema del confinamiento es un poco negativo, pero lo que interesa es lo terrestre, expresión que intento hacer comprender ampliamente: somos seres terrestres, seres vivos mortales, y esto es lo que tenemos que tener en cuenta. La Tierra no interesa a los modernos, ni a los creyentes, ni a los indiferentes. Esta es también una de las razones por las que algunas personas tienen problemas con Laudato Si'. ¿Por qué se interesa el Papa por cuestiones como la salud de los ecosistemas? Primero, no es un tema religioso, y segundo, no es muy interesante, al menos no tanto como escaparse a Marte. De hecho, para interesarse por él, hay que haber experimentado ya el cambio. Por eso son necesarios los ejercicios, porque de repente la gente cambia de perspectiva y dice: "¡Ah! ahí estoy yo". Cuestiones de defensa del medio ambiente que parecen abstractas y abrumadoras, dada la inmensidad de los problemas, de repente se vuelven concretas: este es el mundo en el que están.
P: ¡Es extraño que haya que insistir tanto para ser "materialista"!
Bruno Latour:
¡Deberíamos haberlo sido durante la época moderna! En realidad, no lo fuimos en absoluto. Nos desmaterializamos y pensamos en un mundo abstracto, que tiene muchas funciones útiles dentro de las redes científicas, pero no es la Tierra. Con la nueva situación ecológica, volvemos a la Tierra.
Esto plantea una pregunta a los creyentes: ¿cuál es el impacto en la historia de la salvación? La cuestión de fondo es muy interesante: después de la Edad Media, después de la Edad Moderna, hay un nuevo período en el que la Iglesia puede establecerse en términos de relaciones cívicas completamente renovadas con otros modos de existencia, y no tratar de instalarse en una moral, una política, una ciencia... En esto hay un enfoque digno para la teología. No sé por qué, pero siento más que otros lo difícil, si no imposible, que es hablar de tales cuestiones religiosas a mis allegados o a mis contemporáneos. ¿Qué puedo hacer para que esas palabras sean accesibles? Al fin y al cabo, ya no se sabe si se trata de creer en una cosmología o de escuchar una palabra de conversión. Es cierto que la palabra de conversión actúa por sí misma: es como el agua; llega a todas partes, a todas de las grietas, pero en cualquier caso la predicación debe ser accesible. El Papa Francisco abre una brecha con su texto.
P: Usted lleva más de cincuenta años investigando en este campo: ¿cuál es el sentido de lo que ha vivido, si piensa en su trayectoria?
Bruno Latour:
Simplemente me he dado cuenta de una cosa: la verdad tiene varios modos, que los modernos han descubierto, y no saben qué hacer con ellos. Mi descubrimiento filosófico consiste en haber explorado sistemáticamente durante 50 años estos diferentes modos de verdad.
Hemos admitido, hemos aprendido, hemos comprendido el extraordinario poder de la verdad científica, la extraordinaria necesidad de la verdad política, el formidable poder de la ficción; y ahora, con la ecología, la formidable, esencial y sustancial existencia de la reproducción de los seres. Ahora se abre una posibilidad, antes cerrada, de apoyar también la verdad religiosa.

Fuente original: La Civilta Cattolica - Por Antonio Spadaro, SJ - 19 de mayo de 2022 - Publicado en:  https://www.climaterra.org/post/el-clamor-de-la-tierra-entrevista-con-bruno-latour

Entradas populares de este blog

Francia: ‘Mi orina contiene glifosato, ¿y la tuya?’ Denuncia contra el polémico herbicida

Sobre transgénicos, semillas y cultivos en Latino América

Antártida: qué países reclaman su soberanía y por qué