Lluvias torrenciales dejan sin miel al Caribe
Por Desmond Brown
Allan Williams, de 32 años, es funcionario de extensión agrícola en San Vicente y las Granadinas. Además es un apicultor capacitado, que desde hace siete años se dedica a esa actividad por placer y ha sido testigo del impacto del cambio climático en el sector.
Él vio el crecimiento de la apicultura desde 2006, gracias a que los actores del sector son cada vez más conscientes de la importancia que tiene la actividad para la agricultura y, por lo tanto, un factor importante del desarrollo y el crecimiento económico.
Pero ahora Williams está preocupado porque la producción de miel cayó de forma significativa en los últimos años; un fenómeno que atribuye en gran parte al cambio climático. Las condiciones climáticas desfavorables, según él, como las continuas fuertes lluvias, disminuyen el acceso de las abejas al néctar y al polen, lo que debilita las colonias, que no tienen suficiente alimento.
“La amenaza se hizo evidente en la última década, y ocurrió de forma extraordinaria en 2009, 2010 y 2013.
El clima, como sabe, es muy impredecible y afectó definitivamente a la producción de miel en los últimos dos años, pero el año pasado fue el peor en términos de cosecha”, explicó Williams a IPS.
“El cambio climático es evidente como se ve en lo impredecible de las lluvias y las repentinas inundaciones en épocas del año totalmente inusuales”, remarcó. En diciembre de 2013, San Vicente y las Granadinas fue uno de los tres países del Caribe oriental, junto a Dominica y Santa Lucía, que padecer la depresión de bajo nivel que arrojó cientos de milímetros de agua, dejó una 13 personas muertas, y destruyó tierras cultivables e infraestructura.
“La mayoría de los agricultores, según sé, no perdieron sus colmenas, pero sufrieron el impacto de las lluvias torrenciales”, continuó Williams. Cuando llueve en forma permanente, explicó, “las abejas no pueden salir y forrajear en los árboles, donde consiguen alimento; eso reduce nuestra producción, a mí realmente me afectó.
Durante dos años tuvimos lluvias muy inusuales”.
“En abril, en la mitad de la estación seca, llovió constantemente durante tres o cuatro días, lo que perjudicó la producción; tenemos pozos secos en la estación de lluvias y hay un cambio en la estación de flujo de miel, cuando los apicultores la cosechan”, subrayó Williams.
La cosecha de miel solía ser de febrero a mayo e, incluso, hasta abril, pero ahora “no podemos recolectar nada.
Esa variabilidad es por el cambio climático”, sentenció. Con una docena de colmenas, Williams dijo que cosecha en promedio 30 galones (unos 113 litros) de miel al año, que aumentan a 40 (poco más de 151 litros) en un “buen año”. La miel local se vende a unos 100 dólares el galón, poco menos que la importada.
La apicultura local, principalmente dedicada a la producción y a la venta de miel, genera unos 76.600 dólares.
El sector se recupera de su peor momento en 2006, cuando casi se liquidó la población de abejas por un feroz ácaro Varroa mite. En los últimos tres años, el sector produjo más de 1.000 galones (3.078 litros) de miel con las 477 colonias que hay en el país. Actualmente, San Vicente y las Granadinas tiene 54 apicultores registrados en la base de datos, entre los que hay nueve mujeres. Rupert Lay, especialista en recursos hídricos de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), dijo que el cambio climático comenzó a plantear dificultades a los apicultores, y no solo de este país, sino en todo el Caribe.
“Un indicador interesante es la baja a casi nula producción de miel en la región”, observó Lay, quien participa en el proyecto de la Reducción de Riesgos Naturales y Humanos a causa del Cambio Climático, que implementa la Organización de Estados del Caribe Oriental (OECO) con fondos de Usaid.
“Eso se puede relacionar con lo impredecible del clima, que afecta a las colmenas y, por ende, a la producción de miel”, explicó a IPS.
“Esos acontecimientos perturban la vida de los agricultores, que a su vez perjudica el tejido social y su sustento, afectando hasta a la educación. Sus hijos e hijas reconocen el estrés y les genera preocupación, lo que lleva a una disminución de los períodos de atención en el aula y termina afectando el rendimiento”, explicó Lay.
Williams puntualizó que lo que ocurre en el Caribe no debe confundirse con el llamado “trastorno de colapso de la colonia”, un fenómeno por el cual las abejas obreras de las colmenas abruptamente desaparecen actualmente en Europa.
Esas desapariciones han ocurrido en toda la historia de la apicultura y tuvieron varios nombres, pero el síndrome se renombró CCD (por sus siglas en inglés) a fines de 2006, cuando también hubo un drástico aumento del número de desapariciones de colonias de abejas en América del Norte. El colapso de las colonias tiene un peso económico significativo porque las abejas polinizan muchos cultivos.
Según el Departamento de Agricultura y Protección al Consumo de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el valor de los cultivos polinizados por abejas se estimaba en unos 200.000 millones de dólares en 2005.
Otras dificultades para la apicultura, según Williams, es la falta de sitios adecuados para ubicar el apiario, pestes exóticas y especies invasivas, junto con falta de equipos, de fumigación y de personal. Según el apicultor Ricky Narine, de Barbados, el mayor desafío en la actualidad es salvar a las abejas.
“Tratamos de salvarlas. Hay mucha gente utilizando muchos químicos que matan las abejas, y no se dan cuenta de que la falta de abejas tendrá un impacto en el ambiente. Por más que se les diga, lo siguen haciendo”, se lamentó.
“Pueden llamarnos o usar algo más seguro. Hay muchos tipos de insecticidas diferentes que se pueden usar y que son inofensivos para las abejas. Pueden costar uno o dos dólares más, pero no las matan”, remarcó.