Si el clima fuera un banco
Gustavo Duch Guillot
El Correo Vasco
A primeros de mes, en Barcelona, hemos podido olfatear y degustar cómo se están cocinando los posibles acuerdos frente a la crisis climática que deberán definirse, o no, en la próxima cumbre de Copenhague. Y digo crisis porque cambios climáticos en la larguísima historia del Planeta Tierra siempre han existido -eso no es novedad-. Mientras que lo que ahora tenemos es una crisis, y muy grave, provocada por los seres humanos, un pequeño colectivo de seres vivos que habitamos en esta morada común.
Entre los fogones de este aperitivo quiero destacar los planteamientos que presentó la campaña 'El clima no está en venta', que agrupa a muchas organizaciones y movimientos de la sociedad civil catalana conectados a otros grupos internacionales. Su receta es la más digerible. Los y las activistas de la campaña el 4 de noviembre se presentaron delante del centro de conferencias donde se reunían las diferentes delegaciones y cerraron, con candados de bicicleta, las puertas del recinto, para visualizar así que, con los mejunjes que se guisan en su interior, no hay salida. Básicamente porque se discute sólo en términos de mercado, regateando con las emisiones de carbono. «Si yo sigo contaminando en mi país (rico e industrializado) buscaré un socio en otro país (pobre) que me venda sus derechos a contaminar». A cambio esta empresa deberá implementar tecnologías 'limpias' en ese país, lo que normalmente se convierte en otra chimenea (esta vez, eso sí, con muy buenos filtros) humeando CO2 a la atmosfera. En otras ocasiones se compensa con la creación de grandes plantaciones de árboles, pinos y eucaliptos, que dicen absorberán CO2, pero nunca tanto como el que retenían los suelos de los bosques primarios o selvas que han talado o deforestado para instalar esos nuevos bosques artificiosos. También proyectos de nuevos cultivos de agrocombustibles se aceptan como canje de proyectos contaminantes, cuando esos nuevos combustibles, además de disminuir la producción de alimentos, se quemarán emitiendo también gases de efecto invernadero. O las grandes empresas industriales que alegan que para contaminar menos en los países europeos se ven forzadas a deslocalizar sus producciones, por ejemplo, a China (donde todo les resulta más barato), que así, como la nueva fábrica global del mundo consumista, encabeza ya el ranking de países contaminadores.
Ésas son las discusiones de Barcelona y así serán (si nada lo viene a cambiar) las de Copenhague. Un galimatías de «mecanismos de desarrollo limpio» y «comercio de certificados de emisiones» con lo que discutir y discutir para llegar a acuerdos que nunca van a la raíz del problema. Afrontar la crisis climática pasa en primer lugar por admitir la responsabilidad que tenemos los países del Norte global en la misma. Y asumir reducciones urgentes y obligatorias en nuestros propios Estados de un 40% para finales de 2020. No es imposible; de hecho, si el clima fuera un banco... ya lo habrían salvado.
En los pasillos del centro de convenciones de Barcelona, además de los técnicos representantes de los Estados, rondaban al acecho los 'lobbies' de las empresas automovilísticas, de la agroindustria, de la energía nuclear... Si ejerciéramos con la responsabilidad que le debemos a nuestros descendientes, en la cumbre de Copenhague deberíamos guardar a estos señores en la habitación de la limpieza y repetir la acción de Barcelona. Cerrar las puertas a cal y canto hasta que nos presenten medidas justas y suficientes. Si no, no hay salida.
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MUCHO MENOS QUE UN TRÁMITE
EE.UU. y China no van a dejar de emitir. Por más que se escriba y se hagan reuniones internacionales nada va a cambiar. Las dos naciones seguirán siendo las más contaminantes con gases de efecto invernadero y Kyoto un buen recuerdo. Es el fracaso más estrepitoso e involucra a todos los habitantes del planeta. Argentina no cuenta.
A pesar de todos los pronósticos climáticos, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP-15) en Copenhague no amaneció con un arco iris radiante del acuerdo que se esperaba. Una tontería pensar que el presidente de los Estados Unidos por ser negro, joven y retar a sus hijos podría cambiar en medio de una crisis financiera el modelo productivo. Es así que la diversidad de color en un presidente no es la biodiversidad y su cuidado. Miles de personas mirarán la COP -15 como el centro de pequeños debates y muestras de algún derretimiento apresurado o de islas que desaparecen. Pero el color del asunto es que si se logra un documento políticamente vinculante, con declaración de intenciones de los principales responsables del calentamiento global del planeta será un milagro. Como estamos acostumbrados la escala de la promesa es un buen motivo para dejar las cosas como están. La semana pasada los presidentes Lula y Sarkozy, se comprometieron a reducir sus emisiones en 50% con respecto a las de 1990, para 2050. Pero no a confundirse que es más de lo mismo. Los anuncios solo esconden la realidad que el único margen posible es en defensa de los intereses nacionales y corporativos. Copenhague es un paso a México para la próxima COP. Un nuevo modelo de desarrollo con la eliminación de la pobreza, la reducción del consumo, formas productivas, energías y tecnologías limpias, son por ahora un espejismo.
Fuente: medioymedio.com