¡No hay tiempo, Peak!

Por fin, después de muchos años escribiendo un blog marginal, encaraba la calle Bailen hasta la Plaza de la Marina Española. Llegó el día en el que todo el mundo de habla hispana escuchará lo que nunca antes pudo oír. En nada, me voy a ver delante de luces y taquígrafos, cámaras, micrófonos, pantallas táctiles… Les contaré sobre energía, desde un punto de vista nunca antes tratado en plaza pública y mucho menos delante de algunas de sus señorías del Senado. Tan solo debo acordarme de aclarar la voz, ajustarme la mascarilla, comprobar el pendrive y la nube de acceso. El guion lo conozco a la perfección, lo escribí yo mismo diez años atrás y prácticamente nada ha cambiado. Lo he repasado mil veces, discutido, contrastado, y no hay duda, esa era y es la verdad. Una verdad que es urgente que se revele, ya que de ella, de esa verdad largamente archivada, depende el futuro de mis hijos y de todos los hijos del momento.

Tony Algarrobo

El camino hasta llegar a ese exclusivo lugar de discusión y decisión fue largo y lo preparé a conciencia. Era mi momento de servir a la noble y simple verdad. No pensaba recorrer los kilómetros que me separaban del centro de la Península Ibérica en puente aéreo y tampoco me hacía ilusión coger un tren que se me antojaba demasiado rápido como para seguir llamándose tren. Quizás pudiéramos llamarlo GCEN (gran consumidor de energía nuclear). La palabra tren es demasiado antigua para encuadrarla en ese vehículo de escotillas herméticas, capaz de superar los 300 km/h, que en su construcción ha reventado montañas, secado manantiales y partido vegas fértiles.
Tenía días de asuntos propios, había esperado casi quince años para poder expresar mi diagnóstico y pronóstico de la realidad y no me apetecía que mi viaje fuera tan veloz y fugaz como fue aquel Concorde.
Me hubiera encantado, pero por razones obvias descarté el velero. En cuanto a la bicicleta, tengo que confesaros que no estoy en plena forma y aunque en versión eléctrica las cuestas arriba podrían resultar mucho más sencillas, la realidad es que no confiaba en su autonomía para un viaje tan largo.
Se compra caballo o similar que se dirija al matadero con intención de salvarle la vida y hacer un largo viaje con él.
Sé que son muchos los equinos que una vez llegados a viejos, con espaldas y patas doloridas, se sacrifican ya que no son útiles en las hípicas ni para los distinguidos clubs ecuestres, pero para mi viaje podría resultar muy válido y concluí que podía ser buena idea. Siguiendo la rápida respuesta a mi anuncio me desplacé hasta Sant Adriá de Besos, en donde encontré al animal atado a una farola en la entrada de un portal de no menos de sesenta viviendas, unidas a otras de las mismas características. De aspecto viejuno, pero todavía con mirada traviesa y vitalista sería mi compañero de viaje si llegaba a un acuerdo con el vendedor. Enseguida se presentó su dueño, que casi sin saludar, me contó de la nobleza del asno y de sus proezas de juventud recorriendo todo Sant Adriá con su amoladora de cuchillos, tijeras y de todo artilugio al que se le pudiera sacar un filo. Con un gesto rápido hizo como si me mostrará sus dientes y con otro movimiento veloz me enseño las patas del burro recién herradas por él mismo.
Me convenció y se lo compré junto con un serón de esparto de Calasparra, una albarda rellena de paja de centeno y acepté, por 15 euros más, un sombrero de palma hecho en tierras del Ebro.
Peak, que así se llamó a partir de aquel día, me serviría para llevar el equipaje, no para la monta; a pesar de que su dueño me aseguró que mi peso para él era como para mí el de una garrafa de aceite.
Cañadas reales, vías pecuarias, Caminos de Santiago, GR, antiguas veredas, nuevas vías verdes… transitar por esos caminos junto a Peak resultaba una aventura que en muchos tramos llegó a emocionarme, y eso que no soy persona de lágrima fácil. Otros tramos fueron ideales para hundirme en la reflexión:
¿Quién come trigo? ¡Vaya, otro gran problema a la vista! Las cosechas van menguando y el precio del trigo no deja de subir; luego dirán algunos que todo marcha normal y bien.
¿Quién come trigo? Porque yo trigo no como —respuesta de un colega de trabajo.
¿Es posible tener compañeros investigadores que ignoren que el trigo, ese grano que a menudo se convierte en harina, está en casi todo lo que ingerimos? Incluso los lácteos o los huevos dependen de ese cereal indispensable para la alimentación de toda Europa, Oriente Medio y norte de África.
¿Acaso sus señorías sabrán de la importancia del trigo? ¿Conocerán algún agricultor que se dedique a su siembra? ¿Habrán tenido una semilla alguna vez en la mano?
Con el paso de los días fui descubriendo en Peak a un magnífico oyente que aparentaba atender a mis cábalas al compás de sus cascos repicando en las piedras del camino. Si sus señorías desconocieran la importancia del trigo y de la tierra que lo propicia, fácil sería que ignorasen de dónde viene el agua que sale de sus grifos o adónde va cuando se cuela por el desagüe después de la cotidiana ducha. ¿Sabrán de lo importante que es el cobre para todo lo electrificado y que su extracción está llegando a su pico? ¿Conocerán el camino que recorre la electricidad hasta llegar a los enchufes de sus casas? No quisiera estar en el lugar de los políticos cuando sepan todo lo que tengo que contarles…
Peak me sacó de esos pensamientos al acelerar de repente su paso y es que, sin yo verla ni escucharla, mi compañero de camino había olido el agua y, por lo visto, tenía sed.
Algo importante estaba cambiando en esta primera semana de viaje. La salida desde Barcelona fue un suplicio de carreteras, puentes, túneles, rondas, rotondas, cruces y todo tipo de obstáculos entramados como un laberinto de cemento armado y alquitrán. Todo parecía diseñado para el dueño del espacio público urbano, el coche. Sin embargo, una vez lejos de esa jungla asfaltada, Peak parecía más joven y aun más vitalista que cuando lo encontré atado a la farola. Él había sido un burro urbano casi toda su vida y yo, en algunos sentidos, también me veía así, pero al ritmo de los pasos ambos nos rejuvenecemos y recuperamos la forma física.
Hasta aquí me había ayudado del Camino de Santiago catalán, ahora Peak y yo progresábamos por el aragonés. Volví a ponerle el pesado serón a Peak para reanudar la marcha; llevaba muy poco equipaje, ya que la ropa y el laptop para el gran día ya debía estar en casa de mi colega Fernando. Él, antes que yo, tuvo oportunidad de dirigirse a los del legislativo para contarles cuatro verdades sobre el clima y lo que nos espera… Aunque yo ahí prefiero no entrar, no es mi tema.
Llevando ligeramente sujeto a Peak por la cabezada y al ritmo de sus pasos nos adentrábamos en Los Monegros, un lugar que antaño fue un gran bosque de pino y antes quizás de encinas, antes de ser completamente deforestado para hacer carbón, raíles, barcos… Me estoy acordando de mi León natal, que aunque nunca llegó a tanto como la vecina Castilla, también sufrió los excesos propios del humano, enfermo de avaricia e inconsciencia.
En los setenta, miles de hectáreas de este desierto se empezaron a regar gracias a los milagros de una técnica y de una ciencia a sueldo todavía de aquellos enfermos antes mentados. Caminamos entre campos de alfalfa y me cuesta un poco que Peak entienda que no es para él. Campos de alfalfa en un lugar donde la pluviometría apenas daría para cebada, si el suelo se hubiera conservado, que tampoco es el caso. Esta verdura, fuera de lugar, no es para Peak, ni para ningún otro equino europeo, sino que será procesada y enviada a Arabia Saudí. Todo normal, ¿no?
Seguimos andando paralelos a una autovía y percibimos cada adelantamiento como una bofetada a 120 km/h. ¿De verdad nos beneficia en algo desplazarnos a 120 Km/h?
Claro que tantos vehículos a tanta velocidad (por tierra, mar y aire) es la causa principal de que hoy las reservas de petróleo estén ya en descenso a nivel mundial. En este sentido, le cuento a Peak que el coche eléctrico no va a ser la solución ya que, aunque vaya impulsado por energía renovable, para su fabricación es necesaria energía no renovable, así como cantidad de materiales que ya están escaseando. Peak rebuzna por primera vez desde que partimos, como si le hiciera gracia la torpeza que a veces demostramos los humanos.
Entramos en la provincia de Guadalajara con mi ánimo un tanto bajo, pues pienso que tan solo soy un simple físico, y quizás todo esto sea un disparate. Sin embargo, recular ahora sería imperdonable; debo llegar a Madrid y soltarlo todo.
—Buenos días, señor, ¿cómo va el ganado?
—El ganado bien, pero ¿qué hace por aquí con esta bestia?
—Voy a Madrid para intentar informar a los políticos y que hagan algo en consecuencia antes de que sea tarde.
—¿A Madrid va usted en burro? —sonrió el pastor con sorna no disimulada.
—Bueno, son mis vacaciones y quería experimentar la vida de los antiguos arrieros, trashumantes y peregrinos que anduvieron por este y tantos otros caminos hasta no hace tantos años.
—Ya, ya, ya; bueno, hombre, bueno, yo aquí con mis ovejas echando el día y usted a Madrid en burro. Véngase usted a la majada y me cuenta su historia mientras hago unas migas, que uno esta muy harto de comer solo todos los días.
Juan encendió una lumbre con leña y se arrancó:
—Soy el último pastor de la zona y por los alrededores los pocos que quedan están más viejos y cojos que yo. No viene nadie atrás. El campo se queda abandonado y luego todo el mundo las manos a la cabeza cuando arde el monte. Algún día se acordarán de la lana. Este ganado es una mina de comida, abrigo y abono desperdiciada y despreciada… —continuó largo rato y concluyó de repente lo que ya resultaba la clásica letanía rural.
—Dígales esto también a los de los sillones del Senado, que luego seguro que les gusta comer un buen cordero… Si es que va usted a verlos, porque todavía no me lo creo.
En algún momento se me pasó por la cabeza ser yo el relevo de Juan. Quedarme allí, aprender, cerrar todas las investigaciones pendientes y ser un sencillo pastor para alimentar a la Tierra y a la humanidad de una manera verdaderamente sostenible, como la historia confirma. ¿Pedir una excedencia, quizás?
Nos fuimos del lado de Juan con la panza llena pero con un nudo en la garganta por la sencilla claridad y firmeza de sus reivindicaciones. ¿Qué clase de personas podía estar apostando por macrogranjas en lugar de formar y motivar la ganadería extensiva con pastoreo ligada a la tierra?
Camino adelante, a pocos días ya de visualizar la boina de contaminación sobre el cielo de Madrid, nos adentramos en un huerto solar que, más que huerto, era un monocultivo de paneles solares. Durante muchos minutos ese fue el paisaje: estábamos en el campo, pero sin campo, es decir, sin personas, sin halcones, ni águilas, sin árboles, ni tan siquiera hierba para que Peak siguiera alimentándose. Solo un sórdido silencio que rompía de vez en cuando la fotocélula mandando al motor a orientar el panel.
¿Cómo era aquello Peak? Ah, sí, “Renovables sí, pero no así”. Ni una vivienda a la vista. ¿Cuántos kilómetros de líneas de cables hasta el destino?
Tan importante como hacer que todo lo eléctrico funcione con renovables es proteger y fomentar una agricultura y una ganadería que garantice la alimentación de todo el mundo, hecho que en nuestras latitudes hoy damos por sentado, pero que puede cambiar rápidamente. No creo que estemos en condiciones de sepultar ni un metro más de tierra fértil bajo asfalto o bajo placas solares.
¿No crees, Peak? No rebuznes, no, que aquellos enormes ventiladores no los han puesto para enfriar la tierra en verano. Son, cómo te diría yo… igual que lo que te he contado de los paneles solares, pero con más ruido y más costes de mantenimiento y fabricación. Algún día, no muy tarde, solo serán basura contaminante .
Estoy a punto de entrar a la cita que tengo en la comisión del Senado con sus señorías, por lo que me voy a ahorrar contaros como fue la entrada a Madrid con Peak; me pondría de muy mala leche. Peak está bien, después de identificarme con la autoridad una docena de veces y llamar a una de sus señorías para que el agente me creyera, le conseguí un box grande en un club ecuestre de Galapagar. No va a disponer de hierba verde como la del camino, pero sí de heno de buena calidad y agua fresca. Luego irá a un refugio en Rute.
— Hola, buenas tardes, les agradezco que me hayan invitado a participar…
Se terminó, poco más de veinte minutos no eran suficientes. He tenido que desembuchar sin ni siquiera pegar un trago al agua, porque entre que te quitas la mascarilla, bebes y te la vuelves a colocar, se te van un par de minutos o tres. Poca audiencia presencial, muchos bostezos, miradas al teléfono, cuando no al techo.
Tengo la sensación de que sus señorías no van a cambiar nada de lo que ya tienen en sus guiones prescritos, y no harán nada que pueda molestar a las poderosas energéticas. Siento como si lo que les he contado no fuera con ellos, se sienten ajenos al destino del mundo, y lo peor es… que no hay tiempo.
Con estos oscuros y realistas pensamientos salía del Senado cuando en la puerta me encontré a miles de personas en silencio portando pancartas que decían cosas como:
No hay tiempo
Soberanía alimentaria
Por un campo agroecológico
No somos mercancía en manos de bancos y energéticas
Nunca más el dinero por encima de la vida
Más ética y filosofía, y menos economía
Por la Biodiversidad
Suelos vivos
Paz y desarme
Con la comida no se juega
Renovables sí, pero no así

Me mezclé con la gente sin ser reconocido, salvo por un periodista que me tenía muy calado y quiso hacerme unas preguntas. Intenté responder, pero no podía articular palabra. Todavía tenía un nudo en el estómago por los nervios pasados en la sala; nudo que la alegría y determinación de la calle me quitaba, pero la garganta seguía cerrada por la sorpresa y la emoción que desbordaban de lágrimas mis ojos.
Seguí leyendo las pancartas y camisetas:
Poetas, es hora de arrimar el verso
Derechos humanos y de la Tierra
Libertad para respirar aire limpio
Lo insostenible no puede ser sostenible
Ruralismo o barbarie
Por la defensa de los caminos públicos
No a la tiranía del automóvil, tampoco eléctrico
El agua es del pueblo, no de las empresas
Abrázame hasta que nuestros dirigentes escuchen a Turiel


TONI ALGARROBO: Oficial de segunda en el ramo de la metalurgica, maestro de primaria y payés sin tierra. Entretanto consigo tierra, siembro letras en un papel fertilizado con ilusiones e intenciones de que germinen cuentos educativos que reproduzcan valores naturales y den frutos saludables.  - Fuente:    - Imagen de portada: Cláudia Salgueiro
        


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