De la crisis financiera a la crisis ecológica
Miguel Manzanera Salavert
Rebelión
En el Informe Planeta Vivo 2008, el director de la ONG ecologista Adena-WWF, James P. Leape, afirmaba que la actual recesión de la economía es apenas un pequeño contratiempo, si lo comparamos con la inminente crisis ecológica que se avecina para dentro unos años. Según las investigaciones de los científicos ecologistas, cada vez es más estrecho el margen de maniobra para salvar el planeta de una destrucción medioambiental catastrófica, que afectará duramente el futuro de la humanidad. Leape concluía que la solución a dicho problema pasa por superar los límites de la propiedad privada y de las actuales fronteras políticas.
Cito este Informe, porque Adena-WWF se caracteriza por tener una postura radical ni extremista, sino bastante moderada. Refleja la opinión de un movimiento social, que están dando señales de alarma ante una situación que se vuelve cada día más peligrosa. Para traducirlo en términos de nuestra tradición política marxista, eso significa que las posibilidades del reformismo se hacen cada vez más estrechas en la actual coyuntura mundial, porque se hace cada día más necesario y urgente adoptar medidas radicales que nos permitan salvar el planeta.
Como se muestra a las claras en la política del presidente del gobierno español Zapatero y el presidente de los EE.UU. Obama, los programas reformistas son meras promesas cada vez más difícil de cumplir. Esta situación nos interpela directamente a los comunistas acerca de la política que debemos establecer ante la crisis. Un problema que quiero tratar en dos partes: una primera, que describe la coyuntura presente, para arrojar luz sobre la táctica que debemos adoptar ante la depresión actual, que continuará en España al menos un año más; y una segunda, que afronta la crisis ecológica de carácter mundial, y cuya solución tiene carácter estratégico, su comprensión debe servirnos como fundamento de la estrategia que debemos diseñar a medio y largo plazo.
1. La coyuntura económica y política
Como ha sido explicado ya, las causas de la actual recesión enraízan en el carácter especulativo de la economía capitalista de los últimos 30 años, desde que el capital financiero internacional fue capaz de hacer estallar el corsé del Estado de Bienestar gracias ha instalarse en el poder político la corriente neoliberal de extrema derecha, mediante los gobiernos de Reagan y Thatcher en la década de los 80. Esto ha conducido a una crisis de sobreproducción típica, especialmente en el sector de la construcción tanto en los EE.UU. como España –donde se ha hablado de un millón de casas vacías, sin que bajasen los precios de la vivienda-; lo que se ha traducido en una desestabilización financiera, que comenzó con sonadas quiebras de importantes instituciones, las cuales motivaron una intervención del Estado para salvar la banca.
En España el gobierno del PSOE, dirigido por Zapatero, ha impulsado el ‘plan E’ para contrarrestar la recesión, lo que básicamente ha consistido en el endeudamiento público, creando un importante déficit en las cuentas del Estado. Desde el punto de vista de la izquierda, eso podría paracer positivo; pero en realidad ese endeudamiento no tiene nada de progresista, porque ha consistido básicamente en una campaña de gastos dirigida a incrementar el consumo y a la financiación del déficit de las entidades privadas. El plan E ha presupuestado 50 millones de euros para la banca privada, aunque otras fuente hablan de un regalo a la banca de hasta 100 y 150 millones de euros. Por otra parte, se ha buscado estimular el consumo en ciertos sectores, por ejemplo financiando la compra de coches, de modo que las ventas de automóviles han subido este año a pesar de la crisis. Y a pesar también de los tratados internacionales que exigen poner límites a la emisión de gases de efecto invernadero por la combustión del petróleo y que deberían aconsejar disminuir el tráfico rodado de carácter privado.
El único aspecto del plan E que parecía interesante, el préstamo de fondos a los Ayuntamientos para estimular las obras públicas, ha sido malgastado en numerosas actividades innecesarias e inútiles, por falta de capacidad intelectual y moral para planificar una inversión productiva, lo que es otra muestra más del bajo nivel de nuestro sistema político, corrompido hasta la médula por la ausencia de una auténtica democracia y la falta de control de los poderes del Estado por parte de la ciudadanía.
Por otra parte, la intención es sufragar el déficit con impuestos indirectos, para gravar el consumo mediante un incremento del IVA, de modo que los gastos caigan de nuevo sobre las espaldas de los trabajadores. La regresión en términos fiscales favorecerá de nuevo a los ricos, y hasta pudiera ser que los impuestos directos a las rentas más altas se vieran disminuidas. En resumen, las medidas económicas para salir de la crisis neoliberal, seguirán siendo neoliberales.
Lo más sorprendente de la situación es la escasa respuesta de la clase obrera ante tal situación. La debilidad organizativa de los trabajadores en nuestro país es evidente desde hace tiempo, pero quizás no se hubiera mostrado antes tan clara como en este año de crisis. Aparte de las Asambleas de Parados, especialmente activas en Cataluña y País Vasco, y las acciones del SAT en Andalucía, fuertemente reprimidas por la policía, de algunas oposiciones locales a los ERE’s, y poca cosa más, los trabajadores parecen dormidos, esperando que les llegue el maná de los cielos, como ha estado sucediendo hasta ahora. En Extremadura, por ejemplo, se han constituido Asambleas de Parados que, sin embargo, no han conducido todavía a movilizaciones importantes.
Una parte importante de la desmoralización de los trabajadores es debido a la falta de una conciencia de clase acerca de los problemas que crea el capitalismo, como son la explotación del trabajo y la esquilmación de la naturaleza. Hoy en día los trabajadores dan por bueno el sistema mercantil, como modo de producción de la riqueza y abundancia de la que se disfruta en los países llamados desarrollados, puesto que muchos miembros de la clase obrera han asumido los valores económicos del consumo y el despilfarro propios del neoliberalismo. Y eso, hasta el punto de que la corrupción no hace mella en los mecanismos de dominación, ni erosiona la credibilidad de la monarquía juancarlista, ni apenas levanta protestas entre la ciudadanía. La corrupción aparece como un fenómeno normal y cotidiano. Lo que nos lleva a la pregunta de cuántos ciudadanos participan de ella de una manera u otra, a través de la economía sumergida, con la falsificación de las peonadas, los contratos de trabajo en negro para eludir la Seguridad Social, etc.
La situación es tan grave, que en varios países europeos está gobernando una derecha con claros ribetes fascistas, como son Sarkozy en Francia, Berlusconi en Italia, varios países del Este europeo, etc. ¿Significa esto que la recesión actual puede traer un nuevo giro a la derecha de la política europea, como por otra parte ha sucedido ya en Galicia, por ejemplo? No quiero hacer el agorero, pero en el futuro podría haber giros inesperados de la política mundial en medio de una coyuntura de crisis agravada por el desastre ambiental.
Para explicar este fenómeno de la conformidad de los trabajadores con el sistema capitalista, debemos recurrir a la teoría del imperialismo de Lenin, cuando este afirmaba que la clase obrera de los países imperialistas está de acuerdo con el sistema político y económico del capitalismo, porque se trata de una ‘aristocracia obrera’ que participa de los beneficios del sistema, aprovechándose de una parte de las riquezas extraídas por los empresarios en los países sometidos. Que España se ha convertido en un país imperialista además de neoliberal, se comprende cuando se conoce ciertos datos que no se suelen difundir demasiado: la tercera parte de los títulos negociados en la Bolsa de Madrid son las inversiones españolas en América Latina y esas inversiones producen más del 40% de los beneficios de las empresas españolas. REPSOL, Telefónica, ENDESA, Agbar, Iberia, BSCH, BBVA, etc., han invertido grandes capitales en América obteniendo a cambio pingües beneficios. El capital español ha conseguido ocupar un puesto en el panorama internacional, y no sólo por la foto de Aznar en las Azores con Bush y Blair. Lo que nos lleva a las cuestiones internacionales y estratégicas que ocupan la segunda parte de esta exposición.
2. La crisis ecológica internacional
Hace ya casi 40 años que el Informe del Club de Roma de 1971 advertía de los peligros del desarrollismo capitalista a medio y largo plazo. Hoy en día esas previsiones son posibilidades reales en un futuro cada vez más próximo, sin que haya sido posible modificar las tendencias fundamentales del sistema político y económico dominante. Tres son los grandes problemas ecológicos: a) el agotamiento de las materias primas por el consumo excesivo; b) la destrucción de la biosfera por la extinción de especies vivas; c) la contaminación medioambiental. Los tres juntos e inextricablemente unidos pueden llevar al desastre de la civilización industrial.
Hace ya tiempo que se acuñó la expresión ’desarrollo sostenible’, como aquella economía que garantiza el bienestar de las generaciones presentes sin comprometer el bienestar de las generaciones futuras. Pues bien, el Informe Planeta Vivo 2008 señala que la economía mundial se encuentra un 30% por encima de la sostenibilidad; en el Informe anterior de 2006, se señalaba que nos encontrábamos un 25% por encima de la sostenibilidad. Lo que significa que vamos de mal en peor, nos encaminamos hacia el desastre.
Eso sucede mientras nuestros gobernantes se comprometen públicamente ha atajar el problema, se alcanzan acuerdos internacionales para resolver la contaminación y se pretende concienciar a la ciudadanía responsable para actuar de manera consecuente. Es evidente que son palabras vacías, cuando comprobamos que las medidas para salir de la crisis estimulan a los consumidores para comprar coches, o más ampliamente cuando nos enteramos que la economía española ha incumplido sistemáticamente los compromisos internacionales del gobierno español en materia de reducción de los gases de efecto invernadero, derivados del Tratado de Kyoto. Quizás se espera que la iniciativa privada, convertida en varita mágica, obre el milagro de resolver los problemas ambientales, cuando es esa misma iniciativa privada la principal causante de los mismos. Es loable creer en la buena voluntad de las gentes, pero confiar en que los empresarios van a sacrificar sus intereses privados por el bien público es una insensatez, que está en contra de las premisas aceptadas por la propia economía liberal.
El problema ambiental no se puede entender si no se analizan sus diferentes componentes. Uno de los aciertos del Informe de Adena-WWF es haber analizado el índice general de la insostenibilidad global en sus componentes particulares. Y ahí se descubre los mayores contaminantes y destructores son los países ricos y desarrollados, mientras que los pobres viven en una situación perfectamente sostenible. Lógico, puesto que el consumo derrochador es el principal responsable de la crisis ecológica. El problema ecológico es también un problema de clases sociales, donde los ricos explotan y se aprovechan de los pobres, arrancando las riquezas de sus territorios y dejando a cambio una situación de extrema contaminación. Por poner de nuevo el ejemplo de España, se ha denunciado en varias ocasiones los destrozos que las empresas de capital español están produciendo en los ecosistemas sudamericanos. Es evidente que esos destrozos no son imputables a los habitantes de aquellas tierras, que no tienen nada que ver con la destrucción de su territorio, sino con los consumidores que se benefician de la actividad de las empresas españolas en el extranjero. El bajo consumo es sostenible, porque demanda poco al medio ambiente; pero en los países imperialistas, tanto trabajadores como empresarios estamos viviendo del crédito ecológico generado en otras partes del mundo que son sostenibles, porque sus habitantes llevan una vida austera alejada de los fastos del capitalismo. Y es aquí donde llegamos al problema de la aristocracia obrera que planteaba Lenin, de la participación de los trabajadores en los beneficios del imperialismo, y por lo tanto la conciencia alienada de la clase obrera en esos países. Esa conciencia alienada se manifiesta hoy en día sobre todo como incapacidad para resolver el problema ecológico y ambiental.
Si observamos las distribución de los países pobres y los ricos, podemos ver que con excepciones los ricos están en el Norte y los pobres en el Sur. Eso nos puede llevar a la conclusión de que el eje de la tensión internacional ha girado 90 grados desde la época de la Guerra Fría entre el Este y el Oeste. Podemos concluir que la ‘guerra de civilizaciones’ planificada por el Pentágono en los años 80 -después de que la OTAN ganara la guerra fría al bloque del Este, llamado ‘socialismo real’-, se ha convertido en una tensión Norte-Sur, escapando a la planificación del imperialismo americano. Eso se manifiesta de forma pardigmática en América, partida en dos entre el norte imperialista y el sur gobernado por la izquierda, y donde algunos países se han propuesto evolucionar hacia el socialismo. Hace 50 años toda América estaba en el bloque occidental con la excepción de Cuba; hoy la mayoría de los países del sur está confrontada al comando imperialista mundial.
Y no es una diferencia sólo política. Hoy en día se tiende a pensar que no hay diferencias entre los países, porque todos han adoptado el modo de producción capitalista de los Estados hegemónicos imperialistas. Esto es verdad sólo a medias. No sólo porque el Estado es una institución que juega un importante en muchos países del Sur; en China todavía gobierna la nación un PCCh, el cual ha adoptado importantes medidas de economía mercantil, pero en ningún momento ha caído en las trampas del neoliberalismo y la financiarización de la economía. En ese país la clase obrera todavía es fuerte y está bien organizada, a pesar de las enormes presiones contrarias que tiene que soportar en aras del desarrollo económica de la nación. Pero lo más decisivo no es eso, sino que los países del sur todavía son sostenibles, mientras que los países del norte desarrollado e imperialista no los son. La diferencia entre el Norte y Sur es económica, porque el Norte no es sostenible, y el Sur todavía lo es.
Eso quiere decir también que las tensiones políticas y militares en las próximas décadas serán por los recursos escasos del planeta. La guerra de Irak y Afganistán, el soporte del Estado de Israel, y en general el control de Oriente Medio por la OTAN es un modelo de la dominación imperialista para la nueva época, cuyo objetivo principal es adueñarse de los recursos petrolíferos de la región. La guerra en América Latina -que Chávez ha anunciado y que ha llevado a una carrera de armamentos en la región-, seguirá un dispositivo parecido al de Oriente Medio. El objetivo es apoderarse de los recursos de la gigantesca cuenca amazónica que las grandes empresas imperialistas ambicionan.
Sin embargo, esa estrategia imperialista tiene sus dificultades. Existe una alianza internacional de países del sur, en la que entran Brasil, China, Sudáfrica, India, etc., que han demostrado tener una importante capacidad para oponersa a los planes imperialistas. Por ejemplo, la oposición de estos países a la invasión de Irán, inhibió el deseo de atacar ese país por parte de la OTAN. O más recientemente, el golpe de este último verano en Honduras no ha concluido en un baño de sangre por la presión internacional en contra de los militares. Los dos golpes de Estado anteriores en Venezuela y en Bolivia acabaron en un rotundo fracaso y esperamos que ahora suceda lo mismo en Honduras.
Esto no significa que el imperio de la OTAN esté vencido, sino que de momento han encontrado algunas dificultades. Podemos estar seguros de que en los próximos años reorientarán sus tácticas políticas y militares para la dominación del planeta. La dominación económica mundial por el capitalismo, la escasez de recursos y oportunidades, el agotamiento de los ecosistemas y las dificultades con que se enfrenta un cambio de orientación en los países más desarrollados, nos presentan un panorama harto complicado para las próximas décadas. Es posible que estemos entrando en una nueva fría que ahora se fundamente en la citada tensión Norte/Sur.
Eso es también evidente por el agotamiento de las políticas reformistas y el estrechamiento del margen de maniobra para los partidos socialdemócratas, que se hace cada día más evidente. El capitalismo no admite reformas; simplemente es necesario acabar con él. Pues el modo de producción capitalista se funda en la eficacia, esto es, en el constante aumento de sus resultados –el objetivo de cada ciclo económico es incrementar el PIB nacional, y en caso contrario la economía capitalista entra en recesión-; eso es así, porque el incremento sin pausa ni término de la producción es la propia esencia del sistema, que se basa en la reproducción ampliada del capital. Pero desde el punto de vista ecológico, no necesitamos esa eficacia para resolver los problemas de medio ambiente, sino la eficiencia, es decir, obtener los mismos resultados de bienestar y derechos humanos que proporciona el capitalismo, pero disminuyendo los costes ecológicos que este sistema produce. El sistema socialista se funda en la eficiencia, porque el mercado está subordinado a la utilidad social, el dinero al valor de uso de las cosas, pues de lo que se trata es de conseguir una economía que proporcione bienes útiles a la población, y no una economía que se desarrolle a través de la expansión del valor de cambio, como es el capitalismo.
Cuando llegue la crisis ecológica, o incluso antes, la propia China que ha adoptado los valores económicos de la eficacia capitalista, tendrá que volver a una política fundada en la planificación de la economía que es al única forma que conocemos de alcanzar la sostenibilidad económica. Confío en que el partido comunista chino se encuentre preparado para dar ese paso cuando llegue el momento oportuno.
En cuanto a los países imperialistas, las posibilidades de un cambio en la dirección de la política económica son muy remotas. Dado que el capitalismo puede manejar importantes hilos económicos por la explotación de los países dominados, tiene un margen sucifiente para contentar a la población de los países avanzados. Sólo a través de la confrontación entre el Norte y el Sur, vendrán los cambios en estos países, cuando la periferia dependiente sea capaz de reclamar su soberanía, sus ciudadanos rechacen la explotación de sus recursos por las empresas capitalista y los Estados del Sur puedan autocentrar la política económica en el bienestar de sus pueblos. Entonces se recortarán los beneficios del capitalismo imperialista, que verá así reducido su margen de maniobra; los beneficios capitalistas ya no alcanzarán para engañar a los trabajadores y se caerán las escamas en los ojos que ciegan a las poblaciones del norte; entonces la clase obrera podrá reconstruir sus organizaciones y podrá aspirar a dirigir los destinos de una humanidad renovada.
Mientras tanto soplan vientos de guerra.
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