Un aviso rabioso y dolorido
Prólogo de ‘¿El final de las estaciones?’, de Juan Bordera, Antonio Turiel y Fernando Valladares: Habitamos un mundo extraño en el que las convicciones y creencias sobre las que se han construido las políticas, las economías y las vidas cotidianas durante los últimos siglos hacen aguas. En una cultura como la occidental, supuestamente emancipada de la Tierra y del resto del mundo vivo, el tratamiento de los “problemas ecológicos” ha sido abordado como una cuestión ética e incluso estética que no atañía al orden social. En los últimos años, una buena parte de la sociedad empieza a darse cuenta, con incredulidad, de que en realidad lo que llamamos naturaleza constituye un agente económico y político con el que no se puede negociar, y que lo que está en juego es cómo sobrevivir con dignidad en territorios amenazados.
Por Yayo Herrero
Un nuevo orden ecosocial comienza a organizar todas las afiliaciones políticas y sociales. Incluso las de los que niegan la mutación climática o los límites, rechazan los conceptos pero no pueden dejar de hablar de agua, calor, fiebre hemorrágica epizoótica, incendios, pérdida de cosechas, subida de los precios de los fertilizantes, materiales de construcción o minerales e inestabilidades en los suministros.
Formamos parte de una trama de la vida en la que todo se interconecta y al hacerlo genera las propias condiciones de vida para todos. No es magia ni mística. Es química, son señales térmicas, son relaciones interdependientes, de simbiosis, fruto de un proceso de ensayo y error que comenzó hace casi 4.000 millones de años y que tiene como principal finalidad el mantenimiento de la vida.
No hay economía, ni tecnología, ni alimentos ni energía fuera de la trama de la vida. No hay vida humana fuera de la trama de la vida. Sin embargo, la sagrada trinidad que forman la combinación de la energía fósil, la tecnología y el capitalismo posibilitaron temporalmente materializar el sueño de la desconexión a costa de mutar los territorios en zonas de sacrificio y muchas vidas humanas en mero recurso o desecho. El capitalismo y la tecnociencia se aliaron para crear la promesa de que todo el mundo podría vivir bajo las bondades de un modo de vida que solo era viable físicamente para algunos.
La desmesura extractiva y de generación de residuos está provocando la mutación descontrolada en términos humanos del funcionamiento de la biosfera. Lo que llamamos crisis ecológica afecta a la humanidad entera. La cuestión ecosocial no es un aspecto colateral de la política o la economía. Es el contexto físico que define y rodea el orden social y económico en su totalidad y tensiona brutalmente un orden económico que tiene una sola prioridad: el crecimiento y la acumulación expansiva de capital.
Este libro que tengo la suerte de prologar compone parte del complejo mosaico que se necesita para comprender el momento que estamos viviendo y pensar cómo poder actuar en él.
Los textos corresponden en su mayoría a reflexiones de Juan Bordera, Antonio Turiel y Fernando Valladares, acompañados por las voces de otros autores y autoras como Agnès Delage, Alejandro Pedregal, Alberto Coronel, Irene Calvé Saborit, Alfons Pérez, Marta García Pallarés, Javier de la Casa, Fernando Prieto, Ferrán Puig Vilar y la del propio Dennis Meadows. Todas estas personas y, por supuesto, los tres autores principales, son referentes a la hora de analizar las complejidades y aristas de la crisis ecosocial y del colapso, mutación, desmoronamiento o largo declive –quizás no tan largo– del orden civilizatorio dominante. Llamo civilización a una sociedad compleja definida por su forma de organización, sus instituciones y su estructura social, su tecnología, la forma de relación con los recursos disponibles, así como a las utopías, anhelos y sueños que proyecta.
Los textos que componen este libro cumplen varios propósitos. Hay algunos fundamentalmente pedagógicos, que acercan a las personas las dimensiones más complejas del caos climático, los límites de tecnologías como el hidrógeno verde o la generación de energía a partir de la fusión. Otros tratan de relacionar fenómenos como la guerra, las migraciones o el genocidio de Gaza. No para establecer una determinación o causalidad entre ellas, pero sí para mostrar relaciones y complejizar análisis con frecuencia desconectados y simplificadores.
En este prólogo sólo se mencionan algunos de los aspectos que me han resultado más relevantes y presentes en todos los artículos, aunque son muchas más las cuestiones de interés y debate.
En primer lugar, estos textos alertan del desastre global que puede suponer la gestión capitalista de la crisis ecosocial. La situación es seria en sí misma, pero lo que resulta letal es que la prioridad sea mantener el crecimiento y los beneficios como sea.
El orden político dominante se está reorganizando para manejar las contradicciones explosivas de un capitalismo global en crisis. Se está transitando hacia formas de control social coercitivo. Surgen proyectos autoritarios, algunos explícitos y otros más o menos camuflados, que tratan de responder a la crisis mundial. Las élites dominantes tratan de mantener bajo control a quienes sienten miedo, ira y malestar.
El capitalismo responde a la crisis ecosocial creando un estado policial y de vigilancia a escala mundial que controle posibles protestas, revueltas populares o insumisiones al statu quo. Lo cierto es que las desigualdades son cada vez más agudas y la concentración de la riqueza y del poder es cada vez mayor. La humanidad considerada sobrante crece a pasos agigantados. Por ello, el control social, la vigilancia y la represión son cada vez más urgentes para las élites.
En un contexto de translimitación, el capitalismo mundializado ha “perfeccionado” los mecanismos de apropiación de tierra, agua, energía, animales, minerales, urbanización masiva, privatizaciones y explotación del trabajo humano. Los instrumentos financieros, la deuda, las compañías aseguradoras, y el entramado de leyes y tratados internacionales allanan el camino para despojar a los pueblos, destruir los territorios, desmantelar la red de protección pública y comunitaria que pudiese existir y criminalizar y reprimir las resistencias que surjan.
A la acumulación por desposesión que enunció David Harvey se une lo que William Robinson ha denominado “acumulación por represión” en Mano dura. El estado policial global, los nuevos fascismos y el capitalismo del siglo XXI. Guerras de baja intensidad y alta intensidad, represión, fronteras militarizadas, guerras contra las drogas, los migrantes, el terrorismo, las minorías raciales y religiosas… El conflicto social se convierte en una oportunidad para acumular capital. El Estado policial global se convierte en la fuente de beneficios.
Gaza es un ejemplo de lo que las élites hacen para controlar a la humanidad que consideran sobrante. Inglaterra colonizó Palestina y se la cedió a Israel, que ocupó militarmente Cisjordania y Gaza. Hasta hace poco, los palestinos eran la mano de obra barata que Israel utilizaba. La nueva estrategia es la explotación de mano de obra just in time, que en cualquier momento puede ser deportada, que no tiene derechos económicos o políticos. Así que Israel, con el apoyo de Estados Unidos y la permisividad de los gobiernos europeos –no de sus poblaciones– extermina y masacra a la sociedad civil en un genocidio televisado.
Una segunda cuestión relevante es la que tiene que ver con la desobediencia y la represión del activismo. Los artículos de este libro hacen una fuerte defensa de la desobediencia civil como estrategia de lucha. De hecho algunos de sus autores participan en movimientos como Rebelión Científica o Extinction Rebellion, que junto a Futuro Vegetal están sufriendo el acoso judicial y el intento de amedrentamiento, de momento a través de denuncias y detenciones.
Se expresa en uno de ellos:
“Necesitamos olas de desobediencia civil no violenta por todo el planeta para frenar las olas de calor que amenazan nada más y nada menos que a la vida en general. Si alguien conoce un método mejor y más efectivo, ya está tardando en ponerlo en práctica. Le ayudaremos”.
Yo diría que la desobediencia civil es clave, pero también lo es la organización de movimientos por abajo que además de la protesta se conecten con la reconstrucción y la autogestión, y que a la vez consigan funcionar como elemento de presión en las instituciones. La desobediencia sin brazo político u organización puede ser cooptada por la ultraderecha. En mi opinión, hay movimientos prometedores, pero aún muy lejanos de lo que necesitamos.
En tercer lugar, la propuesta que late en todos los artículos es la apuesta por el decrecimiento. Para hablar de decrecimiento es fundamental determinar qué es lo que ha de decrecer. Es la dimensión biofísica del metabolismo social. No solo es que se deba contraer por una determinada voluntad ética y política, es que decrecerá de todos modos por la superación de límites biofísicos. Esta cuestión está contundente y rigurosamente desarrollada en este libro.
Pero en contextos de decrecimiento material, para que las vidas se sostengan, hay partes del metabolismo social que han de crecer y complejizarse. Las sociedades y comunidades que se mantienen sobre relaciones de reciprocidad y apoyo mutuo, sobre el reparto y el cuidado corresponsable y compartido, con capacidades de autogestión y autogobierno y densamente relacionadas con los ecosistemas y seres vivos no humanos son extremadamente complejas. Esas relaciones complejas hay que construirlas y son antagónicas con las relaciones que se establecen en las sociedades capitalistas.
El decrecimiento es, para mí, por tanto, el contexto material en el que hay que desarrollar propuestas políticas complejas que se centren en garantizar condiciones dignas de existencia. Habrá decrecimiento material de todos modos. Puede ser un decrecimiento capitalista –que ya empiezan a nombrar– y monstruoso, que mantenga élites que siguen acumulando y que expulse masivamente vida humana y no humana.
O puede ser uno justo, de sociedades libres, justas y democráticas, que organicen la contracción material bajo el principio de suficiencia (entendida como el derecho a lo suficiente y la obligación de no tener más de lo necesario), una fuerte redistribución de la riqueza y el objetivo de sostener las vidas concretas dignas y con derechos. A este decrecimiento justo es al que aspiran los autores del libro.
Obliga a poner la garantía de condiciones de vida de las personas y la responsabilidad de la cobertura de las necesidades básicas en primer plano, con la misma importancia y detalle que otorgamos a la contracción material y reducción de la huella ecológica colectiva. No se trata de apuntar solo a un proceso de frugalidad individual generalizado –esa es la imposición del capitalismo–, sino a la reivindicación y construcción de derechos básicos para mucha gente que no los tiene.
Sin entender la magnitud y complejidad de la crisis ecosocial corremos el riesgo de que la forma política de abordar la contracción de la esfera material de la economía se centre en indicadores de emisiones de gases de efecto invernadero o tasas de retorno energético y olvide que lo que queremos sostener, además de la vida en su conjunto, son las vidas concretas. De no hacerlo, la transición ecológica será puro capitalismo enunciado como verde. Los análisis y propuestas ecofeministas, menos presentes en estos textos, han trabajado mucho estas cuestiones y proporcionan un andamiaje conceptual, en mi opinión, imprescindible para hacer este camino.
Sostiene el texto que “necesitamos un plan de contracción adecuado, un plan de transición lento y pausado, con mucho trabajo a pie de campo, mucho ensayo y error, hasta poder conseguir que las cosas funcionen sobre el terreno, en todos los ámbitos, desde el sector primario hasta el industrial y el de los servicios”.
La historia no está escrita todavía, pero es un momento crucial marcado por las amenazas de los totalitarismos neoliberales de ultraderecha, de la guerra y el genocidio. Repensar la vida en común en estos tiempos extraños es posible, pero para ello es preciso mirar dónde estamos y obligarnos a redefinir las cuestiones más antiguas de la justicia social y de la política.
Este libro no hace una predicción agorera. Es un aviso rabioso y dolorido. Se tiñe del dolor y la rabia de quienes aman la vida y a la gente, de aquellos a quienes les importan todas las vidas y no se resignan a descartarlas.
Yayo Herrero. Es activista y ecofeminista. Antropóloga, ingeniera técnica agrícola y diplomada en Educación Social.
Fuentes: CTXT [Imagen. La ciudad de San Francisco cubierta de humo debido a los incendios de California (EE.UU.) en septiembre de 2020. CHRISTOPHER MICHEL / FLICKR] https://ctxt.es/es/20240201/Firmas/45651/el-final-de-las-estaciones-decrecimiento-prologo-yayo-herrero.htm